POR ROSA MIRIAM ELIZALDE Y CARLOS GONZÁLEZ PENALVA /
A quienes siguen en internet la actividad de los grupos ultraderechistas no les sorprenden las líneas continuas que unen a hechos tan distantes geográficamente como la victoria del brasileño Jair Bolsonaro en 2018, el ataque al Capitolio de Washington el 6 de enero de 2021 o la movilización, seis meses después, del #SOSCuba que acompañó las protestas en Cuba, por citar algunos ejemplos. Al examinar el comportamiento de las plataformas sociales en todos estos casos, es posible entender el peso que éstas tienen en la escalada de desinformación como parte de un contexto de violencia política que se reproduce a gran escala al amparo de empresas cuya principal fuente de ingresos es la publicidad y cuyo objetivo es capitalizar el tiempo que pasan los usuarios utilizando sus servicios.
Obviamente, hay otras variables que influyeron en esos hechos, pero los eventos violentos a gran escala son más probables en un contexto en que el uso de las plataformas sociales ha sido crucial para fomentar discursos de odio, agrupar a individuos con ideologías extremistas y dinamizar la difusión de imágenes e ideas de estas comunidades en línea con réplicas multitudinarias.
Ni internet ni ninguna otra tecnología origina una causalidad social, pero existe amplio consenso en las ciencias sociales de que es el soporte material, el instrumento de acción de los movimientos emergentes en la sociedad contemporánea en la medida en que permite a sus actores «movilizar, organizar, deliberar, coordinar y decidir» (1), con la intermediación de los opacos algoritmos de las plataformas de comunicación más populares del escenario digital, que «imitan el sesgo implícito del sistema al que sirven porque han sido entrenados en sus valores morales» (2).
Las narrativas sobre clases medias enfrentadas a élites mundiales y locales, junto con abundantes dosis de racismo, sexismo y desdén por las instituciones tradicionales, dan forma a posicionamientos contradictorios entre sí, pero eficaces para construir imaginarios y movilizar al «pueblo blanco» en un proceso que implica atravesar tres condiciones clave, según las investigadoras Kathleen Klaus y Aditi Malik: 1) la violencia tiene que ser pensada en voz alta; 2) la violencia tiene que ser viable; 3) las restricciones fallan (3).
Aunque existen innumerables discusiones por delimitar el concepto de violencia —como condiciones materiales, prácticas simbólicas, uso de la fuerza física, entre otros—, nos referiremos aquí a la definición de la violencia como una acción productiva —en el sentido de generar prácticas— y no simplemente restrictiva, como modalidad extrema de ejercicio del poder. O como advertía Pierre Bourdieu, la violencia simbólica es aquella que «arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas “expectativas colectivas”, en unas creencias socialmente inculcadas», que transforma las relaciones de dominación y sumisión en relaciones afectivas, el poder en carisma (4).
La violencia tiene que ser pensada en voz alta
La violencia como un medio para lograr un objetivo político suele estar en el imaginario y la conversación social mucho antes de que en las redes los grupos ultraderechistas puedan organizarse y ejecutar acciones en un territorio. Las narrativas divisivas y la desinformación, como una forma de salvar o defender a los miembros del grupo de un enemigo percibido, obtiene en las redes el lugar donde hacer causa común con sujetos que la mayoría de las personas no encontrarían en su vecindario, en encuentros cara a cara o en los foros abiertos de las plataformas sociales.
La campaña de Jair Bolsonaro en Brasil creó vínculos entre cientos de miles de personas desconectadas territorialmente y que prescindían de los medios tradicionales, pero que se encontraban a diario en las redes sociales. Tres factores facilitaron que la violencia simbólica se expresara en voz alta y se creara una cámara de eco en la que el discurso de odio contra el progresismo se radicalizara. En primer lugar, el factor socioeconómico. En 2018, el 96% de los brasileños utilizaban WhatsApp y para el 44% de la población ésta era la principal fuente de información electoral, debido a la extensión de los planes Free Basics de las empresas de telefonía celular, que permiten el acceso gratuito a Facebook y WhatsApp (5).
