Geopolítica en el sudeste asiático: implicaciones del gobierno militar tambaleante de Myanmar

Tres años después del golpe de Estado: las grietas en el Ejército y el drama que no termina.

POR MORTEN HAMMEKEN /

Tres años después de que un golpe de Estado restableciera el gobierno militar en Birmania, denominada oficialmente República de la Unión de Myanmar, los rebeldes armados están a la ofensiva. La guerra civil del país se describe a menudo en términos de lucha étnica, pero las fuerzas de la oposición son las únicas que mantienen la esperanza de una democracia inclusiva.

Los militares se hicieron con el poder y controlan el país con mano de hierro. Están respaldados por una superpotencia que se beneficia de una junta militar amistosa, que prioriza la estabilidad y el comercio sobre los derechos humanos o la democracia.

Es una historia conocida. A primera vista, la situación política de Myanmar podría compararse fácilmente con la de Egipto (con el apoyo de Estados Unidos), Bielorrusia (con el de Rusia) o Siria (con el de Irán). Pero mientras la lucha por la libertad y la autodeterminación nacional parece estancada en muchos casos en todo el mundo, en Myanmar se está produciendo un cambio. Aquí, los rebeldes siguen luchando contra el Tatmadaw, la infame junta militar del país cuya pretensión de poder está respaldada por China. En octubre de 2023, los rebeldes lanzaron una gran ofensiva, conocida como Operación 1027, que está llevando al límite al gobierno militar.

Entonces, ¿qué hay de diferente en Myanmar? “Los rebeldes fueron desgastando poco a poco a los militares desde que comenzaron los combates”, explica el activista prodemocrático Michael Sladnick, que se encuentra actualmente en Myanmar. Empezó a hacer trabajo solidario, donó dinero a grupos de resistencia y aprendió birmano mientras hablaba por Internet con grupos rebeldes. Dejó las comodidades de Chicago y se trasladó a las tierras fronterizas entre Tailandia y Birmania en julio de 2023. Ahora trabaja con personas de distintas facciones rebeldes unidas por el objetivo de acabar con la dictadura.

Según Sladnick, los militares sufrieron pérdidas devastadoras. Una estrategia paciente, de muerte por mil cortes, está agotando sus fuerzas y explica el éxito actual de la resistencia.

 

Myanmar en el mapa.

“Las pérdidas militares se cuentan por decenas de miles. Nuestras estimaciones cifran en cincuenta mil los soldados del régimen muertos, pero la cifra real podría ser aún mayor. La junta simplemente está intentando controlar una zona demasiado grande para su capacidad y le está resultando difícil reclutar nuevos soldados. El Tatmadaw perdió varias bases en la frontera con Tailandia, donde la Unión Nacional Karen (KNU) está ganando fuerza. Hace sólo unas semanas, Myawaddy, no lejos de aquí, fue asediada”, dice Sladnick, que actualmente se encuentra en un pueblo no revelado cerca de la frontera tailandesa.

Los militares, los Tres hermanos y la revolución

Desde febrero de 2021, Myanmar está gobernado por el general Min Aung Hliang, autoproclamado Primer ministro. Antes del golpe, comandaba la junta del Tatmadaw, que controla Myanmar desde el golpe de 1962, que siguió a la independencia del dominio colonial británico en 1948.

En el siglo XX, los comunistas (dominados por la etnia bamar) y las organizaciones armadas étnicas lucharon contra la dictadura militar, a menudo enfrentados entre sí. La resistencia comunista resistió al Tatmadaw hasta 1989, antes de implosionar. En este sentido, la insurgencia actual no empezó en 2021, sino que es la culminación de una lucha clandestina de décadas por la democracia.

Un breve intento de democratización produjo un nuevo gobierno entre 2016 y 2021, dirigido por la liberal Liga Nacional para la Democracia. Pero los militares nunca abandonaron el poder. La Constitución democrática de 2008 seguía reservando al Tatmadaw el 25 % de los escaños parlamentarios, suficiente para vetar cambios constitucionales.

Los militares siguieron siendo un Estado dentro del Estado, sin ningún tipo de supervisión por parte del gobierno civil, conservando amplios poderes sobre el sector educativo y los funcionarios públicos, y un monopolio sobre los asuntos de “seguridad nacional”. Esto también les proporcionó poderes de emergencia para derrocar incluso al limitado gobierno electo, prerrogativa que ejercieron el 1 de febrero de 2021. Como muestra del control de la Junta sobre el sistema judicial, en diciembre de 2022, la ex dirigente electa de Myanmar, Aung San Suu Kyi, fue condenada a veintisiete años de prisión por cargos de corrupción inventados.

