POR JUAN J. PAZ Y MIÑO CEPEDA
La historia oficial del World Economic Forum (WEF) puede seguirse en el libro The World Economic Forum. A Partner in Shaping History (1971-2020). Nació en 1971 en Ginebra (Suiza), como “Foro Europeo de Gestión”, fundación privada sin fines de lucro, bajo la iniciativa de Klaus Schwab, economista y empresario alemán. Participaron 400 empresas europeas que querían asimilar las formas de gestión estadounidenses. Decidieron reuniones anuales en Davos (Suiza) y el éxito creció. En 1973 se aprobó el “Manifiesto de Davos”; en 1974 la invitación a líderes políticos; en 1976 el sistema de membresías y en 1987 se transformó en Foro Económico Mundial. Hay socios Regionales, Grupos de socios y socios Estratégicos (su estatus cuesta unos 700 mil dólares). Son 1.000 las empresas asociadas más grandes y millonarias del mundo, que aportan cuotas anuales de miles de dólares, acuden en jets privados, financian las reuniones y las actividades, aunque Suiza ha debido emplear recursos para garantizar al menos la seguridad de las personalidades asistentes. Entre los socios Estratégicos están: Bank of America, Barclays, BlackRock, BP, Chevron, Citi, Coca-Cola, Credit Suisse, Deutsche Bank, Dow Chemical, Facebook, GE, Goldman Sachs, Google, HSBC, JPMorgan Chase, Morgan Stanley, PepsiCo, Siemens, Total y UBS.
De acuerdo con su misión, el WEF cultiva el espíritu empresarial guiado por la “teoría de las partes interesadas”, que el Manifiesto de Davos-2020 resume así: “El propósito de una empresa es involucrar a todas sus partes interesadas en la creación de valor compartido y sostenido. Al crear dicho valor, una empresa sirve no solo a sus accionistas, sino también a todas sus partes interesadas: empleados, clientes, proveedores, comunidades locales y la sociedad en general”. Esto explica la incorporación a las reuniones de gobernantes, líderes políticos, personalidades culturales y representantes de la sociedad civil, además de miembros de bancos centrales, el Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial (BM) y otras instituciones financieras. El Manifiesto también destaca como responsabilidades empresariales: “Honra la diversidad y se esfuerza por lograr mejoras continuas en las condiciones de trabajo y el bienestar de los empleados”; una empresa “sirve a la sociedad en general a través de sus actividades, apoya a las comunidades en las que trabaja y paga su parte justa de impuestos”; “el desempeño debe medirse no solo por el retorno a los accionistas, sino también por cómo logra sus objetivos ambientales, sociales y de buen gobierno. La remuneración de los ejecutivos debe reflejar la responsabilidad de las partes interesadas”; y todo ello “para mejorar el estado del mundo”.
En definitiva, el WEF es un organismo de la elite empresarial del mundo. El profesor Samuel Huntington habló del “hombre de Davos”. Siguiendo al libro El Capital en el siglo XXI de Thomas Piketty, aquí se encuentra el 1 % de la población mundial que concentra el 50 % del patrimonio. Un impuesto del 1 % a esta elite superaría el presupuesto de la Unión Europea. El interés fundamental de la “clase Davos” -así también se la ha llamado- es captar mercados, hacer buenos negocios y acumular riqueza. En las reuniones no se adoptan resoluciones vinculantes para los países, pero si interesa generalizar la visión de los capitalistas e influir con ellas internacionalmente, para alcanzar una “gobernanza” basada en el mundo empresarial. Eso provoca reacciones: manifestaciones en su contra, rechazo a la visión neoliberal de los empresarios, se inculpa a las gigantes corporaciones del saqueo ambiental, la explotación laboral, su resistencia a economías alternativas, su expansionismo; se exige transparencia a Suiza por los gastos. Un artículo de Andrew Marshall en Transnational Institute dice: “el propósito principal del Foro Económico Mundial es funcionar como una institución socializadora para la élite global emergente, la ‘mafiocracia’ de la globalización de banqueros, industriales, oligarcas, tecnócratas y políticos. Promueven ideas comunes y sirven intereses comunes: los suyos propios”.
