La crisis ambiental: pandemia global bajo el capitalismo

POR ALFONSO AVELLANEDA

En el presente documento, pretende mostrar como la crisis ambiental actual constituye una enfermedad civilizatoria, que no es posible remediar con vacunas, sino que, analizado el contexto de sus causas, nos lleva a plantear soluciones de fondo, dadas las precarias condiciones de vida a que ha sido conducida la humanidad y que el caso colombiano, son dramáticas y requieren cambios profundos en la sociedad y la administración del Estado. En esta primera parte presentamos algunos aspectos de la magnitud de la crisis ambiental en Colombia.

La importancia del tema ambiental en una sociedad en crisis

El tema ambiental ha venido cobrando protagonismo en las definiciones políticas durante los últimos 30 años, desde cuando la Cumbre de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo de 1992 permitió que los jefes de estado se pronunciaran sobre la situación del mundo en relación con los diversos temas que configuraron el derecho al ambiente sano y su relación con la degradación ecológica, la crisis social y la crisis ambiental, manifestada en el calentamiento global, las sequias e inundaciones  cada vez más agudas, así como el  desplazamiento de millones de personas debido a los cambios dramáticos en la calidad del entorno natural. Allí Fidel Castro afirmó:

“Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre.

Ahora tomamos conciencia de este problema cuando casi es tarde para impedirlo.”

En el fondo está la irracionalidad del modo de producción capitalista caracterizada además por el consumo desmedido de recursos naturales.

La crisis ambiental de esta forma, se configura como una falla en el proceso civilizatorio de la humanidad, es decir está estrechamente ligada a los procesos antropogénicos que bajo el modo de producción capitalista ha conducido a la humanidad a destruir las condiciones de la vida en el Planeta Tierra. De esta forma está quedando en evidencia que la estructura del capital, expresada en un modo de producción profundamente consumista y cegado por las ambiciones de una clase capitalista irracional, que impulsa el crecimiento económico ilimitado para el bienestar de unos pocos, ha perdido el norte civilizatorio, ya que esto no es posible en un mundo con una naturaleza finita.

Las realidades de la población colombiana bajo el capitalismo

Cuando observamos los mapas de la transformación de los ecosistemas de Colombia durante los últimos 100 años, es decir desde cuando se iniciaron las bonazas petroleras en Putumayo, Magdalena Medio y el Catatumbo y la ocupación con fines de explotación industrial de las tierras en el Valle del Cauca,  reconstruidos por los investigadores de la Universidad Nacional y publicados hace ya casi una década no podemos más que sentir una profunda tristeza que recoge todas las tristezas juntas que vive el pueblo colombiano sometido a la violencia,  profundización de la pobreza, la ignorancia y la segregación económica, social y ecológica.

Mapa 1 (1920)
Mapa 2 (2010)

Colombia se ha venido convirtiendo en un gran potrero (zona blanca) Mapa 1(1920) y Mapa 2. (2010) debido a que en el último siglo se ha profundizado la ocupación de su espacio territorial, favoreciendo la ganadería extensiva que ha desplazado a los campesinos tradicionales, forjados en una construcción de territorios mestizos, por grandes latifundios. Este proceso ha sido la causa de la violencia en las zonas rurales configurando un conflicto armado de largo aliento que aún no cesa, debido a que todos los intentos de procesos de reforma agraria (1936, 1963, 1994 y 2016) y los Acuerdos de Paz, han sido saboteados por las clases dominantes, donde ha primado el interés de las oligarquías que se han apoderado del aparato de Estado y ha abierto espacio para que intereses capitalistas nacionales, el narcotráfico y capitales  internacionales se hayan empotrado en el poder público a todos los niveles, haciendo de este un instrumento al servicio de los ganaderos, los narcotraficantes y los industriales del petróleo, la madera, el oro, el carbón y las hidroeléctricas. Podríamos resumir este proceso en que el territorio colombiano está al servicio de los dueños de las vacas que ponen el Congreso y El Ejecutivo. De hecho, cada cabeza de ganado ocupa dos hectáreas, haciendo de la actividad ganadera la más improductiva del mundo, mientras que el crecimiento del hato ganadero, en el período de las décadas de 1990-2010 significó que por cada nuevo semoviente un campesino tuviera que abandonar los campos. Cinco millones de desplazados correspondieron a cinco millones de crecimiento en el hato ganadero en estos años y por supuesto a un proceso de contrarreforma agraria, profundizado  mediante la violencia paramilitar y la destrucción de las selvas en la Amazonia, los valles interandinos, el Choco Biogeográfico y el Cinturón Árido Pericaribeño de los departamento de Antioquia con centro en la región de Urabá, Córdoba en la cuenca media y baja del río Sinú, el departamento del Atlántico sobre las tierras del Canal del Dique, donde las ciénagas que daban vida a una pesca productiva fueron arrasadas por la ganadería; la depresión Momposina , territorio de la cultura anfibia de la que nos habló el maestro Orlando Fals Borda en su libros de Historia doble de la Costa, convertidos en un gran potrero cuyos dueños fueron los principales promotores de la violencia paramilitar que los llevó al Congreso de la República, tal como quedó demostrado en todo ese terrible proceso parapolítico bajo los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez y que aún continua vivo con el dominio de las mayorías parlamentarias que soportan el actual gobierno del presidente  Duque.