Los otros dos factores fueron de carácter técnico: la facilidad y capilaridad de WhatsApp, que permite la creación de grupos privados con menos condicionamientos que Facebook, además de facilitar un ágil intercambio de datos en diversos formatos, incluidos el video o audio. Y un tercer factor, la encriptación de la plataforma. Quien producía y se beneficiaba de la desinformación electoral aprovechaba la criptografía, que impide cualquier control normativo externo.
En vísperas del ataque al Capitolio de Washington, en Estados Unidos, proliferaron los llamados «bosques oscuros» de la red —grupos privados de Facebook, Subreddits, Parler o salas de chat en 4chan y 8kun—, donde las comunidades conspirativas, como QAnon, podían prosperar y manifestar su adhesión al presidente Donald Trump y a su equipo para salvar al país de amenazas continuas a las que Trump se refería a diario. Según los analistas, a pesar de la intensa y prolífica variedad de mentiras de Trump, los principales peligros percibidos en estos entornos fueron el fraude electoral, las fake news de los principales medios de comunicación, la «izquierda radical» y la corrupción (6). Justo antes del ataque al Capitolio, el discurso de Trump invocó todas estas ideas.
La aparición de la violencia en la conversación social también está ligada al papel que ha tenido Facebook en el proceso de intoxicación informativa y en la organización de los fanáticos de derecha. A principios de 2017 la plataforma incorporó la función en que recomendaban grupos afines para así aumentar el tiempo de sus usuarios dentro de la plataforma y rentabilizar los datos. Lograron multiplicar por cuatro las personas que estaban en los grupos activos. Sumaron 400 millones de usuarios más a su función de grupos, con más de 1,800 millones de usuarios activos al mes. Lo hicieron a pesar de que sabían desde el principio dos cosas: 1) los algoritmos de Facebook son adictivos por diseño y aprovechan los desencadenantes emocionales negativos; 2) las organizaciones ultraderechistas utilizaban estos grupos privados para aumentar su visibilidad y fomentar el odio y la violencia, como demostraron informes internos de la plataforma filtrados por The Wall Street Journal (7). Facebook también era consciente de que el 64 % de los nuevos miembros de estos grupos entraban gracias al algoritmo de recomendaciones de la plataforma, y que el discurso de odio, las mentiras y las teorías de la conspiración aumentaban de manera confiable la adicción (y las ganancias). La plataforma actuó como un gran imán que atrae a los individuos para que encajen como una pieza de tetris en los espacios virtuales de opinión.
El diario británico The Guardian demostró que los grupos conspiracionistas de QAnon alcanzaban en agosto de 2020 los 4.5 millones de miembros en esa red social. Si bien QAnon no nació en Facebook, como resultado de esta estrategia la empresa fue clave en su popularización y no hizo nada para impedirlo, ni siquiera cuando en 2019 el FBI consideró a QAnon como una amenaza de terrorismo nacional. Muchos de esos fieles creyentes del «estado global» estaban en la manifestación en el Capitolio el 6 de enero y participaron del asalto al edificio (8).
Con políticos propiciando tales narrativas mientras las plataformas de redes sociales se hacían de la vista gorda y rentabilizan toda suerte de conspiraciones, la violencia no tarda en dominar la conversación social de comunidades influenciables. Klaus y Malik recuerdan que existen experiencias similares de violencia inducida por los políticos e instalada en el habla común en otras partes del mundo que desencadenaron graves conflictos, como en Kenia (2007), Bangladesh (2014) e India (2020).