Como el Foro ha alcanzado relevancia internacional, no puede ser menospreciado. América Latina encuentra allí la ideología de los capitalistas que buscan el control mundial. Y su voz debe estar presente. Por ejemplo, se descubre el interés sobre el “Triángulo del litio” formado por Argentina, Bolivia y Chile, en lo que han puesto su mira estratégica particular los EE.UU., de acuerdo a declaraciones de la comandante del SouthCom, Laura Richardson. Se ha escuchado sobre asociaciones público/privadas, rechazo al proteccionismo, prioridad a la estabilidad macroeconómica. Pero los grandes empresarios no serán capaces de plantear políticas latinoamericanistas imprescindibles para su desarrollo económico con democracia y bienestar social, como redistribución de la riqueza; impuestos a los ricos, los patrimonios y las herencias; perseguir la evasión en paraísos fiscales; fortalecimiento de los Estados, provisión de bienes y servicios públicos; protección de los sistemas ecológicos; control nacional de los recursos estratégicos; economías sociales; sujeción de las oligarquías; equidad y justicia; enterrar el neoliberalismo; combate a la corrupción.
La reciente reunión del WEF, entre el 16 y el 20 de enero (2023) con el lema «Cooperación en un mundo fragmentado», congregó a cerca de 2.500 personas, con 137 participantes latinoamericanos de 16 países, aunque solo de 11 gobiernos (incluidos Brasil y México) y con la única presencia de 3 presidentes: Gustavo Petro de Colombia, Guillermo Lasso de Ecuador y Rodrigo Chaves de Costa Rica. Los contrastes son evidentes: para un gobierno empresarial como el de Ecuador, el Foro ha sido una emocionante oportunidad para tratar con varias personalidades y magnates, hablar de temas comerciales, ambientales e inversiones, los desafíos de la región, la preservación del ecosistema, según lo destacó el mandatario en sucesivos tuits (@LassoGuillermo). El presidente Petro, en cambio, habló sobre la necesidad de superar precisamente al capitalismo. Mientras Marina Silva, ministra de Medioambiente del Brasil, así como Helena Gualinga (indígena ecuatoriana) enfatizaron en la defensa del medio ambiente. Y José Manuel Salazar-Xirinachs, secretario ejecutivo de la CEPAL, advirtió sobre el impacto de la inflación y la deuda en la región.
Lasso subrayó el combate a la contaminación con plásticos, aunque el gobierno redujo impuestos a la importación de fundas plásticas (además de armas) y también a las cervezas, bebidas azucaradas y tabacos. Es otro contraste frente al Banco Mundial y a la Organización Panamericana de la Salud (OMS) que considera beneficiosos los impuestos sobre esos productos. En otra mesa el presidente también sostuvo que la economía ecuatoriana se recuperó, alcanzó el 4,2% en 2021, aunque se espera que se modere en 2022 y 2023; que se logró generar empleo y reducir el número de pobres gracias a su lucha contra la corrupción y haber evitado «el despilfarro”. Un nuevo contraste, porque el Banco Central señala que, tras un primer rebote, la previsión de crecimiento para el año 2022 es del 2,7 %, algo que ratificó la CEPAL, que reduce al 2 % el crecimiento de Ecuador para 2023; además de que el país aumentó la desigualdad medida por el índice de Gini y en el que “las cifras de pobreza más recientes son más altas que las de 2014”. Al mismo tiempo estallaron escandalosos casos de corrupción que involucran a funcionarios del gobierno y al cuñado del Presidente.
En todo caso, en el WEF Guillermo Lasso estuvo entre los suyos, con quienes comparte la visión empresarial y los ideales sobre los negocios privados; pero, en cambio, no asistirá a la VII Cumbre de Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que se realiza en Buenos Aires, Argentina, este 24 de enero (2023), que expresa los intereses nacidos específicamente en la región e impulsa una nueva era de integración latinoamericana.
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