La digna rabia

POR MATEO ROMO*

A Alison, Lucas y demás víctimas en estos tiempos de canto y elegía.

Así como la oruga teje una alfombra de seda sobre una rama u hoja antes de ser mariposa y comenzar a volar, la rabia política entrelaza los hilos de la acción y la voluntad antes de ser poder político, prejurídico e ilimitado. Ese es el tiempo que vivimos. El de la crisálida de las emociones. Una de las más importantes etapas de la metamorfosis de la rabia en fuerza constituyente. Si los papeles se cambiaran y el reino animal fuera el que estudiara y calificara nuestras mutaciones, al momento exacto en el cual el pueblo despliega las alas lo llamaría soberanía.

Pese a su potencial reivindicador y emancipador, la rabia usualmente se etiqueta como una emoción peligrosa, que lleva a las gentes a cometer actos desesperados y desmedidos, muchas veces violentos, que no dejan más que arrepentimiento y angustia. La Iglesia la ha connotado como pecado capital, que incita el asesinato y el suicidio, mientras que una rama de la psicología la ha teorizado como una reacción compleja capaz de generar pérdida en la observación objetiva y en la capacidad de automonitorearse. ¿Qué dice la filosofía? Por supuesto, no hay una única tesis, aunque sí líneas dominantes. Una de ellas es la de Aristóteles (2010), quien al respecto consideró que

la ira oye, pero, a causa del acaloramiento y de su naturaleza precipitada, no escucha lo que se le ordena, y se lanza la venganza. La razón en efecto o la imaginación le indican que se le hace un ultraje o un desprecio, y ella, como concluyendo que debe luchar contra esto, al punto se irrita. (pp. 196-197).

Por su parte, en el mundo de la creación ensayística, Michel de Montaigne (1912) afirmó: “No hay pasión que trastorne tanto la rectitud de los juicios como la ira” (p. 100). La rabia, tal parece, tiene una connotación negativa, que la asocia con el resentimiento y la venganza, la ausencia de juicio, la irascibilidad o el apetito violento. No obstante, la rabia puede ser leída de otra manera. Para rescatar su otro sentido, es menester distinguir esta rabia encolerizada, que enajena, es pura pulsión, deriva en actos arbitrariamente violentos y suele tener como ámbito de marchitamiento el espacio privado, de la rabia vívida, que florece en el ámbito público y político, dialoga con la razón, es alma gemela de la solidaridad, la empatía y el amor, y llevada a su esplendor tiene la potencia de mutar en gran acontecimiento (Sánchez, 2021), fiesta democrática y poder constituyente.

Diversos rasgos de esta rabia política han estado presentes en distintos momentos estelares de la historia: la rebelión de Espartaco, los sermones del teólogo revolucionario Thomas Müntzer; la epopeya negra cimarrona acaudillada por Benkos Bioho y la tenacidad revolucionaria de heroínas de la Independencia, como Manuela Beltrán, Policarpa Salavarrieta y Manuela Sáenz; las primaveras de 1776, 1789, 1848, 1871 y 1917; la pluma de Simone de Beauvoir, la voluntad de Olympe de Gouges, todas y cada una de las gestas feministas e, incluso, las recreaciones poéticas de Ana Karenina y Madame Bovary.

Aparte de estos ejemplos clásicos, ¿hay alguno que tenga lugar en este tiempo, aquí y ahora? ¿Uno con el que nos sintamos singularmente identificados e interpelados? No hay duda de que lo hay y está más cerca de lo que pensamos: el gran paro nacional. Hoy Colombia, al igual que Palestina, protagoniza la más prístina lucha contra el imperialismo, mientras hace de la autoorganización la forma base para resistir, distribuir tareas y crear alternativas de abajo hacia arriba, motivadas por la esperanza y direccionadas a materializar la utopía posible: un cambio de estructura económica que dé paso a nuevas relaciones práctico-productivas, distintas a las hegemónicas-capitalistas.

Lo más encomiable de la autoorganización es que supera el atavismo histórico mesiánico y pastoril; no hay un dirigente de la coordinación y dirección de los procesos. La horizontalidad y espontaneidad creativa colectiva llevan la batuta, por lo que todos los individuos son protagonistas, en cuanto trabajan mancomunadamente por un objetivo común. Hacer enroque entre la fuerza centrípeta y la centrífuga, ese es el distintivo del complejo ajedrez de la autoorganización. En este punto, guardando las proporciones, imitamos el vuelo sincronizado de los estorninos, salvo que ellos, a través del espectacular desfile aéreo, que es, más bien, una milicia celeste, se protegen del gran raptor, el halcón hambriento, en tanto que nosotros, del sistema depredador y del señor matanza.

