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Entrevista con el historiador argentino, doctor en Ciencias Sociales, profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de la Universidad de Lanús (UNLa), Miguel Mazzeo, quien a partir de la obra del filósofo peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930), el Amauta, analiza la crisis civilizatoria que afronta la humanidad como consecuencia del agotamiento y degradación de un mortífero y expoliador sistema económico como el capitalismo.
Mazzeo, un estudioso del mariateguismo y como tal autor de varios libros e incontables artículos periodísticos y ensayos sobre su sus alcances filosóficos y políticos, sostiene que no obstante la partida física hace 93 años del que se puede considerar el primer teórico latinoamericano del socialismo científico, en esta época de orfandad y ante el fatalismo, de nuevo aparece Mariátegui para suministrarnos algunas líneas de reflexión que posibilitan avanzar en la construcción colectiva de un proyecto emancipatorio.
¿Cuál es la vigencia del Amauta en tiempos de pandemia y crisis civilizatoria? ¿Qué papel cumple el mito en la construcción de un proyecto socialista hoy? ¿Al margen de los aspectos coyunturales –el mundo de hace más de 90 años es bien distinto del actual– los aspectos de fondo de la crisis civilizatoria que identificaba Mariátegui son los mismos que los actuales? Su crítica apuntaba a los fundamentos del sistema capitalista, por eso resultó fundacional y precursora.
El socialismo para Mariátegui era portador de un nuevo ethos. “Esa capacidad de ver profundo es lo que explica en buena medida la vigencia del Amauta y la dimensión universal de su aporte”, sugiere Mazzeo durante este diálogo periodístico, al tiempo que señala que “lo que nos falta es un proyecto alternativo y la confianza para concretarlo, confianza en nuestros recursos, confianza en la viabilidad de nuestros pequeños mundos, confianza en nuestros valores”.
Posibilidades de un socialismo sin fórmulas envenenadas
Teniendo en cuenta que lo personal es político, ¿en qué contexto y con qué motivaciones llegaste a la vida y obra de José Carlos Mariátegui?
Descubrimos a Mariátegui a mediados de la década del 80. En plena crisis de los paradigmas emancipatorios característicos del siglo XX. Una crisis de los significados del socialismo que fueron hegemónicos desde la Revolución rusa. Nos encontramos con el Amauta justo cuando se iniciaba el tiempo del neoliberalismo en su versión periférica, cruda y dura.
En un contexto de derrumbe de viejas certezas, percibíamos que la figura de Mariátegui salía indemne –al modo de Buster Keaton– de la crisis de los socialismos reales y del agotamiento de las matrices más clásicas de la izquierda (del marxismo-leninismo en todas sus versiones). Si bien una buena parte de la intelectualidad consideraba que esa crisis arrasaba con toda idea de cambio radical, pensábamos que la misma no afectaba los aspectos medulares de una obra y un pensamiento como los de Mariátegui.
Ese fue el contexto que nos permitió encontrar en Mariátegui las posibilidades de un socialismo sin fórmulas envenenadas, de un marxismo operativo y con arraigo, un pensamiento genuino que suministraba claves para la vida práctica y la espera esperanzada.
Como nuestro interés era principalmente político, también veíamos en Mariátegui un punto articulador de diversas tradiciones emancipatorias. Por eso, en el año 1991, un grupo de estudiantes y graduados de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en crisis con nuestras militancias previas, decidimos crear una organización política y la llamamos: Corriente Estudiantil de Unidad Popular José Carlos Mariátegui, luego Agrupación Mariátegui o, simplemente, La Mariátegui. Vale aclarar que el ambiente académico no facilitó nuestro contacto con la obra del Amauta. Todo lo contrario. Mariátegui prácticamente no figuraba en los planes de estudio. Eso incrementó nuestro interés por su figura.
En un sentido utilitario, Mariátegui nos servía (y nos sirve) de punto de partida en la tarea de resignificar el socialismo y para desarrollar el marxismo como crítica científico-ética del capitalismo, como programa práctico de acción anticapitalista y proyecto de sistema económico, social y político alternativo.
Promediando la década del 90, otras experiencias históricas ratificaron nuestro mariateguismo: el neo-zapatismo, algunas iniciativas del movimiento campesino en Nuestra América, en especial las del Movimiento Sin Tierra de Brasil, el protagonismo que adquiría el movimiento indígena en Bolivia y en Ecuador, etc. Un poco más tarde, se sumaron las expresiones del chavismo radical de Venezuela. Decimos que estas experiencias ratificaron nuestro mariateguismo, porque Mariátegui, nuevamente, nos suministraba claves de lectura para abarcarlas. Nuestro mariateguismo también se enriqueció porque tuvimos que releer al Amauta y confrontarlo con nuevas realidades.
