POR BEATRIZ STOLOWICZ
Texto de la conferencia: “Socialismo y el Marxismo”, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 4 de mayo de 2023.
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Pienso que habría que empezar por preguntarse en qué estamos pensando cuando decimos “marxismo” o “marxista”. Porque a finales de la década de 1870, a propósito de los franceses que se autodenominaban “marxistas”, Marx decía: “Todo lo que sé es que yo no soy marxista”. Y lo mismo afirmaba Engels en 1890, recordando aquello, en una carta a Conrad Schmidt (1).
Lejos de mi intención es dar una respuesta canónica al asunto, que se viene discutiendo por más de 150 años.
Y no es para menos, porque Marx y Engels aportaron una ruptura en el modo de pensar y explicar la historia y a los seres humanos como sujetos de ella, que son los que hacen la historia; una ruptura en el conocimiento y la explicación de los cimientos, funcionamiento, reproducción y contradicciones del capitalismo como sistema histórico; y en concordancia con una ética sobre la condición humana en su relación con su hogar vital, la búsqueda consciente y activa de superación del capitalismo con la construcción de una sociedad sin explotación, de igualdad, de desarrollo pleno de la condición humana.
Lo que me propongo, humildemente, es llamar la atención contra las simplificaciones. Y plantear algunas cuestiones que pudieran contribuir a su problematización.
Quizá lo primero a preguntarse es cómo se llega al marxismo. Identifico y conozco básicamente dos maneras: por las organizaciones de lucha y por la academia.
En la aproximación desde la organización, la crítica al orden existente y la lucha por el cambio anteceden a la lectura de algunos textos de Marx, Engels, Lenin. Esas lecturas, aunque hoy las reconozco como fragmentarias e insuficientes, tenían un impacto de universalización de la experiencia que se vivía, que redimensionaba esas circunstancias en un sentido histórico, en lo compartido en otros tiempos y lugares. Claro que, en la amplia militancia había una apropiación con bastante de dogmático, porque muchas veces se andaba buscando citas, aquellas frases que reforzaran los argumentos para las acciones que se realizaban. Sin embargo, era muy impresionante ver que quienes más se sentían representados en esas lecturas eran trabajadores, con una comprensión muy vital. Que los reafirmaba como sujetos. No era el conocimiento erudito, pero era un conocimiento que fortalecía la comprensión de los propios objetivos en la lucha que ya se estaba dando, y que fortalecía la voluntad de construcción de otra sociedad, una voluntad ya en acción.
El estudio del marxismo en la universidad fue muy impactante, en mi experiencia en Políticas (2). Después de haber tenido que hacer desaparecer todo texto, folleto, incluso los hermosos libros infantiles soviéticos, que nos delataban en los allanamientos, tenerlo como materia cubriendo créditos en la carrera, era como mágico. En los años setenta, pienso que aparte de Cuba, sólo en México ocurría en nuestro continente. Antes de las dictaduras, en los años sesenta, la ebullición social impulsó y abrió espacio al marxismo en algunas universidades de América Latina; pero era a través de la labor docente e investigativa de los académicos, no como materias de la currícula oficial de las carreras. También aquí fue una conquista de las luchas universitarias en esos años, que abrieron más el debate.
Eran cursos de teoría. Por ejemplo, Teoría Sociológica Lenin-Gramsci, que complementó a los tradicionales cursos de teoría sobre Durkheim y Weber. Su orientación y énfasis diferían mucho según los docentes, según su formación y su experiencia política.
En algunos casos, había la preocupación por conectar la teoría con las circunstancias históricas que ella expresa, tanto en lo que se decía en las clases, como promoviendo la lectura de las biografías políticas de los autores, cuando las había.