La chispa que encendió la Primavera Árabe suele remontarse a diciembre de 2010, cuando el vendedor ambulante tunecino Mohammed Bouazizi se prendió fuego para protestar por la confiscación de su puesto de verduras. En Myanmar se produjo una historia similar cuando el régimen cometió una masacre a mediados de marzo de 2021, asesinando a decenas de mujeres líderes sindicales en Hlaingthaya, el distrito fabril de Yangón, la mayor ciudad del país. Esto provocó un estallido de ira sin precedentes en el campo, donde aún vive la mayoría de la población: por primera vez, la población rural se levantó en apoyo de los trabajadores de Yangón. Esto constituyó la base de un levantamiento popular, lo que también ayuda a explicar la intensidad de los enfrentamientos.

Un pelotón de rebeldes prodemocráticos de Myanmar se prepara para atacar una base militar en el estado septentrional de Shan, el 10 de diciembre de 2023.

“Cientos de miles de trabajadores salieron de las ciudades y regresaron a sus aldeas natales para organizar allí la revolución”, explica Sladnick.  Y agrega: “Cuando el régimen intentó reproducir las tácticas de represión que habían funcionado anteriormente en las ciudades, las masas empezaron inmediatamente a tomar las armas y a contraatacar. En el centro del país surgió una nueva generación que apoya directamente a las Fuerzas de Defensa del Pueblo (PDF, por sus siglas en inglés)”.

Tres de los mayores grupos organizados de resistencia unieron sus fuerzas y formaron la Alianza de las Tres Hermandades. Se componen de grandes grupos rebeldes más centralizados entre un mosaico de fuerzas autónomas locales. Su poder es mayor en la región oriental del estado de Shan, donde la junta también debe enfrentarse tanto a las fuerzas rebeldes como a los poderosos cárteles de la droga. La ONU calcula que el 25 % del opio del mundo se produce en Myanmar y el que el 80% de esa cifra procede del Triángulo de Oro, en el estado oriental de Shan.

En el estado de Shan también se encuentran el Ejército de la Alianza Democrática Nacional de Myanmar y el Ejército de Liberación Nacional Ta’ang, dos de los tres “hermanos” que luchan por derrocar a la Junta. Otras milicias de etnia Shan, apoyadas anteriormente por China y Tailandia, dibujan un panorama aún más borroso de luchas internas por el poder y un laberinto de facciones diferentes. Cuando el tercer hermano, el Ejército de Arakan, lanzó una insurgencia en el estado de Rakhine en 2019, el gobierno democráticamente elegido de Aung San Suu Kyi intentó inicialmente apaciguar a los militares poniéndose de su lado en contra de las demandas de las organizaciones étnicas armadas. Errores pasados como estos siguen tensando la relación entre los Hermanos y las fuerzas del Gobierno de Unidad Nacional en la PDF. Pero, por ahora, permanecen unidos contra el general Min Aung Hlaing.

En Sagaing, al otro lado del país y en la frontera con India, la lucha adquirió un carácter diferente. Aquí, Sladnick ve un movimiento que recuerda más a una revolución de masas apoyada por el Gobierno de Unidad Nacional en el exilio y su brazo armado. Dice Sladnick:

“Las Fuerzas de Defensa Popular de Sagaing cuentan con un apoyo universal. La clase obrera urbana de Myanmar creció mucho en la década de 2010, pero procede de la masa rural de la población. Proporcionan gran parte de la financiación a los grupos de las PDF enviando dinero a sus aldeas. La insurrección en el campo, que comenzó en 2021, fue provocada por la ira ante la masacre de mujeres que lideraban protestas en las fábricas textiles de Yangon”.

Miembros del Ejército de la Alianza Democrática Nacional de Myanmar posan con la bandera del grupo frente al puente Kunlong en el estado de Shan.

Los militares solían reprimir la disidencia mediante expediciones punitivas, con aldeas enteras quemadas hasta los cimientos. Entre las masacres más brutales figuran las represalias del Tatmadaw en cientos de pueblos como Let Yet Kone y Tar Taing, que fueron arrasados. Se estima que al menos seis mil civiles —160 de ellos niños— fueron asesinados por la junta sólo en 2022, con millones de desplazados desde el golpe de 2021.