Finalmente, nuestra militancia vinculada a organizaciones populares autónomas y a movimientos sociales de Argentina nos impuso un lugar hermenéutico (y un recorte de la figura de Mariátegui) diferente del que pueden suministrar la academia o los partidos de la izquierda dogmática.
Esos entornos condicionaron nuestra lectura y nuestra apropiación del Amauta. Le impusieron un conjunto de necesidades relacionadas con el poder popular y los modos de construirlo, consolidarlo y extenderlo. Necesidades que a su vez se conectaban con la autonomía ideológica y política de las clases subalternas, con la democracia, la acción directa, y con los vínculos entre la revolución y la cotidianidad.
Construcción popular contra-hegemónica
Un concepto que trabajaste en profundidad es el de elementos de socialismo práctico. ¿Por qué tiene vigencia y qué aporta para pensar/accionar en estas épocas de crisis y pandemia?
El concepto de elementos de socialismo práctico, central en el pensamiento de Mariátegui, tiene plena vigencia en la actualidad porque nos remite a una concepción del socialismo centrada en lo relacional, lo anticipatorio, lo tendencial, lo prefigurativo y en la “autopoiesis”. Por lo tanto, se relaciona con la construcción popular contra-hegemónica (auto-organización de base que se erige en poder alternativo y desestructurador del poder dominante), se relaciona con la “economía moral” de los pueblos, se relaciona con el poder popular. O sea, en nuestra concepción del poder popular, el concepto mariateguiano de elementos de socialismo práctico tiene un lugar muy importante.
La crisis del capital, una crisis de dimensiones civilizatorias, exacerbada por la pandemia y las condiciones impuestas por la cuarentena, no sólo ha puesto en evidencia la impiedad de las clases dominantes, lo absurdo e irracional de la separación entre economía y subsistencia, lo inhumano del capitalismo como totalidad hegemónica, sino que nos muestra algo fundamental: sólo el pueblo salva al pueblo. Esto es, nos muestra la eficacia de los enclaves de solidaridad y humanidad, no sólo para garantizar la supervivencia básica de las personas, sino también como plafón y modelo para construir un orden superador del capital.
Lo que queremos decir es que, “la peste”, entre muchas otras cosas, expone el antagonismo básico que se pone en juego en el mundo comunitario popular: la lucha por garantizar la reproducción de la vida (y las culturas) frente al avance de la economía mercantil y el capital financiero.
El concepto de elementos de socialismo práctico propone una idea del socialismo que exige significar lo que se enuncia y se proclama en la propia estructura. De este modo, el concepto es perfectamente compatible con la angustia y la duda. Prefiere la espera y la pregunta en marcha (y en lucha) a las recetas infalibles y al resto de las malas respuestas. Este concepto puede ser considerado el pilar de una concepción –y por qué no, de una conceptualización– del socialismo (y la política) como apuesta y creación: No nos olvidemos de la sentencia mariateguiana más celebre: “ni calco ni copia, creación heroica”.
Finalmente, el concepto de elementos de socialismo práctico nos propone un orden que, sin abjurar de lo estatal, lo excede. Es un orden pos-estatal, o trans-estatal. Podríamos llamarlo: “societal”.
No podemos pasar por alto que la crisis, exacerbada por la pandemia y las circunstancias vividas durante la cuarentena, además de evidenciar la inviabilidad del capitalismo, le generan espacios a las narrativas conservadoras que retoman el proyecto de un capitalismo con rostro humano, el Estado social, etc. O sea, se le adjudica la crisis al neoliberalismo como versión “patológica” del capitalismo, confiando en las versiones “normales” y hasta “virtuosas” del capitalismo y en las posibilidades de una reedición del New Deal o del capitalismo de posguerra. ¿Acaso son viables estas versiones? Se considera que la crisis afecta sólo al sentido común neoliberal, pero no necesariamente al sentido común capitalista. Las narrativas conservadoras (o, en general, “reformistas”) se niegan a considerar el carácter sistémico y civilizatorio de la crisis. Lo cierto es que la civilización del capital (en todas sus versiones) en estos tiempos, no ha hecho más que exponer, con impudicia y crudeza, sus limitaciones como ideal de vida.
Corresponde señalar también que, al tiempo que las clases subalternas perciben la necesidad de la autogestión y el autogobierno, se consolidan las políticas que apelan a mecanismos disciplinarios que buscan controlar la potencia popular, encauzarla en moldes burgueses, evitar los “excesos”: ocupación de tierras, nacionalización de grandes empresas, creación de redes de distribución que afecten a los grandes monopolios, etc., en fin, los cuestionamientos a la propiedad privada.
El antiimperialismo es incompatible con el capitalismo
Mariátegui siempre resultó incomodo tanto para los nacionalismos como para la izquierda dogmática ¿en qué radica esa incomodidad y cierto silenciamiento de sus ideas?
