POR ANDY ROBINSON /
Entrevista con el filósofo brasileño Vladimir Safatle, quien analiza la crisis de la izquierda latinoamericana una vez instalada en el poder tras los éxitos electorales de la marea roja.
La segunda marea roja en América Latina demostró que las alianzas progresistas sí pueden con la nueva derecha. Pero ya en el poder, casi todos los gobiernos de izquierdas desde Buenos Aires a Santiago de Chile, y cada vez más, en Brasilia, están en crisis.
Para analizar esta delicada coyuntura latinoamericana durante una visita a la megalópolis brasileña de Sao Paulo, Vladimir Safatle, el filósofo brasileño y profesor de Teoría de las Ciencias Humanas, parecía un interlocutor idóneo.
Nacido en Chile pero de nacionalidad brasileña, Safatle es autor de varios libros sobre el auge de la extrema derecha y la respuesta del progresismo en ambas orillas del Atlántico, el último en español Maneras de transformar mundos (Prometeo, 2023).
Forzado a abandonar Brasil tras la victoria del ultraderechista Jair Bolsonaro en 2018 cuando recibió varias amenazas de muerte, se exilió en Alemania y Francia pero regresó el año pasado para presentarse a las elecciones en Sao Paulo como candidato del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), integrante de la amplia coalición electoral en defensa de la democracia brasileña.
Safatle esbozó en este diálogo periodístico las lecciones procedentes de América Latina para el proceso electoral en otros países, concretamente, España cuyas últimas innovaciones políticas -tanto por la izquierda como la derecha- se inspiraron en el populismo latinoamericano.
Rechazo al denominado ‘centro’
Sostiene que hay que evitar desplazarse a un centro consensuado en torno a un descafeinado modelo neoliberal. Las alianzas contra la derecha no deberían ser un pretexto para descafeinar el programa en el área socio-económica-laboral. Los electorados en América Latina y Europa están rechazando el centro con contundencia. En Brasil, partidos socialdemócratas como el PSDB fueron borrados del mapa electoral en los comicios de 2018 y 2022, arrasados por el auge del bolsonarismo. El Partido de los Trabajadores (PT) es casi el único que sobrevive del viejo sistema. “No creo que sea necesario desplazarse tanto al centro para ganar las elecciones porque el centro es ingobernable (…) en Brasil ya no existe un centroderecha; la extrema derecha ya ocupará el espacio de lo que era la derecha.
En Chile, “Boric entró en el poder en un estado de parálisis”, dice Safatle. Esto pese a que “hay un descontento muy fuerte y una crisis del modelo neoliberal”. Hay que entender que existen cuestiones sociales y laborales detrás del auge de la ultraderecha. Cualquier acercamiento a un espacio de nuevo consenso neoliberal contra el populismo de la derecha será suicida.
Aunque formes parte de una alianza amplia y con una oposición que bloquea, hay que mantener un programa de cambio transformativo, señala el filósofo y analista político.
Considera que el feminismo es parte imprescindible de una política de clase. Hay que entender que las reivindicaciones en el área socio-económica son, en el fondo, las mismas que en el área de racismo, machismo, homofobia, etc. “Si hay algo que las protestas en Chile, en 2019, nos enseñan es que las luchas por el reconocimiento –feministas, indigenistas, antirracistas– son una parte necesaria y decisiva de la lucha de clase”.
“Las derrotas por la flexiibilización de los derechos de los trabajadores son derrotas para la lucha feminista (…) lo que Chile muestra es que la lucha feminista consigue su fuerza máxima cuando expone su dimensiones de lucha de clase”, sostiene. Y agrega que “esas luchas por el reconocimiento son fundamentales para la igualdad y la justicia social y no son luchas de identidad; son luchas universales. Este universalismo no existió hasta ahora. Solo, tal vez, en la revolución haitiana (1791-1804), la Comuna de París (1871) y los primeros años de la Revolución rusa (1917). Todo lo demás estaba basado en formas de expresión que vienen del colonialismo. Chile 2019 fue muy interesante porque se vio una articulación entre diferentes reivindicaciones sociales. Hay que entender también que, a veces, la lucha de clases es política de identidad. La clase es identidad también. El problema ha sido cómo vincular esas luchas. En muchos casos, la izquierda usa las luchas de reconocimiento (feminismo, indigenismo, antirracismo, pro LGBTQ) para esconder la ausencia de un plan de transformación más amplio. Ponemos en la vanguardia de la lucha áreas como el feminismo, el antirracismo, los derechos de gays y trans sin dar ningún apoyo a lo demás. Esto es un error. Son parte de lo mismo”.
