POR MARINO CANIZALES PALTA* /
Comentarios acerca del libro ¡Huelga! Luchas de la Clase Trabajadora en Colombia, 1975 -1981** de autoría del profesor emérito de la Universidad Nacional y profesor titular de la Universidad Libre, Ricardo Sánchez Ángel.
El pacto
El 30 de enero de 1958 el expresidente Mariano Ospina Pérez, quien a la sazón se desempeñaba como presidente de la Corte Electoral Nacional, da a conocer el Acta de escrutinio general del Plebiscito Nacional realizado el día 1° de diciembre de 1957: nacía la paz del Frente Nacional. Una paz pactada desde arriba, excluyente y restringida, sustentada en la impunidad; sin la verdad sobre los crímenes cometidos, sin justicia y sin reparación para las víctimas. Un perdón y olvido producto de pactos cortesanos y de gabinete entre los dueños del poder y dirigentes del bipartidismo liberal-conservador, con la que se buscaba no solo exorcizar los hechos y las imágenes de una violencia fraticida de varios años, sino también, dejar atrás el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán y los sucesos del 9 de Abril de 1948. Para los autores de ese Frente Nacional, los balances y la identidad de los responsables de dicha violencia y de tales sucesos —promovidos desde el Estado y los ámbitos cerrados del establecimiento bipartidista—, no era su preocupación central. Al fin y al cabo, la contrarreforma agraria realizada a sangre y fuego, en una especie de acumulación originaria, tocaba a su fin en esta fase; la segunda fase de esa contrarreforma agraria vendría en los años ochenta con el ascenso del paramilitarismo, consolidando en sentido reaccionario los efectos perversos de la violencia como potencia económica.[1] Lo fundamental era recuperar la gobernabilidad entre las élites, salvando el “precioso” legado de la República., funcional al nuevo estado de cosas. Para los artífices de ese Pacto político, los expresidentes Laureano Gómez y Alberto Lleras Camargo, el país se hallaba “ahora reducido a la necesidad de volver a crear la República, buscando la fuente del poder en sus orígenes populares. Del tiempo anterior no subsiste organismo alguno con validez moral ni jurídica, porque sin excepción, todos fueron utilizados en la ruptura del orden constitucional, o con sus actos posteriores han tratado de cohonestarla”. [2]
Dentro del contexto de una ironía sangrienta, la restauración de la Republica fundada por Núñez y Caro, con sus instituciones jurídico-políticas contenidas en la Constitución de 1886 y las reformas de que fue objeto durante la primera mitad del siglo XX —junto con el ordenamiento sometido al plebiscito de l957—, haría posible esa paz entre los colombianos. Para lograrlo, era necesario pactar y decretar el olvido. Olvidar que justamente ese régimen presidencial, autoritario y confesional, fundado en la persecución y asesinato de sus opositores, y en el uso permanente del estado de sitio, era el responsable de la situación de violencia y barbarie, corrupción e impunidad que los barones del Frente Nacional querían conjurar recurriendo al plebiscito en mención. En adelante, el Estado y la sociedad Colombiana se regirán por los dictados del citado pacto interburgués traducido a términos constitucionales. La alternación liberal-conservadora por 16 años y durante cuatro periodos en la presidencia de la República, la paridad bipartidista en el control y manejo de las oficinas e instituciones del Estado, la orientación y control de la educación pública por parte de la iglesia católica —rasgo propio de un Estado confesional en virtud del concordato de 1887, ratificado por la citada consulta plebiscitara—, y el uso permanente del Estado de Sitio, serán, entre otras, las estructuras constitucionales que permitirían a las clases dominantes y los voceros de ese nuevo régimen político, la construcción de una supuesta cultura de paz y de concordia nacional. La restauración bipartidista no debía tener obstáculos. Seria del monopolio exclusivo de las clases dominantes y su nuevo partido de orden, el Frente Nacional, propietario del singular estado de derecho que se acababa de establecer, cuyo centro de poder estará en manos de una Presidencia bonapartista. Sin embargo, la lucha de clases no cesó. Las protestas urbanas, las luchas sindicales y las movilizaciones campesinas e indígenas por la tierra, el surgimiento y consolidación de una insurgencia armada, las demandas y manifestaciones estudiantiles por genuinas libertades públicas, autonomía universitaria y una educación laica, mostrarán lo irrisorio de la paz oficial. La crítica generalizada de sectores sociales, de fuerzas políticas de oposición y de izquierda al Frente Nacional, lo mismo que la presencia de una reflexión pública de analistas y críticos sociales del nuevo orden, pondrán igualmente en evidencia las trampas y precariedades del régimen político en mención.
Los conflictos no resueltos y supuestamente conjurados por el citado pacto político harán su irrupción articulados a nuevos ciclos de violencia, dando al traste con las pretensiones de estabilidad y gobernabilidad prometidas. La segunda mitad del siglo XX, será en Colombia, un tiempo de crisis política permanente y aguda lucha de clases durante el cual, la República restaurada conocerá su fracaso, lo que conducirá a la convocatoria de una Asamblea Constituyente en 1991. De ésta saldrá aprobada una nueva constitución política, con un ordenamiento positivo en materia de Derechos fundamentales, combinado con otro, cuyo conjunto de normas serán el sustento de un Estado centralista conformado por instituciones y políticas de carácter neoliberal, donde y de nuevo, un presidencialismo bonapartista de carácter reaccionario continuará jugando su gran papel. Será ese, igualmente, el tiempo en el cual surjan nuevos actores sociales y diversas personalidades intelectuales y políticas que tendrán como propósito central de sus vidas no solo indagar por las razones históricas, sociales y culturales que han definido la personalidad histórica de nuestro país y sus distintos regímenes políticos, sino también participar en las luchas sociales y políticas por su transformación radical, y la defensa de los derechos de los trabajadores y las clases populares.
La construcción de una identidad
Es el caso del profesor Ricardo Sánchez Ángel, abogado, magister en filosofía y doctor en Historia. Nacido en 1949, el tiempo histórico antes descrito en rápidas y apretadas pinceladas es, de igual manera, su propio tiempo. En relación con él se puede afirmar, sin duda alguna, que existen muchas formas de construir una identidad; sin embargo, la mejor y la más difícil es aquella en la que lo público, en sus diferentes expresiones materiales y simbólicas, es el referente obligado. Pero no es lo público para ser cooptado por el establecimiento y los dueños del poder. No. Su trayectoria intelectual y política tiene otras coordenadas y fundamentos : es lo público visto y asumido como escenario por excelencia para confrontar desde el campo de las ideas y del ejercicio del pensamiento libre, los desafueros del poder y las imposturas de la cultura oficial, para combatir igualmente las miserias y humillaciones de los de abajo, para ejercer la defensa de los derechos de los trabajadores y luchar por la vigencia y respeto de los derechos humanos como fuente de legitimidad y democracia.
Su largo trasegar por el ámbito de lo público le ha permitido construirse una identidad como hombre de acción en su triple dimensión de dirigente político, pensador y escritor. Su desempeño como líder político durante las luchas estudiantiles de los años setenta en busca de la autonomía universitaria, con estructuras democráticas de dirección y participación, con libertad de cátedra, libre de confesionalismos de toda la laya, lo mostró ante propios y extraños como una personalidad nacional de primer orden. Lo mismo puede decirse acerca de su labor, durante varias décadas y hasta el presente, por crear en Colombia un lugar propicio para el desarrollo del marxismo revolucionario, librando a la vez un duro combate contra todas las formas de sectarismo y dogmatismo que impiden la edificación de una cultura política, fundada en valores laicos y democráticos.