En otros casos, como ocurría frecuentemente con los cursos de teoría, era la transmisión de las ideas en su formulación abstracta, como discurso doctrinario, ajeno a la realidad que el autor estudió, que cuestionó o validó. Sin estudiar qué circunstancias históricas lo han llevado a plantearse un problema, por qué lo conceptualiza y explica de esa manera, con quiénes debate, qué consecuencias prácticas busca, o resultan de esa manera de conocer y explicar. Sin esto, es pura escolástica, es la autorreferencia de la idea, vinculada sólo a sí misma. Que se puede memorizar aunque realmente no se comprenda. Y por lo tanto, no es una herramienta que ayude a explicar mejor la realidad al estudiarla, y por lo tanto tampoco para transformarla. Si acaso se usa como un elemento de autovalidación, al citar a un autor como principio de autoridad. Y si se citan a Marx o a Engels, ya basta para presentarse como marxista. Este es un dogmatismo hasta peor, que se presenta como supuesta erudición.
Esto no es nuevo. El propio Gramsci cuestionaba esto en los años 30, en el cuaderno de la cárcel Pasado y Presente. Dice: “Puede llamarse `bizantinismo´ o `escolasticismo´ la tendencia degenerativa a tratar las cuestiones teóricas como si tuvieran valor por sí mismas, independientemente de toda práctica determinada” (3).
Cuarenta años antes, Engels se refería a esto en la carta dirigida a Conrad Schmidt en 1890. Vale la pena citarlo ampliamente. Le decía: “…La concepción materialista de la historia también tiene hoy un montón de amigos a quienes les sirve de excusa para no estudiar historia […] En general, la palabra materialista les sirve a muchos de los jóvenes escritores alemanes de simple frase mediante la cual se rotula, sin más estudio, toda clase de cosas; pegan esta etiqueta y creen que la cuestión está resuelta. Pero nuestra concepción de la historia es, por sobre todo, una guía para el estudio, y no una palanca para construir a la manera de los hegelianos. Es necesario reestudiar toda la historia, deben examinarse en cada caso las condiciones de existencia de las diversas formaciones sociales antes de tratar de deducir de ellas los conceptos políticos, jurídicos, estéticos, filosóficos, religiosos, etc., que les corresponde. […] Pero en lugar de esto, demasiados jóvenes alemanes se limitan a emplear la frase materialismo histórico (y todo puede convertirse en frase), a fin de reunir en un sistema definido y tan rápidamente como sea posible sus relativamente escasos conocimientos históricos…” (4).
Otra experiencia de aproximación a Marx en la academia fue a través del Seminario de El Capital; que se creó en la Facultad en aquellos años de influencia de Althusser, que planteaba que la ciencia de Marx estaba en El Capital y que sus obras anteriores eran ideología. El Seminario duraba cuatro semestres; consistía en pequeños grupos de estudio. Era fantástico avanzar la carrera leyendo y comentando, capítulo por capítulo, los tres tomos. En la Facultad de Economía publicaron en esos años varios textos que fungían como guía para la lectura de El Capital, que también leímos. Ese fundamental conocimiento para entender lo que no es evidente y está encubierto pero que es motor de este sistema histórico; para entender sus contradicciones, las crisis, y las contratendencias que busca, que ayudará a detectar las permanencias en los cambios de las formas de reproducción sistémica, y un larguísimo etcétera, no todos se lo apropiaban con la necesidad de conocer para transformar ni de construir las fuerzas necesarias para empujar esa transformación. Era, por decirlo de alguna manera, un conocimiento “técnico”. Es decir, se formaron marxólogos.
Marxólogos hay entre los intelectuales del sistema, que también aprenden de Marx pero para mejor preservar al capitalismo y para construir justificaciones creíbles. O que buscan conocer a fondo a Marx para mejor falsificarlo y neutralizarlo: “el marxismo es esto”. También hay intelectuales de derecha que son “gramsciólogos”, para hacer más sofisticada y efectiva su confrontación ideológica y política contra la izquierda, para neutralizarla; incluso, por la vía de la mimetización.
He comentado esto para llamar la atención sobre algunos de los problemas en la aproximación a la obra de Marx y Engels. Ha habido falsificaciones deliberadas. Pero otras han sido involuntarias.
Un asunto a considerar es cuándo se fue conociendo la obra de Marx y Engels, e incluso la de Gramsci, cuándo se publicaron, en qué idiomas y cómo han sido las traducciones. Hoy día tenemos acceso a prácticamente toda la obra, incluso traducida al castellano, que es muy vasta. Pero no siempre fue así. Si se presta atención a las fechas de las ediciones que aparecen en cada publicación, así como a las notas introductorias que las preceden, podemos tener una idea del largo tiempo que ha pasado para poder acceder masivamente a la obra. Esto es importante para explicarnos algunas interpretaciones u opiniones de otros autores y autoras.