Esto se suma a los millones de personas ya desplazadas por la guerra que el ejército libra desde hace décadas contra las minorías étnicas y religiosas, que culminó en el genocidio rohingya de la década de 2010. Pero el Ejército se desgastó hasta el punto de que las milicias locales de las PDF pudieron hacerse con el control de pequeñas ciudades prácticamente sin oposición.

Como el Myanmar actual contiene una gran variedad de etnias, muchos observadores extranjeros se apresuraron a calificar la insurgencia en curso de “motivación étnica”. Dos tercios de los cincuenta y cinco millones de habitantes del país son de ascendencia bamar, mientras que los shan (9 %), los karen (7 %) y los rakhine (4 %) constituyen minorías significativas. A esta impresión de “crisol de razas” se suman los descendientes de chinos e indios, los mon del sur y los rohingya, duramente perseguidos. Pero enmarcar el conflicto en una motivación étnica es demasiado simple, explica Sladnick.

“En los medios de comunicación occidentales, las cosas se reducen rápidamente a luchas por motivos étnicos. Esto pasa por alto el hecho de que todas las grandes facciones rebeldes declararon que su ofensiva forma parte de una Revolución de Primavera unida. El denominador común es el acuerdo en que el régimen debe ser arrancado de raíz en favor de una democracia federal. Esta es la visión compartida del movimiento que está ganando tracción y extendiéndose desde el estado de Shan al resto de Myanmar, incluido el valle de Birmania, dominado por los bamar, en el centro del país”.

Las protestas empezaron a extenderse incluso a los campos de refugiados rohingya, lo que llevó a la Junta a atacar específicamente a los activistas musulmanes durante sus sangrientas represiones en las ciudades. Este enfoque de “divide y vencerás” fue respondido por enormes multitudes de todos los orígenes, que asistieron a sus funerales en muestras de solidaridad.

Un miembro del Ejército de Liberación Nacional de Taang, grupo étnico rebelde, patrulla cerca del municipio de Namhsan en el estado de Shan, en el norte de Myanmar.

La sombra de China

El hecho de que la Junta, profundamente impopular, haya podido mantenerse en el poder durante tres años se debe en gran medida a China. La superpotencia del noreste considera a Myanmar un socio estratégico, incluso en medio del deterioro de las relaciones con muchos otros vecinos. Por ahora, Pekín se abstuvo de intervenir militarmente, algo sorprendente, explica Sladnick.

“Desde que comenzó nuestra revolución, temí que China interviniera directamente y salvara al Tatmadaw como Rusia e Irán hicieron con [el dictador sirio Bashar] al-Assad. Pero China parece haber aceptado en cierto modo la resistencia”, afirma.

En Myanmar, incluso circularon rumores de que el gobierno de Pekín había renunciado a considerar a la junta como un socio estable a largo plazo y había empezado a apoyar a los rebeldes. Pero esto es probablemente una ilusión, y puede ser prematuro, explica Sladnick:

“Si China apoyara realmente a los rebeldes, ya habríamos ganado. La insurgencia conseguió algunos logros importantes, sobre todo en el estado de Shan, pero la rebelión aún no llegó a las ciudades más grandes. Uno de mis compañeros de una milicia local de la ciudad de Loikaw [en el centro de Myanmar] me dijo el otro día que tienen muchas armas, pero no suficiente munición ni suministros médicos”.

En realidad, la intervención china, o la falta de ella, pueden verse desde un punto de vista más pragmático. China estuvo permitiendo tácitamente la entrada de armas del mercado negro en el estado de Shan, lo que permitió a los Tres Hermanos hacerse con el control de amplias zonas de la región. Algunos lo ven como un castigo por la incapacidad del gobierno para acabar con los famosos centros de estafa de Myanmar, que han generado miles de millones de dólares para los sindicatos chinos del hampa. En una reciente ofensiva se cerraron numerosos centros. No es casualidad que las armas también dejaran de llegar a manos de los rebeldes del estado de Shan una vez que se abordó este problema, presionando a los Hermanos para que llegaran a un acuerdo de alto el fuego con el gobierno. “China le dio mucha libertad de acción a los rebeldes y la utilizó para forzar concesiones del Tatmadaw”, explica Sladnick.

