POR RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL*
Desgraciado el 11 de septiembre de 1973 cuando la bestia militar de Pinochet y su pandilla de oficiales bombardearon desde aviones y tanques y ametrallaron el Palacio de la Moneda. Una operación de tierra arrasada, que, al recordarla en el estupendo documental de la época, realizado en caliente por la televisión nacional de Chile, me trasladó a la similar operación de barbarie realizada en la destrucción genocida del Palacio de Justicia de Colombia, el 6 y 7 de noviembre de 1985.
El presidente Salvador Allende resistió disparando su ametralladora por las ventanas humeantes del edificio, en un gesto de simbolismo político–moral. Él quería encarar con dignidad la defensa de la democracia que representaba por decisión del pueblo chileno. Con responsabilidad ordenó a sus acompañantes que evacuarán el edificio para evitar su masacre. Se entregaron y varios de ellos, fueron ejecutados y desaparecidos. El Presidente tomó la decisión de suicidarse, tal como lo relata el documental.
La conducta ética de Allende fue impecable y se corrobora con el descubrimiento de los audios, donde Pinochet expresó su perfidia, al ordenar sacar al Presidente en avión y derribarlo en el vuelo.
García Márquez y Fidel Castro dan otra versión. El Nobel cuenta que después de seis horas de disparar, el general Javier Palacios con un comando, llegó hasta donde estaba Allende. Este le disparó a Palacios, hiriéndolo en una mano al grito de ¡traidor! El Presidente fue asesinado de inmediato. Agrega García Márquez: “Luego todos los oficiales en un rito de casta, dispararon sobre el cuerpo. Por último, un oficial le destrozó la cara con la culata del fúsil”. En todo caso, también esta versión muestra la dignidad de Allende.
El genocidio del 11 de septiembre de 1973 fue además de un golpe de Estado, un acto de cobardía suprema, de putrefacción moral de las conciencias de sus perpetradores. Un capítulo de la barbarie del Siglo de grandes repercusiones en nuestro continente y en el mundo. Produjo de inmediato un inmenso movimiento de solidaridad con los exiliados, de reclamo airado por los desaparecidos y por la libertad de los presos políticos. Se dio el paso erguido de repudio en resistencia a la dictadura militar y a sus cómplices, la derecha chilena y la internacional.
En especial, comenzó el señalamiento documentado de la intervención encubierta, realizada por el gobierno de los Estados Unidos con la dupleta Nixon-Kissinger en la conspiración, financiamiento y asesoramiento directo del golpe militar. Hoy continúa este proceso de consolidación de la verdad histórica, y los Estados Unidos deberían reconocer plenamente su culpa en los horrendos crímenes contra el pueblo chileno.
El vecindario se llenó de dictaduras militares que se identificaron en un ciclo de barbarie en el continente. El sátrapa Pinochet, se confirmó luego, fue un depredador, un ladrón de marca mayor que acumuló en los Estados Unidos una gran fortuna. Las dictaduras arrasaron con la democracia para consolidar un régimen económico de enriquecimiento de los de arriba, al precio de empobrecer a las mayorías trabajadoras. Al mismo tiempo se desmontó el proceso desigual y distanciado de avances de bienestar social, un mejor reparto de la renta nacional.
Este período fue la borrachera infeliz del neoliberalismo transnacional.
El programa de Salvador Allende y de la Unidad Popular (UP) era justo: las nacionalizaciones eran necesarias, el reparto social urgente, la planeación y las reformas agraria, laboral, de la salud, la educación también lo eran. Era un programa de transición que abría las puertas anticapitalistas y llevaba a la búsqueda del socialismo que Allende proclamaba.
El problema fue, que las izquierdas y el movimiento obrero y popular no encontraron unas direcciones que orientaran para construir en la movilización, un poder popular desde abajo capaz de resistir.
Hay que enfatizar que el último combate de Allende fue con su arma favorita, la palabra, el discurso a su pueblo. Dos breves intervenciones hizo en la mañana del golpe, donde precisó su conducta: cumplir con su deber y dignidad al defender la democracia y pagar el precio de su propia vida. Llamó al pueblo a defenderse y no dejarse masacrar. No hizo demagogia con su decisión.
Los asesinados, desaparecidos, exiliados, los empobrecidos de la dictadura fueron el saldo terrible del golpe de Estado.
Quedaron la dignidad y las luchas por la memoria y la justicia que hoy continúan e importantes experiencias, lecciones por aprender, mucha memoria por recuperar.
Una pregunta sobresale: ¿era evitable el golpe de Estado? Me parece que lo era, porque había un fermento revolucionario amplio y sostenido, en los cordones industriales y los miles de comités de base a lo largo y ancho de la quebrada geografía chilena. Miles de militantes y activistas estaban en la palestra de las luchas. La movilización cultural, con la nueva canción a la vanguardia era envolvente y un factor de conciencia unitaria.
El amplio internacionalismo rodeaba en nuestra América al igual que en Europa la batalla de la Unidad Popular y empujaba sus proyecciones. Chile estaba realizando su ensayo general hacia la revolución. Una situación revolucionaria sacudía el continente con su ejemplo y estremeció el viejo edificio de la dominación oligárquica reinante en Chile. Quienes vieron con claridad esta situación, fueron Nixon y Kissinger quienes actuaron brutalmente en defensa de los intereses de los inversionistas gringos y de sus aliados domésticos.
La correlación de fuerzas favorable a la Unidad Popular se vio alterada por las diferencias entre sus direcciones que se tornaron en disputas con el presidente Salvador Allende, sobre el curso que debía tomar el proceso: más gradualista o más intenso. Esta división generó la confusión y la impotencia sobre la cual actuaron los militares de manera contundente y desgraciadamente exitosa, con la dirección de élites civiles que promovieron el golpe en forma conspirativa. El golpe era evitable, si la unidad lograda en las bases, con el programa y las realizaciones, se hubiese traducido en la movilización colectiva, la huelga general de todas y todos para detener el golpe de Estado.
Una movilización en resistencia hubiese derrotado el golpe. Tomar la iniciativa antes de la acción intrépida de los militares y los conspiradores era posible, y sin embargo no sucedió. Las derechas criollas e internacionales no permitieron los cambios en legalidad, aunque eran legítimos y no los han permitido antes. Esto, nos lleva a discutir la pregunta ¿ahora lo permitirán?
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*Profesor Emérito Universidad Nacional de Colombia.
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