Algunos de los trabajos de Marx y Engels, escritos para la discusión en las organizaciones obreras, fueron publicados en su tiempo, como el Manifiesto. El Tomo I de El Capital se publicó en 1867 en Alemania. Otra edición alemana fue por fascículos entre 1872-73, con modificaciones hechas por Marx. Entre 1872 y 1875 se publicó en francés, en una traducción que a Marx no le gustó nada. Muchos textos fundamentales que habían sido publicados en la prensa, en Alemania, algunos en Londres y otros en Nueva York, no eran accesibles en otros países. Parte importante de sus reflexiones y teorizaciones se encuentran en las cartas, en la correspondencia. Porque no se comunicaban por WhatsApp, afortunadamente eran documentos físicos, aunque desperdigados entre los destinatarios. Le debemos al soviético Riazánov la infatigable labor de búsqueda de textos en varios países, que los publicó en Moscú a comienzos de la década de 1930. Muchos se conocían por primera vez.
Por ejemplo, el importante documento de notas críticas al Programa de Gotha, que envió Marx desde su exilio en Londres al congreso fundacional del Partido Socialista Obrero Alemán que se realizó en la ciudad alemana de Gotha en 1875, y que por discrepancias no permitieron que se hiciera público en el congreso. En ese documento hay importantes reflexiones de Marx sobre el socialismo. No se conoció hasta 1891, ya muerto Marx, cuando Engels logró que se publicara en el periódico Die Neue Zeit, pero éste le recortó pasajes al texto. Recién se conoció la versión completa cuando la publicó Riazánov, medio siglo después. Los Grundrisse, esos apuntes tan importantes para poder conocer el proceso mismo de la elaboración teórica de Marx, escritos entre 1857 y 1858, se publicaron recién en 1941 en Moscú durante la segunda guerra; su primera traducción al castellano es de 1971.
Le debemos a Wenceslao Roces, comunista español, las primeras traducciones al castellano de varias obras, durante la República española a comienzos de la década de 1930. Se dice que la primera traducción al castellano del Tomo I de El Capital, directa del alemán, fue hecha por el socialista argentino Juan B. Justo en 1898. En 1935, la editorial Cenit de Madrid publicó el primer tomo, traducido por Roces, que fue una versión muy difundida. Al caer la república tras la guerra civil, ya refugiado en México, Roces continuó la tarea de traducción. La primera edición de los tres tomos la publica en 1946 el Fondo de Cultura Económica.
En los años 50, algunas otras obras que Roces tradujo, como La ideología alemana y La sagrada familia, se publicaron por editoriales de partidos en otros países de América Latina.
Pero es recién hasta 1975 que se publica una edición crítica de El Capital, en siglo XXI, con otra traducción a cargo de Pedro Scaron. Recomiendo leer su texto introductorio, en el que documenta las diferencias en cada edición, en traducciones de traducciones arrastrando errores que son de carácter conceptual, y que además no daban cuenta del tono, los giros y las ironías polémicas en lo escrito por Marx. ¿Qué Marx se conoció?
Sobre las acusaciones de economicismo que se les hacía a Marx y Engels, son conocidas las aclaraciones de Engels, en carta a Joseph Bloch en septiembre de 1890, que vale la pena citar extensamente. Decía: “… Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda”.
Por cierto, uno de los errores que señala Scaron, es traducir como “plusvalía” lo que debe ser “plusvalor”. Conceptualmente tiene mucho sentido.
En el caso de Gramsci, es después de la segunda guerra y la caída del fascismo en Italia, que Palmiro Togliatti impulsa la recopilación y publicación de la obra de su compañero, a partir de 1949 y a lo largo de varios años: publicaciones en periódicos; comunicaciones partidarias; los cuadernos y correspondencia escritos en la cárcel entre 1926 y 1937. Las traducciones al castellano se empiezan a publicar en 1969 y sobre todo en la década de 1970.