Mariátegui decía que era imposible ser revolucionario y socialista sin ser nacionalista. Y viceversa. Propuso además una construcción, al unísono, del socialismo y la nación. La nación democrática y socialista. La nación de los y las de abajo. Además, él concebía a la nación como una categoría opuesta al colonialismo y al imperialismo, por lo tanto resultaba central en la conformación de la identidad de Nuestra América. Mariátegui pensó lo nacional desde la clase y la clase desde lo nacional. Percibió que sólo el “particularismo” de las clases subalternas podía estar en armonía con los intereses de la nación.
El nacionalismo popular (o “populista”) no puede aceptar el emplazamiento anticapitalista de Mariátegui, su idea que plantea que el antiimperialismo consecuente es incompatible con el capitalismo, su idea que establece la actualidad del socialismo. En este sentido, dicho nacionalismo, tampoco puede comprender el alcance de su internacionalismo.
Mariátegui sostuvo que “el internacionalista siente, mejor que muchos moralistas, lo indígena, lo peruano”, y también concibió al internacionalismo no como lo contrario del nacionalismo sino como su “superación”. Impugnaba el ineficaz aislacionismo parroquial y consideraba que la revolución socialista en el Perú sería parte de la revolución mundial, porque el problema a resolver también era mundial. Sin dejar de ser un ideal y una firme convicción ideológica, el internacionalismo de Mariátegui era una “realidad histórica”, una tendencia que no autorizaba determinismos pasivos (la espera de las condiciones ideales). Para Mariátegui el proceso de internacionalización del capital no negaba la dominación a nivel nacional.
Para Mariátegui el internacionalismo anterior a la Internacional Comunista no había aportado al desarrollo de una conciencia anticolonial (y verdaderamente internacionalista) entre los trabajadores y las trabajadoras de Europa. Por lo tanto rechazaba los moldes universalizados a la hora de interpretar-transformar las diferentes realidades, en particular las periféricas. Asimismo, no tiene puntos de coincidencia con el cosmopolitismo neoliberal de algunos pseudo radicales que han llegado a plantear la imposibilidad de afrontar la lucha anticapitalista desde los marcos nacionales. Mariátegui consideraba que así como había un nacionalismo revolucionario y otro reaccionario, también había un internacionalismo revolucionario y otro reaccionario.
Por su parte, la izquierda dogmática se coloca a distancia de Mariátegui porque rechaza su heterodoxia. En primer lugar sobresalen las diferencias en las cuestiones de estrategia y táctica política. Mariátegui no puede ser asimilado por quienes cultivan el fetichismo del aparato y por quienes deifican instrumentos inertes, no puede ser comprendido desde una visión clasista estrecha y limitada, desde el “centralismo democrático” y el “centralismo científico” y sus modos de producir política y decisiones.
Luego, el pensamiento del Amauta confronta con aspectos que han sido y son taras de fondo de la izquierda dogmática: su signo positivista y euro-céntrico, su logo-centrismo, su carácter auto-referencial, su práctica condicionada por la ilusión estatal, su sectarismo excluyente de caminos emancipadores alternativos, su culto a todos los fetiches (más que mitos) de Occidente: razón, ciencia, progreso, civilización, entre otros.
Cultura emancipatoria a través de la combinación de saberes
Una dimensión que aborda Mariátegui es la del mito como motor de las luchas populares, ¿qué papel puede jugar hoy en la recreación de un proyecto revolucionario?
Mariátegui consideraba que la crisis de la civilización, la crisis de la burguesía respondía a que se había quedado sin mitos. O sea, la clase que había erigido la civilización del capital, ya no podía encontrarle un sentido “trascendente” a su quehacer. Para Mariátegui quedarse sin mito era como quedarse sin ser. Porque para él el mito formaba parte de la realidad ontológica de los seres humanos. De este modo, a la burguesía desapasionada y condenada a la inercia y al vacío, no le quedó otra alternativa que entregarse a un automatismo inhumano, impersonal, mortífero; a la producción de fetiches efímeros llamados a ser reemplazados por otros fetiches más efímeros aún.
El mito y otras dimensiones emparentadas como la mística, la utopía, la imaginación, los sentimientos, constituyen una fuente de creatividad y permiten el desarrollo de toda filosofía y praxis de la emancipación, incluyendo, claro está, al marxismo. Tengamos presente que la fantasía, los sueños, los deseos, los afectos, si logran encarnarse socialmente, se convierten en fuerzas actuantes en la realidad, fuerzas de un enorme potencial transformador.