Mujeres integrantes de las Fuerzas de Defensa del Pueblo de Mandalay (MDY-PDF) haciendo guardia en su campamento base en el bosque cerca del municipio de Namhsan en el estado de Shan, en el norte de Myanmar.

Esto también es evidente en el creciente interés de la junta por el comercio marítimo. Para China, una de las ventajas estratégicas de un gobierno amigo en Naipyidó es el acceso a las rutas comerciales del golfo de Bengala. Esta es también la razón por la que el gobierno de Pekín estuvo presionando a la junta para que acelere la construcción de un nuevo puerto de aguas profundas en Rakhine, a pesar de las objeciones de los pescadores locales que temen que acabe con sus medios de vida.

La misma dinámica se observa en la provincia occidental de Sagaing, donde los trabajadores descontentos cerraron la mina de cobre de Letpadaung, en Salingyi, explotada por chinos. Al igual que cientos de miles de profesores, ferroviarios y otros funcionarios públicos, los mineros están en huelga general continua desde el golpe de 2021. Según uno de los líderes de los mineros, la Junta está presionando ahora para que se reanuden los trabajos allí, para apaciguar a China.

“Si preguntas a la gente normal de Myanmar, tienen muy clara esta relación”, afirma Sladnick.

“Todo el mundo ve que el alto el fuego en el estado de Shan era necesario porque China lo exigía. ¿Qué otra cosa podían haber hecho las milicias? Llevan décadas luchando solas, y si se hubieran negado a firmar el acuerdo, China les habría cortado por completo el suministro de armas. La esperanza ahora es que sigan financiando a otros grupos de resistencia”.

Una jugada desesperada

Aunque recientemente las cosas se calmaron un poco en el estado de Shan, por medio de una tregua incómoda, la presión sobre la junta sigue siendo intensa. El ejército de Arakan aceptó un alto el fuego en el estado de Shan pero no hizo promesas similares en Rakhine, donde continúan los combates.

A los problemas del Tatmadaw se suman los nuevos grupos de resistencia que se suman a la lucha revolucionaria. Pocas semanas después de que la Operación 1027 terminara en un alto el fuego temporal, el Ejército de Independencia Kachin, que lleva luchando desde 1960, lanzó la Operación 0307 en el estado de Kachin, haciéndose rápidamente con el control de decenas de ciudades y bases de forma similar a la ofensiva de los Hermanos en el estado de Shan el pasado otoño. El Ejército de Liberación Nacional Pa-O (PNLA, por sus siglas en inglés) rompió el alto el fuego en el estado de Shan, mientras que el Nuevo Partido del Estado de Mon se escindió en el estado de Mon, al sur, lo que provocó que un gran número de personas se unan a la resistencia. El PDF también está ganando terreno en las regiones de etnia bamar, mientras que Kalay, en la frontera con India, fue casi completamente tomada por los insurgentes.

Al debilitarse la junta, la estrategia se volvió más osada. Las fuerzas de las PDF en el centro de Birmania, que todavía dependen en gran medida de armas caseras, están invadiendo ciudades, un claro indicio de que los recursos de las autoridades están disminuyendo y de que sus bajas no pueden ser reemplazadas.

Entonces, ¿cuánto control perdió la Junta? Aunque es difícil obtener información precisa en Myanmar, donde se cortó el acceso a Internet en grandes franjas de territorio, algunos analistas calculan que hasta el 48 % del país está controlado ahora por grupos de la resistencia. Myawaddy, en la frontera tailandesa, fue liberada a principios de abril, mientras que una ofensiva de la Junta para recuperar la ciudad fronteriza fue rechazada más recientemente. Hace unas semanas se lanzó un ataque con drones contra la capital, Naipyidó, y aunque Yangón sigue firmemente bajo el control de la junta, su autoridad podría deteriorarse pronto también aquí. En febrero, el Tatmadaw anunció la conscripción en todo el país para reforzar sus mermadas filas.

Es una «jugada desesperada», afirma Sladnick.

“La conscripción es muy impopular entre la gente corriente. También significa que los ciudadanos de clase media urbana, que antes podían fingir que todo iba bien, ahora se ven obligados a enfrentarse a la verdad. El Tatmadaw estuvo tratando de evitar esta medida por las mismas razones por las que el régimen de Rusia está tratando de mantener a la gente de Moscú y San Petersburgo fuera de su guerra en Ucrania”.

El líder de la junta militar birmana, Min Aung Hlaing.

