MARINO CANIZALES PALTA*
El acontecimiento político más importante en la pasada campaña electoral que culminó el 13 de marzo lo constituye, sin lugar a dudas, la consolidación de Francia Márquez como personalidad política nacional. Líder del movimiento social y político “Soy porque Somos”, logró la tercera votación en una contienda política nacional fijada para elegir los nuevos congresistas, en la que participaron también, haciendo uso del mecanismo de la consulta, varias coaliciones electorales con el fin de definir sus candidaturas a la presidencia y vicepresidencia de la República. En este proceso político, Gustavo Petro por el Pacto Histórico, logró la nominación para ser candidato a la Presidencia de la República, y ella, la candidatura para ser su Vicepresidenta. Sin dejar de mencionar, que un figurón de los evangélicos, Alfredo Saade, dentro del mismo pacto y consulta, obtuvo irrisorios 23 mil votos como abanderado del “aborto cero”, divisa ésta pactada en forma penosa por el líder del partido Colombia Humana.
El citado suceso tiene de cama tanto a las clases dominantes y su régimen político, como al establecimiento: que una mujer de origen campesino, negra, plebeya, eco-feminista y clasista aspire a la Vicepresidencia de la Republica por la citada coalición electoral, les parece intolerable. Las derechas, revolcándose en el lodo de sus propios crímenes y odios racistas, se preguntan iracundas: “¿Y ésta, cómo se salvó?” “¿Qué pasó, que no pudieron cooptarla?”, “¿Una exempleada doméstica en la Casa de Nariño?
Pero, los hechos son tozudos. Esta remota y humilde mujer de origen campesino, se convirtió en símbolo nacional e internacional porque ha hecho suyas las luchas de los oprimidos y explotados, de los negros raizales, cimarrones y palenqueros, de los pueblos originarios y los campesinos pobres, de los/las trabajadores formales e informales, de las mujeres tratadas como minoría nacional y sin derechos, criminalizadas y perseguidas por reclamar el respeto y garantías de sus derechos de género, de la comunidad LGTBQ+, de las/los jóvenes empobrecidos y sin futuro de las ciudades y el campo, de aquellas multitudes que hicieron oír su voz y sentir su ira durante el estallido social del 28 de abril de 2021, de aquella juventud desafiante y lúcida que marchó e hizo escuchar sus clamores y demandas en “la primera línea”.
Nada humano de la condición social del débil, oprimido y racializado, le es ajeno. Su espíritu revolucionario ha acogido y hecho suyas las luchas de las/los nadies y las/los “igualaos” contra la crisis humanitaria generada por la violencia y la miseria que carcomen al país nacional y profundo. Su dimensión política como mujer rebelde, vocera de los de abajo, se hizo y se afirmó en los procesos sociales horizontales y transversales que se dieron y se siguen dando en las comunas y barrios de las ciudades, en los socavones de las minas, en los recodos y riberas de los ríos, en las parcelas y territorios de los indios, los negros y los campesinos pobres, en las movilizaciones contra la minería ilegal y la minería inconstitucional, en las jornadas contra el racismo institucional y difuso, en los paros y protestas contra la destrucción del medio ambiente, en las ollas comunitarias de la “primera línea”, en la “marcha de los turbantes” por su río Ovejas y su territorio ancestral en el Norte del Cauca, en su lucha por la vida y el buen vivir.
Si la calle, la plaza pública y los campos han sido su elemento, su lengua es la lengua de los derechos humanos como fundamento de su personalidad política que ha legitimado sus acciones e ideas en favor de los desposeídos. Así lo han demostrado con creces las distinciones internacionales que le han sido otorgadas: Premio Nacional a la Defensa de los Derechos Humanos en Colombia, categoría “Defensora del año” (2015); “Goldman Environmental Prize” (Nobel del medio ambiente, 2018); “Premio Joan Alsina de Derechos Humanos (2019)” y “Top 100 de mujeres influyentes de 2019 de la BBC”.