Si no tomamos en cuenta la historia de la difusión y sus huecos, podemos caer en tomar las afirmaciones de ciertos autores sobre el “marxismo”, quedarnos con eso y repetirlo, sin considerar que varios de esos autores no conocían ciertas afirmaciones o teorizaciones de Marx y Engels. Digamos que esto podría ser una falsificación involuntaria. Pero también hubo falsificaciones deliberadas que produjeron, a su vez, falsificaciones involuntarias.
Es decir, que siempre hay que considerar las circunstancias históricas que dan contenido a la producción teórica, pero también hay que contemplar las circunstancias históricas de su recepción por su impacto en la apropiación de ideas. Es más trabajo, pero hoy estamos en mucho mejores posibilidades que en épocas anteriores.
Lo otro a considerar es que esos avatares en la apropiación de ideas no es solamente una cuestión teorética, sino que tiene consecuencias prácticas en la medida en que oriente la acción.
Las controversias en el último tercio del siglo XIX tuvieron efectos prácticos, pero me parece que se condensaron dramáticamente en las primeras décadas del siglo XX europeo: con el fin abrupto del sueño de la Belle Époque con la primera guerra; la crisis económica y social de la posguerra con el estallido de grandes movilizaciones; mientras en Rusia triunfa la revolución.
Si pudieran resumirse esquemáticamente los tópicos de confrontación, yo diría que se dieron entre determinismo economicista y voluntarismo, con sus subespecies, por adhesión o rechazo. Posturas todas de acendrado mecanicismo.
Sobre las acusaciones de economicismo que se les hacía a Marx y Engels, son conocidas las aclaraciones de Engels, en carta a Joseph Bloch en septiembre de 1890, que vale la pena citar extensamente. Decía: “… Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda”. Y agrega: “El que los discípulos hagan a veces más hincapié del debido en el aspecto económico, es cosa de la que, en parte, tenemos la culpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios, teníamos que subrayar este principio cardinal que se negaba, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ocasión para dar la debida importancia a los demás factores que intervienen en el juego de las acciones y reacciones. Pero, tan pronto como se trataba de exponer una época histórica y, por tanto, de aplicar prácticamente el principio, cambiaba la cosa, y ya no había posibilidad de error” (5).
Partiendo del supuesto determinismo económico, había quienes asumían que las contradicciones del capitalismo y las crisis lo llevarían a su derrumbe catastrófico; era cosa de esperar a ver pasar su cadáver. De modo que “cuanto peor, mejor”. Esta era la versión inmovilista políticamente. Pero había otra versión determinista, que derivaba la consciencia de los explotados mecánicamente de su condición económica, que pensaba el “cuanto peor, mejor” como la palanca automática que catalizaría sus luchas contra el capitalismo. Una y otra asumían, de hecho, y aunque parezca contradictorio, la “inevitabilidad del socialismo”.
El llamado voluntarismo cuestionaba al determinismo economicista. Más allá de cualquier condición “objetiva”, lo que contaba era la “subjetiva” voluntad de lucha contra el capitalismo. Existiendo esa voluntad, conduciría de manera triunfal al socialismo. Bastaba con desearlo. Así que lo que contaba eran las intenciones.
Otra variante del determinismo economicista se presentó fundamentándolo en el supuesto evolucionismo de la sucesión de modos de producción a partir del desarrollo de las fuerzas productivas, que en un momento de su desarrollo entran en contradicción con las relaciones de producción, tal como lo habían leído en el Prólogo de 1859 de la Contribución a la crítica de la economía política, con aquel célebre párrafo que comenzaba diciendo: “Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productivas que pueda contener…”. Por lo tanto, decían, antes había que desarrollar plenamente al capitalismo, y sólo así se podría llegar al socialismo.
Esta fue la deliberada falsificación que hizo Eduard Bernstein, que se presentó como continuador de la obra de Marx y Engels. Nomás que esperó a que Engels muriera, para hacerla pública entre 1896 y 1899. Por ejemplo, de El Capital destacó el análisis que Marx hace de las contratendencias a las crisis buscadas por el capitalismo, pero ocultó el análisis marxiano de las tendencias a las crisis, a las que negó.
