Historia circular: el eterno retorno

POR OCTAVIO QUINTERO

Todo lo que pasa por la mente es idea, pero solo aquello que se preconcibe hacer con el propósito de obtener algo es ideológico.

Thomas Piketty, en su libro Capital e ideología, ha colocado en el centro de la discusión la terrible desigualdad social que abate al mundo, y afirma, en síntesis, que la desigualdad no es económica o tecnológica, sino ideológica y política.  Su afirmación emana de un profundo análisis histórico-estadístico y avala la paradoja: la riqueza de unos pocos se crea a partir de la pobreza de muchos.

El neoliberalismo es una idea preconcebida para crear y acumular riqueza entre los más afortunados de la sociedad. En este sentido es una ideología economicista, no política. Que hunda sus raíces dentro de la política, viene siendo como la cizaña dentro de la mies. Es decir, los neoliberales no son liberales en términos sociales, sino económicos, como bien definido lo tiene Europa. Y, en este contexto, su visión del mundo es el crecimiento económico antes que el desarrollo social, con los resultados de la desigualdad que lamentamos hoy, incluso ellos mismos. Varios académicos y columnistas de medios hemos tratado de hacer consciente y explícita la diferencia. Sin embargo, fue el tiempo el que terminó por hacernos comprender que el neoliberalismo es una ideología aupada por políticos bien pagos por el capitalismo occidental.

No es para nada exagerado decir que el mismo libreto siguen todos los neoliberales del mundo, desde Washington a Londres y desde Moscú a Pekín, aunque por fuera del mundo occidental se disfrace de “economía de mercado socialista”, no alcanza a ocultar la connotación neoliberal clásica que es la acumulación de riqueza merced a los bajos salarios y mezquinas condiciones sociales a los trabajadores. La guerra Rusia–Ucrania nos habla, a vuelo de pájaro, de fondos congelados a unos cuantos oligarcas rusos por valor de 30.000 millones de dólares en Washington y Londres… Pero el centro de estudios Atlantic Council calcula en mil millones dólares (mil millones de millones – 1.000.000.000.000) el dinero invertido o escondido en paraísos fiscales. Los oligarcas chinos no deben quedarse atrás.

En Colombia, único país latinoamericano que hoy en día se aferra al modelo neoliberal a rajatabla, han conseguido sus arúspices, inclusive, poner la confrontación en términos de una “polarización política”, cuando claramente se trata de una bicentenaria polarización social, ahondada a partir de 1990 cuando el recién elegido presidente César Gaviria abrió el país a una azarosa competencia internacional, con el eufemismo de… “bienvenidos al futuro”.

Pues, las últimas adhesiones “políticas” de este mismo expresidente se han encargado de abrir los ojos de la opinión pública, más que toda la parafernalia discursiva aludida atrás. En efecto, tras fungir en la reelección de Juan Manuel Santos (2014) como jefe de debate, terminó echándole vainas en 2018 como excusa para apoyar al candidato Iván Duque, actual presidente en el ocaso; y ahora la emprende contra su mal gobierno, que él mismo ayudó a sostener, como excusa, otra vez, para apoyar al candidato del continuismo neoliberal: ¡Vaya desfachatez! Todos los pronósticos electorales le auguran esta vez un tiro en el pie.

El fracaso neoliberal

La crisis social ha magnificado y dejado en evidencia las debilidades del modelo económico existente, caracterizado por la persistencia de grandes brechas estructurales, así como por elevados niveles de desigualdad, pobreza, informalidad, escaso crecimiento y baja productividad, entre otros.

La pandemia, declarada a principios del 2020, hoy le sirve de mascarón de proa a su propio fracaso. En la víspera (2019), todos los indicadores globales sobre crecimiento económico, con algún desarrollo social, ya venían en barrena; hoy, la vanguardia del modelo encabezada por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, encasilla ahí el fracaso social, y solo en lo social, porque los mismos tanques de pensamiento neoliberal se están esforzando en mostrarnos una reactivación económica que ya casi iguala al PIB de antes de la pandemia. Si bien, la pandemia agravó los indicadores sociales, no es la causa principal de la escandalosa desigualdad que muestra el mundo. Por lo contrario, la pandemia sacó a flote las falencias sociales del modelo que hizo golpear más a los más pobres. El acaparamiento de las vacunas, que dejó de bulto la insolidaridad humana en los países más desarrollados, es un cruel y mortal ejemplo. Si la solidaridad mostrada por Estados Unidos y Europa, y sus países satélites, con Ucrania, hubiera sido semejante con los países pobres en su lucha contra la pandemia, varios millones de muertos de Covid-19, hoy estuvieran vivos.

De regreso al pasado

Que la historia ocurre dos veces (Hegel-Marx), no cabe duda. El concepto de estado de bienestar, nacido para restaurar un cierto orden económico, social, político y cultural en la Europa de Bismarck (1850), como respuesta al liberalismo de Mánchester (1825 – 1845), que desencadenó miseria social, turbulencias, protestas, conflictos políticos y guerras en el Viejo Continente, retorna hoy como respuesta al neoliberalismo, mismo que, a partir de 1980, fue la segunda versión de la Revolución Industrial (1760 – 1840) que desencadenó la feroz competencia de mercado de la época, bajo el famoso e histórico eufemismo: “laissez faire, laissez passer” (Vincent de Gournay, 1758 -se data-), bien entendido  luego por Adam Smith en el desarrollo de su teoría sobre La riqueza de las naciones (1776).

De nuevo, como antes, Europa es la vanguardia. Ejemplos del retorno del estado de bienestar son los países nórdicos (Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia), todos cabeza de las mejores estadísticas socioeconómicas del momento. Y, lo que parece también su nicho político ideal, es la Socialdemocracia o Progresismo, que tuvo gran éxito electoral en las parlamentarias de marzo 13/22 en Colombia, y está a punto de alcanzar la Presidencia en este mayo 29/22.

Fin de folio.- Un analista en el canal colombiano Caracol TV asegura que mientras más desconocido sea un candidato presidencial, más margen tiene de crecer en la intención de voto popular. ¡UFF!

@oquinteroefe

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