POR GERARDO SZALKOWICZ /
La Vicepresidenta electa, revolucionó la política colombiana y marcó el pulso de unas elecciones que abrieron paso al primer gobierno progresista de su historia. Charla a fondo de Tiempo Argentino con la lideresa social y ambientalista. Cuáles serán los tres primeros desafíos como gobierno.
Hacía rato largo que en la política latinoamericana no irrumpía una figura que trastocara por completo la geometría del poder y su hegemonía de clase como sucede con Francia Márquez Mina. Mujer, negra, empobrecida, desplazada, subalterna, lideresa social, ambientalista y feminista, será la primera vicepresidenta afro en la era que nace en Colombia tras romper con 214 años de gobiernos de derecha.
“Soy porque somos” se llama su movimiento, traducción del concepto africano ubuntu que Francia desmenuza: “Es la filosofía que nos enseña a no pensarnos individualmente, que yo soy porque tú eres, que nosotros somos si la naturaleza es; es la apuesta a resignificar el valor de la vida, tan fracturada en nuestro país, siempre desde la construcción colectiva”. Y en esa cosmovisión comunal se trasluce el carácter disruptivo y simbólico de su liderazgo: en sus espaldas retumban gritos de sus antepasados esclavizados, las demandas de las comunidades excluidas, los sueños de “los nadies y las nadies de Colombia”.
Francia nació en 1981 en La Toma, un poblado del departamento del Cauca. Hija de madre partera y padre agrominero, a los 13 años empezó a trabajar como minera artesanal y a los 16 fue madre por primera vez. Un año antes se había incorporado a la lucha de su comunidad contra un megaproyecto de desviación del río Ovejas, punto de partida para lo que sería un largo activismo ambiental contra la minería ilegal y el despojo, por lo que recibió el premio Goldman en 2018.
En el medio, sufrió el desplazamiento forzado por las amenazas de los paramilitares, se recibió de abogada mientras trabajaba como empleada doméstica, perdió a su compañero y sobrevivió a un atentado. “Quiero ser presidenta”, escribió en sus redes en 2019 y casi nadie la tomó en serio, hasta que en marzo último sacó casi 800 mil votos en las primarias y Gustavo Petro la nombró compañera de fórmula.
Días después de unas elecciones históricas, Francia nos recibe y encandila con su sencillez mientras cae la noche siempre cálida de Cali. Arropada en uno de sus típicos trajes coloridos y con la sonrisa amable intentando ganarle al indisimulable cansancio, la próxima vice de Colombia se sienta, se descalza y echa a rodar su oratoria cautivante.
“Si llegar no fue nada fácil, gobernar será mucho más difícil”
–¿Cuáles son los principales desafíos que tendrán como gobierno, los temas más urgentes a resolver?
-Si el camino para llegar no fue nada fácil, ser gobierno será mucho más difícil, sobre todo porque nos planteamos transformaciones estructurales. El primer desafío es continuar los esfuerzos para lograr la paz, reconociendo que muchos territorios, muchas comunidades, siguen viviendo en medio del conflicto armado y la violencia. La paz significa garantías de derechos y oportunidades y, sobre todo, un camino hacia la reconciliación nacional. Segundo, el tema de la justicia social. Somos uno de los países con mayor inequidad y desigualdad del planeta: debe ser una prioridad erradicar el hambre. Y tercero, la crisis ambiental, transitar de la economía extractivista hacia una economía sustentable, poner la naturaleza en el centro. Es un proyecto a largo plazo; 500 años de exclusión, de marginalidad, y más de 60 años de conflicto armado no se transforman en cuatro años. Vamos a colocar las bases para unas transformaciones estructurales que van más allá de un período de gobierno.
-¿Qué significado tiene tu llegada al poder político?
–Nuestra sola presencia ya es un rompimiento con la hegemonía política. Este país ha sido gobernado por gente de élite, privilegiada, que jamás creyó que una mujer como yo pudiera ocupar este lugar. Una mujer negra, empobrecida, racializada, víctima del conflicto armado y que ha resistido a toda la política de la muerte. Este logro es un acumulado de muchas luchas, de muchísimas personas que murieron peleando, varias generaciones que debieron padecer la violencia. Es la continuidad de un proceso que lleva más de 500 años. Soy parte de esa historia de resistencia que empezó con mis ancestros traídos en condición de esclavitud.
–Teniendo en cuenta de dónde venís y a quiénes representás, ¿cuál va a ser tu rol?
