POR LUZ MARINA LÓPEZ ESPINOSA
Sí. ¿Hasta cuándo? Es la pregunta que el mundo indignado no puede dejar de hacerse al contemplar la indolencia cómplice de los poderes que lo controlan ante el exterminio de un pueblo cuyo pecado es habitar la tierra heredada de sus mayores y donde han morado por milenios.
Porque el problema de la entidad sionista constituida como Estado con el nombre de Israel, es que su pretensión de ser democrática es desmentida por la realidad de que la mayoría de los habitantes de su territorio no son judíos sino palestinos. Y como esa entidad política se ha autodefinido como “hogar nacional judío” que no reconoce como ciudadanos ni titulares de derecho alguno a los habitantes mayoritarios de ese suelo, sólo hay una forma de solucionar ese incómodo mentís de la demografía a su pretensión democrática: el exterminio de ese pueblo. La limpieza étnica para que dejen de ser mayoría. Fácil. Y en eso están desde hace setenta y cinco años.
Esta historia ya vieja que se remonta a 1947 con la Resolución 181 de la ONU que autorizó la creación de un Estado judío, uno árabe y una zona bajo jurisdicción internacional –Jerusalén– resolución desconocida desde ese mismo día por las hordas sionistas pero que basados en ella se dieron a la tarea de destruir cientos de poblaciones palestinas y pasar a cuchillo a sus habitantes, desterrar a cientos de miles e impedir la creación del Estado árabe que se quedó en el papel, esta historia repetimos, tiene picos de horror y de violencia cada vez más frecuentes y sangrientos. Con los palestinos como víctimas sobra decir. Y por parte de la ahora potencia militar nacida de aquella resolución infundada y gratuita no consultada con los por ella despojados. Aclarando sí que esa abusiva confiscación no cubría toda el área palestina, dejaba alrededor del treinta y cuatro por ciento del vasto territorio para un Estado donde la nacionalidad y cultura palestina pudiera vivir y consolidarse. Uno soberano desde luego, con su mar territorial, espacio aéreo, órbita geoestacionaria y fronteras con las demás naciones árabes.
Todo absolutamente desconocido desde 1948 cuando los judíos proclamaron la creación de su Estado sobre la totalidad del territorio y hasta hoy, al punto que Gaza y Cisjordania, los dos espacios inconexos donde está asentado el pueblo palestino, es lo menos parecido a un Estado, carecen de los atributos mínimos de uno que se llame tal. Por el contrario y no por manido vamos a dejar de repetirlo, esos espacios configuran la cárcel a cielo abierto más grande del mundo. Y Gaza, no solo cárcel: campo de concentración.
Esta historia y todos los relatos que en el mundo -porque es un tema que toca la conciencia universal- se escriben sobre la cuestión, son variaciones sobre un mismo tema. No hay mucho, casi nada, nuevo que decir. Que las resoluciones de la Asamblea General, que -cosa inaudita y excepcional- las del Consejo de Seguridad de la ONU, que lo dictaminado por la Corte Internacional de Justicia, que lo dicho por el Consejo de Derechos Humanos, que La Haya, que Ginebra, todo absolutamente vano y objeto de irrisión por la entidad sionista incursa en crímenes como apartheid, genocidio, tortura sistemática y limpieza étnica. Sin que en el entretanto los organismos concernidos hagan lo que les corresponde y es su deber, tomar medidas coercitivas para hacer respetar sus mandatos. Así como por nada – “intento de sospecha” después palmariamente demostrado falso–, sí lo hicieron con Irak: invadieron el país, destruyeron su infraestructura, mataron a cientos de miles de sus ciudadanos, ahorcaron a sus autoridades y se apropiaron de su petróleo.
Decíamos de picos de horror y de violencia en esta historia. Qué sería lo nuevo por decir. Porque así como hubo esos altos como el “Plan Dalet” de 1947 –antes de cualquier guerra– que significó pasar a cuchillo a miles de palestinos y el despojo y expulsión de su tierra de cerca de 800.000, la masacre de Sabra y Chatila en 1982, la brutalidad del ataque en el 2010 al Mavi Marmara, de la Flotilla de la Libertad con cientos de activistas humanitarios de 37 países que llevaban alimentos e insumos médicos a la Gaza hambrienta y bloqueada, asalto zanjado con el asesinato del diez de esos activistas, heridas a cincuenta y tortura a los demás; la operación “Pilar Defensivo” en el 2012, la “Margen Izquierdo” en el 2014 contra Gaza con saldo de 2.310 civiles asesinados entre ellos 526 niños y niñas –¿habrá que decir que no combatientes?– y 11.500 heridos, así como hubo esos picos altos repetimos, en este 2023 con el regreso de Benjamín Netanyahu al poder ha arreciado con el recrudecimiento del exterminio.
