POR JULIO CÉSAR LONDOÑO /
El papel de la Casa Valencia en la política colombiana ha sido espeluznante. A su lado, la Casa Arana, la de los caucheros de La vorágine, es una entidad de beneficencia. El registro de sus malos pasos empieza con Ignacio Muñoz. Suegro del poeta Guillermo Valencia y tatarabuelo de la senadora uribista de tesitura fascista, Paloma Valencia Laserna, Muñoz era de linaje de encomenderos. Tenía una gran hacienda, propiedad que incrementó limpiando montañas baldías con el trabajo de centenares de esclavos indios. Luego limpió sus tierras de indios arrojándoles jaurías de mastines amaestrados.
Nota: el encomendero era un español o un mestizo de bien que recibía de la Corona española grandes extensiones de tierra con usufructo total sobre todo lo que allí hubiera: vegetales, minerales, ríos, animales e indios, que eran considerados poco más que animales; o menos, por su evidente falta de alma, hecho certificado por la solícita Iglesia católica. Los indios eran poca cosa, como hoy. El encomendero, un trigueño de peluca y tacones.

A los 50 años del garrote de la Conquista, siguieron los 250 años del garrote de la Colonia, empuñado por el virrey, el alférez y el encomendero.
Con la Independencia, los encomenderos cambiaron de nombre y se llamaron hacendados. Semántica revolucionaria…
La República no puso fin al desplazamiento, esa infamia que hoy prolonga una formidable minga mestiza (guerrilleros, paramilitares, policías, soldados, notarios y senadores). El garrote no ha parado un solo día. Con todo, el pueblo indígena sigue en pie.
Los indios tienen 300.000 hectáreas, “dos veces Bogotá”, decía con toda la boca el entonces presidente Iván Duque, de ingrata recordación, pero olvidó explicar que esas tierras están en los páramos del sur y en los nevados del norte, en los esteros y en los manglares del litoral Pacífico, en las selvas de la Amazonía y en los desiertos de la Guajira. 500 años de garrote no han logrado exterminarlos completamente pero sí arrinconarlos en las zonas más ásperas, olvidadas por Jehová y Bachué.

Un movimiento indígena “sedicioso” en el Cauca, que abarcó el periodo 1914-1918, fue reprimido violentamente por una liga de liberales y conservadores liderados por Ignacio Muñoz y el poeta Valencia. El poeta encerró al líder indígena Quintín Lame, lo escupió y lo golpeó en el calabozo. Lo llamaba “asno montés” (El Espectador, julio 12 de 1924).
La poesía de Valencia, elegante y repleta de referencias europeas, evidencia su desprecio por todo lo que huela a criollo. En sus poemas no aparecen los Andes sino los Alpes. No hay camas sino ebúrneos triclinios. No hay lloronas ni patasolas sino mercurios y junos. No hay tabaco sino rapé. No hay chicha sino absenta. Y en lugar de caballos, lánguidos camellos de elásticas cervices que a grandes pasos miden los yermos campos de los Valencia.
En 1964 la Casa vuelve a escena. Guillermo León Valencia Muñoz, hijo del poeta, cazador de patos e internacionalmente bruto, bombardea Marquetalia y convierte la protesta de un puñado de campesinos en una de las guerrillas más numerosas y fuertes del mundo.

En 2015 la senadora uribista Paloma Valencia Laserna lanza su célebre propuesta de dividir el Cauca en dos, uno para indios y otro para mestizos. El 7 de agosto de 2018 expele su macabra advertencia: “Una cosa es el Gobierno y otra el Centro Democrático”. El tiempo le está dando la razón.
Nota final: hubo, quién lo creyera, un Valencia bueno. Álvaro Pío Valencia, oveja negra del linajudo clan, hijo del poeta, historiador, humanista, comunista y rector universitario, conoció a una indígena caucana y vivió con ella en un resguardo del cañón del Patía. Enamorado de ella y de su pueblo, decidió escriturarles a los indios las tierras que había heredado. “No regalé nada”, me explicó un día. “Solo les devolví lo que les robamos a sangre y fuego”.
El Espectador, Bogotá.
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“Si analizamos los datos de la Encuesta Permanente de Hogares del Primer Trimestre de 2024 casi que podríamos afirmar que el ingreso promedio es muy poco representativo de la realidad social. Con una distribución tan desigual resulta mucho más riguroso analizar el valor de la mediana que el de la media. ¿Por qué? Porque apenas hay hogares argentinos que tengan ingresos cercanos a la media, y porque la media no está en la mitad de la distribución sino desplazada hacia la derecha, Existe un 68% por debajo de ese ‘valor medio’ y un 32% por encima”, precisa.
“Lo más pertinente entonces sería prestarle atención al valor de la mediana: el 50% de los hogares argentinos tienen un ingreso mensual per cápita por debajo de 198.000 pesos. Esta mitad del país es pobre. Esta mitad y un poco más: la pobreza en Argentina afecta al 55 % de la sociedad”, colige el director de CELAG.
Discrepancias con la información oficial
El trabajo, firmado por los investigadores Alfredo Serrano Mancilla y María Dondo, cuestiona la pertinencia del ingreso promedio por hogar usado en las estadísticas oficiales, al considerar que “es muy poco representativo de la realidad social” porque desconoce la desigualdad en la distribución de esta dimensión económica, que en el caso argentino se traduce en que 68 % de los hogares tienen ingresos inferiores a ese promedio.
En su lugar, Serrano Mancilla y Dondo proponen usar como referencia la mediana del ingreso por hogares, que permite dividir las viviendas en dos partes idénticas, con lo que arribaron a la siguiente conclusión: “El 50 % de los hogares argentinos tienen un ingreso mensual per cápita por debajo de 198.000 pesos (210,69 dólares)”.
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En este orden, sostienen que este estándar alerta sobre el volumen que representan quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad y son excluidos de los criterios seguidos habitualmente para medir la pobreza, basados en la canasta básica total (CBT).
“Si un hogar posee 100 pesos (0,11 dólares) más que el valor de la canasta básica total (CBT), […], dejaría de ser considerado pobre según los cálculos habituales. Sin embargo, ¿sería correcto afirmar que un hogar con un ingreso per cápita de 222.332 pesos (236,61 dólares) mensuales es pobre, pero un hogar con un ingreso per cápita de 222.352 pesos (236,63) mensuales no lo es?”, rebaten.
Este punto constituye la justificación de su metodología, pues a su parecer, el abandono de la narrativa según la cual Argentina es “un país de clase media”, resulta fundamental para reconocer que, en el presente, casi tres de cada cuatro hogares “malviven”. O, lo que es lo mismo: “que la Argentina de hoy vive mayoritariamente en condiciones de pobreza”.