La «derrota de Occidente» y el incendio del mundo

POR RAÚL ZIBECHI

El último libro del historiador francés Emmanuel Todd, lleva un título elocuente: La derrota de Occidente. Enfocado en las consecuencias de la invasión rusa de Ucrania, en la introducción (la única sección accesible en la red), analiza las 10 principales sorpresas que ha deparado la guerra. Tal como se presenta el panorama global, su trabajo resulta un ejercicio saludable.

Aunque algunas son obvias, como la sorpresa del estallido de la guerra, las va desgranando gradualmente hasta finalizar en las más trascendentes. Su cuarta sorpresa es la “resistencia económica de Rusia”, mientras la quinta consiste en “el desmoronamiento de toda voluntad europea”, incapaz de defender sus propios intereses y su renuncia a seguir siendo un “actor geopolítico autónomo”.

Emmanuel Todd

En su opinión, la octava sorpresa es la más “sorprendente” y procede de Estados Unidos: “La industria militar estadunidense es deficitaria; la superpotencia mundial es incapaz de garantizar el suministro de proyectiles –o de cualquier otra cosa– a su protegido ucranio”. Se deduce que la potencia militar dominante está abocada a un declive inevitable, lo que coloca al sistema-mundo en una situación delicada.

De paso, Todd avanza reflexiones importantes cuando afirma que el concepto de producto interior bruto está obsoleto, lo que nos llevaría por un lado a preguntarnos cuáles son los datos que debemos tener en cuenta en estos momentos y, por otro, a considerar que buena parte de los conocimientos que fueron guías necesarias durante los periodos de estabilidad, ya no nos sirven cuando predomina el caos sistémico.

En noveno lugar Emmanuel Todd destaca “la soledad ideológica de Occidente y su ignorancia de su propio aislamiento”. Algo que se concreta en el rechazo del sur global a condenar a Rusia y, recientemente, su apoyo a la causa palestina y la exigencia de un cese el fuego. Parece evidente que los temas centrales en los países del norte no interesan a los del sur, o los rechazan abiertamente, desde la democracia electoral hasta definiciones vinculadas a la sexualidad.

Finalmente, el historiador concluye que estamos ante la derrota de Occidente que se está destruyendo a sí mismo. Agrega que se trata de “una crisis terminal estadunidense”, que “pone en peligro el equilibrio del planeta”.

Aun no conociendo la totalidad del libro, creo que se trata de un análisis realista y profundo de la situación global. No se le puede achacar que no contemple la situación de los pueblos oprimidos del mundo porque está fuera del alcance de su trabajo. Me parece especialmente importante que destaque la crisis interna de Occidente, y de Estados Unidos, social, cultural y política, como la causa última de su derrota. Ningún imperio se desmorona si no ha llegado su hora, sólo por ataques externos.

Sin embargo, creo que Todd y algunos analistas y comentaristas del libro, como Pepe Escobar, subestiman dos cuestiones centrales que pueden modificar el panorama en su conjunto.

La primera es que las élites occidentales no están dispuestas a perder su dominio sin más. Antes van a destruir el planeta y sabemos que tienen la capacidad militar y tecnológica para hacerlo.

No sería la primera vez en la historia que las clases dominantes intentan actuar de esa manera. Más aún, creo que está en la genética del capitalismo no renunciar al poder y a la dominación de forma voluntaria. Este sistema sobrevive despojando y destruyendo, no dejará de hacerlo de ninguna manera y no se vislumbra en el horizonte fuerza alguna capaz de modificar sus convicciones.

Las élites del capitalismo están modeladas no sólo por la más absoluta ambición de riqueza y poder, sino también por el colonialismo y el patriarcado. Las transiciones hegemónicas que hemos conocido hasta ahora, desde el nacimiento del capitalismo, han sido todas dentro de Occidente, como lo analizan Giovanni Arrighi y Berverly Silver en ‘Caos y orden en el sistema-mundo moderno’ (Akal, 2001).

El hecho de que la supremacía occidental esté siendo disputada por oriente, y que incluso Rusia que era una potencia europea se separe de su pertenencia histórica y ensaye un viraje hacia Eurasia, no hace sino agravar el racismo del norte contra el sur. “Pondremos todos nuestros huevos en una sola canasta, y esa es Eurasia”señalan analistas y autoridades rusas.

La segunda, es que las potencias mal llamadas emergentes, como China, son tan neoliberales y extractivistas como las occidentales. Nada bueno podemos esperar de ellas, en particular los pueblos y sectores populares que estamos supeditados a una nueva conquista de nuestros territorios. De modo que la tormenta no va a ceder con la derrota de Occidente.

Un siglo atrás, durante la Primera Guerra Mundial, Lenin la definió como una guerra imperialista por el reparto del mundo y propuso convertir la guerra en revolución social. Pese a las diferencias, nos sigue sirviendo de inspiración.

La Jornada, México.