En el cambio de siglos, esa fue la versión del “marxismo” que impusieron los marxólogos de entonces. El Prólogo de 1859 fue convertido en el libro sagrado por el alemán Bernstein, por el inglés Sidney Webb, por el italiano Benedetto Croce, y décadas después por el austríaco Joseph Schumpeter. Falsificaron a Marx presentándolo como un exégeta del desarrollo capitalista por su incesante desarrollo de las fuerzas productivas. Esa versión todavía circula hoy día, tanto para alabarlo en aquel sentido desarrollista, como para acusarlo de ser un promotor de destrucción de la naturaleza.
Pienso que no es declarándose marxista que realmente se “es”. Sino planteándose cómo se enriquece la teoría conociendo y explicando los fenómenos actuales del devenir histórico del capitalismo en su totalidad compleja, los que Marx y Engels no podían contemplar porque no estaban presentes en su tiempo. Que era una exigencia de su propia concepción.
Entonces no se conocían los Grundrisse, hoy sí, donde Marx dice que: “en contra de lo que aducen los economistas, el capital es el verdadero límite al desarrollo de las fuerzas productivas” y que es “una fuerza destructiva de todo lo que lo limita, la naturaleza, los territorios, las necesidades humanas, las leyes, las costumbres” (6).
Pero ya era conocido el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores, la Primera Internacional, fundada en 1864, que fue redactado por Marx. En él se lee, y cito extensamente: “En todos los países de Europa –y esto ha llegado a ser actualmente una verdad incontestable para todo entendimiento no enturbiado por los prejuicios y con falsas esperanzas–, ni el perfeccionamiento de las máquinas, ni la aplicación de la ciencia a la producción, ni el mejoramiento de los medios de comunicación, ni las nuevas colonias, ni la emigración, ni la creación de nuevos mercados, ni el libre cambio, ni todas estas cosas juntas están en condiciones de suprimir la miseria de las clases laboriosas; al contrario, mientras exista la base falsa de hoy, cada nuevo desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo ahondará necesariamente los contrastes sociales y agudizará más cada día los antagonismos sociales” (7).
Lo destaco porque hoy todavía se piensa el concepto de fuerzas productivas como el instrumento material, bajo la concepción fetichista de lo tecnológico difundida por los ideólogos del capitalismo. Marx ya planteaba que el conocimiento reapropiado por los trabajadores, como productores emancipados, era la fuerza productiva fundamental. Y que la nueva sociedad debía generar un nuevo “metabolismo” entre los seres humanos y la naturaleza. Pensemos en la búsqueda actual de la producción agroecológica como componente necesario del proceso de emancipación campesina y de cuidado de la naturaleza, que sería un desarrollo de fuerzas productivas. Y contra las falsificaciones sobre la concepción marxiana sobre la naturaleza de algún ambientalismo antimarxista, repetidas quizá involuntariamente, recomiendo leer a John Bellamy Foster, con sus fundamentales análisis hoy día.
También hoy se sabe que Marx había replanteado la idea de sucesión de modos de producción. Y lo reflexionó en la correspondencia que mantuvo entre 1879 y 1881 con los populistas rusos Nikolai Danielson y Vera Zasulich, admitiendo la posibilidad de que en países como Rusia, con una revolución popular de los movimientos campesinos quizá podían ahorrarse los dolores del capitalismo y, sin pasar por él, construir una sociedad con bases propias y distintas a partir de la antigua comunidad rural rusa.
Y que, en consecuencia con la concepción del marxismo como filosofía de la praxis, exige la asunción cognitiva, ética y política, de construir las condiciones necesarias para superar al capitalismo, porque es una necesidad de supervivencia de la humanidad y de nuestro hogar vital. Esto no siempre ocurre en el escritorio del intelectual. No hay tutoriales en internet para decirnos cómo, hay que aprender de la enjundiosa historia reciente para cometer menos errores, y arriesgarnos colectivamente a la emancipación.