Para dar unas cuantas pinceladas sobre la rabia como emoción política, veamos algunas de sus características teniendo como lienzo el paro en curso. Emociones complejas, como la rabia y la indignación, solo surgen tras un proceso cognitivo previo. Es decir, la rabia política no es simple y llano impulso. Si el pueblo ha salido a las calles, aun en tiempos de pandemia, es porque ya analizó cada movimiento, hizo el diagnóstico y dedujo que el Gobierno es un lastre de pandemias más amenazantes que la Covid-19. De hecho, no cabe duda del uso instrumental que se le ha dado a mecanismos como las cuarentenas. Aparentemente, se acude a ellas para prevenir o mitigar la propagación del virus, pero a carta cabal se usan como medidas liberticidas de confinamiento, control y sumisión de la protesta, a modo de estado de sitio apocalíptico.

Si la gente está en las calles, es porque existe la plena convicción de que las instituciones, en vez de velar por la garantía de los derechos, representan su mayor amenaza. La paradoja se hace más dramática por la forma de oxímoron que caracteriza a esta aberración del poder político. El Legislativo hace leyes antidemocráticas, el Ejecutivo está al servicio de los ejecutivos, el Judicial promueve la impunidad, la Fuerza Pública no tiene como horizonte la salvaguarda de la vida, la ley no protege al pueblo, sino que el pueblo muchas veces debe protegerse de la ley, y así sucesivamente…

Solo tras un ejercicio deliberado, el pueblo logró situarse, ser consciente de su realidad histórica y despertar, aunque al hacerlo, irónicamente, transitó a una especie de sueño en vigilia, al réquiem de las acciones conjuntas.

Claro que develar el artificio y descubrirse engañado da rabia, pero al tratarse de una emoción que solo surge tras pasar por el crisol del pensamiento, no se trata de una ira errante, que anda a tumbos y haciendo desastres por donde dondequiera que va; al contrario, es una rabia digna, que por estar reconciliada con la razón, la escucha a ella y a la imaginación, articulando corazonadas con meditaciones, acciones con ideas, espontaneidad con estrategias y arte con política, mientras tiene como derrotero la fundación de otros proyectos de vida individual y colectiva, por lo que desmontar viejos símbolos de opresión e instituciones injustas es un llamado categórico.

Si las gentes derrumban estatuas, en el marco del paro, no es por “adrenalina vandálica”; hay un subtexto: la resignificación simbólica de la vida, que exige deponer monumentos que, pese a ser execrables, fueron levantados como efigies ejemplarizantes de vida buena. La justicia poética se ha tomado las calles. Así mismo, preguntémonos, ¿cuál es el trasfondo de la danza de fuego que envuelve a los CAI? Una clara denuncia contra locaciones del terror al servicio de las desapariciones, la muerte, la tortura y las violaciones. Si tras el derrumbamiento de estatuas hay un complejo entramado de simbolismo democrático, tras los CAI estamos ante un simbolismo humanitario, diferente, aunque equidistante, al simbolismo ético, que dice no a la corrupción de la política de peajes privados que financian agendas de guerra y desangran lo público. Michael Kohlhaas se hace presente en el campo de lucha.

¿Cuál es el telón de fondo de los grafitis que se han tomado las paredes y las vías? El más sincero y precioso ejercicio del derecho a la ciudad, traducido en un arte urbano revolucionario independiente, que históricamente se ha caracterizado por denunciar y concientizar por medio de la construcción de nuevas imágenes de lo público, distintas a las tradicionales-oficiales. Si es verdad que una imagen dice más que mil palabras, el grafiti es un tratado de ciudad cultural, diversa y vanguardista, que tiene como precursor el arte rupestre y ha hecho suyas las paredes del mundo, desde París hasta Nueva York, desde Londres hasta Gaza, desde Berlín hasta Río, desde Praga hasta Hong Kong, desde Estambul hasta Cali, Medellín, Cúcuta, Bogotá, Barranquilla, Bucaramanga y los Pastos…

