La disputa mediática de la élite colombiana

POR PIERRE E. DÍAZ POMA /

Cada persona define su rumbo en la vida de acuerdo a lo que sucede en su entorno. La escuela, el sitio del trabajo, la universidad, el barrio, la fiesta, el campo, la ciudad, son sitios condicionados por la información diariamente vertida. Entorno, personalidad e información van de la mano. Desde hace cien años, la modernización de los países se construye desde las historias diseñadas por los medios de comunicación y las diversas instituciones públicas y privadas interesadas en hablar sobre los múltiples temas y sucesos de “la sociedad”. Querer contar “la sociedad” es uno de los objetivos de las grandes empresas informativas de Colombia. Pretenden contar desde, lo que consideran, son los temas, intereses y problemas fundamentales de ese grupo de personas definido como sociedad. Pero aquí, en este punto, en esa intención informativa y comunicativa, se evidencia el problema, el límite de dicha intención, porque Colombia no es una sola sociedad.

El mundo siempre ha sido heterogéneo. El mundo prehispánico, la historia medieval, la Colonia y la vida republicana son periodos históricos de estructuras diversas donde conviven y coexisten múltiples principios organizativos. En los últimos siglos, por más que la cultura dominante ha pretendido unificar en una sola las diversas concepciones de mundo, en el caso colombiano la heterogeneidad social sigue siendo la realidad palpable. Y por heterogeneidad social no me refiero únicamente a la existencia de diversos sujetos sociales sino a la coexistencia sobrepuesta, distorsionada y desarticulada de varios tipos de sociedad. Es decir, Colombia no es una sola sociedad, sino que es un país abigarrado de condición multisocietal.

En Colombia coexisten cuatro tipos de sociedad: una sociedad comunitaria de origen prehispánico, una sociedad nómada que históricamente también antecede los procesos de conquista y colonización hispánica, una sociedad colonial y una sociedad moderno capitalista. En términos comunicativos, sucede lo que históricamente acontece en el mundo abigarrado colombiano: las sociedades dominantes imponen su definición de país, posicionan su sistema de sentimientos, creencias y verdad, y silencian y distorsionan las voces disidentes, así como la concepción de mundo de la historia nómada y comunitaria.

La élite colombiana es un monstruo bicéfalo conformado por la sociedad colonial y la sociedad moderno capitalista. En los dos últimos años, esa elite, es decir, grandes empresarios/as y hacendados, aliada con grupos empresariales internacionales, ha afilado su maquinaria informativa contra el gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez. Desde que el Pacto Histórico tomó fuerza como proyecto popular, la radio, la prensa, la televisión, las redes sociales, los youtubers y los influencers de la elite no pierden oportunidad mediática para presentar su visión de país, controvertir cualquier propuesta comunitaria, cuestionar cada iniciativa popular del gobierno central y omitir la verdad sobre los casos de corrupción, desplazamiento forzado y magnicidios que comprometen a miembros de su selecta minoría social.

Los grandes medios del país son propiedad de grandes empresarios. Tres de los hombres-grupos multimillonarios del país son dueños de los grandes medios. La revista Semana pertenece a Jaime Gilinski, dueño de US$3.600 millones, equivalentes a 15,24 billones de pesos. El canal Caracol es de Alejandro Santo Domingo, cuya fortuna actual es de US$2.600 millones, unos 11 billones de pesos. El canal RCN pertenece a la organización Ardila Lulle, cuyo fundador hasta hace poco fue uno de los grandes multimillonarios del país.

Como por primera vez en la historia de Colombia un gobierno popular propone reformas en la salud, la educación, el trabajo, la producción energética; como el gobierno de Petro-Márquez plantea la política para la vida digna del pueblo, la negativa de los multimillonarios se toma radio, prensa, tv y todos los dispositivos digitales. La reacción antipetrista de tres multimillonarios del país, es la respuesta mediática de quienes defienden sus mezquinos intereses económicos, políticos y culturales. Cuando Semana, Caracol, RCN y sus cadenas informativas adeptas se expresan, no es el país, no es “el sentir del pueblo colombiano” el que habla, sino la opinión de la elite colombiana, es la minoría selecta, los que hablan son los intereses de los hacendados y de las/os capitalistas.

Dispuestos a defender su proyecto económico, el trío Semana-Caracol-RCN, miente, omite, amedranta, escandaliza, replica sandeces, desinforma y distorsiona la realidad social del país, a la par que guardan silencio o amplían su agenda de entretenimiento (fútbol, realities, farándula y magazines) para suprimir temas escabrosos. Por eso, maximizan a un bellaco del Centro Democrático como el fiscal general Francisco Barbosa, guardan silencio sobre los hornos crematorios usados por los paramilitares en el gobierno de Álvaro Uribe, defienden el sistema de salud privado como si fuera la mejor experiencia de América Latina y del mundo, afinan su puntería contra la propuesta de comunidades energéticas que contradice los intereses de las empresas privadas generadores de energía, y protegen la privatización de la educación despotricando de la reforma a la educación propuesta por el Gobierno.

