POR LEONARDO BOFF
Percibo dos factores principales, entre otros, que golpean el corazón de la ética: la globalización del capitalismo depredador y la mercantilización de la sociedad.
La globalización del capitalismo, como modo de producción y su expresión política, el neoliberalismo, mostró las perversas consecuencias de la ética capitalista: sus ejes estructurantes son la ganancia ilimitada, acumulada individualmente o por las grandes corporaciones, la competencia desenfrenada, el asalto a los bienes y servicios de naturaleza, la relajación de las leyes y la minimización del Estado en su función de garantizar una sociedad mínimamente equilibrada. Tal ética es altamente conflictiva porque no conoce la solidaridad, sino la competencia que hace que todos los adversarios, si no enemigos, sean vencidos.
Muy diferente, por ejemplo, es la ética de la cultura maya. Esto pone todo centrado en el corazón, ya que todas las cosas nacieron del amor de dos grandes corazones, el Cielo y la Tierra. El ideal ético es crear corazones sensibles, justos, transparentes y verdaderos en todas las personas.
O la ética del “bien vivir y convivir” de los andinos, basada en el equilibrio con todas las cosas, entre los humanos, con la naturaleza y con el universo.
La globalización, al interrelacionar todas las culturas, terminó también por revelar la pluralidad de los caminos éticos. Una de sus consecuencias es la relativización general de los valores éticos. Sabemos que la ley y el orden, valores de la práctica ética fundamental, son los requisitos previos para cualquier civilización en cualquier parte del mundo.
Lo que observamos es que la humanidad está cediendo a la barbarie hacia una verdadera edad oscura global, tal es el quiebre ético que estamos viendo.
El segundo gran obstáculo para la ética es la mercantilización de la sociedad, lo que Karl Polanyi ya denominó La Gran Transformación en 1944. Es el fenómeno de la transición de una economía de mercado a una sociedad puramente de mercado.
Todo se convierte en mercancía, algo que ya predijo Karl Marx en su texto La miseria de la filosofía de 1848, cuando se refirió a la época en que las cosas más sagradas como la verdad y la conciencia serían llevadas al mercado; sería “la época de la gran corrupción y de la venalidad universal”. Porque vivimos en este tiempo: el conocimiento, las escuelas, las universidades, las iglesias neopentecostales, los cursos, las conferencias, las consejerías, el sexo, los órganos humanos, todo, todo es objeto de negocio y ganancia. Prevalece una relación egoísta y mercantilista, que debilita mucho la solidaridad, la cooperación y la gratuidad.
La economía, en especial la especulativa, dicta el rumbo de la política y de la sociedad en su conjunto, la cual se caracteriza por la generación de una profunda brecha entre unos pocos ricos y las grandes mayorías empobrecidas. Aquí, las huellas de la barbarie y la crueldad se revelan como pocas veces en la historia.
¿Cuál es la ética que nos puede guiar como humanidad viviendo en una misma Casa Común? Es esa ética que se arraiga en lo que nos es específico, como humanos, y que, por tanto, es universal y puede ser asumida por todos.
Yo creo que en primer lugar está la ética del cuidado. Según la fábula 220 del esclavo Higino de la época imperial romana y bien interpretada por Martín Heidegger en Ser y Tiempo y detallada por mí en Saber cuidar, constituye el sustrato ontológico del ser humano, es decir, que conjunto de factores objetivos sin los cuales nunca surgiría el ser humano y los demás seres vivos.
Porque el cuidado es la esencia de lo humano, todos pueden experimentarlo y darle formas concretas, según las diferentes culturas. El cuidado supone una relación amistosa y amorosa con la realidad, con la mano extendida para la solidaridad y no el puño cerrado para la competencia. En el centro del cuidado está la vida. La civilización debe estar bio-socio-céntrica.
Otro hecho de nuestra esencia humana es la solidaridad y la ética que de ella se derivan. Sabemos hoy a través de la bioantropología que fue la solidaridad de nuestros ancestros antropoides la que nos permitió dar el salto de la animalidad a la humanidad. Buscaron comida y la consumieron solidariamente. Todos vivimos porque hubo y hay un mínimo de solidaridad, empezando por la familia. Lo que fundaba ayer sigue fundando hoy.
Otro camino ético, ligado a nuestra estricta humanidad, es la ética de la responsabilidad universal. Ser responsable es darse cuenta de las consecuencias beneficiosas o perjudiciales de nuestras acciones personales y sociales. O asumimos juntos con responsabilidad el destino de nuestra Casa Común o caminaremos por un camino sin retorno. Somos responsables de la sostenibilidad de Gaia (Madre Tierra) y sus ecosistemas para que podamos seguir viviendo juntos con toda la comunidad de vida.
El filósofo Hans Jonas, quien primero elaboró “El principio de la responsabilidad”, le agregó la importancia del miedo colectivo. Cuando esto aparece y los humanos comienzan a darse cuenta de que pueden encontrar un final trágico e incluso desaparecer como especie, estalla un miedo ancestral que los lleva a una ética de supervivencia. La suposición inconsciente es que el valor de la vida está por encima de cualquier otro valor cultural, religioso o económico.
También es importante rescatar la ética de la justicia para todos. La justicia es el derecho mínimo que le damos al otro, para que pueda seguir existiendo y darle lo que se merece como persona: dignidad y respeto. Las instituciones, en particular, deben ser justas y equitativas para evitar los privilegios y exclusiones sociales que producen tantas víctimas, particularmente en Brasil, uno de los más desiguales, es decir, más injustos del mundo. Esto explica el odio y la discriminación que desgarran a la sociedad, provenientes no del pueblo, sino de esas élites adineradas que no aceptan derechos para todos pero quieren preservar sus privilegios.
La justicia no sólo se aplica a los seres humanos, sino también a la naturaleza y la Tierra, que son portadores de derechos y, por tanto, deben incluirse en nuestro concepto de democracia socioecológica.
Finalmente, debemos incorporar una ética de sobriedad compartida para lograr lo que dijo Xi Jinping, el líder supremo de China, “una sociedad moderadamente acomodada”. Esto significa un ideal mínimo y alcanzable.
Estos son algunos parámetros fundamentales para una ética, válida para cada pueblo y para la humanidad, reunida en la Casa Común. De lo contrario, podemos experimentar un Armagedón social y ecológico.
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