Desde hace un tiempo a esta parte, un conjunto de organizaciones populares, muchos movimientos sociales, especialmente en Nuestra América, construyen cultura emancipatoria a través de la combinación de saberes (teóricos y prácticos), con sentires y con deseos. El mito se articula con la razón. En la interacción se destronan mutuamente, pero también se realzan sus mejores costados. Por un lado: la pasión política, la construcción de nuevas realidades y de futuros, la promesa, los afectos, los sentimientos, la subjetividad, el arte, la fe, la religiosidad. Por el otro: la autonomía, la capacidad crítica y autocrítica, la idea misma de proyecto. El mito en Mariátegui remite a una dialéctica del saber y el sentir, del pensar y el sentir, que podemos encontrar en pensadores como Antonio Gramsci o en Orlando Fals Borda, entre otros.
Un proyecto revolucionario que emerja del mundo que Mariátegui llamaba “caótico y primitivo” (al tiempo que lo asumía como propio), no podrá ajustarse a los guiones estrictos impuestos por la modernidad. Si pretende arraigo y viabilidad, tendrá que dar cuenta de múltiples dimensiones “extra-racionales”. La construcción de una voluntad colectiva nacional-popular no puede soslayar estas dimensiones. Deberá crear nuevos significados, pero no en forma arbitraria, vertical y manipuladora sino a partir de las experiencias y los deseos de los y las de abajo.
Aspectos de crisis civilizatoria que identificaba Mariátegui son los mismos que los actuales
Mariátegui vivió y reflexionó en un contexto de crisis civilizatoria, hoy estamos en una coyuntura que se asemeja, ¿por qué resulta importante traerlo al presente a más de 90 años de su siembra?
Al margen de los aspectos coyunturales –el mundo de hace más de 90 años es bien distinto del actual– los aspectos de fondo de la crisis civilizatoria que identificaba Mariátegui son los mismos que los actuales. Su crítica apuntaba a los fundamentos del sistema capitalista, por eso resultó fundacional y precursora. Luego, su concepción del socialismo posee una dimensión societal y civilizatoria que hoy resulta insoslayable. El socialismo para el Amauta era portador de un nuevo ethos. Esa capacidad de ver profundo es lo que explica en buena medida la vigencia del Amauta y la dimensión universal de su aporte.
Hoy más que nunca, en la crisis del capital, se pone en evidencia la crisis de Occidente. Constatamos, día a día, que la llamada cultura occidental no es otra cosa que una particularidad universalizada e impuesta por la fuerza. Conocemos de sobra a los monstruos que engendra el sueño de la razón. En el mundo periférico hemos caído una y mil veces en las trampas de la modernidad y los “procesos de modernización”. Hoy sabemos que la modernización consiste básicamente en el sometimiento de los pueblos al fetichismo de la mercancía. El capital financiero ni siquiera tiene la necesidad de apelar a falsos valores y exalta directamente la impiedad. La crisis del capital también es del orden de lo axiológico.
¿Si en 1920 Mariátegui, consideraba que la burguesía se había quedado sin mitos, qué podemos decir en estos días? El automatismo inhumano y la producción de fetiches que mencionábamos parecen haber llegado a su grado más alto de paroxismo.
Lo que nos falta es un proyecto alternativo y la confianza para concretarlo, confianza en nuestros recursos, confianza en la viabilidad de nuestros pequeños mundos, confianza en nuestros valores.
Ante la orfandad, ante el fatalismo, de nuevo aparece Mariátegui para suministrarnos algunas líneas para avanzar en la construcción colectiva de ese proyecto.
Mairátegui nos convoca a reinterpretar praxis consideradas arcaicas y componentes valorativos usualmente tildados de anacrónicos. Hoy, cuando prácticamente todos los órdenes sociales en los que predomina la cooperación, la solidaridad y el amor son considerados por las clases dominantes como una antigualla (o cuando estas buscan subordinarlos al proceso de acumulación de capital), se actualiza el planteo del Amauta que alienta a recuperar y activar esos órdenes y pensarlos como fundamento de una nueva sociedad.
También cobra relevancia su idea de la creación heroica. La creación de sentidos objetivos. Una creación que “aumente” el espesor de la realidad.
Del mismo modo, resultan insoslayables sus precursores cuestionamientos a la modernidad y a los costados inhumanos de la razón.
Mariátegui nos alienta a recuperar el espíritu barroco de Nuestra América, un espíritu que nos impulse, nuevamente, a producir lo anti-occidental a partir de los mismos insumos que provee Occidente, a parodiar a Occidente para poner en evidencia su barbarie y para resistir. El Amauta, sobre todo, nos alienta a valorar lo propio. Para cambiar el mundo no hay nada mejor que insistir en la propia forma de ser. Finalmente, ante este mundo desencantado, adquiere nuevos brillos su visión agónica de la vida: la vida como búsqueda, experimentación, lucha.
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