–Mi lucha social va a seguir. La Vicepresidencia no es un fin, es un medio, el fin es lograr la paz, es lograr la dignidad, es lograr poner la vida en el centro. Mi papel será acompañar para cerrar las brechas de inequidad que viven los sectores excluidos: mujeres, jóvenes, comunidades diversas, pueblos étnicos, indígenas, afrodescendientes, raizales, las regiones olvidadas. Me gustaría también trabajar en los temas de paz y medioambiente, pues eso es lo que he hecho, toda la vida me he enfrentado a la guerra y he defendido la naturaleza en los territorios. Soy una mujer de la lucha social, no soy una mujer de oficina, espero estar con la gente construyendo desde las regiones, desde las periferias. El presidente ha decidido que le acompañe en otras tareas, como la creación del Ministerio de la Igualdad, que buscará atender a estos sectores y territorios excluidos, donde el Estado nunca ha hecho presencia.
–El cambio de época que vive Colombia despertó una gran expectativa en América Latina. ¿Cómo ves el escenario en la región y qué iniciativas se deberían impulsar?
–América Latina es una de las regiones más empobrecidas. La crisis del Covid, que evidenció las desigualdades, nos obliga a articularnos en un bloque común para fortalecer la economía de la región, sin mirar tanto los lugares ideológicos de cada uno. Una economía social, que dignifique la vida de la gente. En segundo lugar, América Latina tiene el 40% de la biodiversidad del planeta, eso nos convoca a asumir juntos un proyecto desde los distintos gobiernos para enfrentar la crisis ambiental. Y eso pasa por un tránsito de la economía extractivista hacia una economía sustentable. Tercero: el tema de la paz pasa por resolver el tema de las drogas en Colombia y en la región. La legalización de la hoja de la coca y de la marihuana es un camino que deberíamos tejer como región. Bolivia ha avanzado un poco, Uruguay también, pero falta el avance como región en una política de drogas distinta a la política criminal que hemos tenido, una política que atienda el consumo como un problema de salud y además genere una economía para el campesinado. Y otro tema importante es el racismo. América Latina tiene 200 millones de afrodescendientes, personas que no viven en dignidad, que no tienen garantías de derechos. Después de 213 años soy la primera mujer negra vicepresidenta de este país y la segunda de América Latina. Hay un desafío frente al racismo estructural: la garantía plena de la participación política de los pueblos étnicos, indígenas y negros.
–Colombia siempre esquivó los procesos de integración latinoamericana, priorizando la subordinación a EE.UU. ¿Cómo será el vínculo con la región y con el Norte?
–Hay que mantener las relaciones con todos los países latinoamericanos, incluso con EE.UU. Hay que mantener relaciones diplomáticas, de respeto mutuo. Colocarnos en una confrontación no es posible. Es necesario avanzar con EE.UU. en tener una relación frente a la crisis ambiental.
–En los últimos años hubo un gran avance de los feminismos latinoamericanos, de las luchas de las mujeres y las disidencias. Tu figura despertó un gran entusiasmo. ¿Qué les podés aportar?
–La lucha desde el feminismo tradicional es como desde una visión eurocéntrica, y nosotras pensamos desde un feminismo comunitario, un feminismo negro. Las mujeres blancas luchan para no ser violentadas, a las negras nos toca luchar por no ser violentadas como mujeres, por no ser violentadas por ser negras y por ser mujeres empobrecidas. Entonces, la interseccionalidad de raza, clase y género es muy necesaria. Fui a Argentina cuando estaba en campaña y del gobierno no me pararon bola, no me atendieron, me miraron como un bicho raro. El racismo también atraviesa al progresismo y a la izquierda.
–Desde ese lugar del feminismo negro, comunitario, ¿qué mensaje les darías a los feminismos latinoamericanos?
–Que no es suficiente ser feminista si no se es anticapitalista, si no se es antirracista, si no se es anticolonial. Hay que construir con sororidad real, construir con los hombres también, porque nosotras solas no vamos a derrocar al machismo y al patriarcado. Si los hombres no se replantean sus mandatos de masculinidad, difícilmente vamos a poder avanzar.
–En campaña levantaron la consigna del “vivir sabroso”, que la derecha manipuló y denostó. ¿Cuál es el significado de esa idea-fuerza?
–Cada quien le da la interpretación que quiere. Para nosotros, vivir sabroso significa vivir sin miedo, andar tranquilos, la generosidad al interior de nuestras comunidades, la solidaridad, la dignidad. Es una apuesta de vida, de vivir en relación con la naturaleza.
–¿Cuáles son tus referentes? ¿En qué figuras te inspirás?
–Mi abuela, mi mamá, mis hermanas, las mujeres de mi comunidad. A nivel global, Aurora Vergara Figueroa, Angela Davis; en el arte y la cultura, Susana Baca, Nidia Góngora, Mercedes Sosa, Zully Murillo… todas unas berracas.
–¿Cómo definirías tu concepción político-ideológica?
–Me considero anticapitalista, aunque sé que nos hemos servido del capitalismo y como humanidad hemos generado una dependencia de este sistema. Sin embargo, no quiere decir que no lo cuestionemos: este sistema ha llevado al planeta a una crisis económica, humana y ambiental. Nos toca replantear este modelo de desarrollo y de vida.
Tiempo Argentino, Buenos Aires.
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