POR ATILIO A. BORON /
Este 7 de julio ha sido un día de fiesta para quienes luchan por construir un mundo mejor: el fascismo ha sufrido una durísima derrota en Francia, cuando todos los opinólogos auguraban su casi inexorable victoria en las elecciones celebradas este domingo en el país galo. En un giro tan notable como imprevisto el Nuevo Frente Popular, que ya la semana pasada había hecho una magnífica elección pero llegando en segundo lugar detrás de la ultraderecha, pasó decididamente al frente y obtuvo la primera mayoría en la Asamblea Nacional. No logró la mayoría absoluta, pero la tradición de la Quinta República francesa, fundada en 1958, establece que a quien obtiene la primera minoría le corresponde la designación del Primer ministro.
Ahora bien: dado que el régimen político de Francia es una combinación entre un presidencialismo atenuado y un parlamentarismo igualmente acotado el presidente Emmanuel Macron podría, extendiendo sus atribuciones más allá de lo tradicional, hacer caso omiso del veredicto de las urnas y designar a un Primer ministro de su gusto, claro que con el riesgo de crear una crisis política de proporciones a escasas tres semanas de la inauguración de los Juegos Olímpicos de París. Es que tras su apariencia mesurada y serena Macron resultó ser un apostador empedernido. Lo hizo cuando en las elecciones al Parlamento Europeo la ultraderecha de Marine Le Pen se alzó con el 32 % de los votos y Macron optó por una medida radical: disolver la Asamblea Nacional y convocar a su renovación. Su cálculo era que ante una nueva compulsa electoral lograría recomponer su base social y derrotar tanto al neofascismo de Le Pen y sus seguidores como a la acrecentada gravitación de la izquierda.
Subestimó sin dudas la impopularidad de sus medidas económicas más importantes, entre ellas el aumento de la edad legal requerida para jubilarse de 62 a 64 años, el incremento en el precio de los combustibles y otras políticas que afectaron negativamente las condiciones de vida de amplias capas de la población. Todo esto en un contexto en donde un presidente por momentos desquiciado hablaba, y habla todavía, con suprema irresponsabilidad de atacar a Rusia y declararle la guerra. No sería de extrañar, pues, que quisiera hacer otra jugada de ese tipo desconociendo la nueva correlación de fuerzas de la Asamblea Nacional y designar como Primer ministro a alguien de cualquier otra fuerza política. Poco probable, dado el escándalo que desataría, pero no habría que descartarlo.
Lo ocurrido este domingo, unido a la catastrófica derrota del Partido Conservador en el Reino Unido, podría ser un hito que marque el fin de la oleada neofascista o ultraderechista en Europa y, probablemente, también en Latinoamérica. Lo ocurrido el jueves 4 de julio pasado en las islas británicas y este domingo en Francia son pésimas noticias para los fascistas de esta parte del mundo, comenzando por la Argentina cuyo esperpéntico Presidente no ha hecho otra cosa que hundir en la miseria a la enorme mayoría de la población, derrumbar todos los indicadores de actividad económica, pelearse con medio mundo y desairar al resto, mientras se arrastra por las cloacas de la política mundial para mostrar su indigna sumisión ante los dictados de Washington y Tel Aviv. En un par de días el contexto de la política internacional ha cambiado significativamente y el pendenciero bufón del imperio comienza a sentir el lóbrego frío de la soledad.
Sería arriesgado suponer que la notable reacción francesa se reproduciría también en estos lares. Pero es un antecedente de peso que no puede ser soslayado porque demuestra que si se rompe el blindaje reaccionario erigido por los medios de comunicación hegemónicos y la voz de alerta llega a amplios segmentos de una población en muchos casos muy despolitizada se pueden obtener resultados muy alentadores. Ilustra lo anterior el impacto de la llamada hecha por Kylian Mbappé, ídolo deportivo y capitán de la Selección francesa de fútbol, cuando declaró que “No podemos dejar el país en las manos de esa gente” (refiriéndose a los neofascistas). Allí donde los políticos tropezaron con muchos obstáculos para hacer llegar un mensaje claro sobre la necesidad de detener la ofensiva derechista lo logró con holgura una gran figura deportiva, y los resultados están a la vista.
Para concluir: la elección francesa demuestra también otra verdad reiterada hasta el cansancio en los últimos tiempos pero no siempre reconocida por la dirigencia del campo progresista: no existe la ancha avenida del centro. Es una desafortunada ilusión, madre de tantas derrotas. Se gana con un programa claro y explícito de izquierdas, como en México, en el Reino Unido y ahora en Francia, o triunfan los sórdidos emisarios del pasado, de la reacción, de la dictadura, como los Milei, los Bolsonaro y tantos otros.