Sus luchas y las de los suyos – las comunidades afrodescendientes, los pueblos originarios y los campesinos pobres– y las de quienes la respaldan y reconocen, no es retórica ni propicia pactos por arriba. Le ha visto el rostro a la muerte y, sin embargo, no ha sido seducida por los encantos siniestros de su cabeza de medusa. Porque ha visto la muerte, lucha por la vida con métodos democráticos y sin ninguna clase de simulación. Nadie le ha regalado nada en una sociedad machista en la que un expresidente y mandarín del Partido Liberal, usando un lenguaje patriarcal, la tilda de “grosera” por recordarle sus decisiones y ejecutorias clientelistas y neoliberales. En un país de masacres, crímenes de guerra y de lesa humanidad, lucha por la vida y el buen vivir. Ante los estragos producidos por la barbarie capitalista imperante, plantea la construcción de un país distinto y una nueva República Democrática de las/los de abajo. Como mujer colectiva, de ellas como fuente vida, con la mirada firme y voz segura, opone la ira razonada de la resistencia ambiental eco-feminista contra un régimen político racista, sexista y homofóbico.
Su humildad compleja, su conocimiento y compromiso con la Colombia profunda y plebeya de la cual procede, le han permitido ejercer la exquisita arrogancia de quien se siente segura de defender y promover ideas y demandas de carácter emancipatorio y sentido de humanidad. Las reivindicaciones y propuestas democráticas que ventila como líder de “Soy porque Somos”, están inscritas en una perspectiva anticapitalista y socialista contrarias al modelo económico neoliberal y extractivista que rige en nuestro país y en la patria grande de América Latina: “Otra sociedad es posible –afirma sin ambages-, distinta a ésta de barbarie y muerte, donde la dignidad sea costumbre”, como expresión de una relación social de igualdad, reconocimiento y mejor calidad de vida. Son estas dinámicas y sus convicciones políticas las que explican que Francia Márquez se haya convertido en una dirigente revolucionaria en ascenso y de gran arraigo popular.
Francia Márquez en el Pacto Histórico
Por eso, su entrada al Pacto Histórico fue una bocanada de aire fresco para esta coalición electoral que se venía caracterizando desde adentro como una alianza política sin clases sociales, debido a su abigarrada composición interna. Ambos ganaron. Pero ella significó un punto de inflexión dentro del citado Pacto, pues su llegada generó una nueva situación política en su interior por sus posturas de carácter clasista y haber puesto en primer plano tanto el asunto del racismo, tema tabú, como su concepción de la lucha por la igualdad más allá de los estrechos linderos de la democracia formal. Su presencia en la contienda electoral por la Presidencia y la Vicepresidencia de la República, en fórmula con Gustavo Petro, insufló un nuevo aire y generó un nuevo clima moral y político frente a la crisis del régimen político comandado Iván Duque y su partido el Centro Democrático. Sus posturas clasistas en defensa de los de abajo y sus invectivas contra el racismo y sus diferentes rostros, en contra del modelo de acumulación capitalista neoliberal, no bien acogidas por algunos de sus miembros, configuraron, sin embargo, un intento brillante de refundar la política recuperando a la vez la importancia que tiene para los y las trabajadores el método de la lucha de clases.
Su concepción de la política articulada a dicho método, la ha resignificado como el escenario por excelencia para tramitar y resolver, en forma independiente y con claridad de propósitos, los conflictos y tensiones que se generan dentro de la relación capital-trabajo, es decir, entre patronos y trabajadores, entre un capitalismo racista, homofóbico y machista y las clases trabajadoras que padecen su despotismo y la esclavitud del trabajo asalariado. Sabe que allí, en un contexto de relación de fuerzas, es donde los oprimidos y explotados se hacen fuertes cuando actúan con independencia y ventilan con voz propia y claridad en los principios, sus reivindicaciones y demandas políticas, incluido su acceso al poder. Sabe también, con gran criterio realista, que la derecha, para que no haya lucha de clases, mata al niño en la cuna, utilizando el terror y la guerra sucia cuando lo considera necesario, con el propósito de recortar o anular toda legalidad a fin de que aquella no tenga lugar, o la presenta como el campo del odio para desacreditarla. Las fuerzas sociales y políticas en el poder saben que los explotados y oprimidos necesitan de la legalidad para hacerse oír y avanzar en el logro de sus pretensiones, y que el terror paraliza y dispersa.