Sus ejecutorias como educador de juventudes en diferentes universidades, principalmente en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional — de la que fue su Decano y donde ha ejercido su magisterio por cerca de veinte años —, lo hacen aparecer como polemista y escritor respetable en círculos intelectuales y en medios académicos, donde construyó un rico tejido de relaciones y diálogos con figuras como Gerardo Molina, Eduardo Umaña Luna, Luis Antonio Restrepo, Fernando Hinestroza, Orlando Fals Borda y Diego Montaña Cuellar, entre otros. Los debates y discusiones que ha mantenido y mantiene con el pensamiento y obra de sus pares académicos, y con aquellos analistas y escritores que se han ocupado por la suerte y derroteros de nuestro país, lo perfilan no sólo como un publicista y ensayista vigoroso, sino también, como un intelectual que ha hecho de la escritura su pasión política por excelencia. Sus colaboraciones en diversas revistas universitarias y en numerosos libros en coedición, y sus más de quince libros propios, así lo demuestran, destacándose dentro de estos últimos su obra más reciente, ¡Huelga! Luchas de la Clase Trabajadora en Colombia, 1975 – 1981, [3] investigación con la que logró su Doctorado en Historia, otorgado por la Universidad Nacional.
El libro
Dedicado “A los maestros historiadores de lo popular, Ignacio Torres Giraldo y Orlando Fals Borda”, es su trabajo teórico de más largo aliento al cual antecede, vale recordarlo, su Historia política de la clase obrera en Colombia que contiene In nuce algunos de los temas abordados en la mencionada investigación.[4] La complejidad de esa indagación, la ambición teórica que la sustenta y lo amplio de su desarrollo, representado en una Introducción y tres capítulos, como Primera Parte, y una Parte Segunda, que reúne seis capítulos, las Conclusiones, dos apartados de anexos, fuentes y bibliografía, sin olvidar los Prefacios del filósofo francés, Michael Löwy, y del historiador colombiano, Mauricio Archila Neira, hacen de este un libro que permite múltiples entradas a estudiosos de la historia de la clase trabajadora en el capitalismo histórico colombiano, vista y vivida como disciplina académica. Disciplina que, como o bien lo ha hecho notar el historiador Eric Hobsbawm,[5] hace mucho que tiene su lugar propio en el mundo académico como ciencia social, y como parte de la historia de sociedades concretas, señalando igualmente que la misma tuvo sus primeros y notables cultores en dirigentes de izquierda y miembros del movimiento obrero, como también en figuras destacadas de la socialdemocracia y el marxismo clásico. Proceso de elaboración teórica que en Colombia tiene en su haber la obra pionera de Ignacio Torres Giraldo, autor de La cuestión sindical, libropublicado en 1947,[6] y Los Inconformes (cuyo Primer Tomo apareció en 1967), y con quien Ricardo Sánchez sostuvo una relación intelectual y política a mediados de los años sesenta.
En lo que tiene que ver con el libro objeto de estas notas, mi interés estará centrado en algunos de los aspectos que guardan estrecha relación con la fundamentación del tema investigado. Los seis conflictos huelguísticos analizados por el autor y descritos más adelante, serán mirados a partir de dicha fundamentación, sólo que en forma suscinta. El estudioso y el lector interesado en temas relativos a la historia de la clase obrera en Colombia, encontrarán en los conflictos estudiados un rico arsenal de problemas teóricos y prácticos relacionados con las formas y expresiones que tomaron o asumieron los trabajadores y trabajadoras al movilizarse por sus derechos y demandas durante el periodo 1975 – 1981. Sólo que la comprensión de su riqueza, pienso, está en relación directa con los contenidos de la Primera Parte, capítulos 1, 2 y 3. En esta parte, el lector encontrará expuesta en forma clara la articulación, no siempre bien comprendida, entre teoría y método. Para Ricardo Sánchez, el método es también teoría; las reflexiones metodológicas son igualmente reflexiones teóricas, indisolublemente articuladas al objeto de estudio desde el punto de vista del materialismo histórico. Este punto queda particularmente claro en el Capítulo Primero de la Primera Parte, El resurgir de un paradigma, cuyo desarrollo se profundiza y abre a otras perspectivas analíticas cuando el lector pasa a los Capítulos Segundo y Tercero, La acción de los trabajadores y la Historia, y El capitalismo en el siglo XX y el papel de los trabajadores en América Latina, respectivamente.
Dicho lo anterior, soy del criterio que ¡Huelga! Luchas de la clase trabajadora en Colombia, 1975 – 1981 se inscribe dentro de la tradición teórica inaugurada por Federico Engels con su obra La situación de la clase obrera en Inglaterra, publicada en 1845 cuando apenas contaba con 24 años. Libro este que tiene el gran mérito de haber inaugurado una nueva disciplina social: la historia de la clase obrera, así antes de su aparición ya circularan otras publicaciones sobre la cuestión, acerca de cuyo valor e importancia Eric Hobsbawm esgrime dos consideraciones dignas de tener en cuenta : “En primer lugar, como el propio Engels alegaba con razón, era el primer libro en Gran Bretaña o en cualquier otro país que trataba de la clase obrera en conjunto y no simplemente en secciones particulares e industrias. En segundo lugar, y más importante, no era sencillamente un estudio de las condiciones de la clase obrera, sino un análisis general de la evolución del capitalismo industrial, del impacto social de la industrialización y sus consecuencias políticas y sociales, incluido el auge del movimiento obrero.” [7]Agregando más adelante : “Es un libro de su tiempo. Pero no hay nada que pueda ocupar su lugar en la biblioteca de todo historiador del siglo XlX y de todo aquel que esté interesado en el movimiento de la clase obrera. Sigue siendo una obra indispensable y un hito en la lucha por la emancipación de la humanidad.” [8] Sobre los avances de dicha tradición, Ricardo Sánchez realiza un registro crítico de los trabajos e investigaciones más importantes, tanto en América Latina como en Colombia, de gran utilidad para el lector interesado en el tema, particularmente, en el Capítulo Tercero[9] El capitalismo en el siglo XX y el papel de los trabajadores en América Latina. Así, dicho lector estará en el presente caso, y de comienzo a fin, frente a una obra compleja y erudita en la cual la categoría de conflicto — pensado y analizado en forma dinámica, es decir, como lucha de clases — atraviesa como un hilo rojo todo su contenido, destacando como una de sus expresiones más importantes la huelga como forma de lucha, y su realidad diversa en un momento de nuestra historia.