Las cifras y los mapas (Mapa 1 y Mapa 2) no mienten, hacia los años del inicio del período conocido como la Violencia (1946-1958) Colombia tenía una ocupación del territorio caracterizada por 72 millones de hectáreas en selvas, llamados en los documentos oficiales de estas décadas como Bosques Nacionales, 32 millones de hectáreas en pastizales principalmente sobre las sabanas de la Orinoquia,  la Llanura Costera, 5 millones de hectáreas en agricultura campesina  con presencia notoria del cultivo del café sobre unas 2 millones de hectáreas y unas 4 millones de hectáreas en humedales (ríos, ciénagas, lagunas, pantanos) y costas configurando los 113 millones de hectáreas del territorio continental de Colombia.  Según el último censo agropecuario realizado en el año 2015 las cifras gruesas se corresponden a: 50 millones de hectáreas en selvas y ecosistemas fragmentados principalmente en la Amazonia y en menor medida en el Chocó Biogeográfico y en una muy baja proporción sobre las zonas andinas y la región Marabina (Catatumbo); 50 millones de hectáreas en ganadería extensiva sobre la sabana costera, la Orinoquia, el piedemonte Amazónico, los valles interandinos, especialmente el Magdalena Medio y la región del Guaviare, 7 millones de hectáreas en agricultura, especialmente  campesina y unos 5 millones en eriales, es decir tierras en desertificación por el mal uso del suelo sobre las zonas andinas y el Cinturón Árido Pericaribeño. Es decir, vivimos en un país donde la especie dominante son las vacas.

Todo lo anterior configura un panorama del capitalismo tardío que ha venido caracterizando este último siglo desde la llegada de la Tropical Oil Company, más conocida como LA TROCO al Magdalena Medio-Barrancabermeja, allá por las primeras décadas del siglo XX hasta 1951, cuando se crea ECOPETROL y al Standard Oil Company (Catatumbo y Putumayo) y la Texas Petroleum Company (Catatumbo, Putumayo, Magdalena Medio-Puerto Boyacá) y La Shell  (Magdalena Medio). Detrás de la Guerra con el Perú bajo el gobierno de Olaya Herrera (1930-1934), estaría los intereses petroleros de la Standard Oil Company a lado y lado de las fronteras y detrás de la violencia paramilitar del Magdalena Medio con origen en Puerto Boyacá estaría la Texas Petroleum Company. Hipótesis recientes no tan alejadas de la realidad, atribuyen el asesinato del líder popular Jorge Eliecer Gaitán a la TROCO, que con esto cobró la finalización de la Concesión De Mares y el papel que tuvo el gaitanismo en la dirección del movimiento obrero de la Central de Trabajadores de Colombia, CTC y la Unión Sindical Obrera, USO en las huelgas de 1947 y 1948.

En medio del período de la Violencia se produjo la llegada de la Revolución Verde con la creación de la Corporación del Valle del Cauca, CVC en la década de 1950, bajo la dirección de los intereses norteamericanos que trajeron el modelo de la TVA (Tennessee Valey Autority) que vendría acompañada del proceso de violencia terrateniente en el centro y norte del Departamento del Valle del Cauca, con su triste recordación de la violencia en Trujillo. En las siguientes décadas bajo el modelo bipartidista liberal-conservador del Frente Nacional, vendría la agricultura industrializada de arroz, algodón, sorgo, caña de azúcar  en La Costa Atlántica, el Alto magdalena, El Valle del Cauca y la Región del Zulia; banano en Urabá y la ganadería estabulada en los altiplanos cundiboyacense, santandereano, piedemonte Orinoquía (Departamento del Meta) y amazónico (Departamento del Caquetá) y más tardíamente hacia las décadas de 1970-1990 la vinculación del Magdalena Medio y la región de Urabá a la ocupación ganadera y del banano bajo el dominio paramilitar. Todos estos procesos de ocupación de los espacios territoriales se hicieron favoreciendo los intereses capitalistas y generando el desplazamiento de las poblaciones campesinas hacia las periferias de miseria de las ciudades.

Durante los últimos cincuenta años la producción ecológica debido a la degradación ambiental ha disminuido dramáticamente. Para 1970 el Río Grande de la Magdalena producía 70.000 toneladas de peces al año y para 2020 se ha reducido a menos de 5.000 toneladas año. Ríos como el Bogotá, Cauca, Medellín, Otún, Chicamocha, Sinú, ven liquidadas sus condiciones de vida acuática y salen muertos, es decir sin oxígeno, al paso por las metrópolis urbano-industriales. Ecosistemas Estratégicos para la producción de agua como el Bosque Seco Tropical y el Bosque Alto Andino, están en vía de extinción por el avance ganadero y minero. Los bosques y humedales que caracterizaron los entornos de las ciudades y pueblos a lo largo y ancho de la nación han desaparecido por la minería y una ocupación por la población en su mayoría de desplazados por las violencias en el campo, para dar lugar a asentamientos humanos de pobreza, miseria, hambre constituyendo escenarios donde la violencia anida y la dignidad humana pierde sentido para la clase dominante y solo es posible sobrevivir por la resistencia de las comunidades con su trabajo y creatividad en estas condiciones adversas.

Frente a esta situación, toda solución que busque superarlas con iniciativas de reforma de las condiciones de vida a través de políticas, programas y proyectos para mejorar las condiciones vida in situ, dentro del modelo capitalista esta condena al fracaso. La respuesta para superar esta pandemia requiere profundas transformaciones civilizatorias con la participación de las clases obrera, campesina y popular para cambiar radicalmente el modo y forma de la relación de la sociedad con sus entornos, que rompan las cadenas consumistas, las segregaciones económica, social, étnica, económica y ecológica y construyan racionalidades ambientales que eviten la aniquilación de la esencia humana.  

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