No cierres la puerta

Desde su base en la frontera entre Myanmar y Tailandia, Sladnick viajó recientemente al estado de Karenni. Allí, la junta cortó completamente Internet y los teléfonos, por lo que Starlink es la única ventana al mundo digital. Esto también significó que su grupo pudo ver combates en zonas del país de las que no se había informado anteriormente.

Después de un retraso de tres días debido a los ataques aéreos de la junta, pudieron ver el deterioro del control de la dictadura sobre la región. Sólo cuatro bases de la junta siguen en pie a las afueras de Loikaw, donde actualmente avanzan las milicias de la resistencia karenni y las fuerzas de la PDF. En algunas de las bases de las colinas capturadas en febrero, los cadáveres recientes de los soldados de la junta todavía cubrían el suelo, mientras que un viaje a la aldea de Hpa Saung les situó directamente en la línea de fuego. En la pequeña ciudad de Mese, veinte uniformes de policía yacían aún entre los escombros de la antigua comisaría, cuyos propietarios murieron presumiblemente en la batalla final para liberar la ciudad. Mese se convirtió ahora en un refugio para los civiles que huyen del sur de Karenni.

Pero aunque el progreso es constante, las cosas podrían ir mucho más rápido, explica Sladnick:

“Todos los combatientes de la resistencia me dicen que serían capaces de tomar los últimos reductos del régimen en una semana si dispusieran de munición suficiente. Pero cada vez que avanzan, deben esperar para reabastecerse. No facilita las cosas el hecho de que todas las aldeas abandonadas por las fuerzas del Tatmadaw estén llenas de trampas explosivas, lo que hace imposible que la gente regrese”.

Esto también pone de relieve la paradoja de la lucha de Myanmar. A pesar de los continuos éxitos —sólo en marzo se liberaron cinco mil kilómetros cuadrados, según el investigador Thomas van Linge—, el resto del mundo parece haberse olvidado de ellos.

Puede que se trate de una elección. Aceite de cocina, medicamentos contra la malaria, balas y atención mundial: todo escasea aquí. Incluso faltan cobertores para la lluvia en los campos de refugiados, lo que convierte el monzón estacional de dentro de unos meses en una amenaza inminente.

Resistencia popular contra el gobierno militar en Myanmar.

«Le pregunté a una de mis compañeras qué quería decirle al mundo si tuviera la oportunidad. Me dijo: “No nos cierren la puerta. ¡Ábranla!”. En Myanmar ocurren suficientes cosas como para llenar las noticias cada noche, pero el apagón de Internet y la abundancia de otros conflictos en todo el mundo hacen que Myanmar sea casi invisible para el público», comenta Sladnick.

En su opinión, la falta de atención puede deberse también a una imagen anticuada de Myanmar.

“La gente en Occidente tiene esta imagen de los luchadores por la libertad de Myanmar como campesinos rurales con un viejo rifle en las manos. Escuchen; estas personas son modernas, están conectadas y son muy conscientes de la lucha mundial entre el fascismo y la democracia. Son conscientes de lo que está ocurriendo en Gaza, Ucrania y Siria y se ven a sí mismos luchando tanto por la autodeterminación nacional como por la justicia social en todo el mundo. Saben que esto forma parte de una lucha más amplia para impedir la propagación del autoritarismo y el fascismo en todo el mundo”.

Con la conscripción inminente, las últimas pretensiones de normalidad bajo el régimen se están desvaneciendo rápidamente. Todo el mundo se ve obligado a tomar partido, lo que hace que el conflicto sea aún más intenso, explica Sladnick.

“El otro día cené con una antigua compañera de trabajo de mi mujer, una agente inmobiliaria con un comportamiento muy dulce y una personalidad agradable. No es exactamente el tipo de persona que uno esperaría que fuera un rebelde armado”. Le dije: “La revolución da miedo”. Me contestó: “Sí, pero vivir bajo el régimen da más miedo. Creo que esto es emblemático del estado de ánimo actual”.

A pesar del camino difícil que queda por recorrer, Sladnick y los combatientes de la resistencia en Myanmar siguen siendo optimistas. “Todas las personas con las que hablé en Myanmar creen que el régimen se derrumbará. Millones de personas ya lo dieron todo en la lucha por la libertad y confío en que al final venceremos. Si no recibimos ayuda del exterior, obviamente tardaremos más, pero el régimen tiene los días contados. Es sólo cuestión de tiempo”.

Jacobin