POR ARMANDO PALAU ALDANA
En el mundo occidental se consolidó la idea de los derechos colectivos en la década de los años 70 trayendo a colación la noción de los intereses difusos, aquellos indivisibles que afectan a una comunidad de sujetos indeterminados e indeterminables, sin vínculos previos, que sólo están relacionados entre sí por un acontecimiento específico, superando los derechos individuales.
En 1972 el aristocrático Club de Roma publicitó ‘Los límites del crecimiento’ contratado al Instituto de Massachusetts, concluyendo que si las presentes tendencias de crecimiento en la población mundial, industrialización, contaminación, producción de alimentos y utilización de recursos naturales no se modifican, los límites del crecimiento del planeta se alcanzarían en los próximos 100 años.
El mismo año la Declaración de Estocolmo sobre el Entorno Humano, adoptó por convicción común el principio del derecho fundamental del disfrute de condiciones de vida adecuadas en un medio ambiente de calidad tal que nos permita llevar una vida digna y gozar de bienestar, con la solemne obligación de proteger y mejorar el medio ambiente para las generaciones presentes y futuras.
En esta dinámica, la Ley 23 de 1973 como abrebocas al Código de los Recursos Naturales que cumple en diciembre 5 décadas, determinó que se debe prevenir y controlar la contaminación del medio ambiente y buscar el mejoramiento, conservación y restauración de los recursos naturales renovables, para defender la salud y el bienestar de todos los habitantes del Territorio Nacional.
Y así lo estableció el Código al reiterar que se entiende por contaminación la alteración del medio ambiente, por sustancias puestas allí por la actividad humana, en cantidades, concentraciones o niveles capaces de interferir con el bienestar y la salud de las personas, degradar la calidad del medio ambiente o afectar los recursos de particulares, siendo un deber estatal prevenirla.
Pero el tabaquismo lesiona este derecho colectivo de goce de ambientes sanos, pues la OMS calcula que anualmente mueren 8,7 millones de personas a causa del tabaco (34.800 en Colombia), de las cuales 1,3 millones no consumen tabaco directamente, sino que están expuestas a él de forma pasiva, por el humo de tabaco ajeno corriendo el riesgo de morir de enfermedades cardíacas, accidentes cerebrovasculares, enfermedades respiratorias, diabetes de tipo 2 y cánceres.
Aunque algunos datos muestran que a pesar de que se ha reducido aparentemente el consumo de cigarrillos, hay un preocupante aumento entre l@s más jóvenes relacionado con la poca reglamentación sobre los nuevos dispositivos de tabaco, ideados originalmente como sustitutivos de los cigarrillos tradicionales, que pueden impactar directamente en el desarrollo cerebral de quienes los consumen.
Los cigarrillos eléctricos y los vapeadores, contienen sustancias potencialmente dañinas, como nicotina, metales pesados, plomo, compuestos orgánicos volátiles y agentes que causan cáncer, son esencialmente extravagancias de la moda con las que parte de la industria y el comercio consumistas idiotizan y esquilman la salud de propios y extraños, así como de los inhaladores pasivos.
Lo lamentable es que much@s de est@s consumidores abordan de cuando en vez lo ambiental como un impulso o para no estar fuera de tono, sin comprender que por encima del individual libre desarrollo de su personalidad, está el derecho colectivo que tenemos los demás a gozar de un entorno saludable que aquellos nos lesionan en espacios públicos, como afrenta a los que luchamos por la causa ambientalista.
Por supuesto que no es fácil abordar este compromiso sin contradicciones, pues el respeto por entornos sanos implica un reto duro, somos pocos los ambientalistas y muchos los que se jactan de ser ambientales, asiduos perseguidores de contratación estatal y privada, adoradores del dinero, en el fondo los que sufren las consecuencias de su doble moral, son ellos mismos.
Por supuesto, que ejemplos de doble moral nos los da el Gobierno nacional promoviendo a Colombia como potencia mundial de la vida, mientras permite la construcción de obras militares (radar, muelle y locaciones) a través de una Estación Guardacostas en el Parque Natural Gorgona y el arribo del Portaviones nuclear G.Washington a nuestro Litoral Pacífico, para contar con el beneplácito de los Yanquis en su lucha contra el golpe blando de la derecha.
A pesar de que el bello tango “Fumando espero” (1922) escrito y musicalizado por Juan Viladomat y Félix Garzo, nos induce a pensar que fumar es un placer genial, sensual y que mientras fumo, mi vida no consumo porque flotando el humo me suelo adormecer, yo mismo que fui fumador hasta enero de 1991, sin dejar de ser bohemio lo corté de un tajo cuando instituí Biodiversidad, como fundación para la promoción y protección de los derechos ambientales.
Tenemos la fuerte convicción de que se hace necesario abordar entre tod@s la lucha por la defensa del ambiente y los recursos naturales, luchar contra la degradación de la biodiversidad de nuestros frágiles ecosistemas con convicción, que es una lucha por todos los seres vivos y por nuestra propia salud y especialmente por nuestra vida, fraterno reclamo a esa ingente cantidad de amig@s víctimas del tabaquismo.
El satírico político y escritor colombiano José María Vargas Vila, afirman unos, aunque otros dicen que fue el dramaturgo, crítico y polemista irlandés Bernard Shaw, definieron al cigarrillo, como un pequeño y delgado cilindro de papel relleno de tabaco, con fuego en un extremo y un idiota en el otro, no pretendo ofenderles pero estas palabras les invitan a reflexionar.
Como en el tango Camuflaje (1972) de Enrique Francini y José García, no caigamos en el: “Camouflage, / apariencias engañosas / que no dejan ver las cosas / como son en realidad. / Martingalas, / de tahúres de la vida / que escabullen la partida / con genial habilidad. / Camouflage, / emboscada traicionera / en donde cae cualquiera / con fatal ingenuidad. / Artimañas / que al nacer ya nacen muertas, / porque quedan descubiertas / con la luz de la verdad” en voz de Goyeneche.