La huelga
Expresión compleja de la relación siempre conflictiva, por ser desigual y de explotación, entre el capital y el trabajo, entre patrono y trabajador asalariado, la huelga como realidad social y política — a la fecha de estos cometarios — terminó casi borrada en nuestro medio, pese a tener una consagración constitucional y legal, por haber sido objeto en forma permanente de una doble violencia : primero, dentro del estado de excepción vigente hasta 1991, salvo algunas pausas, y luego, durante el bonapartismo presidencial en sus nuevas formas, a partir de tal año. El asesinato continuo de dirigentes y activistas sindicales, el destierro y desplazamiento interno de muchos de ellos, la represión e ilegalización de las demandas, y protestas de los trabajadores, de un lado; y del otro, la que suele denominarse, no sin razón, “violencia jurídica” — que tiene su manifestación más notable en las Cooperativas de Trabajo Asociado, creadas por la Ley 79 de 1988, lo mismo que las Empresas de Servicios Temporales —, articulada a los desarrollos regresivos de la jurisprudencia laboral, acabaron por convertir cada vez con más fuerza el contrato de trabajo en una relación tercerizada, regida por el derecho civil. Tal cuadro, que no es el producto neutro del ejercicio y aplicación del derecho por parte del Estado y la patronal; configura más bien, en un marco de correlación de fuerzas desfavorable, un contexto de derrota de la clase trabajadora, que tiene como una de sus consecuencias, una notable reducción de los sindicatos. Degradando el contrato de trabajo a una relación de carácter civil entre patrono y trabajador, ajena a la legislación laboral existente (artículo 59 de la citada ley), también se degradó el derecho de asociación sindical. No se incurre en ningún exceso si se afirma que lo antes descrito configura un “golpe de estado” al Código Sustantivo del Trabajo, en sus partes individual y colectiva, con las funestas consecuencias políticas, sociales y culturales, ampliamente conocidas dentro y fuera del país. Lo anterior es tanto o más dramático si se tiene en cuenta el informe que la Confederación Internacional de Sindicatos preparó para la 100 Conferencia Internacional del Trabajo celebrada en Ginebra, Suiza, en junio de pasado año, según el cual, “Colombia es el país más peligroso del mundo para los sindicatos”. De conformidad con los datos aportados por esa organización sindical, “49 activistas fueron asesinados en Colombia en 2010, lo que representa el 55% de los sindicalistas muertos en todo el mundo.” [10]
No está demás añadir en relación con lo anterior, que la expresión “violencia jurídica” tiene sentido si se parte de reconocer que el derecho laboral es un campo de lucha. La prohibición, la pena o la sanción violan la dignidad del ser humano, en particular la de los trabajadores y trabajadoras, cuando su imposición institucional, ya sea por decisión de un Juez, o por otra autoridad del Estado, tiene como fuente la represión y la humillación ante demandas de igualdad y justicia, contenidas en pliegos de peticiones y formuladas mediante el uso del derecho a la contratación colectiva y el ejercicio de la actividad sindical. Lo que no impide afirmar, evitando cualquier sesgo fatalista, que es posible luchar y lograr la construcción de un derecho laboral positivo con fundamentos democráticos. La Ley 50 de 1990 promovida y defendida con tenacidad por el senador Álvaro Uribe Vélez durante el gobierno del presidente Cesar Gaviria Trujillo, marcó el comienzo del cierre, al menos hasta la hora presente, tanto el Derecho Laboral Individual como del Colectivo y sus instituciones más importantes: el derecho de asociación sindical, de contratación colectiva y de huelga. Las contrarreformas laborales del luego presidente Uribe Vélez harán el resto, sin olvidar el énfasis puesto durante sus dos periodos de gobierno en el desmonte de la seguridad social, proceso este que tuvo su inicio con la expedición de la ley 100 de 1993. La regla de estabilidad fiscal, lo mismo que la ley del primer empleo, aprobadas en el presente gobierno de Juan Manuel Santos, serán la continuación de tal derrotero, articulado a la pauperización de las profesiones y de quienes las ejercen, los jóvenes de formación superior y universitaria. Ni que decir tiene lo relativo a los trabajadores y trabajadoras que carecen de dicha formación académica.
Surge la resistencia
A pesar de todo lo anterior, ninguna derrota es definitiva, y menos cuando se trata de sujetos colectivos como la clase trabajadora y sectores populares movilizados por sus derechos y reivindicaciones democráticas. Los gobiernos como jefes de la patronal pueden barrer, como lo vienen haciendo, generaciones de luchadores sindicales y populares, pero quedan los intangibles de la memoria y los imaginarios colectivos que, por serlo, no son menos reales. Es esto, en gran parte, lo que permite que, cuando cambian las relaciones de fuerza entre patronos y trabajadores en dirección favorable a estos últimos, la eliminación o las restricciones a sus derechos se conviertan en hechos transitorios, y la resistencia a la opresión y el despojo se presente como una perspectiva cierta de los de abajo. Si no hay conquistas irrevocables, tampoco existen derrotas que los vencidos no puedan remontar. De tal certeza deriva su potencia política y moral el derecho de huelga. Así lo demuestran los recientes conflictos laborales en la industria del petróleo, tanto en los campos de Pacific Reynales Energy en Puerto Gaitán, Meta, como en las refinerías de Ecopetrol en Bucaramanga y Cartagena, donde la Unión Sindical Obrera – Uso vuelve a jugar un papel protagónico en defensa de la asociación sindical y la contratación colectiva. Lo mismo puede predicarse acerca los trabajadores de la industria de la palma de aceite, quienes recientemente adelantaron un importante movimiento huelguístico en defensa de su pliego de peticiones, logrando sentar a la mesa de negociaciones no solo a la patronal sino también a los voceros del Estado. En el conjunto de tales conflictos, las demandas de estabilidad laboral, contratación colectiva y eliminación de las citadas cooperativas han sido puntos de primer orden, convirtiéndose en factores decisivos de movilización, en cuyo centro se encuentra la defensa radical del derecho de asociación sindical.
Importancia de una fundamentación
En relación con el libro materia de estos comentarios, ¡Huelga! Luchas de la clase trabajadora en Colombia, 1975 – 1981, el autor concibe su composición como una narración histórica vertebrada en torno a la categoría de conflicto, analizada como relación social desde el punto de vista material y, como texto, desde el punto de vista del pensamiento complejo. La investigación que le da cuerpo tiene como objeto de estudio la huelga en Colombia en seis de sus manifestaciones más importantes durante los gobiernos de Alfonso López Michelsen y Julio César Turbay Ayala, que tuvieron lugar dentro de un arco de tiempo que comprende los años 1975 a 1981. Es esta una historia elaborada y escrita a partir de los conceptos, fijando su mirada analítica en una clase trabajadora que se funda y constituye en la movilización contra las clases dominantes. Para nadie es un secreto que conceptos como clase social, conciencia de clase y lucha de clases son objeto de rechazo permanente por parte de voceros del Estado, el establecimiento empresarial y medios de comunicación, con el claro propósito de satanizar su uso, y, de ser posible, suprimirlos del lenguaje corriente y público. Sólo hay “grupos sociales”, se nos dice en forma banal. Pero en el campo de las luchas sociales, la realidad es otra, pues es este el escenario dentro cual miden sus fuerzas en forma permanente las clases dominantes frente al conjunto de la clase trabajadora. De ahí que para adelantar su investigación, Ricardo Sánchez haya “revisitado y reconstruido el paradigma de la lucha de clases, el cual debe ser considerado como equipamiento intelectual indispensable”. Esto lo considera un primer aporte. El segundo consiste “en realizar la investigación en unas realidades concretas en la Colombia contemporánea, de 1975 a 1981. Seis años enmarcados en un periodo de cambios en la estructura y situación de la economía, la política y el movimiento obrero a escala internacional y nacional.” El tercer logro, que el autor afirma quedó plenamente constatado dentro del conjunto de su investigación, es el haber dejado establecido el carácter plural de la clase trabajadora, lo mismo que su dinámica flexible.[11] Por su conformación de género, precisa, dicha clase social no sólo es masculina y femenina, sino que además, en nuestro país “esta suele ser multicolor por la presencia de trabajadores de pueblos o etnias indígenas y afrodescendientes.” Este punto se enriquece aún más cuando describe lo que él denomina “los componentes principales de los trabajadores latinoamericanos y colombianos”, definidos en relación con la “espacialidad material en la que existe la clase trabajadora y en la que adelanta sus actividades y luchas, aspira a sus organizaciones y programas”, los que presenta de la siguiente forma : “la de los sectores extractivos mineros, como petróleo y demás recursos naturales ligados al comercio exportador para el mercado mundial; los trabajadores agrícolas, incluyendo los de las plantaciones (enclaves extranjeros) y de las haciendas de explotación comercial; los trabajadores de transporte, de obras públicas, puertos y servicios públicos, como energía, agua y mantenimiento de distinto orden; los trabajadores de servicios sociales, los educadores, de la salud, de la seguridad social y de la justicia; trabajadores del sector industrial, de la mediana y gran empresa, del comercio y de sector financiero. Y están los trabajadores propietarios, como los campesinos en sus distintas modalidades, los artesanos, comerciantes y de los otros oficios.” [12] Estos componentes definidos en función de su espacialidad material están ligados a su vez a las múltiples identidades que conforman dicha clase trabajadora: mujeres, hombres, indígenas, afrodescendientes, emigrantes, practicantes de distintas religiones y credos políticos, que en modo alguno invalidan su calidad de trabajadores, lo que, según el autor, no significa que se esté proponiendo en forma alguna, una idea homogénea y hegemónica de clase. “No existe, nos dice el autor, un concepto homogéneo de la clase, ni en las dominantes ni en las subalternas. Estas son categorías heterogéneas y llenas de matices”. [13]
El resurgir de un paradigma
Un cuarto aporte de esta investigación lo constituye, en mi opinión, la siguiente manifestación a manera de síntesis: “Su constitución [de la clase trabajadora] en la lucha, creando su despliegue, la coloca en el escenario no de la habitual y rutinaria dominación, sino en su expresión erguida que la hace realidad plena. Cada uno de los casos estudiados así lo demuestra, y el Paro Cívico de 1977, por su dimensión de confrontación más amplia, fue un desafío a la dominación del capitalismo histórico.” [14] De esta forma, “el momento de la lucha de clases aparece como prioritario sobre el de la clase, lo vuelve incluso constitutivo de esta e involucra las dimensiones de la conciencia, las representaciones y los hábitos culturales y domestico. Pero deben entenderse los tres aspectos — clase, lucha y conciencia de clase — como continuum, como interrelación de estos factores que le dan configuración material y simbólica a la categoría”.[15] Esos cuatro aportes, considero, aparecen confirmados cuando el lector se adentra en el contenido de la Segunda Parte del libro que agrupa las reflexiones sobre los seis movimientos huelguísticos que en enseguida presentaré. Es más, la fundamentación contenida en el capítulo El resurgir de un paradigma, y los dos que le siguen, conducen finalmente a lo que Joaquín Miras llama “la extensión social de la clase”,[16] que, desde otra perspectiva, Eric Hobsbawm analiza en su Historia del siglo XX [17].
