La comunicación y el asesinato de la democracia

POR RICARDO CARNEVALI /

Tras un quinquenio de silencio editorial, ya está en las librerías (argentinas) el quinto libro del periodista y comunicólogo uruguayo Aram Aharonian que lleva por título El asesinato de la democracia, que constituye el último de la saga de Vernos con nuestros propios ojos (2007, 2009, 2011 y 2013), La Internacional del terror mediático (2015, 2016), El asesinato de la verdad  y El progresismo en su laberinto (2017).

Aram advierte que el mundo cambia, la tecnología avanza –hoy hablamos de metaverso, por ejemplo–, nos arrinconan para pelear en campos de batalla equivocados o ya perimidos, mientras las corporaciones mediáticas hegemónicas desarrollan sus tácticas y estrategias, en nuevos campos de batalla, mientras seguimos reclamando la democratización de la comunicación e intentamos analizar el mundo con herramientas ridículas para esta época del capitalismo de plataformas y vigilancia.

Tal vez ningún término usado recurrentemente en el espacio público fue ultrajado de tal manera que no solo fue vaciado de contenido, sino que perdió todo sentido, como la voz democracia.  La democracia fue asesinada en nombre de la democracia, para emplearla  como  instrumento de legitimación de las estructuras de poder, dominación y riqueza. Antes esos mismos habían asesinado la verdad, añade.

Y recuerda que  los gobiernos progresistas nunca creyeron en la necesidad de una política informativa, que redundara en la información y en la formación, y en la participación ciudadana. Se recitó el estribillo de la batalla de ideas, pero siempre desde el síndrome de plaza sitiada –hay que defenderse permanentemente de un eventual ataque enemigo-, síndrome que se apropió de los espacios oficiales de comunicación y en la reacción defensiva permanente y de corto plazo de los ataques hostiles, olvidando la agenda propia del diálogo con la ciudadanía y del debate con los adversarios políticos.

Señala que para ello colaboraron los nuevos conquistadores, que desde universidades europeas nos vinieron a vender espejitos de colores e impedir locuras como la de Telesur, que insistía en vernos con nuestros propios ojos después de cinco siglos de colonización. Algunos reviven el Informe McBride 1980 (de hace 43 años) cuando hoy  el big data permite a la información interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones, convirtiendo a la democracia en una dictadura de la información manejada por las grandes corporaciones. Seguimos en guerra y en ella no hay neutralidad posible, afirma el también creador y fundador de Telesur.

Hoy en día, en nuestra América, la dictadura mediática intenta suplantar a la dictadura militar. Los grandes grupos económicos usan a los medios y deciden quién tiene o no la palabra, quién es el protagonista y quién es el antagonista. El que más vocifera contra los cambios de nuestras sociedades, de modelo económico, social, político, contra las transformaciones culturales, es quien logra más pantalla, mientras intentan que las grandes mayorías sigan afónicas e invisibles, sin voz ni imagen, indica.

Ya decía Ryszard Kapuściński que cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante.

Este libro, editado por Ciccus en Argentina, cuenta con valiosos aportes del sociólogo y periodista Pedro Brieger, director de la Agencia Noticias de América Latina y el Caribe (Nodal) (Democracia: ¿qué democracia?); del investigador, escritor y militante humanista Javier Tolcachier (Muerte y renacimiento de la Democracia) y del doctor en Comunicación, periodista y escritor Víctor Ego Ducrot (La democracia como burlesque), socializando el libro para convertirlo en texto colaborativo.

Asimismo, agrega en su tercera parte una serie de notas elaboradas por él y Álvaro Verzi Rangel en el Observatorio de Comunicación y Democracia, englobados bajo el título Hay izquierda. ¡Ay izquierda!

Aram Aharonian

Aharonian alerta: “Creemos que portamos un teléfono personal, inteligente. Pensamos que el celular nos pertenece, pero no hay nada menos personal. El algoritmo está en nuestro querido celular, donde se esconde un tipo de sociedad, que es del conocimiento, de un sistema de poder, dicen que sostenido en una ideología algorítmica neutral. Y uno va viendo cómo, de a poco, el celular se va apropiando de tu ser: te pide la huella digital mientras realiza sin que se lo pidas tu reconocimiento facial, lo tienes ligado a tu cuenta de correo digital, a tu tarjeta de crédito o de débito, y vas recibiendo notificaciones y noticias de instituciones y gente que ni siquiera sabías que existen. Y entonces te acuerdas que había algo que se llamaba intimidad y que lo fuiste perdiendo”.

Asevera que el periodismo ha dejado de ser útil a la democracia formal para convertirse en su mayor lastre al quedar subyugado a los intereses de cualquier personaje con mucho dinero y escasa moral, al menos en cada uno de nuestros países occidentales y cristianos.

A este fenómeno se le llama posverdad, que corresponde con el nacimiento de una era en la que la verdad, como todo, es relativa y todo depende del cristal ideológico con el que se mire y el propósito que se busque con su difusión. Es peor que la mentira, porque esta puede llegar a desmentirse, pero la posverdad no necesita ser corroborada por los hechos, por la realidad, aclara.

Recuerda, asimismo, que el contexto de la pandemia de la Covid-19 creó las condiciones adecuadas para disponer de un marco institucional y normativo capaz de modificar las mentalidades, costumbres y valores de nuestras sociedades, impulsando nuevos deseos, hábitos y valores, pero, sobre todo, imponiendo el modo de producción de la economía digital, de plataformas e infraestructuras digitales que permiten que dos o más grupos interactúen, novedoso modelo de negocios que ha devenido en un nuevo y poderoso tipo de empresa, que se enfoca en la extracción y uso de un tipo particular de materia prima: los datos.

La nueva arma mortal no esparce isótopos radioactivos: se llama medios de comunicación de masas que, en manos de unas cuantas corporaciones, manipulan a su antojo en función de sus intereses corporativos, en alianza con las más reaccionarias fuerzas políticas. Ya habían asesinado la verdad. La palabra “democracia” había perdido sentido. En la batalla simbólica-cultural, los medios hegemónicos aparecen como unidades militares para imponer un imaginario colectivo.

CLAE 

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