En 2018, Facebook admitió su responsabilidad en la difusión de la violencia étnica contra los rohingya en Myanmar, que costó la vida a unas 25,000 personas, mientras otras 700,000 fueron desplazadas (9). Ese mismo año, una investigación de The New York Times denunció que esta plataforma había sido clave en los ataques contra musulmanes registrados en varias ciudades de Sri Lanka (10). En Filipinas, el país del mundo donde los internautas pasan más tiempo en redes sociales, según la consultora We Are Social el presidente Rodrigo Duterte utilizó la red social para ganar las elecciones y mantener su popularidad en medio de una dura campaña contra las drogas que se ha cobrado miles de víctimas (11).
Grupos de la ultraderecha cubana en Estados Unidos participaron activamente en la creación de grupos en Facebook que incitaron a las protestas de julio de 2021 en Cuba, las más masivas que se recuerdan en ese país. Estos grupos habían generado previamente una cámara de eco conservadora, con usuarios que publicaban memes, caricaturas anticomunistas y promovían acciones contra el gobierno cubano. El investigador Alan MacLeod, que se infiltró en uno de estos grupos y demostró que los principales incitadores se encontraban en la Florida, reconocía que «la participación de ciudadanos extranjeros en los asuntos internos de Cuba está en un nivel que apenas puede concebirse en los Estados Unidos. Hasta los defensores más firmes del Russia Gate se abstienen de afirmar que los rusos planearon directamente las protestas de George Floyd o la insurrección del 6 de enero» (12).
La violencia tiene que ser viable
Para que la violencia se intensifique no solo tiene que aparecer en la conversación social, sino que deben darse las condiciones para que sea factible, es decir, para que los que hablan de ejecutar la violencia también la planifiquen y se coordinen entre sí, recluten a otros y adquieran armas y entrenamiento. Estudios empíricos que correlacionan variables de viabilidad y motivación en 1.000 procesos que condujeron a guerras civiles en el mundo entre 1960 y 2004, han concluido que la ejecución de la violencia tiene que ver menos con la motivación y más con la capacidad financiera y operativa para desencadenarla. «Cuando una rebelión es económica y militarmente factible, ocurrirá», de acuerdo con una investigación conjunta de las facultades de Economía de la Universidad de Oxford y de la Universidad de Cambridge (13).
Esta capacidad de organización está correlacionada, además, con un gobierno que no puede o no quiere reducir la violencia. En Estados Unidos, Donald Trump y sus hijos llamaron directamente a formar un ejército en mayo de 2020 y crearon el sitio web Army For Trump, de supuestos observadores electorales que debían inscribirse para ayudar al presidente a ganar la relección. Este ejército fue clave en el asalto al Congreso, como recordó Kate Starbird, experta en desinformación de la coalición Election Integrity Partnership. En Twitter ella mostró los resultados de una investigación de su equipo, que concluyó que no sólo las afirmaciones falsas más populares sobre los procedimientos electorales en los grupos de derecha provenían de personas con influencia en el círculo presidencial y en el Partido Republicano, sino que se formó de manera efectiva un «ejército para Trump». «Cientos de miles respondieron a esta convocatoria», aseguró la analista (14).
Otras investigaciones refieren el crecimiento significativo de la presencia de partidarios de Trump en las iglesias protestantes, en paralelo con el aumento de la desinformación y la aparición de milicias armadas del trumpismo. En menos de un año, de mayo de 2019 a marzo de 2020, la proporción de protestantes blancos que asistían semanalmente a la iglesia, convencidos de que Donald Trump fue ungido por Dios para ser Presidente, aumentó del 29.6 % al 49.5 %. Este hallazgo se basa en respuestas directas a la pregunta: «En qué medida está de acuerdo o en desacuerdo con la siguiente afirmación: ¿Donald Trump fue ungido por Dios para convertirse en presidente de los Estados Unidos?», proveniente de encuestas realizadas por investigadores de las universidades de Denison y Eastern Illinois. El estudio mostró la profundidad de la devoción a Trump entre segmentos clave de la población (15).
