“La grandeza” de Gaviria y Vargas Lleras

POR LUIS EDUARDO MARTÍNEZ ARROYO

Nuestra historia nacional está plagada de hechos violentos contra militantes de base, dirigentes medios y otros que alcanzaban en el momento de su homicidio o en su intento sitios cenitales. Bolívar, en la noche septembrina, Uribe Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro y Jaramillo Ossa, Pardo Leal, Lara Bonilla, ejemplos puntuales son de estos últimos. Pero ha habido también asesinatos colectivos que podrían estar configurando un genocidio político, como en el caso de la Unión Patriótica (UP) y otros movimientos políticos y sociales.

Razones suficientes las anteriores como para que quien ha ocupado la Casa de Nariño, en calidad de primer mandatario nacional, merced al asesinato de Luis Carlos Galán Sarmiento, a quien reemplazó en la candidatura liberal gracias a un guiño del mozalbete hijo del inmolado líder, tome en serio las denuncias que el presidente Gustavo Petro ha hecho en los recientes días relacionadas con amenazas de muerte en su contra.

Las mismas que debería tener en cuenta quien fue vicepresidente de Colombia, en el gobierno Santos Calderón, y víctima de una bombalibro que le cercenó un dedo de una de sus manos, enviada por las Farc durante el gobierno de la Seguridad Democrática.

César Gaviria, el decadente expresidente liberal, padre del neoliberalismo en Colombia.

Pero no, sus preocupaciones no se enrutaron a brindar la solidaridad hipócrita que se estila en estos casos,- o quizás, por eso, porque no son hipócritas-, con quien denunciaba las amenazas, el Presidente de los colombianos, quiéranlo o no algunos, sino hacia el presidente del Senado, Efraín Cepeda Sarabia, porque el presidente Petro (sabrá por qué lo dice), lo mencionó como eventual sucesor suyo en caso de que fuera asesinado. E interpretaron que lo estaría insinuando como orquestador del magnicidio.

No se diga que es sospechosa, porque se podrían derivar consecuencias judiciales, pero sí muy curiosa la conducta de César Gaviria que pareciera ignorar los preludios de los homicidios recaídos en Lara Bonilla y Galán Sarmiento, las movidas chuecas de los jefes de escoltas; y las declaraciones de aquel Comandante de las Fuerzas Militares de comienzos de los 1990 que señaló que mientras la mitad de ellas perseguía a Pablo Escobar, el resto lo protegía.

Ese es el odio de la dirigencia política colombiana que destila contra quien llegó al gobierno en virtud de las reglas que han regido durante muchos años en el país, odio que no le rendirse ante esa evidencia porque ha internalizado la convicción de que gobernar no es en Colombia asunto ni labor de mestizos y mulatos, menos si está acompañado de una afrodescendiente.

El prepotente jefe del corupto partido Cambio Radical, Germán Vargas Lleras, titiritero del alcalde de Bogotá, Carlos Fenrnado Galán Pachón.

Odio que se ha transmutado en gavilla, la que se vio en los ataques de Procusto (Ordóñez) y los medios durante el paso de Petro por la Alcaldía de Bogotá; la chagua que se mostró de modo brutal al finalizar la primera vuelta presidencial de 2018, cuando sus integrantes se mudaron con sus bártulos hacia la campaña de ‘Ñeñe’ Duque a expresarle su apoyo; la comparsa que desfiló alrededor de Yoyo Hernández, una vez se conocieron los resultados de mayo de 2022; la alharaca mediática que de modo inmediato se armó en favor del candidato perdedor de esa fecha, como si éste hubiera sido el ganador de la jornada.

Gaviria y Vargas Lleras dejan traslucir el encono gran empresarial hacia el presidente Petro y su gestión gubernamental, más cuando esta ha tocado fibras sensibles de los dos dirigentes políticos que militan de modo abierto en el negocio de la salud.

En otros tiempos y lares la conducta Vargas-gavirista sería llamada falta de grandeza. En los dos personajes eso es hoy “tiempos de la cometa”.