Guerra cultural
Para Safatle la batalla cultural y el debate de ideas es de suma importancia en la lucha política. Afirma que el contacto y el diálogo con la gente trabajadora que vota a la derecha son imprescindibles. En áreas sensibles de la guerra cultural, hay que mantenerse firme en la defensa de estas luchas de reconocimiento, pero hay que explicarlo a la gente y no adoptar posturas moralizantes o agresivas.
“En Chile, en el proceso constitucional, se olvidó por completo que es necesario explicar las cosas a la gente. Por ejemplo, el estado plurinacional. Ese concepto es un gran logro de la política latinoamericana. Pero hay que explicarlo bien”. En ese sentido, explica, el lenguaje tiene que ser de transformación. No se pueden copiar las tácticas de la ultraderecha para combatir las fake news y los bulos de la derecha como intentó hacer André Janones (el responsable de la campaña en redes del PT que adoptó algunas tácticas de los métodos del gabinete de odio bolsonarista). “La lucha política es una lucha de lenguaje. No es posible adoptar un discurso de transformación con un lenguaje que no sea de transformación. Las narrativas más usadas ahora vienen de la industria cultural y del marketing y el cine de acción. La derecha ha usado esto de forma formidable. Es su subjetividad natural. Janones está diciendo que no hay otra gramática. Eso es darles la razón”.
Necesidad de una agenda de cambio profundo y de movilización en las calles
¿Por qué las ideologías de extrema derecha están ganando espacio en países como España?
Lo que pasa en España es otro indicio de que el ascenso de la ultraderecha no es una cosa puntual sino un fenómeno estructural en un momento histórico que parece ser de agotamiento del modelo democracia liberal. Por ello hay que ir más allá de una defensa de la democracia liberal. La extrema derecha a escala mundial, cada vez más, va a operar como una fuerza ofensiva anti institucional. Esto lo vimos en el asalto a los Tres Poderes en enero en Brasilia. Hasta acuchillaron el cuadro “Las mulatas” del pintor modernista Emiliano de Cavalacanti. No es solo gamberrismo; se trata de un ataque contra la modernidad.
¿Cuál ha sido la clave de esas victorias de la izquierda en América Latina en las últimas elecciones?
Hubo un descontento muy fuerte, y una crisis del modelo neoliberal. De ahí los grandes movimientos de protesta en Chile y Colombia. Y la izquierda fue capaz de vocalizar, por un momento, ese descontento. En Brasil no creo que se trate de una victoria de Lula sino una victoria contra Bolsonaro. Eso sí el PT tiene una base y una estructura nacionales.
No está resultando fácil gobernar…
No. El problema es que, una vez en el poder, no han sido capaces de proponer otros programas sociales y económicos y eso crea una situación muy difícil para la izquierda latinoamericana. Los parlamentos en Brasilia, Santiago, Bogotá y otros países son instituciones que siempre han representado los intereses de oligarquías, y las fuerzas conservadoras. Eso ya lo sabemos desde hace 50 años y llama la atención que no tenemos una estrategia política para combatirlo. Durante los primeros gobiernos de Lula, el fuerte crecimiento económico permitió alcanzar acuerdos con esos grupos conservadores. Ya no es así. Y me temo que Lula piensa que está en el 2003 pero el grado de conflicto social es mucho mayor ahora. Si sigue así no será reelegido en el 2026.
Lula dice que no tiene margen para hacer más. ¿Es verdad?
Lula cree que la correlación de fuerzas va en su contra, pero yo considero que tiene que impulsar medidas que cambien esa correlación y no lo está haciendo. Aunque la oposición bloquee el programa en el Congreso, es importante que la gente vea que el gobierno tiene una agenda de cambio profundo y hay que movilizar fuera del parlamento. Creo que, por ejemplo, un impuesto sobre la riqueza para financiar la sanidad sería una medida que movilizaría a la gente.
En estas últimas elecciones en Brasil el Tribunal Supremo Electoral ha sido muy agresivo en la prohibición de falsas noticias circuladas por Bolsonaro que resultaron tan decisivas en las elecciones del 2018. ¿Funcionó?