¡Huelga! Luchas de la clase trabajadora en Colombia, 1975 – 1981, es un estudio de seis movimientos huelguísticos que, como se dijo antes, tuvieron lugar durante el período 1975 – 1981, los que considera el autor “verdaderos laboratorios históricos de la lucha social de los trabajadores”, y que enumera de la siguiente manera : “1) la huelga de los trabajadores azucareros en el Ingenio Rio Paila, noviembre de 1975 a mayo de 1976 ( Valle del Cauca); 2) la huelga del Sindicato de trabajadoras de Vanytex, febrero a abril de 1976 (Bogotá); 3) el conflicto nacional de los trabajadores bancarios, particularmente los del Banco Popular y del Banco Central Hipotecario, febrero a junio de 1976; 4) el paro nacional de los trabajadores de la Salud en el Instituto Colombiano de los Seguros Sociales, de septiembre a octubre de 1976; 5) el Paro Cívico Nacional del 14 de septiembre de 1977; 6) la huelga de la Unión de Marinos Mercantes de Colombia al servicio de la Flota Mercante Gran Colombiana, de julio a noviembre de 198, (nacional, pero efectuada en puntos extranjeros)”.[18] En el análisis de estos movimientos huelguísticos, Ricardo Sánchez acoge el punto de vista expresado por Walter en su IV Tesis de Filosofía de la Historia: “La lucha de clases, que un historiador educado en la escuela de Marx jamás pierde vista, es una lucha por las cosas burdas y materiales, sin las cuales no existen las más finas y espirituales. Pero estas últimas están presentes en la lucha de clases, y no como simple imagen de una presa destinada al vencedor”. [19]
Es el escrutinio y valoración crítica de esas cosas burdas y materiales, como condición de existencia de “las más finas y espirituales”, el que lleva a nuestro autor a pasar a contrapelo por la historia de esos seis movimientos huelguísticos “el cepillo de materialismo histórico”. Siguiendo el criterio formulado por W. Bénjamin en dicha Tesis, pone de manifiesto los procesos y las formas de resistencia que esos trabajadoras y trabajadores movilizados en la huelga, realizaron con fin de obtener esas cosas burdas y materiales -–los pliegos de peticiones y el rechazo a los tribunales de arbitramento. Que así no se logren, generan la conciencia de que son necesarias para la consecución “de las más finas y espirituales”. Son exigencias que se condicionan recíprocamente: “la confianza, la valentía, el humor, la astucia, la impasibilidad, las que reconocidas y asumidas como factores políticos y morales, se convierten en determinantes en la lucha de clases”. Pero el criterio no lo es todo; también están los principios, cuya importancia estriba en que son el fundamento de la acción política, o de la dinámica de un proceso del cual depende el logro de esas cosas fundamentales. Para ser precisos, tales cosas “finas y espirituales” definen un carácter, trátese de aspectos subjetivos, o sea la conciencia, o de los derroteros marcados y seguidos en el concierto de la lucha de clases, desde el punto de vista social o material. De ahí la importancia, siguiendo a Eric Hobsbawm, que tiene el triunfo de un pliego de peticiones formulado por un sindicato y defendido mediante la huelga. Esto, por cuanto los sindicatos clasistas en esta clase de luchas también plantean demandas que se asimilan y entroncan en su conjunto con lo que se conoce como derechos humanos económicos y sociales. Su reconocimiento y comprensión por parte del historiador materialista es no solo un ajuste de cuentas con una historia tributaria de la idea de progreso, funcional a los vencedores, como lo afirmó W. Benjamin; es, también, la posibilidad de rescatar y escribir una historia de los vencidos, de los de abajo, de la gente del común –la menos común de la gente– mostrando su desempeño y sus aportes en lo construido en el pasado, lo mismo que en el presente. Esa memoria histórica como representación del pasado, pensada y escrita como narración histórica, es la que está contenida en ¡Huelga! Luchas de la Clase Trabajadora en Colombia, 1975 – 1981.
En diálogo con los otros
Ahora bien, es en el mencionado Capítulo Segundo de la primera parte donde el lector encontrará in extenso los resultados de la revisita teórica —como la denomina Ricardo Sánchez— tanto a clásicos del marxismo como a la obra de sociólogos, filósofos y analistas sociales que se han ocupado desde diferentes campos conceptuales, tanto de la espacialidad material como de las identidades descritas en líneas anteriores, que concurren en la estructuración del concepto de clase trabajadora realizada por él. Es en relación con esas corrientes de pensamiento como él logra establecer cuáles son las determinaciones teóricas que encierra dicho concepto, de las cuales surge su gran potencia social y política, y que dentro de la investigación realizada tienen una decisiva centralidad. Es así como este concepto se dimensiona y enriquece en su importancia teórica y política, como resultado de un diálogo crítico no sólo con Marx, Engels, Kautsky, Lenin y Rosa Luxemburgo, sino también, con autores como E. P. Thompson, Walter Benjamín, Norbert Elías, Georges Duby, Max Weber y Wallach Scott para solo mencionar algunos. En virtud de la mencionada revisita teórica discute y analiza, en un importante trabajo de fundamentación, categorías tales como: masa y multitud, élite e individuo, mentalidad, conciencia e ideología, género e identidad, huelga de masas y lucha de clases, nación y etnia, jornada de trabajo y movimiento social, que lo conducen a mostrar el nivel de complejidad que encierra el concepto de clase trabajadora. Y, es el descubrimiento de esa complejidad lo que permite, a su vez, entender y comprender el significado histórico y político de los seis movimientos huelguísticos estudiados por Ricardo Sánchez en ¡Huelga! Luchas de la clase trabajadora en Colombia, 1975-1981. Son las líneas de reflexión antes esbozadas las que, en mi criterio, hacen posible aproximar una respuesta a la pregunta ¿por qué clase trabajadora y no clase obrera? El concepto de clase trabajadora, en la forma en que aparece construido en la investigación tantas veces mencionada, es integrador y permite superar el carácter unívoco y excluyente que comporta la categoría de clase obrera. Pero no es sólo esto; es también una forma de dar cuenta de las nuevas realidades que han asumido los actores sociales y la lucha de clases. Por lo demás, es válido afirmar, visto todo lo anterior, que la conciencia de clase se constituye y presenta ante el lector como una ética de los trabajadores.