En Brasil, el antropólogo Piero Leirner ha estudiado las tácticas de comunicación adoptadas por Bolsonaro, similares a las adoptadas en la guerra híbrida. En este tipo de tácticas los elementos cruciales para «el desenlace de la guerra están principalmente en la esfera de la cognición, porque lo que realmente importa es hacer que el escenario sea lo más gris y confuso posible, hasta el punto de maniobrar desde “dentro” y sin que el enemigo sepa que está siendo manipulado». Bolsonaro lo logró, añade el investigador, con el apoyo de varios miembros de la alta jerarquía militar que tuvieron contacto con estas doctrinas. Él era el candidato preferido de la mayoría de los 17 generales de cuatro estrellas de las Fuerzas Armadas, con quienes mantenía una relación desde fines de 2014, cuando el alto mando le permitió acceso a los cuarteles para asistir a graduaciones y se relacionó con oficiales de base, guardiamarinas y sargentos, de lo cual hay abundante testimonio en Youtube. «Estableció una autoridad carismática hacia abajo y a la par mantenía una relación cautelosa y tolerada con la parte de arriba» (16). Bolsonaro recibió un apoyo del 70 % de los fieles evangélicos el 28 de octubre de 2018, cuando ganó en segunda vuelta las elecciones presidenciales de Brasil.
Ahora bien, aunque apenas se discute el papel de Estados Unidos en los disturbios del 11 de julio de 2021 en Cuba, cualquier investigador puede encontrar suficiente evidencia sobre el papel del gobierno de ese país en la campaña #SOSCuba, que generó miles de retweets emitidos por organizaciones que reciben financiamiento federal. Desde enero de 2017 hasta septiembre de 2021, al menos 54 grupos operaron programas en Cuba, financiados por el Departamento de Estado, la Agencia Internacional de Desarrollo de Estados Unidos o la National Endowment for Democracy (17). Los programas, que se han mantenido por décadas, duran de uno a tres años y los montos oscilan entre medio millón y 16 millones de dólares. La Casa Blanca se jacta continuamente de sus esfuerzos para identificar, reclutar, capacitar, financiar y desplegar personas y organizaciones que impulsen el cambio político en la isla.
Las restricciones fallan
Hay una tercera condición indispensable para que la violencia se transforme en acción productiva, además de ser expresada públicamente y viable. Tienen que fallar las acciones restrictivas de las instituciones de la sociedad, en particular la gestión de gobierno para disuadir la violencia, como se vio en Estados Unidos el 6 de enero, cuando la Policía tuvo una actitud permisiva frente a los amotinados, a diferencia de la brutalidad con que fueron reprimidos los manifestantes, en gran parte pacíficos, de Black Lives Matter durante el verano de 2020.
Un estudio de la Universidad de Princeton encontró que alrededor del 93 % de las protestas por la justicia racial en los Estados Unidos han sido pacíficas, pero la policía intervino en nueve de cada diez, mientras lo hizo sólo en el 3 % de todas las demás manifestaciones, que incluyen disturbios por la pandemia de la Covid-19 (18). Los autores consultados refieren otras fuerzas importantes que debieron ayudar a restringir la violencia en el Capitolio y no lo hicieron. Los simulacros regulatorios y la discrecionalidad con la que suelen actuar las plataformas de redes sociales contribuyeron a que se produjera la tormenta perfecta del 6 de enero de 2021. Temerosos de provocar una reacción violenta de Trump y sus aliados, los ejecutivos de Facebook, Twitter, Google y Apple pronunciaron discursos vaporosos en el Congreso en los últimos cuatro años para defender la libertad de expresión; redactaron políticas especiales para justificar su inacción ante la violencia y la desinformación explícitas de la campaña para la reelección de Trump; y Twitter colocó tímidas etiquetas de advertencia en las publicaciones del Presidente.
