POR OMAR ROMERO DÍAZ /
En Colombia ya no asusta que nos digan “comunistas”. Esa etiqueta se pudrió en la boca de quienes siempre gobernaron imponiendo el miedo. Hoy el pueblo sabe que la pelea es entre dignidad y saqueo, entre soberanía y dependencia, entre futuro y pasado.
La ultraderecha está desesperada. Perdió el Gobierno y ahora quiere recuperar sus privilegios con el mismo truco barato de siempre: el miedo. Pero se equivocan. Nadie se asusta porque pidamos salud pública, educación gratuita, soberanía energética o dignidad campesina. Eso no es comunismo: es justicia histórica.
¿Acaso Noruega, Alemania o Corea del Sur son comunistas por tener educación gratuita y salud universal? No. Entonces, ¿por qué aquí sí? Porque durante décadas los mismos de siempre gobernaron a punta de hambre, corrupción y violencia. Ellos, los de la corrupta oligarquía y los de la siniestra plutocracia, creen que pedir derechos es un delito

El problema nunca fue el comunismo. El problema fue, y sigue siendo, la soberanía. Lo que las oligarquías no soportan es que el pueblo piense con cabeza propia y decida su destino. Por eso tumbaban gobiernos en el pasado. Por eso gritan hoy como hienas contra el cambio.
Y aquí está la verdad brutal: si no nos unimos, regresan. Si nos dividimos, ganan las mafias. Si dudamos, el pasado se reinstala con toda su podredumbre.
La consulta del Pacto Histórico no es un trámite electoral: es la prueba de madurez. Competimos hoy, pero mañana debemos estar unidos. El enemigo real no está dentro: está afuera, vestido de uribismo, de rosca mafiosa, de ultraderecha disfrazada de democracia.
El reto es blindar la unidad. Porque la derecha tiene una estrategia: infiltrar, dividir, comprar conciencias, sembrar candidatos falsos. No podemos permitirlo. Aquí la vigilancia no es un lujo, es una obligación. Cada militante, cada ciudadano, cada veeduría tiene que ser centinela del cambio.
Gustavo Petro abrió la puerta del cambio social. Pero lo que viene es más grande: hacerlo irreversible. Y eso no se logra con discursos tibios, ni con cálculos burocráticos. Se logra con reformas profundas, con movilización popular, con un Frente Amplio que junte al progresismo y a todas las fuerzas democráticas.
No hay espacio para el titubeo. O avanzamos o retrocedemos. O consolidamos el cambio o volvemos al pantano del saqueo.
El pueblo colombiano ya no le cree al miedo. Hoy sabe que ser patriota no es comunismo, es dignidad. Que defender el agua, el petróleo, el gas, la educación y la salud no es comunismo, es sentido común.
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La historia nos pone contra la pared: unidad o derrota. Conciencia o miedo. Futuro o ruina.
Por eso hay que hablar claro: o seguimos con el cambio, o nos devuelven al infierno del pasado. No hay medias tintas. No hay salvadores a la carta. O el pueblo se organiza, vota y defiende el Pacto Histórico, o volverán las hienas disfrazadas de corderos.
Colombia no tiene por qué pedir perdón por querer dignidad. La soberanía no tiene etiqueta, tiene futuro. Y ese futuro se vota, se defiende y se construye con unidad y transformación.
26 de octubre: consulta del Pacto Histórico.