Sin embargo, dejando de lado cualquier fatalismo que pueda derivarse de la tensión antes descrita, no hay que olvidar que ese es el ámbito de la política en una sociedad de clases, dentro del cual se resuelven los conflictos sociales y las luchas por el poder y la gobernabilidad. Al respecto, también es preciso recordar que la votación lograda por el Pacto Histórico, en particular por Francia Márquez en las pasadas elecciones del 13 de marzo, significó una contundente derrota para el embuste del “centrismo”. Ante la bancarrota del gobierno de Iván Duque y sus aliados, su descrédito dentro y fuera del país, la pérdida de hegemonía del uribismo dentro del bloque clases en el poder, el relanzamiento del paramilitarismo, las masacres, el desmonte de los acuerdos de paz y la profundización del conflicto armado interno, la continuación de las ejecuciones extrajudiciales y los negociados, la clase política y los más de cincuenta precandidatos a la presidencia de la República y sus diferentes coaliciones electorales, jugando a la antipolítica, decidieron cubrirse todos con la alfombra vergonzante del “centrismo”.
Para ayudar a tejer esa alfombra, las oligarquías y sus partidos políticos, el establecimiento y los poderosos medios de comunicación se dieron a la tarea de fabricar un “centro político” como fetiche. Ni de derecha ni de izquierda, fue la consigna, con el único fin de enmascarar una aguda lucha de clases que atraviesa con un hilo rojo toda la sociedad colombiana. Con el agravante de que, mientras se gastaban en forma obscena ingentes sumas de capital para construir ese embeleco, arreciaban la guerra sucia y el paramilitarismo desde arriba, justamente para detener esa lucha de clases.
Al final, como un parto de los montes, surgió un altisonante y grotesco ratón, el tal ‘Fico’ Gutiérrez, quien no ha hecho más que confirmar lo que el susodicho “centro” ha querido ocultar, todo esto en medio del lamentable espectáculo de un Sergio Fajardo, meliflua figura del establecimiento uribista, haciendo agua con sus ballenas en el embalse de Hidrotuango. Gustavo Petro y Francia Márquez, como voceros del Pacto Histórico, con diferentes estilos de hacer la política, cada uno a su manera, levantaron esa alfombra pútrida y mostraron al país los horrores y las imposturas que tapaba.
Ante tales realidades, no había término medio. Después de semejante sainete, finalmente ha quedado claro, ante propios y extraños, que un gobierno del Pacto Histórico dirigido por Gustavo Petro y Francia Márquez, representa y significa un pacto de paz y una apertura democrática, que los Acuerdos de la Habana proyectaron como posibles, pero que el régimen de Iván Duque y sus aliados ahogaron en ríos de sangre mientras llenaban sus arcas con escandalosos latrocinios.
Por un Partido Negro en una “Nación del arco iris”
Ahora bien, ese pacto de paz y apertura democrática tiene muchos enemigos, uno de ellos de larga vigencia, pero difuso: el racismo, sobre el cual está basado de múltiples maneras y expresiones nuestro sistema de vida. No en la forma brutal y policiaca propia del apartheid como sistema y régimen político, pero, sí, con algunos de sus imaginarios y métodos, como viene ocurriendo en el Norte del Cauca y en nuestro gran pacífico, empezando por el Departamento del Chocó. Tampoco con la ferocidad y el desprecio de la reesclavización norteamericana después de la aprobación de la XIII Enmienda y el fin de la guerra civil en 1865, hasta la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley del Derecho al Voto de 1965, pero, sí, con algunos de sus métodos e imaginarios. Así como es casi imposible volver a pensar en la existencia de sociedades fascistas, sí es posible y recurrente ver el uso político y militar de métodos fascistas por regímenes autoritarios. Y así como no hay conquistas sociales y políticas irrevocables, tampoco existen instrumentos de terror y barbarie que no puedan volver a ser reeditados y utilizados por tales regímenes, incluso manteniendo las formas jurídicas del sistema de democracia representativa. Baste recordar “las escuelas” de formación paramilitar en los tiempos de Carlos Castaño y Salvatore Mancuso, denunciadas en su momento por el diario El Tiempo.