La llegada de una nueva era de mayor regulación digital durante la presidencia de Joseph Biden llevó a las grandes plataformas tecnológicas a suspender la cuenta de Trump por «riesgo de incitación a la violencia» y a perseguir mensajes de odio de sus partidarios, una prueba de que las empresas tienen recursos para restringir el ecosistema de desinformación y la usan discrecionalmente. En la semana posterior a que Trump fue bloqueado por Twitter (y suspendido por Facebook y otras plataformas), la información errónea sobre el fraude electoral en las redes sociales cayó un enorme 73 %, según un estudio de Zignal Labs (19).
En octubre de 2018, el Folha de Sao Paulo publicó que empresarios brasileños financiaron una campaña por WhatsApp contra el Partido de los Trabajadores (PT), con contratos que superaron los 3 millones de dólares, una práctica que violó la ley electoral de Brasil por tratarse de una financiación de campaña no declarada. Las empresas que apoyaban al candidato Jair Bolsonaro compraron un servicio conocido como «tiroteo masivo», en el que se utiliza la base de usuarios de los candidatos o bases vendidas por agencias de estrategia digital. Facebook, dueña de WhatsApp, nunca respondió a las denuncias de los usuarios (20).
En Cuba, durante los sucesos del 11 de julio y en los meses posteriores, los medios cubanos y los sitios webs institucionales han recibido cientos de ataques de denegación de servicios desde suelo estadunidense, donde además se han registrado nombres de dominio con palabras groseras que redireccionan a páginas de la red nacional, violando leyes federales y normas de comunidad de las empresas proveedoras de estos servicios (21).
Abundan las cibertropas organizadas desde Miami que usan granjas de troles y robots para generar en Twitter y Facebook la percepción de caos en Cuba, llamar a la insurrección y la desobediencia civil e insultar y amenazar hasta de muerte a líderes gubernamentales, periodistas, artistas y otras figuras públicas, además de ciudadanos comunes que se atreven a criticar los disturbios y llaman al sentido común contra una pretendida intervención militar que entusiasma a la ultraderecha de la Florida o simplemente no expresan rechazo explícito al gobierno cubano.
Expertos en tecnología, cerebros de la comunidad de inteligencia y funcionarios de muy alto rango de la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos, intervinieron desde Miami en un podcast que intentó presionar a la Unión Internacional de Telecomunicaciones para que cometa violaciones al derecho internacional (por ejemplo, que hagan la vista gorda si se instalan globos sobre Cuba); además, reconocieron que introdujeron teléfonos satelitales para el espionaje y la organización de las protestas en la isla; admitieron que la VPN Psiphon, muy popular en este país del Caribe, es pagada por el gobierno federal, y prometieron financiamiento a compañías de telecomunicaciones en EE.UU. para que violen la legislación cubana, entre otras acciones (22).
En la información también es tiempo de guerra
Que la violencia sea pensada y factible, que fallen las restricciones, ninguna de estas variables aisladas logra trasladar la violencia de los entornos virtuales a los presenciales, objetivo de los movimientos de la ultraderecha que ha probado su eficacia no sólo en Estados Unidos, sino también en su expansión mundial. Los eventos violentos a gran escala son más probables donde se expresan las tres condiciones.
Los ejemplos anteriores revelan la importancia que han adquirido las plataformas de comunicación social para configurar las identidades políticas y las implicaciones que tiene conceptualizar erróneamente la radicalización de la extrema derecha fuera de línea o en línea. En la era de la información digital, estos dos dominios deben considerarse interrelacionados, complementarios y que se refuerzan entre sí.
Los grupos que practican la violencia simbólica llevan años de radicalización en comunidades digitales ultraderechistas y han desarrollado una cultura particular, grupal, con altas capacidades para extender mensajes de odio, el uso de los memes como arma ofensiva (simplificación y reducción al absurdo) y la cooptación de otros grupos para extender su influencia. No tienen otro programa que el desplazamiento por medio de la violencia a los espacios físicos, con clara conciencia de que pueden estar dispersos en la red, pero no están aislados. Son parte de un movimiento ideológico organizado y también de procesos de intercambio social que han entendido internet como lo que es: una plataforma en la que existen pocos límites en términos de vínculo, comunicación y organización, y donde es posible trasladar el discurso violento de las redes a las calles y al conjunto de la sociedad.