Siendo cierto que establecen una agenda de opinión, es indudable que el pánico producido diariamente por las/os presentadores/as de sus noticieros, es la reacción histriónica del sector dominante que ve cómo sus intereses egoístas son cuestionados por el pueblo. La política del sector dominante está en crisis y por eso su agenda mediática está en vilo. En sus tiempos de hegemonía política, la derecha colombiana dominó la agenda mediática y consiguió que fuese mínimo el ruido de las sandeces que pronunciaba. Pero en la vida política no existe hegemonía ni dominación absoluta.

Aunque son escasos los medios de comunicación comunitarios y populares con incidencia en todo el país y la red de medios públicos es minúscula al lado del poder mediático dominante, en el último lustro aumentó la contrastación popular a la realidad construida por el susodicho trío corporativista; por eso cada día crece el descrédito y la burla a sus titulares rimbombantes, a sus rostros de preocupación actuada y a su adjetivación descalificadora. Sin embargo, siendo importante la recepción activa y la reacción crítica a las necedades de la revista Semana, el grupo de Ardila Lulle y el grupo Prisa, urge la consolidación de la red de sistemas públicos y comunitarios que establezca la agenda mediática popular.

Sí, en las últimas décadas la información pasa por medios digitales y es fundamental noticiar y debatir por medio de las distintas plataformas virtuales abiertas para la política popular. Pero al ser Colombia un país de diversidad social y, por tanto, simbólica, la información, y especial y espacialmente la comunicación, se da en plazas, parques, tiendas, calles, veredas, manifestaciones, encuentros y barrios donde la virtualidad no es y no será prioridad. La virtualidad convive con “la realidad” pero nunca superará la capacidad excepcional despertada con el encuentro físico, corporal, el abrazo, la risa y la con-versa presencial, el diálogo fresco entre cuerpos con dimensiones físicas únicas, cuerpos cuyos olores, colores, talla, estatura y composición total también comunican.

Hace 25 años, un fatalista Giovanni Sartori sentenció que el mundo del homo videns modificaría la política y la manera de comunicar. Mientras el marketing político pregonaba la tesis de que quien no estaba en el televisor ni comunicaba ni hacía política, siguiendo la tradición histórica de las luchas populares, en los mismos años Hugo Chávez recordó que la política está en las calles, con los cuerpos de carne y hueso, con la gente que siente, piensa, corre, ríe y grita.

Pensar en los medios populares es fortalecer la red compleja comunicativa construida a lo largo de la historia de la vida humana sustentada en el contacto físico, la mirada, el tono de voz, la oralidad y toda la cinestesia puesta en consideración en la conversación presencial, todos aspectos comunicativos tan culturales como cualquiera de las tics con las que en las últimas décadas nos hacemos sentir como presencia contrahegemónica en el mundo. En este sentido, los medios populares son la estrategia comunicativa de la mayoría poblacional que establece su propia agenda informativa, contrasta las falsedades presentadas por la elite y da cabida para que la diversidad cultural hable de la realidad.

La lucha por la cultura, es decir, por la organización del todo social, existe desde que la colonización y la desigualdad funcionan como principios de regulación histórica. El pueblo nunca se ha rendido ante la cultura dominante; la tensa, la negocia, la escupe, la burla, la manipula, la rechaza, pero nunca se somete de manera absoluta a la ontología dominante. La arremetida de la elite colombiana es el efecto de intereses culturales concretos articulados con la preocupación de la derecha internacional que ve como su relato de la realidad se desmorona al ser confrontado por la realidad popular. Han tenido el poder, lo están perdiendo y sólo la comunicación popular permitirá consolidar el relato de confianza de las sociedades y sujetos que ahora son política estatal.

Hay avances en la comunicación pública y popular. Colombia cuenta con 625 emisoras comunitarias y 65 emisoras universitarias. Existe RTVC, Radio y Televisión de Colombia, que es el sistema de medios públicos. Los canales regionales por lo general también ofrecen una mirada más compleja sobre el país y todos los días en las redes sociales y las plataformas virtuales se amplía la presencia popular. El trabajo es arduo y sería ingenuo pensar que las buenas intenciones del primer gobierno popular serían suficientes para deshacer el proyecto histórico de la elite.

Sólo habrá una transformación sustancial, sólo se podrán mover un poco todas las cosas, si el país es contado por el sujeto subalternizado por las sociedades dominantes. Hablemos, narremos, burlémonos y descreamos de la sensiblería elitista. El pueblo siempre ha hecho su propia historia y vale la pena que ahora nos organicemos para conocerla.

Revista Militancia y Sociedad