Giro ultraconservador en Europa como consecuencia de la acumulación de incertidumbres

POR ENIRC JULIANA /

Está creciendo el miedo a lo desconocido en una Europa que va tomando conciencia de su fragilidad.

Hace ahora poco más de un mes, en esta misma columna de La Vanguardia de Barcelona arrancábamos con el siguiente titular: “Un viento que viene del Norte”. En ella intentábamos plantear una reflexión sobre la oleada conservadora que está cuajando en la península Escandinava, con poderosos reflejos en el sur de Europa, preguntándonos lo siguiente: “¿Nos traerán las elecciones municipales y autonómicas de mayo del 2023 un nuevo cambio de ciclo, como expresión de la oleada conservadora que parece estar creciendo en Europa como consecuencia de la guerra?”. La primera ministra finlandesa Sanna Marin, buena amiga del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, con quien había compartido unas fotos muy estilizadas y entrañables, acababa de ser derrotada por las fuerzas de derecha.

¿Viene una ola conservadora? Esta es la pregunta que nos planteábamos a mediados del mes de abril después de ver el resultado de las elecciones en Finlandia, el desenlace de unas anteriores elecciones en Suecia, la evolución política de Italia, las encuestas en Alemania y aquella cadena de manifestaciones en Francia, que eran algo más que una protesta por la prolongación de la edad de jubilación. Aún no se habían producido las elecciones legislativas en Grecia, que el pasado 21 de mayo dieron una victoria aplastante al primer ministro conservador Kyriakos Mitsotakis, con grave descalabro de Syriza, la izquierda griega que hace diez años intentó oponerse a la política de austeridad. Aún no se había producido un conato de crisis de Estado en Portugal, como consecuencia del desgaste del primer ministro socialista António Costa, al que se le ha atragantado la mayoría absoluta. Ese es el marco histórico en el que estamos.

Se está produciendo un giro conservador en Europa como consecuencia de la acumulación de incertidumbres en unas sociedades muy acostumbradas al bienestar, países que se habían hecho a la idea de la paz perpetua después de haber propiciado dos terribles guerras de ámbito mundial durante la primera mitad del siglo XX. Esa paz puede que se haya acabado. La guerra de Ucrania ha actuado como detonante de una gran ansiedad, que coloca muy a la defensiva a millones y millones de personas que creían tener el futuro más o menos resuelto, con sus ahorros, con su pensión, con sus pequeñas propiedades.

La gente ya no sigue con mucho interés la información sobre de la guerra de Ucrania, pero ese temor persiste. En el caso de España, el interés por las noticias ha caído en picada en los últimos años: en 2015, un 85 % de la población de este país se mostraba muy interesada en las noticias; en 2022, ese porcentaje había caído al 55 %, según un informe del Reuters Institute de la Universidad de Oxford. Mucha gente ha desconectado de las noticias pero la guerra de Ucrania sigue ahí, en nuestros teléfonos móviles, con esos microvídeos brutales en los que aparecen tanques en llamas, drones soltando granadas de mano, soldados suicidándose después de haber sido heridos en la trinchera, cuerpos esparcidos en el campo de batalla. Las imágenes de la guerra salían antes en los periódicos muy seleccionadas, muy filtradas, y causaban sensación por su gravedad y excepción. Las imágenes de la guerra aparecen ahora en la cinta sinfín de la banalidad. Después del vídeo de un gatito saltarín sale en Twitter el criminal que dirige la brigada Wagner, Yevgueni Prigozhin, mostrando un almacén de cadáveres. Vivimos en el interior de una sordidez permanente y pegadiza que nos llega por todos lados.

Está creciendo el miedo a lo desconocido en una Europa que va tomando conciencia de su fragilidad. La gran península Europa concentra el 7% de la población mundial, el 25 % de la riqueza mundial y el 50 % del gasto público, si sumamos a todos los países del mundo. 7-25-50. Estas cifras deberían estar enmarcadas en los comedores de todas las casa, allí donde antes había una reproducción de La Última Cena. Mucha gente no conoce esas cifras, pero las intuye. ¿Por cuánto tiempo el 7 % de la población mundial podrá seguir produciendo el 25 % de la riqueza del planeta y disfrutar el 50 % del gasto social? Ante la acumulación de incertidumbres, ganan peso las propuestas políticas más defensivas. No se está descubriendo ningún secreto. Esa dinámica recorre Occidente desde hace ya unos cuantos años y la veremos plasmada con toda su intensidad de las elecciones al Parlamento Europeo que se celebrarán dentro de un año, el 9 de junio del 2024, unas elecciones que van a ser muy, muy importantes.

En las elecciones finlandesas del pasado 2 de abril se produjo el siguiente fenómeno: Sanna Marin consiguió mejorar los resultados del Partido Social demócrata Finlandés absorbiendo votos de sus aliados de izquierda, la Liga Verde y Alianza de la Izquierda. Marin consiguió un excelente resultado en Helsinki, pero fue superada en el resto del país por los conservadores tradicionales (Coalición Nacional) y por la extrema derecha (Partido de los Finlandeses), partidos que están formando Gobierno, la coalición más a la derecha de toda Escandinavia. Algo parecido ha ocurrido en las elecciones municipales y autonómicas en España, sobre todo en la Comunitat Valenciana, donde el PSOE ha mejorado relativamente sus resultados a costa de sus aliados de izquierda.

El legado político del genocida dictador Francisco Franco en España se mantiene y se renueva con formaciones como el Partido Popular (PP) y Vox.

Sanna Marin no tuvo opción a una segunda vuelta. Su amigo Pedro Sánchez, sí. Mostrando buenos reflejos, el líder del partido socialdemócrata español ha recogido el guante del 28-M y ha convocado elecciones generales para el 23 de julio a modo de segunda vuelta entre izquierda y derecha en España. No es ningún secreto que quiere concentrar el voto progresista en el PSOE, dejando a la vicepresidenta Yolanda Díaz, líder de la formación Sumar, ante la tremenda responsabilidad de liderar una candidatura coherente después del gran disparate que supuso el lanzamiento de su oferta electoral sin haber podido pactar un marco unitario con Podemos. Esa segunda vuelta no ha gustado nada en el neofranquista Partido Popular.

La Vanguardia, Barcelona.

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