Y ello, porque el racismo es una dimensión política y social del régimen capitalista y, como tal, tiene una justificación política. Por eso, decir que “el negro” es una invención política, en modo alguno significa una exageración. Era necesaria para justificar la colonización, la trata de negros y su esclavización, teniendo como condición previa su deshumanización y reducción a cosas. Ya no los ahorcan ni cuelgan de los árboles como “extraños frutos”, como nos lo recuerda Billie Holiday en una de sus canciones. Pero el carácter de esa invención, como mecanismo destructivo de vidas está todavía en marcha, nos dice Luigi Ferrajoli, en su luminoso ensayo Iura Paria. Continúa sustentándose en antropologías de la desigualdad, donde el débil y el diferente son tratados como inferiores, sobre la base de la naturalización social y jurídica de las diferencias para negar su igual valor en la afirmación de la identidad, y despojarlos de su dignidad humana.
Racismo y antropologías de la desigualdad van de la mano y se nutren recíprocamente, compartiendo sus características : el sexismo, el machismo, la discriminación por el color de la piel, la homofobia, el clasismo, la criminalización de la inmigración ilegal y de los desplazados internos, que, en palabras del citado autor, “son exactamente la misma cosa”. “El racismo, consiste esencialmente, nos dice, en un mecanismo político de exclusión: de discriminación y, en última instancia, de negación de la humanidad del otro. En general, por tanto, el racismo es aquello que hace posible la opresión, la discriminación e incluso la supresión de una parte de la humanidad” (1).
La igualdad que promueven Francia Márquez y su movimiento “Soy porque Somos” como derecho fundamental complejo y matriz de otros derechos fundamentales, no se detiene en la igualdad formal, ni se agota en su plana significación liberal, como lo afirmé antes. La suya es también y con gran hondura, la igualdad sustancial: Igualdad jurídica y formal en la universal valoración de las diferencias para la conquista y afirmación de una identidad positiva contra toda discriminación; pero también igualdad social, es decir, el goce y disfrute de derechos sociales en la lucha por superar las desigualdades materiales que vulneran la calidad de vida y las formas de existencia en una sociedad de clases, de explotados y oprimidos, de humillados y ofendidos. Lo que quiere decir, que la igualdad para ser plena, necesita del reconocimiento y garantía de los derechos sociales a la salud, al trabajo, a la educación, a servicios públicos, entre otros. Entendiendo por garantías en la feliz formulación de Luigi Ferrajoli “….las técnicas previstas por el ordenamiento para reducir la distancia estructural entre normatividad y efectividad, y, por tanto, para posibilitar la máxima eficacia de los derechos fundamentales en coherencia con su estipulación constitucional”. (2)
Esta formulación de carácter programático tiene como enemigo y telón de fondo, lo reitero, ese racismo latente y difuso, que por latente y difuso no es menos eficaz. Y ello es tanto o más cierto, si no olvidamos el hecho histórico y social de ser Colombia un país con la tercera población afrodecendiente de América Latina, después de Brasil y Cuba. Dicha realidad plantea el reto de luchar por una “Colombia del arco iris”, multiétnica y pluricultural, como lo proclamó en su momento, con gran visión histórica Nelson Mandela y su partido el Congreso Nacional Africano (CNA) en su lucha contra el apartheid en Sudáfrica. Si Mandela y su partido pudieron, aquí también se puede. Es la hora de construir un “Partido Negro” en Colombia, de base social amplia y sin discriminaciones, que refleje y exprese el rico contenido político de la concepción que sustenta esa bella metáfora. Y esa es la tarea que debe asumir ese “Partido Negro” Si bien, la anotada pretensión tiene consagración normativa en la constitución de 1.991, dista mucho de ser una sólida realidad a nivel nacional por las razones ya referidas antes. La Ley 70 de l993 fue también un avance, pero es eso: un avance, y ninguno los llamados Consejos Comunitarios tiene dimensión nacional ni expresa las necesidades y demandas de la población afrodescendiente en su conjunto. Hace falta un “Partido Negro” como sujeto político colectivo y con vocación de poder. Las dificultades, que no fueron pocas, que tuvo Francia Márquez y “Soy porque Somos” para lograr el aval de un partido político que le permitiera participar en la pasada campaña electoral sin perder su independencia y autonomía, así lo demuestran.