Desde las izquierdas se ha tendido a considerar que el contrapeso a los medios de comunicación de masas era la web, los medios alternativos y las redes sociales. Desde las organizaciones políticas, movimientos sociales y perfiles del ámbito de las izquierdas se impulsaron estrategias de penetración para tiempos marcados por el subjetivismo: estrategias y modelos (perfiles, influencers, etc.) para sociedades de consumo individualistas que buscan ubicar productos políticos y nuevos modelos informativos en plataformas como Instagram, TikTok o Twitch. Se han construido estrategias que han permitido situar alternativas en redes de consumo veloz y volátil y, en los últimos tiempos, se ha emprendido la lucha contra los bulos informativos, una disputa contra la hegemonía cultural y mediática.
Desde estas experiencias se han realizado proyectos mediáticos que son efectivos (Misión Verdad o La Iguana, por citar experiencias exitosas en Venezuela). También los ha habido menos afortunados políticamente —que no mediáticamente— que se limitaron a reproducir los mismos esquemas comunicativos de la derecha, pero a la inversa en relación con sus contenidos, apostando por modelos de construcción de la información y epistemológicos que no sólo hicieron un flaco favor a la acción política, sino que en muchas ocasiones contribuyeron a debilitar los proyectos de emancipación y al conjunto del movimiento emancipatorio.
Es pronto para atisbar la forma y consecuencias de la arquitectura del odio en las plataformas sociales, si es coyuntural o apunta a un modelo que inexorablemente tiende a la consolidación. Sin embargo, es posible distinguir como marca distintiva de estos días la instauración de una censura tan brutal como refinada: en Europa se cierra el acceso a las señales de Russia Today, Sputnik o determinados perfiles en las redes sociales que se atreven a señalar las maniobras de la OTAN, los sabotajes de EE.UU. sobre infraestructuras estratégicas como Nord Stream, o que simplemente denuncian y ponen en evidencia el auge del nazifascismo en sus territorios; otros aparecen señalados como medios o periodistas «afectos», o directamente periodistas detenidos bajo la acusación de «prorrusos» por contravenir el discurso oficial. Si hasta hace muy poco los grandes medios de comunicación operaban como tanques en una guerra, ahora están en pie los mismos tanques, pero con infantería en todas las redes sociales para distribuir y multiplicar los bulos y los grandes discursos hegemónicos.
La guerra por las estructuras de conocimiento y comunicación de nuestro presente no es la guerra por la hegemonía y contra la censura y los algoritmos, sino la guerra contra la «unanimidad de rebaño» (23), contra una violencia que se acepta por unanimidad y por consenso. Hay conciencia de que se están recortando los derechos civiles y se están vulnerando los marcos constitucionales de los que cada Estado se ha dotado, pero aún no se percibe la censura como una forma de violencia que se legitima en las plataformas sociales y que se traduce en autocensura, fruto del miedo a contravenir lo que es socialmente unánime. La unanimidad es la fase superior del imperialismo, y en esta fase los grandes medios de información y su infantería han recuperado su centralidad.
La guerra contra la unanimidad cognitiva del capitalismo que expresa, sostiene y normaliza la violencia exige también modelos y estrategias de guerra híbrida alternativas. Estas estrategias requieren no tanto de plataformas tradicionales como de la articulación de los proyectos colectivos e individuales, de la creación de un ecosistema de comunicación que multiplique y contribuya a hacer llegar modelos híbridos de comunicación allí donde no llegan o llegan como infantería en fila de a uno.
Urge consolidar un ecosistema comunicativo que luche, no ya contra la hegemonía de los medios de comunicación, sino contra la unanimidad del discurso hegemónico como forma de violencia consensuada.