El progresismo y el campo nacional-popular están ante un dilema existencial: o se radicalizan por izquierda o su gravitación electoral irá languideciendo como el PRI en México y, si bien de un modo un tanto más moderado, el Partido del Congreso en la India.
Qué es el Nuevo Frente Popular de izquierda y cómo logró imponerse frente a la extrema derecha en las elecciones parlamentarias de Francia
BBC MUNDO /
El Nuevo Frente Popular apareció apenas unos días después de que Macron anunciara el adelanto de elecciones.
A pesar de sus marcadas diferencias en varios temas y que el enfrentamiento entre las personalidades políticas que lo lideran son constantes y públicas, los partidos decidieron aliarse en esta coalición de socialistas, comunistas, ecologistas y radicales de izquierda.
Además, en tiempo récord tuvieron escrito un programa común. Ya en la primera vuelta del domingo 30 de junio, el Nuevo Frente obtuvo buenos resultados y quedó en segundo lugar por detrás del partido de Le Pen.
Ahora, el llamado “cordón sanitario” que la izquierda y los moderados macronistas impusieron para frenar a la extrema derecha, apuntaló estos buenos resultados.
Para esta segunda vuelta, se articuló lo que se conoce como el “frente republicano” coalición que los partidos más tradicionales hacen para bloquear a la extrema derecha.
Así que no solo se trata de que crearan el bloque del Nuevo Frente Popular, sino que pactaron candidaturas unitarias y retiraron a varios candidatos de centro y de izquierda a fin de unificar el voto en todas las circunscripciones de Francia.
De esta manera, en muchas de las circunscripciones donde había tres candidatos (uno perteneciente a la extrema derecha y dos al bando contrario), sólo quedaron dos. Así no se dispersaron los votos.
Marine Le Pen ha condenado estos acuerdos, atribuyéndolo a quienes “quieren conservar el poder contra la voluntad del pueblo”. Una táctica que, por lo demás, no es nueva.
En el pasado, ha sido una de las armas políticas más exitosas para frenar las aspiraciones de la extrema derecha.
“En 2002, cuando Jean Marie Le Pen (padre de Marine Le Pen) llegó a la segunda vuelta de las presidenciales contra Jacques Chirac (centro derecha), muchas personas de izquierda votaron por Chirac aunque no estaban de acuerdo con él”, dijo Jean-Yves Camus a la periodista de BBC Mundo Fernanda Paúl.
“No querían sus políticas pero aun así consideraban que era una mejor alternativa que Le Pen. Y Chirac ganó con el 82 % de los votos”, agregó.
Incertidumbre
El NFP ha prometido derogar las reformas de pensiones e inmigración aprobadas por el gobierno actual, crear una agencia de rescate para inmigrantes indocumentados y facilitar las solicitudes de visa.
También quiere poner límites a los precios de los productos básicos para combatir la crisis del costo de vida y aumentar el salario mínimo.
Además, quieren mayor inversión en energía verde. Pero todavía no está claro lo que pueda ocurrir en Francia durante las próximas semanas.
Aunque los resultados son buenos para el Nuevo Frente Popular, no obtuvieron mayoría absoluta. Es decir, 289 escaños de los 577 del parlamento. Por lo tanto, se dificulta la elección de un primer ministro que esté al frente del Gobierno.
Por lo tanto, la elección del Primer ministro no será sencilla. Además, el sector más a la izquierda ya anunció que no contará con la agrupación de Macron para formar gobierno.
“El presidente debe convocar al Nuevo Frente Popular para que gobierne”, dijo el líder de la Francia Insuminsa Jean-Luc Mélenchon a sus seguidores, insistiendo en que Macron tenía que reconocer que él y su coalición habían perdido.
Por su parte, Macron dijo desde antes de la segunda vuelta que no aceptará que Melenchon sea Primer ministro.
Francia podría tener ahora una Administración donde reine la cohabitación, es decir, cuando un Presidente (en este caso, Macron) es de un color político distinto al del Gobierno. Esto ya ocurrió entre 1997 y 2002, por ejemplo, con Jacques Chirac como presidente y el socialista Lionel Jospin como primer ministro.
A Mélenchon se le reconoce como un gran orador, pero su discurso también ha sido criticado por coincidir con algunas de las ideas de la derecha, como la de que Francia abandone la Unión Europea.