POR OCTAVIO QUINTERO
El promedio de la democracia global se ha reducido a niveles de 1989, revela el Instituto V-Dem a través de su encuesta 2021 sobre 180 países. Colombia ocupa el puesto 68 y EE.UU. el 28, pero aparece en rojo, indicando que “está en proceso de autocratización” (lo contrario a la democracia).
El simple ejercicio de elegir ejecutivo y legislativo por voto popular no garantiza vida democrática en ninguna parte del mundo, si ese derecho político no va acompañado de una participación real, viva y permanente, del elector en la refrendación de su voluntad popular sobre una manera de conducir el Estado: es lo que se conoce como democracia participativa.
Aunque cuestionada desde Aristóteles, la democracia sigue significando “el gobierno del pueblo”. Pues, resulta que ahora, más que antes, el “menos malo de los sistemas políticos”, ha sido capturado por una oligarquía que, en su avidez, ha creado el peor de los mundos; y, entre muchos otros ejemplos, bastan dos: el 1% de la población acapara el 38% de la riqueza global; y ese mismo 1%, es responsable del 50% del calentamiento global que tiene en jaque la vida misma sobre este planeta. Ese 1% ha estructurado en los últimos 42 años, desde Reagan -Thatcher – Juan Pablo II (1980), un sistema –neoliberal–, que le permite poner y deponer todos los políticos que forman gobiernos ‘democráticos’, al menos, en el mundo occidental.
Que hayamos llegado al ‘principio del fin de la democracia’ es porque la paradoja universal más evidente y menos vista (¡otra paradoja!), es que los oligarcas defiendan su statu quo como “un bien democrático”, y que el pueblo, dueño legítimo, les crea y respalde. En otras palabras, “los pobres pagan por una democracia que beneficia a los ricos”, dice la economista y escritora francesa, Julia Cagé, en El precio de la democracia.
Una sensación de cambio causa el arranque del Gobierno Petro en Colombia; y aunque sea solo sensación, y aunque Colombia no tenga el peso político global que uno deseara, al menos nos indica a unos que no todo está perdido.
Ya he barruntado en estas misma columnas, gracias a la generosidad del editor, Fernando Arellano, la migración del nuevo gobernante colombiano hacia una democracia directa, es decir, aquella en que el elector participa, activa y permanentemente (vale repetir), con voz y voto para empujar los cambios “si el gobierno se chichipatea”, o para frenarlo, si se desboca.
Por lo visto soy el único –o eso creo–, que ve en esas reiteradas expresiones de Petro, frente a auditorios populares y populosos, una invitación a la gente a tomar la democracia en su estricto sentido semántico. Pero el punto de inflexión va más allá del discurso, o de la buena voluntad política del gobernante.
Con referencia a su Plan de Desarrollo, un proyecto de ley que debe presentar el año entrante al Congreso, y que viene a ser la hoja de ruta de su cuatrienio, el Presidente ha montado el discurso de “los Diálogos Regionales Vinculantes”. Pero (siempre hay un pero), el término vinculante, que en derecho quiere decir que obliga, para que sea jurídicamente vinculante tiene que soportarse en una ley ex ante, porque, de momento, solo es el deseo o voluntad política del gobernante de acoger y llevar las propuestas de la gente al proyecto de ley mencionado.
Una veterana de mil batallas políticas y administrativas, como es la actual ministra de Agricultura, Cecilia López, en una autoentrevista que pasa ordinariamente por todos los canales públicos de la TV, El boletín del consumidor, hablando del Plan de Desarrollo, suprime el término vinculante. Ella sabe que mientras no sea una norma legal que lo determine así, no pasa de ser un saludo a la bandera.
Creo, como dice el vulgo, que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. Y no lo digo por Petro; lo digo por los ‘imprevistos’ que él mismo considera como “enemigo interno”. Ya vimos cómo están haciendo trizas en el Congreso su reforma política, o cómo minimizan el alcance progresivo de la reforma tributaria, un precepto, inclusive, constitucional… Vamos a ver el año entrante, en medio del natural desgaste político de Petro, la férrea oposición que el statu quo ejercerá sobre las reformas de salud, laboral y pensional. No sería extraño, también, que ese mismo Congreso desconozca la voluntad política del Presidente, por no ser jurídicamente vinculantes las propuestas de la gente en desarrollo de los Diálogos Regionales.
Conclusión: en el Gobierno del Cambio, podría ser que el cambio sea para que todo siga igual; o, lo deseado, que suene la flauta.
Fin de folio.- El que peca y reza empata: el papa Juan Pablo II fue clave en la caída de la URSS; hoy, el papa Francisco empuja, desde el púlpito, el regreso a un mundo bipolar.
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