Los hechos más salientes de este año en el que Netanyahu de por sí racista, supremacista y fascista se alió con el ala aún más extremista del sionismo que llama abiertamente al terrorismo reivindicado y practicado sin tapujos como válido moral y políticamente por los “padres fundadores” David Ben Gurión, Yitzhak Shamir, Haim Weizmann, Golda Meir, Isaac Rabin, Menagen Begin, Shimon Pérez y Ariel Sharon, han sido el asalto de las tropas a la ciudad de Yenin con el propósito expreso de matar a nueve palestinos identificados como de la resistencia al ocupante, y después a la población de Nablús donde asesinaron en sus casas a otros 11 palestinos y causaron heridas a cien. Todos paradójicamente con el pretexto coartada de “ser terroristas”. Ello, además de los 371 bombardeos sobre Gaza asesinando a un número indeterminado de civiles, militantes de la resistencia y desde luego niños. En síntesis, en el año 2022 los israelíes asesinaron a 151 palestinos en los territorios ocupados -es decir, no en Israel-, muriendo a su vez en esas operaciones 31 de ellos, lo que da cuenta de que unos son atacantes y otros defensores. ¿O podría esperarse que aún en la abismal asimetría de fuerzas, los palestinos se dejaran matar sin reacción alguna? Y en lo que va del 2023 la proporción es 60 y 10 lo que permite idéntica conclusión. Son los unos lo que van al hogar de los otros a buscarlos para matarlos; no los palestinos ingresando a los hogares israelíes para matar a sus moradores.
Y siempre habrá un “más” en ese memorial de agravios. Uno que no es nuevo, pero como si lo fuera porque el corazón no puede resignarse a pasar por alto esa noticia así sea repetida: la debilidad de las tropas sionistas por matar niños y niñas. Siempre han figurado en esa estadística de la infamia. Lo cual es coherente con el propósito último del invasor: la limpieza étnica. “Matar la semilla” para que un día y ojalá pronto, la demografía muestre que en esos territorios sólo habitan judíos. Luego no serían los ocupantes despojadores de nada sino que estarían en lo propio, en lo que para mayor razón de su justicia, Dios les adjudicó al comienzo de los tiempos. Porque como afirmó el lúcido historiador judío exiliado en los Estados Unidos Ilán Pappé, “la mayoría de los sionistas no creen en Dios. Pero sí que les prometió la tierra”.
La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, uno de los cargos más altos y poderosos del planeta, a propósito de la conmemoración en todo el mundo árabe este 15 de mayo de los setenta y cinco años de la Nakba, la destrucción de las aldeas palestinas por las hordas sionistas, la masacre de sus moradores –Deir Yasin y Ein al-Zeitune las más emblemáticas por el horror desplegado–, el despojo de sus tierras y la expulsión de cientos de miles de habitantes, tuvo la impudicia de ofender a media humanidad felicitando a Israel ya que la fecha coincide con la de creación de su Estado. Se maravilla de que haya vuelto un jardín esos desiertos. Olvida deliberadamente la Von der Leyen que los lirios de ese jardín están abonados con sangre palestina. Y que por crecer sobre una inmensa fosa común, ese vergel nunca tendrá el aroma del sándalo ni las resonancias del Antiguo Testamento.
Una esperanza en medio de tanta desolación. Así como constatamos los altos poderes del mundo coaligados con el “cruel que me arranca el corazón con que vivo” –gracias José Martí-, son los pueblos, la gente llana la que reacciona contra la injuria. Y nacida del corazón de la ocupación con feliz irradiación en todo el mundo principalmente en Europa y los Estados Unidos, el movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), en el cual orgullosamente militan judíos herederos de víctimas del holocausto, llama a la humanidad a reaccionar contra la entidad israelí ilegítima de nacimiento. ¿Cómo? Boicoteando las compras de productos hechos en los territorios ocupados y con mano de obra esclava, no invirtiendo en empresas de ese país que adolecen de la misma marca de Caín, y exigiendo a los organismos internacionales sanciones por las múltiples violaciones incluido el régimen de apartheid impuesto a la población.
¡Hasta siempre Palestina!
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.