LA JORNADA /
El fin de semana comprendido entre el 13 y 14 de julio las Fuerzas Militares de Israel, con el pretexto de dar muerte a dos mandos del grupo fundamentalista Hamás, asesinaron en un bombardeo a 92 palestinos inermes que se encontraban en el campo de refugiados de Al Mawasi, cerca de Jan Yunis, e hirió a cerca de 300; este crimen de lesa humanidad fue replicado en el campo de Al Shati, en la ciudad de Gaza, donde murieron 20 personas a consecuencia de un ataque de Tel Aviv.
En esta ocasión, esas masacres de población civil, las más recientes en una cadena de barbarie que lleva ya más de nueve meses y que ha acabado con la vida de casi 40 mil palestinos de Gaza, fueron opacadas en los medios corporativos de comunicación por la noticia del atentado contra Donald Trump en Pensilvania.
Pero incluso si no hubiese sido el caso, la información sobre las atrocidades cotidianas que perpetran los gobernantes israelíes en lo que queda de la Franja de Gaza no ha bastado para que los únicos que pueden frenar el genocidio en curso –los gobiernos de Estados Unidos y de sus socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)– hagan algo para detenerlo.
Con una insensibilidad exasperante, los jefes de Estado en Washington, Londres, París, Roma, Berlín, Madrid y los demás, se limitan a formular tibios desacuerdos con Tel Aviv por el asesinato en masa de niños, mujeres, hombres y ancianos y omiten cualquier acción efectiva de las muchas que podrían adoptar para presionar a Benjamin Netanyahu a una retirada de las fuerzas israelíes de Gaza y de Cisjordania –donde también se lleva a cabo una aniquilación de habitantes–: desde una suspensión inmediata de suministros bélicos hasta sanciones económicas que obligarían a poner fin a la agresión. En tanto no actúen, deben considerarse, más que aliados, cómplices de Israel.
Hay un patrón criminal que se repite desde el inicio de la incursión militar de Tel Aviv en la Franja: las fuerzas de ese país indican a la población los sitios en los que pueden encontrar amparo seguro y una vez que tales lugares están pletóricos de refugiados, los bombardean.
Si faltara algún indicio de que esta ofensiva no es para aniquilar a Hamás, sino una operación de exterminio de la población en general, la reiteración de esta conducta despejaría toda duda. Y, como lo señaló Francesa Albanese, relatora especial de la ONU para los Derechos Humanos en los territorios palestinos, en esta ocasión los propios atacantes israelíes habían comunicado a los habitantes del área de Jan Yunis que estarían a salvo en Al Mawasi. Es inevitable concluir, por ello, que los reunieron allí para matarlos, en una forma semejante a los campos de concentración de la Alemania nazi.
Cuando el Tercer Reich perpetró el genocidio contra los judíos de Europa, la mayor parte de la opinión pública mundial ignoraba el hecho. Hoy, en cambio, el exterminio de los palestinos en su propia tierra se realiza ante la mirada de todo el planeta; los ataques devastadores a edificios habitacionales, escuelas, hospitales, campos de refugiados y grupos de personas en plena calle se difunden en textos, fotos y videos, a veces incluso en tiempo real, y no sólo por los habitantes de Gaza, sino también por reportes de los grandes medios internacionales. Y si los horrorosos crímenes de la Alemania nazi son una vergüenza indeleble para la humanidad, con mayor razón puede decirse lo mismo de la aniquilación en curso de la población palestina por el régimen israelí.
La Jornada, México.