¿Son los bloqueos actos al margen de la ley? ¿Medidas excesivas sin atisbo alguno de racionalidad? Todo lo contrario. Los bloqueos demandan porfía, voluntad y entereza, pero, sobremanera, planeación, descentralización e inteligencia práctica, en clave de estrategia deliberativa. Quienes desconfían de la constitucionalidad de estas praxis y las etiquetan como arbitraria violencia, incurren en al menos tres prejuicios: una lectura policial de la Carta Política, según la cual los bloqueos pueden ser condenados como delitos. Esta tesis desconoce la carga de profundidad del derecho a la protesta social, que es de onda y larga tradición. El artículo 37, según el cual “[t]oda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente”, es una forma de libertad de expresión (art. 20), que se entrecruza con la libertad de locomoción (art. 24), los derechos de asociación (art. 38) y participación en los asuntos públicos (arts. 2 y 40), y no se puede restringir ni siquiera en estados de excepción. Su fundamento es el artículo 3, que reconoce la titularidad del poder político en el pueblo, en cuanto poder soberano. A este respecto, la sentencia C-742 de 2012 hace valiosos aportes.

El quid del asunto está en ampliar el imaginario y asumir que la protesta escapa de fórmulas políticamente correctas: puede ser tanto estática como dinámica. La primera de estas modalidades, en todo caso, es también movimiento, sino de los pies, de las ideas, la creatividad, la acción y la ensoñación en vigilia. El sedentarismo de la resistencia es siempre nómada en su espíritu de transformación. Por otra parte, no se debe olvidar el carácter humanitario que distingue a los bloqueos realizados en el marco del derecho a la protesta. Aunque no hay libre conducción, sí hay libre circulación de personas y paso a vehículos de corredores humanitarios que llevan alimento y medicinas. Así ha sucedido en el paro en curso. Quienes afirman lo contrario, solo lo hacen en sintonía con la rastrera estrategia de manual consistente en poner al pueblo contra el pueblo.

El bloqueo busca, entre otras cosas, llamar la atención de la ciudadanía, de la opinión pública y de las propias autoridades, corriendo el velo sobre problemáticas concretas que deben ser abordadas, so pena de tornar nugatorio el potencial social y democrático del Estado. Por esto, naturalmente, altera el funcionamiento ordinario de la circulación vehicular. Empero, sus logros son extraordinarios. Bloquear las vías-arterias tiene la potencia de desbloquear las instituciones que, históricamente, han obstruido la garantía de los derechos, obstaculizando el acceso a la salud, a la educación, a la paz, al trabajo, a la vivienda, a la ciudad, al campo y a la tierra…, en condiciones de equidad y justicia. Estos sí son bloqueos inconstitucionales-institucionales que deben levantarse con la mayor prontitud, so pena de que la carretera entre la dignidad y la vida quede cerrada per saecula saeculorum.

El segundo prejuicio que reafirman quienes desfiguran la naturaleza de los bloqueos es la miopía estatal conservadora, según la cual la estabilización del orden jurídico está en el derecho procedimental. Craso error. En un estado democrático, fundado en la soberanía del pueblo, la instancia de corrección del derecho es moral-política, toda vez que la legitimidad es la dimensión que determina la viabilidad o inviabilidad de una institución o un proyecto, especialmente, si este es de dudosa reputación o procedencia. En este orden de ideas, la protesta es, sin lugar a dudas, un mecanismo excepcional de rehabilitación del régimen legal y constitucional.

Finalmente, los antagónicos de los bloqueos realizados como expresión de protesta asumen una visión mutilada de la historia social, según la cual las epopeyas revolucionarias son capítulos de segundo nivel. Los pueblos son lo que son por sus fiestas democráticas, y los derechos han sido conquistados a través de formas como la protesta. Incluso, si una ley prohibiera el legítimo recurso de bloquear las vías, dicha ley sería inconstitucional, lo que le daría todo el respaldo al ejercicio de la desobediencia civil, que es, según Rawls (1995), un “acto público, no violento, consciente y político, contrario a la ley, cometido habitualmente con el propósito de ocasionar un cambio en la ley o en los programas de gobierno” (p. 332). Personajes como Thoreau, Gandhi y Luther King teorizaron en favor de la desobediencia civil, al tiempo que la practicaron. Si ellos son referentes de paz mundial, ¿de qué modo, sino mutilando la historia social, podría censurarse la riqueza de la protesta y la desobediencia civil?