Algunos aspectos teóricos del concepto de clase trabajadora
Afirmé antes que el trabajo de investigación realizado por Ricardo Sánchez está concebido como una historia a partir de los conceptos, lo que no significa en modo alguno un desconocimiento del carácter material de los hechos y procesos analizados, y menos una adecuación forzada de tales hechos a categorías y conceptos, distorsionando su carácter y significado. Quiere esto decir, como bien lo expresa al comienzo del Capitulo Segundo que, conceptos como “las clases sociales, la lucha de clases y la conciencia las clases son conceptos centrales en la historia, la real y la escrita”. (pág. 47), particularmente cuando se trata de escribir la historia de la clase trabajadora a partir tanto de su complejidad como de su diversidad interna, aspecto este último que se cuida muy bien de dejar precisado, alejando cualquier referencia a una clase trabajadora homogénea, pero enfatizando, si, la singularidad de dicha clase. Es muy importante entonces, que el lector atento de la citada obra sepa qué concepto de clase trabajadora formula y utiliza el autor, no sólo desde el punto de vista de los conceptos analizados sino también en relación con las otras clases en el capitalismo histórico colombiano, y cuáles son sus referentes en el marxismo clásico y contemporáneo.
Por eso, parte de reconocer a partir de Marx, que la sociedad existe como lucha de clases, espacio de intereses contrapuestos, tomando nota de la distinción establecida por Marx en carta a J. Weydemayer el 5 de marzo de 1852, en el sentido de que la “existencia de las clases va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción” (pág. 50). “Obsérvese, nos dice el autor, que el concepto de clase social sólo existe en el campo de la lucha y es un concepto flexible, histórico, que se llena de contenidos de acuerdo a los distintos estadios o modos de producción con sus respectivas relaciones sociales y formas productivas del trabajo”. (pág. 47). De esta manera enriquece la proposición básica de los historiadores de la clase trabajadora, formulada por Eric Hobsbawn en El Mundo del Trabajo, según la cual “las clases sociales, la lucha de clases y la conciencia de clase cumplen una función en la historia,” reconociendo que pueden existir (o darse) discrepancias “sobre esa función o sobre la importancia de la misma”. (pág. 30). Una cosa es que tales conceptos cumplan una función en la historia, y otra, que sean “centrales en la historia la real y la escrita” (pág. 47). Por ello, es importante que el punto de partida del desarrollo de la fundamentación del Capítulo Primero “El resurgir de un paradigma” del libro objeto de estas notas, sea precisamente el concepto de clase en Marx y Engels desde una perspectiva diacrónica, en el marco de la lucha de clases, y no sólo como estructura de la sociedad capitalista moderna. Es, nos queda dicho, un concepto de la teoría, pero lo es también y de qué manera, de la política en el marco del conflicto permanente entre la burguesía y el proletariado, pensado a partir de su formulación primera en el Manifiesto Comunista, pero registrando las fases o realidades intermedias que existían y siguen existiendo entre una y otra. En la obra de Marx y Engels no existe un concepto homogéneo de clases. Constatar esto es de suma importancia para el desarrollo del pensamiento político marxista y la orientación partidista de la lucha de clases, tal y como lo podrá observar el lector de !Huelga! La Lucha de la clase trabajadora en Colombia 1975-1981. Al respecto, conviene destacar que Ricardo Sánchez realiza un escrutinio crítico del concepto de clase en Marx y presenta al lector, en una lograda economía de síntesis, su tratamiento en la obra de tal autor, tanto en Manifiesto comunista y el Capital como en su obra política, aclarando que aunque no formuló una teoría sobre las clases, si dejó establecida la complejidad clasista de la sociedad moderna tanto en el campo como en la ciudad Lo mismo puede decirse en relación con el concepto de proletariado, al que muchas veces identifica con el de clase obrera o clase trabajadora. Sobre esto último, basta remitirse al Manifiesto Inaugural de la Primer Internacional. Sin embargo, esto no le impide presentar al lector la importancia que tiene en Marx la categoría de campesinado en su doble dimensión social y política, a partir de establecer la Formula Trinitaria: capital- ganancia, tierra – renta el suelo, trabajo – salario, como fórmula que “engloba todos los secretos del proceso social de producción”. (pp. 47-61). En relación con lo anterior, no quisiera continuar con estas notas sin antes destacar un aspecto en el análisis de nuestro autor que guarda estrecha relación con los seis movimientos huelguísticos en mención: me refiero a los temas de la jornada de trabajo y la legislación laboral como campo de lucha. “El proceso de conformación del capitalismo, dice, es un duelo por el aumento ilimitado de la jornada de trabajo, para la realización de su periodo de acumulación originaria, mensurable igualmente en términos históricos” (pág. 51). Ese duelo visto por Marx como “una guerra civil” entre patronos y trabajadores, sigue vigente, así algunos ilusos piensen que es posible un capitalismo democrático, conformado solamente por propietarios. La relación capital-trabajo es y seguirá siendo una relación desigual, de explotación y dominación y, por tanto, antidemocrática, como ya se dijo antes, trátese de empresas privadas o estatales, de fábricas o megatiendas del amorfo sector servicios. Basta detenerse en el análisis de la naturaleza jurídica de las C.T.A., o de las llamadas órdenes de prestación de servicios tan de moda entre los patronos, para confirmarlo.
Un aporte de Rosa Luxemburgo
Mención especial merece el apartado dedicado por el autor a Rosa Luxemburgo y la cuestión de la huelga de masas. Es, pienso, uno de los puntos centrales del Capitulo Segundo de ¡Huelga! Luchas de la clase trabajadora en Colombia, 1975-1981. No se trata aquí de una recreación detallada de la historia de esa forma de lucha dentro de la tradición del marxismo revolucionario hasta la publicación en 1906 del su libro Huelga de masas partido y sindicatos. Se trata, sí, de señalar algunos de sus hitos más importantes, en particular la Revolución Rusa de 1905 que la convirtieron en una de las mejores armas de los trabajadores a escala internacional. Para Ricardo Sánchez “En la reflexión de Rosa, la huelga de masas es la síntesis conceptual de su teoría. Esta categoría reúne todos los elementos históricos diversos de los intereses de los trabajadores y constituye la forma máxima de la lucha de clases en su propósito unitario” (pág. 63). Pensada y construida en el crisol de la citada crisis revolucionaria de 1905, teniendo como telón de fondo una larga tradición histórica de teoría y praxis como forma de resistencia y de movilización del proletariado europeo por reivindicaciones económicas y políticas durante gran parte del siglo XIX, gana su estatura definitiva y su consagración en el marco de dicha revolución. Llegó para quedarse en el seno del pensamiento y los movimientos revolucionarios, tanto de Europa como de los países atrasados y dependientes. Ante la barbarie imperialista de guerras, masacres y despojos en sus diferentes realidades de época, ante los regímenes políticos autoritarios, hayan sido estos de corte fascista o no, o ante los que fueron conocidos por sociedades enteras bajo el apelativo de “socialismo realmente existente” — en cuyo derrumbe jugó gran papel la huelga de masas —, y en los movimientos de liberación nacional de la segunda mitad del siglo XX, tal forma de lucha hizo parte de los procesos de resistencia con su dinámica movilizadora, material y subjetiva. La revisita que lleva a cabo el autor de ¡Huelga!….. a este aspecto de la teoría política de la Revolución en Rosa Luxemburgo, le permite igualmente mostrar otros componentes de tipo teórico y político articulados a la huelga de masas : los sindicatos, el tema de la conciencia de clase, la importancia del partido político, su valor unificador de años de procesos históricos de lucha de clases, y un rasgo de capital importancia para los procesos políticos y sociales de nuestra América : el espontaneísmo como dimensión creadora de los trabajadores cuando se movilizan por sus derechos y contra las políticas de los regímenes imperantes. Su inmenso valor y su significado político lo veremos luego confirmado cuando se ocupa de los seis movimientos huelguísticos ya referidos, particularmente en el capítulo dedicado al Paro Cívico Nacional del 14 de septiembre de 1977.
