POR LUZ MARINA LÓPEZ ESPINOSA
La salvaje operación militar de Israel a comienzos de este mes de julio sobre el inerme campamento de refugiados de Jenin en la Cisjordania ocupada –ilegalmente recordemos- donde 23.400 palestinas y palestinos despojados de sus casas y heredades ancestrales se hacinan en medio kilómetro cuadrado, la cual fue saldada con 12 asesinados, más de cien heridos, miles de desplazados y la destrucción de cientos de precarias viviendas, escuelas, hospitales y la frágil infraestructura de acueducto y energía eléctrica, es muestra palmaria en demasía de uno de los horrores que nos legó el siglo XX y que para vergüenza de la humanidad campea impune en el XXI.
Ese horror no es otro que el del Holocausto Palestino, un pueblo condenado al exterminio físico, objeto de brutal limpieza étnica -en su propio suelo– de la cual sólo se les permite librarse dejándoles la vida como concesión graciosa, si renuncian a la tierra de sus mayores, su historia y tradición y se someten a vagar por el mundo como parias donde si la suerte les acompaña, algún cielo quizás les será propicio.
Pero ese Holocausto y limpieza que practica Israel en el territorio que ilegítimamente ocupa según lo han fallado cien veces todas las instancias jurídicas internacionales, no son fortuitos ni responden al acaso. Obedecen a un Pogromo. Sí señores: Pogromo. La misma, idéntica política de Hitler – ¡traidoras paradojas de la historia! -, para resolver “la cuestión judía”, fielmente adoptada por los sionistas para resolver “la cuestión palestina”. Porque no tienen otra salida al problema de proclamarse Israel “democracia perfecta” y “hogar nacional judío”, si la mayoría de sus habitantes son palestinos que carecen del derecho de elegir y ser elegido, siendo lo canónico en las democracias es que los nacionales de un país puedan libremente votar y ser votados.
Por tanto, la “solución” a ese “problema”, eliminar ese pueblo obstáculo para la ideología racista y supremacista del sionismo: El Pogromo: La limpieza étnica del territorio, el despojo de hogares y tierras, negarle la atención médica, el ingreso mínimo vital, agua potable, estudiar, construir, cultivar. Y lo más efectivo, las masacres que no sólo resultan funcionales al cambio de la demografía, sino que debilitan, desmoralizan, y en últimas, obligan a abandonar la patria ancestral.
Y sí. Habrá quienes farisea e interesadamente se levanten contra esta calificación de lo que es y significa la clara política de exterminio del pueblo palestino por parte de Israel. Pero valga de réplica -y sea bastante-, los datos absolutamente históricos de los últimos setenta y cinco años. Desde los setecientos cincuenta mil palestinas y palestinos despojados de su tierra y lanzados al exilio con la proclamación del Estado de Israel en 1948, los cientos de masacres cometidas con esa declaración y la destrucción de las aldeas de las víctimas, el asesinato de miles en Sabra y Shatila en Beirut en 1982 por las milicias cristianas protegidas y encubiertas por el Ejército israelí, hasta la predilección por el asesinato de niñas y niños y el encarcelamiento y juicio militar de cientos, y el régimen de apartheid en los territorios ocupados. Botones de una iracunda muestra.
Lo sucedido en este nefando comienzo de julio en Jenin y que ameritó los más duros pronunciamientos de los Relatores Especiales de las Naciones Unidas, quienes lo calificaron como posible crimen de guerra, tuvo antecedentes un mes antes cuando el Ejército de Israel atacó el campamento acribillando a siete civiles –dos niños entre ellos-, dejando noventa heridos. Todo lo cual eleva a 185 los palestinos asesinados en estos últimos meses por el gobierno de Benjamín Netanyahu, quien se ufana de ello. Y sin olvidar que ese mismo campamento fue noticia mundial en 2002 cuando fue objeto de similar ataque que dejó 52 muertos, miles de heridos muchos de los cuales murieron sin atención médica porque el hospital fue destruido y generando la demolición de la mitad de las viviendas.
Ante tanto espanto y mientras algún hada hace justicia, refugiémonos en la poesía de Omar Ardila sobre el Genocidio en Gaza: “Los niños fueron adormecidos con el llanto de las madres / que caían desmembradas / aferradas al crucifijo fatigado de bendecir verdugos”.
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