En el ideario de Nelson Mandela, la lucha por la igualdad en la doble dimensión antes descrita, tenía una profunda significación democrático-revolucionaria. Pero, para lograrla necesitó de la existencia de un partido político sustentado en un amplio movimiento de masas, dentro y fuera de Sudáfrica, que derribara el sistema del apartheid. Su derrota y desmonte para construir esa “Nación del arco iris”, multirracial y pluricultural, de blancos y negros, indios y mestizos, se dio en un agudo contexto de lucha de clases, teniendo en cuenta que, quien dice capitalismo, dice también racismo.
Francia Márquez y su movimiento “Soy porque Somos” están inscritos, con mucha lucidez y carácter en la construcción de Colombia como un “País del arco iris”, que, como ya lo afirmé está esbozado en la parte de principios de la Constitución Política de 1.991. Ella también es Nelson Mandela, reconociendo a este último como un “hombre-programa” y un gran referente pedagógico y de cultura política. Ella de forma singular, es igualmente “una mujer programa” sustentada en la concepción de igualdad antes descrita y en el ideario que promueve, y como ya se dijo antes, está inserta como mujer revolucionaria en una perspectiva democrática y anti-capitalista. Para realizar ese ideario necesita de un partido político. Las cosmogonías son necesarias para la afirmación de la identidad, pero no son suficientes para el logro de tales fines.
Al respecto, es importante volver a mirar con espíritu crítico y ambición política, libre de todo dogmatismo, en primer lugar la Carta de la Libertad que fue aprobada como programa del CNA en 1.956, discutida antes en 1.955 en un Congreso convocado por el CNA, el Congreso Hindú Sur-Africano, la Organización de la Gente de Color y el Congreso de Demócratas. Con dicho programa Mandela y el CNA ganaron el poder, derrumbaron el sistema de la apartheid y, después de un proceso constituyente, establecieron un nuevo régimen de democracia representativa sin discriminaciones, no racializada ni sexista, donde 28 millones de africanos negros y 5 millones de africanos blancos pudieron votar conjuntamente y definir la fisonomía institucional de esa nueva República.
Igualmente es necesario estudiar la formación de tradición radical negra que ha sido elaborada para enfrentar ese capitalismo racializado y construir una perspectiva de libertad y emancipación social y política. Es el caso de autores como: Cedric J. Robinson y su monumental libro Marxismo Negro. La formación de la tradición radical negra; Daniel Montañez Pico, autor de Marxismo Negro. Pensamiento descolonizador del caribe anglófono; Manuel Zapa Olivella, autor entre otros los libros, de ¡Levántate Mulato! Por mi raza hablará el espíritu y El hombre colombiano; Luigi Ferrajoli, y su Manifiesto por la igualdad; Carlos Marx y Federico Engels, con el libro La guerra civil en los Estados Unidos, y las memorias de Nelson Mandela, El largo camino hacia la libertad.
Ni que decir tiene el estudio de la experiencia abortada mediante la violencia y el terror, de las Panteras Negras en Norte-América, como también la importante obra de Ángela Davis Democracia de la Abolición. Prisiones, racismo y violenciay su lucha por la abolición del sistema industrial carcelario como expresión de la reesclavización de la población negra y latina, que llena las cárceles de ese país.
Finalmente, no quiero terminar estas notas sin traer a colación el bello poema Rotundamente negra de la poeta afrodescendiente, Shirley Campbell Barr:
Me niego rotundamente
a negar mi voz,
mi sangre
y mi piel
Y me niego rotundamente
a dejar de ser yo
a dejar de sentirme bien
cunado miro mi rostro
en el espejo
con mi boca
rotundamente grande
y mi nariz
rotundamente ancha
y mis dientes
rotundamente blancos
y mi piel
valientemente negra
Y me niego categóricamente a
dejar de hablar mi lengua, mi acento y
mi historia
Y me niego absolutamente
a ser de los que se callan
de los que temen de lo que lloran
Porque me acepto
rotundamente libre
rotundamente negra
rotundamente hermosa.
Referencias
1. Luigi Ferrajoli, Iura Paria. Los fundamentos de la democracia constitucional, Editorial Trotta, Madrid, 2020;
2. Luigi Ferrajoli, Derechos y garantías. La Ley del más débil, Editorial Trota, Madrid, 1999.
*Abogado, Magíster en Filosofía Política, profesor Universidad del Valle.
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