El asunto de las identidades múltiples
Para Ricardo Sánchez la relación etnia-nación es un elemento constitutivo y fundacional del concepto de clase trabajadora que vertebra todo el conjunto de su investigación. Ya ha sido señalado antes: las categorías de género e identidad le son igualmente propias, así como las de multitud, masa y espontaneísmo. Ahora bien, no se trata de repetir aquí los argumentos que sustentan todos y cada una de tales categorías, sino, más bien, destacar la centralidad que tienen en el análisis tales formulaciones, en la pretensión que anima al autor de fundamentar el citado concepto. Sin embargo, esto no impide que me detenga un poco en la categoría de género y en la relación etnia-nación, por la importancia teórica y política que tienen éstas para el caso colombiano. El rigor de la reflexión realizada por él con el fin de llevar a cabo la mencionada fundamentación, como ya lo expresé antes, está indisolublemente ligado a la motivación política que lo anima de lograr “una extensión social de la clase”, en los términos arriba indicados. Las categorías de etnia y nación, como la de género, informan a la vez que definen las determinaciones teóricas y políticas del concepto de la clase trabajadora. Para el caso colombiano en particular, lo mismo que para Bolivia, Ecuador, Perú, como bien lo señala el autor, existen conflictos étnicos y nacionales, que marcan un despertar de lo que se denomina “naciones sin historia”, definidas por él como “….aquellas comunidades sometidas, y invisibilizadas y marginadas, sin influencia directa en los asuntos nacionales dominantes y sus Estados, pero que perduran hasta madurar las condiciones que las hacen entrar en el escenario de la historia” (pág. 96). “No se trata, nos dice más adelante, de afirmar la separación clase y etnia, sino de ubicar su relación histórica en que la etnia encapsula la clase y viceversa, en unos avatares propios del desarrollo. Lo propio va a asignar el asunto nacional, siempre inconcluso y deformado en que el estado antecede a la nación y los regionalismos lo debilitan, al igual que la asimetría en las relaciones internacionales” (pág. 97). Precisamente es dicha asimetría la que ha hecho entrar en crisis y en una redefinición de la misma, la relación Estado- nación, que también presenta manifestaciones complejas a nivel interno, y ello por cuanto la construcción y consolidación del mercado mundial capitalista tuvo como uno de sus componentes centrales la colonización y la trata de esclavos de procedencia africana. Si se parte de reconocer que la categoría de nación remite a una realidad histórica abierta como queda explícito en ¡Huelga! Luchas de la clase trabajadora en Colombia, 1975-1981, necesario es también admitir una redefinición del concepto de etnia que integre y de cuenta del resurgir de las naciones sin historia y de la validez de sus demandas y reclamos en el contexto de la lucha de clases ante un régimen capitalista que niega su reconocimiento y solución. Al respecto, Ricardo Sánchez considera que “El concepto de etnia ha conocido un auge en su utilización por razones combinadas. De un lado, permite superar el ofuscante y peyorativo de raza, que remite al naturalismo esencialista de razas superiores e inferiores, estereotipo manifiesto o subliminal; de otro, porque reconoce en su forma más amplia la presencia del pasado y el presente de los (las) otros (as). Es el asunto de las identidades múltiples” (pág. 98). El reconocer la importancia de un concepto crítico de etnia, le permite igualmente incorporar un aspecto sustancial en la reconstrucción de dicha categoría que remite a su doble dimensión formulada por Michael Lowy en su libro ¿Patrias o Planeta? “la dimensión subjetiva de la identidad nacional, la reconstrucción imaginaria del pasado, la reinterpretación siempre nueva de la historia, son elementos constitutivos de la comunidad de destino así como lo son los acontecimientos históricos objetivos” (pág. 94).
Género y clase social
En el castellano que hablamos, afirma el autor, categorías como clase obrera, clase trabajadora, y las otras clases sociales que concurren y coexisten con estas en el tejido social, están sustantivadas y nombradas como femeninas; lo mismo ocurre con categorías de la filosofía política y el derecho, tales como igualdad, libertad y solidaridad, fraternidad y revolución, que también presentan una sustantivación femenina en su enunciado lingüístico, rasgo este que ha sido enfatizado por el artículo “la” que las precede. Así las escribimos y denotamos; sin embargo, siguiendo la línea de dicha argumentación, en el ámbito de las relaciones sociales, particularmente en el “escenario de las representaciones” donde concurren para enfrentarse, articularse o someterse los sujetos individuales y colectivos con sus respectivas identidades y pretensiones, tales categorías aparecen sustantivadas, pensadas y vividas como masculinas : “cuando hablamos de la clase obrera, sabemos bien que estamos nombrando a los obreros en la connotación del sustantivo masculino, a los trabajadores, a los proletarios, a los burgueses, a los campesinos, a la pequeña burguesía. “Igual cosa sucede con las categorías de igualdad, libertad, revolución que, dinamizadas en el escenario de las representaciones, como sujetos, adquieren su significado: los libertadores, los igualitarios, los revolucionarios. Y se precisan en el poder, el Estado, y el derecho”. En el caso genérico universal de la Constitución Política, se le asignó el constitucionalismo, y a la política, quienes la ejercen, los políticos”. (pág. 88). Ahora bien, esta inversión regresiva no responde a un simple giro lingüístico de orden natural, “porque así está en el habla”. Pensar así, sería convertirnos nosotros también en victimas del carácter abarcador de la ideología, que sustenta la categoría de género tal y como la conocemos. Es esa ideología la que “falsea el significado de tales denominaciones, que son sustantivos fuertes” (pág. 87). Por eso, dice el autor, Wallach Scott reclama la integración de enfoques y la redefinición de las categorías de sujeto, género y política, buscando problematizar que el contraste con la particularidad femenina es lo que expresa la universalidad de la representación masculina, siendo necesaria una noción sobre la particularidad y la especificidad de los sujetos, para plantear identidades colectivas”. (pág. 87). El género como elaboración histórico– social es una categoría compleja cuyo análisis nos debe permitir comprender como opera la masculinización del poder, las relaciones de dominación y explotación de la mujer y su invisibilización social como exclusión. Tales procesos son denunciados en forma fáctica, de la siguiente manera: “Son universales, homosociales. Se trata de la operación de neutralizar,por ende, como masculinos los sujetos históricos sociales decisivos. De esta manera se desconoce, oculta e invisibiliza el componente femenino, las mujeres en la vida y existencia social, a lo sumo relegándolas como un sector de la clase o de la sociedad, cuyo espacio es o debe ser el del hogar y la familia. Así ha sido durante siglos y pretende perpetuarse en estas épocas de crisis de la familia patriarcal, de emancipación femenina, de inscripción de las mujeres en el trabajo, la educación, las ciencias y las artes, en fin, en los oficios y profesiones, y del importante y cada vez más numeroso protagonismo político de carácter múltiple, individual y colectivo de ellas”. (pág. 88). Y luego incorpora en esa otra dimensión de tal ideología: “no solo ocurre este mecanismo de representación con sus patrones en relación con sus mujeres; opera como norma homologable con las gentes indias, negras y orientales. Se tiende a mantener un universalismo genérico de la sociedad como blanca y de acuerdo a normas masculinas. Es la dominación masculina blanca. Obsérvese que se trata de un saber adquirido y perpetuado, de una doxa y una praxis de los poderes que sitúan lo masculino y lo blanco como superiores y dominantes” (pág. 88).