Pero esto no lo conocía Gramsci, cuando el 5 enero de 1918, celebrando el triunfo bolchevique, publicó un artículo titulado “La revolución contra `El Capital´” (8). Cito extensamente unos pasajes, dice: “El Capital, de Marx, era en Rusia el libro de los burgueses más que el de los proletarios. Era la demostración crítica de la fatal necesidad de que en Rusia se formara una burguesía, empezara una Era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera pensar siquiera en su ofensiva, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han superado las ideologías. Los hechos han provocado la explosión de los esquemas críticos en cuyo marco la Historia de Rusia habría tenido que desarrollarse según los cánones del materialismo histórico. Los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan, en cambio, de su pensamiento inmanente, vivificador. No son `marxistas´, y eso es todo; no han levantado sobre las obras del maestro una exterior doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, el que nunca muere, que es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, y que en Marx se había contaminado con incrustaciones positivistas y naturalistas”. Años después, en sus escritos en la cárcel, reconocía que su inicial conocimiento del marxismo había estado influido por Benedetto Croce.
Pero Gramsci fue un incansable crítico de los mecanicismos por sus efectos prácticos, políticos. Sus seminales reflexiones para pensar nuestros desafíos del presente, muchas veces se leen sin conocer las circunstancias históricas que les dieron origen, y se cae en lo que él mismo criticaba, la escolástica. No quisiera alargarme, porque ya estoy en el límite del tiempo, pero creo que ayudaría dar unas pinceladas de ese tiempo borrascoso italiano. Tras la primera guerra, en un contexto de hambre, en 1919 y 1920 hubo inmensas movilizaciones obreras en la ciudad industrial de Turín en el norte, con huelgas y tomas de fábricas. En algunas formaron consejos de fábrica, que Gramsci, dirigente político, los veía en ese momento como un germen para forjar a los trabajadores como intelectual colectivo para el socialismo. También hubo acciones de campesinos en el sur por tierra. Pero la fuerza organizativa social y política era débil todavía.
Los trabajadores en huelga fueron violentamente atacados por grupos de choque fascistas haciéndole la tarea a la burguesía; que le abrió camino al fascismo en el parlamento y lo convocó a dirigir el gobierno. En 1924 el Partido Fascista con apoyo de las organizaciones católicas obtuvo una gran votación, y tomó control total del parlamento por las leyes que se habían aprobado en alianza con los liberales. En 1925, en pacto con la Confederación de Industriales, se le atribuyeron, por ley, plenos poderes a Mussolini. Fueron ilegalizados los sindicatos y el partido comunista. En 1926 Gramsci fue encarcelado. La dictadura fascista tomó control de la vida social por represión y por encuadramiento corporativo, neutralizó oposición y conquistó adhesión.
En 1919, Gramsci ya cuestionaba que algunos dirigentes pensaran que bastaba con agitar a las masas con discursos encendidos para que el triunfo de la revolución fuera inminente. En lo que veía una mera forma de “desahogarse con fraseología revolucionaria”. Y sentenciaba: “El que quiera el fin, tiene que querer también los medios” (9). Distinguía el voluntarismo como puro deseo, de la voluntad. Decía: “voluntad significa consciencia de la finalidad, lo cual quiere decir, a su vez, noción exacta de la potencia que se tiene y de los medios para expresarla en la acción” (10).
En la cárcel reflexiona para explicar la derrota y cómo revertirla. Escribía de modo de burlar la censura, con elipsis y metáforas, que son mucho más comprensibles cuando se tienen las referencias que las motivan. Cuestiona el determinismo mecanicista fatalista, ese que planteaba la inevitabilidad del socialismo, porque llevaba a la pasividad, y hasta a la autocomplacencia. Decía que cuando se piensa “`Yo he sido derrotado momentáneamente, pero la fuerza de las cosas trabaja a mi favor a la larga, etc… La voluntad real se disfraza de acto de fe”. Cuestionaba a aquellos que pensaban que de esa manera se fortalecía la “resistencia moral y de cohesión”, porque en términos políticos y culturales “ese método podría compararse con el uso de los estupefacientes, que crean un instante de exaltación de las fuerzas físicas y psíquicas, pero debilitan permanentemente el organismo” (11).
Por el contrario, decía: “El único entusiasmo justificable es el acompañado por una voluntad inteligente, una laboriosidad inteligente, una riqueza inventiva de iniciativas concretas que modifiquen la realidad existente” (12).
