
POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO
Al cumplirse este 9 de abril 77 años del impune asesinato del caudillo popular, Jorge Eliécer Gaitán, -en esta época tan plagada de farsantes y simuladores, simples showmen, que se dicen herederos de su legado, pero que, astutamente, lo único que buscan es complacer a las oligarquías, a las mafias y al imperialismo estadounidense, poniendo en funcionamiento sus empresas electoreras y tratando de ganar el apoyo de las masas mediante la seducción mediática y un sinnúmero de argucias y triquiñuelas, pero renunciando de plano a un auténtico compromiso con los sectores populares y a todo proceso revolucionario-, consideramos pertinente establecer, una clara perspectiva acerca del significado histórico de sus luchas.
Es preciso entonces presentar a las nuevas generaciones una visión aproximada de su indeclinable compromiso con los sectores populares a partir del sentido de las luchas emprendidas por Gaitán contra la oligarquía bipartidista que ha detentado el poder en Colombia desde el régimen colonial-hacendatario heredado de España.
En la famosa “Oración por la paz”, pieza que muestra la mejor oratoria de Gaitán y que fue pronunciada el 7 de febrero de 1948, en la Manifestación del Silencio, en donde una multitud sin precedentes colmó la Plaza de Bolívar de Bogotá enarbolando banderas enlutadas, en protesta por los cotidianos asesinatos propiciados por los agentes del Estado durante el Gobierno dictatorial del mandatario conservador Mariano Ospina Pérez, y en medio de un silencio sepulcral, el líder popular elevó su indignada voz para señalar los crímenes oficiales y para advertir que el pueblo “podría reaccionar bajo el estímulo de la legítima defensa”. Un mes después, el 9 de abril de 1948, Gaitán caía asesinado en Bogotá.
Durante este largo período de incesante violencia, de desangre, criminalización de las protestas ciudadanas por parte del decadente bipartidismo liberal-conservador, silenciamiento de toda oposición como el magnicidio del partido Unión Patriótica y tergiversación de los hechos históricos por parte de los detentadores del poder, que ha caracterizado todo el devenir histórico de Colombia, después del asesinato de Gaitán, la propuesta utópica y el contenido humanístico y político presente en su “Oración por la paz”, ha tenido permanente vigencia en este país, y cobra aun mayor sentido y proyección, bajo las actuales condiciones políticas y sociales que vivimos.
En una de sus columnas periodísticas, Alfredo Molano Bravo (1944-2019), reseñaba que Gaitán “había logrado penetrar el oscuro cuerpo del poder político, conocer los hilos del poder económico y palpar la diabólica arrogancia de la oligarquía. Tocó su nervio: sabía que él sería de los primeros en caer y que tras él vendría el resto: una multitud que no acaba de pasar. Desde su vehemente denuncia de los crímenes de las bananeras —donde descubrió que los generales usan ante todo las rodillas— hasta sus luchas en el Tequendama y en Chaparral, Gaitán martilló la inaplazable y urgente reforma del régimen de tenencia de la tierra. López Pumarejo había abierto las esclusas al gran tropel con la función social de la propiedad, Gaitán sacó la fórmula del papel y la sembró en las tierras de Sumapaz, Fusagasugá, Natagaima, Puerto Wilches. Lo mataron”.
“La gente se levantó, se armó, gritó y la mataron. Huyó, se armó y la mataron. Y la matan huyendo, escondida, en la calle gritando, en la casa durmiendo. La matan, la matan, y todo sigue igual. Han rutinizado a tal punto el asesinato que lo trivializaron, vulgarizaron y en esa pila de cadáveres han hecho una trinchera para seguir disparando. Se han ensañado con la gente que grita o que puede gritar o que no grita y calla. Los fusiles y las motosierras son implacables”.

En Colombia, se mata, concluye Molano, “argumentando una ley que no se aplica. O que se aplica en la forma que conviene a los asesinos. Gaitán lo vio venir. Quiso evitarle al país miles, quizás ya, como en la España del 39, un millón de muertos. Los contables del régimen no suman, siempre restan. Y borran. Como borran los historiadores oficiales. Es su oficio. Para eso les pagan”.