Pero Ricardo no se limita a la denuncia de esa concepción de género. El desarrollo de la fundamentación del concepto de clase trabajadora como realidad heurística, necesariamente lo conduce a establecer una reformulación de la categoría de género, partiendo de considerar lo social –humano como “largo constructo histórico en lucha contra lo natural, transformándolo y destruyéndolo, dándole el sentido que le asigna la producción y reproducción material y las relaciones sociales, con la consecuente división social– sexual intelectual del trabajo. Por ello, lo establecen bien las feministas: el género es una construcción histórico-social y cultural, y no algo natural y esencial. Es lo que asigna a lo masculino, per se, su dominación a lo femenino la posición de dominada” (pág. 89). La emancipación de la mujer dentro de la sociedad capitalista es una cuestión que sigue sin resolver a pesar de logros parciales y los desarrollos políticos logrados por los movimientos feministas. Su situación respecto a los hombres continúa siendo desigual o, mejor, doblemente desigual si se trata de las trabajadoras, pues viven y son tratadas como minoría social en cuanto a poder de género, y sobreexplotadas en el marco de la relación capital-trabajo. El machismo en términos sociales y políticos resume y expresa dicha condición histórico-social. Por eso le parece urgente redefinir en términos de igualdad y libertad, a partir de reconocer las diferencias de identidad, el concepto de género que nos gobierna mentalmente y que domina el tejido de las relaciones sociales. Para el autor de ¡Huelga!…..no es posible la emancipación social y política de la clase trabajadora, si dicho propósito programático anticapitalista no contempla igualmente las condiciones y la estrategia de la emancipación de la mujer, articulados a una nueva concepción de género. A pesar de Perogrullo, una cosa es ser desigual en términos histórico-sociales, y otra muy distinta ser diferente desde el punto de vista natural. Un concepto de clase trabajadora – no de clase obrera, pues como se ha expresado antes, es restringido en sus efectos y connotaciones – requiere superar las distorsiones anotadas, y exige una fundamentación abierta que incorpore los logros teóricos y políticos de los movimientos feministas y de aquellas investigaciones que han tratado en términos positivos y democráticos tal cuestión. Esto es justamente lo que ha realizado Ricardo Sánchez en el libro objeto de estas notas. El lector se encontrará en él sus aproximaciones a las investigaciones realizadas, entre otros por Michael Kaufman, Wallach Scott, Pierre Bordieu y Michel Foucault.
Historia e imagen, una relación positiva
Por último, y no por ello menos importante, el lector de ¡Huelga! Luchas de la clase trabajadora en Colombia 1975-1981 encontrará —como bien lo afirma Michael Lowy en su Prefacio— que “Uno de los aportes más originales del Libro es la opción de recurrir a imágenes fotográficas para ilustrar la lucha de clases en Colombia. Por supuesto, las fotos no pueden reemplazar la historiografía, pero ellas captan lo que ningún texto escrito puede transmitir: ciertos rostros, ciertos gestos, ciertas situaciones, ciertos movimientos, como el de este joven que lanza una piedra contra los policiales durante el Paro Cívico del septiembre de 1977…La fotografía nos ayuda a percibir de forma concreta, el ethos especifico de cada huelga, de cada lucha.” (pág. 12). Es la fotografía como documento social. Me refiero a la selección de textos fotográficos que acompañan el final de cada uno de los seis capítulos relativos a los movimientos huelguísticos analizados. Acerca de este punto, el autor expresa lo siguiente: “Las fotografías que acompañan la investigación, son producto de una tarea de recuperación con la finalidad de lograr una mejor comprensión de los acontecimientos. Se trata de fotografías que ilustran y documentan la narración histórica, pero que ofrecen su propio lenguaje visual”. [20], en tanto que “la memoria histórica se ve enriquecida mediante” dicho lenguaje visual, abordado desde la perspectiva de fotoperiodismo. Dentro de la composición analítica de los referidos movimientos huelguísticos, los anexos fotográficos son utilizados como registro no mimético de momentos de tales procesos, partiendo del criterio de que la fotografía muestra, no demuestra, y ese mostrar exige una interpretación, la que realizada correctamente lleva a la comprensión del momento captado o registrado, dando claridad al contexto del cual ha surgido. Así, contexto y momento (instante) interactúan desde la mirada del analista, que sabe lo que está buscando, pero cuyo significado no le es evidente. Esto es igualmente cierto para el fotoperiodismo. Fotógrafo y cámara, en los casos estudiados, acompañan con la intención de estar en la ocurrencia del hecho o suceso, pero no de cualquier manera: la cámara solo ve lo que el ojo calificado compone previamente, ya que se mira para luego significar, y es este significado lo que luego se busca en la propia “autonomía” que representa la fotografía. Por tal razón, la fotografía encierra una “intención” de mostrar en un contexto, como ya lo dije antes. Las secuencias fotográficas aportadas por Ricardo Sánchez al final de cada uno de los seis conflictos laborales estudiados, configuran un singular aporte en la historia de la clase trabajadora Colombiana. Esas imágenes fotográficas no sólo denuncian; eso lo sabemos. El fotoperiodismo no es neutro, y menos cuando, quien lo realiza, exhibe una actitud de simpatía o compromiso con la realidad interpelada por la cámara. Lo aportado por nuestro autor va más allá: rompe la trampa de lo obvio o evidente. Una huelga de hambre no significa lo mismo si es narrada en la escritura, o mostrada en la imagen. La economía del signo fotográfico puede llegar a veces, y en no pocas ocasiones, a rebasar el signo de la escritura, donde lo dicho se enriquece con lo visto y lo mostrado. En esto hay que reconocer un notable acierto en la intención que anima a Ricardo Sánchez en el uso de los registros fotográficos aportados. Las carpas levantadas por los trabajadores en sus avatares huelguísticos, serán luego retiradas, respondiendo de diversas razones, en particular, al juego de la relación de fuerzas entre las partes enfrentadas. El olvido alegre (el del triunfo), o el amargo (el de la derrota), lo cubrirá todo, finalizado el conflicto. Sin embargo, para el historiador, o el analista, o para el militante de tales causas, ese olvido se disuelve ante el uso inteligente del archivo fotográfico. De su fondo brotan las dudas y las preguntas: ¿Qué hacen unos huelguistas dentro de una iglesia? ¿Por qué esa mezcla de rituales laicos y sagrados? En lo tocante a los rostros expectantes de trabajadores y trabajadores que marchan mostrando sus pendones y pancartas, ¿qué los “sacó” a la calle? Y la carpa frente a la fábrica o empresa, acompañada de carteles alusivos al conflicto, de ollas y vituallas, manipuladas por quienes las ocupan, hombres, mujeres y niños, muchas veces, ¿qué los llevó a tal situación? Lo que surge después de tales preguntas es el significado de la carpa como símbolo de resistencia a la intransigencia patronal. La importancia de todo esto radica en la superación del uso de la fotografía como fetiche, dando lugar a su valoración como documento social, respetando su especificidad como medio de expresión. Así suene a lugar común, la imagen fotográfica como documento, particularmente la que se produce dentro del fotoperiodismo, también llegó para quedarse en el ámbito de las ciencias sociales.