La rabia política es una síntesis entre razón y emoción, que, como se ve, florece en el espacio público-político, y en vez de ser alter ego de la venganza, el resentimiento y la falta de juicio, es prima-hermana del amor, la solidaridad y la empatía. Quienes están en las calles o apoyan el paro de cualquier modo (en sus trabajos, colegios, universidades, casas), tienen más que meras pretensiones individuales; su ensoñación hace parte de aspiraciones y luchas conjuntas, pues se atreven a pensar más allá del presente, aunque son los tiempos del no futuro. He aquí la importancia de asumir la imaginación como categoría de materialismo histórico, capaz de performar la realidad de maneras asombrosas e inimaginables. Luchar es un acto de amor intergeneracional. El presente se propone deponer viejas estructuras leoninas del pasado por instituciones virtuosas que verán su primavera en el futuro, y quizá, en uno muy lejano. Esto no es posible sino tras ponerse en los zapatos del otro, abrazando con solidaridad su causa, que, vista en contexto, es muchas veces la misma causa: la lucha por el reconocimiento y la redistribución.

La digna rabia, compleja emoción política, puede anteceder el cándido vuelo de la mariposa, proponiéndose impulsar vientos de cambio. En este punto, usualmente la resistencia-legítima-popular es reprimida por el uso excesivo de la fuerza represiva estatal y paraestatal, que da paso a un verdadero terrorismo de Estado. Es menester exigir el cumplimiento de sentencias como la STC 7641, del veintidós de septiembre de 2020.

¿Cuál es el trasfondo del intenso enfrentamiento entre la fuerza legítima popular y la violencia estatal y paraestatal? El poder constituido sabe que su margen de acción es transitorio, en cuanto autoridad encomendada y pasajera. Las ramas del poder no son más que fideicomisos del pueblo, genuino poder constituyente. Si los delegatarios traicionan la confianza dada, incumplen la misión constitucional asignada o degeneran en instituciones infectas, el pueblo tiene todo el derecho de fundar nuevos poderes, incluso, dándose, si es necesario, otro contrato social. La valía del derecho a la rebelión es superlativa, no en vano funge como el instrumento de transición de la retoma del poder político, que, temeroso del aleteo de la mariposa, se aferra al poder como megalómano empedernido.

¿Quién acuñó por primera vez la expresión “digna rabia”? Todo indica que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional que, en el 2008, anunció la realización de un evento inédito: el Festival Mundial de la Digna Rabia. ¿Con qué finalidad? Para que todas las dignas rabias se encuentren y conversen, se complementen teóricamente entre una y otra, y alcancen síntesis que guíen la lucha, en un tiempo en el que cada día del calendario estaba (está) destinado a la muerte, la humillación, la explotación, el despojo, la injusticia y la desigualdad.

Los estudiantes de la Universidad del Valle recogieron el concepto, lo situaron e hicieron suyo. La digna rabia es la emoción que motiva las ideas, pero también la idea que mueve las emociones. Hoy, cada territorio de Colombia y del vecindario ha hecho suya esta consigna sentipensante, si no explícita, implícitamente. Al lado de las importantes aspiraciones conjuntas nacionales, hay también una sinergia de luchas por la dignificación latinoamericana.

Referencias

Aristóteles (2010). Ética a Nicómaco. Madrid: Gredos.

Asamblea Nacional Constituyente. (1991). Constitución Política del 20 de julio de 1991. Gaceta Constitucional No. 116. Colombia.

Corte Constitucional de Colombia, Sala Plena (26 de septiembre de 2012). Sentencia C-742.

Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Civil (22 de septiembre de 2020). Sentencia STC7641-2020.

Montaigne, Michel de (1912). Ensayos de Montaigne. Seguidos de todas sus cartas conocidas hasta el día. Tomo II. Francia: Casa Editorial Garnier Hermanos.

Rawls, John (1995). Teoría de la justicia. México: Fondo de Cultura Económica.

Sánchez, Ricardo (2021, 18 de mayo). El gran acontecimiento. La Rosa Roja. Recuperado de https://larosaroja.org/el-gran-acontecimiento/  


* Abogado / investigador auxiliar del Doctorado en Derecho de la Universidad Libre.

@MateoRomo92

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.