Huele a perro

POR CARLOS OLIVEROS PERALTA

Tuve un perro llamado Nerón, me seguía a donde iba a mis 8 años de edad y él con tres; si entraba en el baño se sentaba en la puerta, si iba a la tienda, si me mandaban al mercado a comprar guineos, el canino iba detrás de mí. Doce mordidos por intentar acercarse, porque sí, porque no, por si las moscas. Con él aprendí lo que era la amistad, el perro era en ese tiempo el mejor amigo del hombre.

Mi hijo me pide un perro y ahora le digo que no, a los perros de hoy, le dije, les toca recogerles las heces, darles comida especial, nada de sobras, bañarlo cada tiempo, llevarlo al veterinario, ponerle pañales, llevarlos al psicólogo etc. Nada de eso tuvo Nerón; ahora el hombre es el mejor amigo del perro, no al revés.

Siglo XXI, el más inhumano, bajamos de valor nuestra condición de especie en un clamor ambientalista y pro animalista extremo que llega a desear nuestra extinción como especie. Hombre depreciado por sus congéneres y por el dron, el robot, la inteligencia artificial. La guerra se hace espectáculo, matar niños, mujeres, ancianos… show naturalizado por YouTube e Instagram, que censuran las opiniones en contra de la carnicería humana.

Ya no se escuchan los gritos de párvulos en parques y apartamentos, ya no huele a bombones y leche; a pañal y talco; huele a perro, un supuesto “hijo” que morirá cada 10 años en promedio, pero preferible a una prole humana; por más económica, no más especial.

Del “lupus hominis lupus” (El hombre es lobo del hombre) de Thomas Hobbes, llegamos al lupus (lobo) o su descendiente doméstico, ocupando el puesto del hominis (ser humano); por voluntad del hombre mismo, como consecuencia de que nosotros seguimos siendo nuestros principales depredadores.

Pululan las mascotas como las teorías escatológicas: aquellas ideas que tienen el peor concepto de nosotros mismos y de nuestro futuro; que presagia el final de los tiempos. “Algo muy grave va a pasar en este pueblo”, se burlaba Gabo. Hoy creemos que sí, que todo va a su fin, se acaba el imperio gringo, ¡es nuestro fin!, se acaba la paz en Europa, ¡es nuestro fin!, la “civilización francesa” en África, el Estado israelí, sin fronteras ni Constitución, pero “la democracia del Medio Oriente”, el capitalismo dominante anglo-sionista, ¡es nuestro fin!, ¡es según dicen, el fin de la existencia humana!

El mundo hoy se transforma a velocidades revolucionarias, menos nosotros. Todo cambia. Pero lo que cambia no se crea ni se destruye, pero nos hacen pensar que sí, que ni para que apostarle al futuro, no procrear nuevas generaciones humanas si todo va a peor; y es así porque simplemente ya no es como ayer, los poderosos de hoy corren el riesgo de no ser los del mañana y le trasfieren al mundo el pesimismo de su fatua posteridad.

Rodrigo D no futuro elevado a la 46 potencia: comunas parecidas a las de Medellín germinan y crecen en las periferias, de Londres, París, Buenos Aires, Nueva York. ¡Fentanilo pal chofer, porque así conduce bien!, dirían los milenials que no desean tener hijos para no tener que comprometerse sin así pretenderlo, con el futuro, con la defensa del país, con el amor a su especie, en la lucha contra lo injusto.

¿Y porque luchan los jóvenes?

Ahora los milennials y generación Z, etc., como los clasifica la obra “La pelota de letras”, quieren luchar por la “libertad”.

No saben, porque no les tocó, entender que las libertades hoy existentes son producto del sacrificio y el trabajo. El trabajo sí, porque la libertad de desplazamiento, depende de que puedas pagarlo y para la mayoría de nosotros eso es producto del esfuerzo laboral y así muchas llamadas libertades entre ellas a organizarse y movilizarse, que hay que reconocer implican gastos cuando lo que se pretende es una actividad permanente e importante, no casual.

La libertad de expresión es producto del trabajo de forjar un criterio, de estudiar y construir argumentos. La libertad de expresión no es para todo mono que quiera aullar ahogando con gritos e insultos los argumentos fundamentados del otro. No son equiparables, no pesan lo mismo, la expresión fundamentada en el trabajo de estudiar, a las exigentes estupideces de un ignorante total en el tema.

“El que no estudia no tiene derecho a hablar”, siguen diciendo los chinos, que piensan que una de nuestras peores desgracias es ese “exceso de democracia” donde todos podemos decir lo que sea, como sea, sin asumir las consecuencias y dándole el mismo valor a un estudio científico que a una vil tontería.

El sacrificio son los dolores de parto de la libertad forjada por el trabajo. En tanto las luchas en las calles; sufrimientos, torturas, vidas perdidas y mucha sangre en las calles, así como muchos debates desgastantes en los estrados, fueron gestando las libertades jurídicamente establecidas. Y ojo, las libertades exigen cierta dosis de sacrificio cada tanto tiempo para seguir manteniendo vigencia, que sean respetadas.

En conclusión, la libertad se alimenta de sudor y sangre, es un templo azteca, no una bandada de golondrinas, la libertad es piedra, no viento. Entenderlo así hace más difícil hoy crear compromiso de lucha en las nuevas generaciones que en otros tiempos.

Lo que realmente inspiran a los milennials y demás proles de este siglo es el individualismo, esa ideología maldita que elimina los conceptos de sociedad, pueblo, familia, patria… que solo le conviene a quienes se han apropiado de forma personal del trabajo de millones y millones de trabajadores. Apropiación individual del trabajo colectivo. Esa ideología que solo defiende en realidad el interés del 1 % de la humanidad, ha llegado a la mente de todos, haciéndonos más egoístas y solos.

Es esta soledad la que inspira esas ideas escatológicas que rondan la conversación de los taxistas, de ciertos guetos de muchachitos(as), de ciertos templos evangélicos. Es esa soledad que atenta contra la salud mental de todos, que nos llena de angustia y nos hace sentir y pensar lo peor. Soledad inducida por los medios comunicativos que invitan a que te enamores de lo que ves en una pantalla y no de la cara de otro de tu especie.

Huele a perro, se disipa en el viento nuestro espíritu. El olor y las risas de los niños en los parques son reemplazados por el olor excremental de animales. Trato en un abrazo a mi hijo transmitirle en el acto, la esperanza, el deseo, la necesidad de luchar por mi patria que es la dignidad de mi gente, por mi planeta donde vive mi especie; y por los perros, por supuesto, pero no confundo las prioridades.