No quisiera terminar estos comentarios acerca del libro de ¡Huelga! Lucha de la clase trabajadora en Colombia, 1975 – 1981 sin antes aproximar una opinión breve, relativa a su carátula, diseñada por el fotógrafo Carlos Duque. El concepto visual que la sustenta es todo un acierto, y lo es por la forma en que realizó su composición, en consonancia con los criterios y puntos de vista del autor en relación con la misma. El haber escogido el rojo como fondo sobre el cual irrumpe con fuerza expresiva el puño izquierdo, constituye una soberbia alegoría alusiva no sólo a su histórico valor simbólico que evoca, por decir lo menos, las jornadas del octubre ruso de 1917 (este año se conmemoran sus 95 años), sino también al conjunto de la investigación que le da cuerpo al libro. No puede olvidarse que la historia de la clase trabajadora, aún la que se produce cumpliendo los cánones y exigencias académicas, como es el caso del citado libro, es una disciplina politizada, y lo es precisamente por ocuparse de las jornadas y luchas de los de abajo, de los logros y derrotas de los vencidos. Este sello imprime carácter, dígase lo que se diga al respecto, pues se trata de la historia de una clase social que se funda y constituye en la lucha, como tantas veces se ha recordado en estas notas. Carlos Duque combina muy bien, en la figura de ese vigoroso puño izquierdo, lo que E. H. Grombich[21] denomina el síntoma y el signo convencional: ese puño cerrado no sólo expresa una emoción a través de sus enérgicos rasgos; también evoca — las imágenes se agolpan en nuestro imaginario —, la gesta de los trabajadores y trabajadoras del octubre ruso ya mencionado, en cuya tradición fundada por ellos están inscritos los movimientos huelguísticos estudiados por Ricardo Sánchez. Es un puño que interpela al lector, y obliga a la pregunta. En dicha carátula nada es neutro, y mucho menos lo es el título ¡Huelga! He ahí su importancia, y, por supuesto, la del libro al que está incorporada.
Notas
[1] Ver Karl Max, El Capital, Tomo I, Volumen 3, Capitulo XXIV, México, Siglo XXI, 2005, Pág. 940. El sentido de violencia indicado por Marx, con tal expresión, está dado en forma positiva, como partera de la nueva sociedad burguesa, verbigracia, la República Jacobina, fundadora de la democracia moderna, lo que en modo alguno quita fuerza a lo expresado dicho capítulo. Él sabía mejor que nadie, que la violencia también puede generar realidades económicas y sociales de orientación política reaccionaria.
[2] Ver memoria de Camilo Vásquez Cobo Carrizosa, El frente nacional, su origen y desarrollo, Cali (Pro-patria), sin fecha de publicación, pág. 163.
[3] Ricardo Sánchez Ángel, ¡Huelga! Luchas de la Clase Trabajadora en Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2009, 485 páginas.
[4] Ricardo Sánchez Ángel, Historia Política de la Clase Obrera en Colombia, Bogotá, Editorial La Rosa roja, 1982.
[5] Eric Hobsbawm, El mundo del Trabajo. Estudios históricos sobre la formación y evolución de la clase obrera, Barcelona, Editorial Crítica, 1987, pp. 11 – 21.
[6] Ignacio Torres Giraldo, La cuestión sindical en Colombia, Bogotá, Coopnalgráficas, 1947. Los Inconformes. Historia de la Rebeldía de la Masas en Colombia, Primer Volumen, Medellín, Editorial Bedout, 1967. Vale también referir su María Cano, mujer rebelde, Bogotá, Publicaciones la Rosca, 1972.
[7] Eric Hobsbawm, Como cambiar el mundo, Barcelona, Edit. Crítica, 2011, Capítulo 4. pág. 101. El texto de este capítulo, con lagunas diferencias de contenido en la redacción, acompañó como Prefacio la publicación del citado libro de Engels, realizada en la Habana por el Instituto Cubano del Libro en 1974, y considerada por los editores como la primera edición completa en español, tomada a su vez de la edición francesa de Editions Sociales, París, 1960.
[9] Ricardo Sánchez Ángel, ¡Huelga! Luchas de la clase trabajadora en Colombia 1975 – 1981, pp. 115 – 169.
[10] Diario El País, Cali, Junio 8 de 2011, pág. C 12: “También se contabilizaron 20 atentados contra miembros de sindicatos del sector minero colombiano. ……. La impunidad de la que gozan los autores materiales e intelectuales de esas violaciones ha provocado que la persecución de los representantes sindicales “sea sistemática”. Igualmente “considera que la subcontratación es un obstáculo importante para el sindicalismo y la negociación colectiva”.
[11] Ricardo Sánchez, ¡Huelga!Luchas de la clase trabajadora en Colombia, 1975 – 1981, pp. 17-18.
[12] Ibid, Pág. 27
[13] Ibid. Pág. 29
[14] Opus Cit., Pág. 18
[15] Ibid, Pág. 28
[16] Arthur Rosenberg, Democracia y lucha de clases en la antigüedad. España, Edit. El Viejo Topo, 2006.Prólogo de Joaquín Miras Albarrán, pp. 14 – 15: “Rosenberg desarrolla una concepción histórico-constructiva de la clase social. La clase no “es” una entidad basada en un determinada realidad económica y en la experiencia de explotación que la misma genera en los individuos pertenecientes a los grupos subalternos, sino una realidad que se organiza y desarrolla a partir de la lucha política…….Para Rosenberg, la extensión social de la clase no está determinada a priori por un criterio de demarcación fijo de tipo económico. La extensión de la clase depende de la propia capacidad de los agentes en lucha para atraerse otros sectores sociales, por supuesto, no hegemónicos, pero que no tienen por qué ser obreros manuales a jornal.
[17] Ver Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Barcelona, Edit. Crítica-Grijalbo Mondadori, 1995, Capítulo X, pp.290 – 321. Este autor realiza una documentada reflexión sobre lo que denomina la “disolución” de los contornos nítidos del “proletariado” y la nueva fisonomía de la clase trabajadora, reseñando los procesos económicos, políticos y sociales que le han dado lugar entre los años 1945 – 1990.
[18] Ricardo Sánchez Ángel, Op. Cit., pág. 17. Los seis movimientos huelguísticos enumerados en el citado orden, corresponden a los siguientes capítulos de la Segunda Parte, así : Las iras del azúcar, capítulo quinto (pp. 193 – 233); Nosotras las obreras, capítulo sexto (pp. 241- 268); Huelga e Iglesia : el movimiento bancario, capítulo séptimo (pp. 275 – 306); Palo a los Médicos, capítulo octavo (pp. 317 – 350); El Paro del 14 de Septiembre de del977, capítulo noveno (pp. 359 – 389); La Huelga Marinera, capítulo décimo (pp. 403 – 424).
[19] Michael Lowy, Walter Benjamín: aviso de incendio. Una lectura de las tesis “Sobre el concepto de historia”, Argentina, F.C. E, 2007, pp. 66 – 71.
[20] Ricardo Sánchez Ángel, Op. Cit. Pág. 21
[21] E. H. Grombich, La imagen y el ojo, Madrid, Alianza Editorial, 1991, Pág. 62.
*Abogado, Magíster en Filosofía Política, profesor Universidad del Valle.
**Reseña elaborada en enero de 2012, la cual reproducimos a propósito de la segunda edición del libro, publicada por la fundación Auri Sará de la Unión Sindical Obrera (USO) para la biblioteca Diego Montaña Cuéllar, lo cual testimonia la vigencia de esta interesante investigación realizada por el profesor Ricardo Sánchez Ángel y cuyo propósito además es el de abrir un diálogo-debate en torno de su vigoroso y sugerente pensamiento.
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