No se puede hacer nada desde arriba contra las falsas noticias. Hay que acercarse a la gente, escuchar y hablar, cosa que ya no hacemos. Yo soy lector de la escuela de Frankfurt y esta cuestión no es nueva. Surgió en el análisis del fascismo de los francfortianos en los años 40 y 50. Theodor Adorno lo dijo claramente: “La gente no está siendo engañada, la gente quiere ser engañada”. Esa es la cuestión. Si solo fuera cuestión de ser víctimas del engaño con tal de mostrarles la verdad, la gente se daría cuenta. Pero no es así. Hay una imposibilidad estructural de rectificación. Por muchas correcciones que hagamos la gente no va a cambiar de idea. Y es porque no quiere cambiar.
¿Por qué?
Porque hay un deseo claro de afirmar su pertenencia a un grupo que ofrece una alternativa y en ese grupo -las redes de ultraderecha- se comparten noticias falsas o verdaderas. La gente no necesariamente cree lo que lee y comparte en esos grupos de redes sociales. Quieren estar en un lugar estratégico. Las medidas oficiales para combatir las noticias falsas no pueden funcionar. En realidad, siempre hemos estado luchando contra información falsa en los procesos políticos. Sobre todo los que somos de la izquierda. Pero hay que escuchar a la gente y averiguar cuáles son sus verdaderos sentimientos y miedos. La extrema derecha está siendo capaz de verbalizarlo.
¿Crees que hay peligro de fascismo?
En el caso brasileño, el bolsonarismo es una actualización del fascismo del movimiento integralista de los años 30, con 1,2 millones miembros, el más grande del mundo entonces, al margen de Europa. Bolsonaro utilizó el eslogan del movimiento “Dios, Patria y libertad”. Un eslogan que tiene una historia terrible en España también. Yo soy académico y entiendo la importancia de los términos. Y no tengo ningún reparo al usar el término fascista. Hay una amenaza pero no se puede combatir con discursos morales. Hay que reforzar el apoyo a las capas más precarizadas porque existe un segmento importante del voto popular que votó a Bolsonaro y en el futuro pueden ser más. En la campaña hablé con muchos grupos en Sao Paulo, los conductores de Uber, por ejemplo, son todos bolsonaristas, por un deseo de que les dejen ganar dinero, sin imponerles nuevas jerarquías. Y ahora mismo si coges un coche y vas al interior de Sao Paulo, ya no estás en Brasil. Estas en Texas… En Brasil ya no existe un centro derecha; la extrema derecha ya es el polo económico y social de lo que era la derecha. Y lo liderarán otras figuras, más allá de Bolsonaro, como por ejemplo el actual gobernador de Sao Paulo, Tarcisio de Freitas.
¿El frente amplio fue una buena estrategia para ganar a la derecha?
No creo que fuera necesario desplazarse tanto al centro para ganar las elecciones porque el centro es ingobernable. En Chile, por ejemplo, Boric entró en el poder en un estado de parálisis. Implementó un programa muy extraño para un joven líder de izquierdas. En el narcotráfico adoptaron un discurso de derechas. En las tierras de los mapuches, la respuesta ha sido militar. Mientras, en el proceso constitucional se olvidó por completo de que es necesario explicar las cosas. Por ejemplo, el estado plurinacional, es un gran logro de la política latinoamericana. Pero hay que explicarlo bien. En Chile, empezaron con un discurso pronunciado en mapuche. Solo el 1 % de la población lo pudo entender. El resultado de la falta de atención en explicar bien los planes es que José Antonio Kast -que fue derrotado de forma contundente en las elecciones presidenciales- ahora tiene el control total del proceso constituyente.
¿Crees que la experiencia de América Latina tiene lecciones para España?
Creo que hay dos elementos importantes para derrotar a la extrema derecha en España. Uno es recordar constantemente la relación orgánica entre Vox y el pasado franquista, es decir, que quieren recuperar el legado del franquismo y esto acabará con la democracia. Pero decir esto por sí solo no funciona. No basta solo un discurso de miedo. Hay que recuperar la agenda de las protestas con medidas concretas de transformación y justicia social, y redistribución. Esto no ocurrió en Brasil y, por eso, estamos en una situación tan difícil ahora. Pasa lo mismo en Chile. Si no haces cosas importantes en los primeros 100 días estas perdido y la iniciativa la recupera la ultraderecha.
La Vanguardia, Barcelona.
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