Notas
- Manuel Castells, Redes de indignación y esperanza: los movimientos sociales en la era de internet, Alianza, España, 2012, p. 19.
- Marta Peirano, El enemigo conoce el sistema: manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención, Debate, España, 2019, p. 154.
- Klaus y A. Malik, «There’s a long, troubling history behind the Capitol attack», en The Washington Post, 24 de enero de 2021.
- Pierre Bourdieu, «Les stratégies matrimoniales dans le système de reproduction», en Annales, núm. 4-5, 1972, p. 1105-1127.
- João Vitor Santos, «Twitter, Facebook e Whatsapp: os antros da desinformação e da proliferação do discurso de ódio. Entrevista especial com David Nemer», en Instituto Humanitas Unisino, 8 de marzo de 2021.
- Klaus y A. Malik, op. cit.
- Jeff Horwitz, «Facebook Knew Calls for Violence Plagued Groups, Now Plans Overhaul», en The Wall Street Journal, 31 de enero de 2021.
- Dan Mangan, «QAnon shaman Jacob Chansley held without bail after storming Senate during Capitol riot by Trump supporters», en CNBC, 15 de enero de 2021.
- Mohshin Habib, Christine Jubb et al., Forced Migration of Rohingya: The Untold Experience, Ottawa, Ontario International Development Agency, 2018.
- Amanda Taub y Max Fisher, «Where Countries are Tinderboxes and Facebook is a Match», en The New York Times, 21 de abril de 2018.
- Shira Ovide, «Conviction in the Philippines Reveals Facebook’s Dangers», en The New York Times, 16 de junio de 2020.
- Alan Macleod, «Private Facebook Group That Organized the July Protests in Cuba Plan Bigger Ones Soon», en MintPress News, 5 de octubre de 2021.
- Collier, A. Hoeffler y D. Rohner, «Beyond greed and grievance: feasibility and civil war», en Oxford Economic Papers, (61) 1, 2006, p. 1-27.
- Kate Starbird [@Katestarbird], «Going into the election, Trump and his close associates, including his adult sons (who eventually helped spread >20 false narratives)…» [tweet], 7 de enero de 2021.
- Djupe, R. Burge, Jones, R., «New Religious Group is Skyrocketing: The Unclassifieds», en Religion in Public, 24 de julio de 2019.
- Piero Leirner, «Caminho de Bolsonaro ao poder seguiu “lógica da guerra”, diz antropólogo que estuda militares», entrevista concedida a Thiago Domenici, en Agencia Publica, 11 de abril de 2019.
- Véase Tracey Eaton, «usaid in Cuba: Code names and counter surveillance», en The Cuba Economy, 10 de mayo de 2021.
- US Crisis Monitor, «Demonstrations & Political Violence In America: New Data For Summer 2020», Bridging Divides Initiative at Princeton University, 3 de septiembre de 2020.
- Elizabeth Dwoskin y Craig Timberg, «Misinformation dropped dramatically the week after Twitter banned Trump and some allies», en The Washington Post,16 de enero de 2021.
- Patricio Campos Mello, «Empresários bancam campanha contra o PT pelo WhatsApp», en Folha de S. Paulo, 18 de octubre de 2018.
- Rosa Miriam Elizalde, «La buena gente que regalará internet a Cuba», en La Jornada, 5 de agosto de 2021.
- Antonio García Martínez, «Running internet to Cuba. America, the internet server room of democracy, needs to play a role in the Cuban struggle for democracy [podcast]», en The Pull Request, 20 de julio de 2021.
- Francisco Arnau [@CiudadFutura], «Algunos apuntes sobre la política interior y exterior para Es Noticia de @teleSURtv. Censura gubernamental. ¿Precedentes?: BBC o Radio Moscú estuvieron muchos años prohibidos durante el franquismo. Buscan la unanimidad. Una sola versión no es información, sino propaganda», 1/3… [tweet], 5 de marzo de 2022.
Revista Conciencias, México.
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