Modificar la realidad existente exige modificar las relaciones de fuerza para acrecentar la fuerza propia y disminuir la del contrario, problema central en su reflexión. Esto es lo esencial de la política. Modificar la realidad existente requiere organizar una activa voluntad colectiva de cambio. Con la gente real, no imaginada o deseada, que está sometida intelectual y moralmente por el adversario, en lo que éste obtiene parte importante de su fuerza. No basta con que sea pobre y humillada para que esté dispuesta a luchar por su emancipación. Hay que ganarla, sustraerla de la hegemonía dominante. Por eso daba tanta importancia a la disputa cultural y moral. Lejos de los que ven en Gramsci un teórico puramente culturalista, para él lo cultural es sustancialmente político.
Tampoco es suficiente con que sea justo y necesario lo que se busca con la lucha para que ésta triunfe. Lucha que debe darse, como advierte Gramsci, “Sin subestimar nunca al adversario”. “…se tiende infantilmente a disminuir rabiosamente al adversario para poder creer que se le vencerá sin ninguna duda”. Eso, dice, es “un autoengaño”, es “el soñar con los ojos abiertos que los propios deseos son la realidad”.
Hay que crear las condiciones de fuerza para triunfar. Y ese camino no es tan glorioso como lo piensan algunos puristas, que no ven en los pequeños pasos la realización de las grandes metas, y entonces se desentienden de esos esfuerzos. Dice Gramsci: “…se empiece a actuar por donde se empiece, las dificultades resultan inmediatamente graves porque no se ha pensado nunca concretamente en ellas, y como siempre hay que empezar por cosas pequeñas (pues, por regla general, las cosas grandes son conjuntos de cosas pequeñas), la `cosa pequeña´ se desprecia: es mejor seguir soñando y retrasando la acción hasta el momento de la `gran cosa´” (13).
Ya había cuestionado en 1918 y 1919 a los intelectuales que de manera pedante juzgaban a la Revolución Rusa porque no había realizado inmediatamente los objetivos socialistas que se había trazado, y que consideraban “nimiedades” el “bloqueo económico, guerra en frentes de miles de kilómetros contra los invasores, guerra interna contra los saboteadores”, que obligaba “al Estado a utilizar todo su poder y todos sus medios para subsistir, para consolidar su existencia” (14).
Pero, además, porque el socialismo, decía Gramsci, no se instaura en un acto, “no se instaura en fecha fija, sino que es un cambio continuo, un desarrollo infinito en régimen de libertad organizada y controlada por la mayoría de los ciudadanos, o sea, por el proletariado. […] el socialismo no se impone con fiat mágico: el socialismo es un desarrollo, una evolución, de momentos sociales cada vez más ricos en valores colectivos” (15). Postura que coincidía con la de Engels, transmitida en la carta a Conrad Schmidt de 1890 (16), que desde luego Gramsci no conocía. En la década de 1970, Adolfo Sánchez Vázquez precisó más la cuestión, enriqueciendo la teoría a la luz de la experiencia histórica, diciendo que, en realidad, del capitalismo no se salta directamente al socialismo, sino que hay una fase previa de poscapitalismo desde la que se transita (transición) al socialismo.
Volviendo a la interrogante inicial, pienso que no es declarándose marxista que realmente se “es”. Sino planteándose cómo se enriquece la teoría conociendo y explicando los fenómenos actuales del devenir histórico del capitalismo en su totalidad compleja, los que Marx y Engels no podían contemplar porque no estaban presentes en su tiempo. Que era una exigencia de su propia concepción. Y que, en consecuencia con la concepción del marxismo como filosofía de la praxis, exige la asunción cognitiva, ética y política, de construir las condiciones necesarias para superar al capitalismo, porque es una necesidad de supervivencia de la humanidad y de nuestro hogar vital. Esto no siempre ocurre en el escritorio del intelectual. No hay tutoriales en internet para decirnos cómo, hay que aprender de la enjundiosa historia reciente para cometer menos errores, y arriesgarnos colectivamente a la emancipación.
Notas
1 Carta de Engels a Conrad Schimdt. Londres, 5 de agosto de 1890.
2 Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
3 Gramsci, “Contra el bizantinismo”. Cuaderno Pasado y Presente (1932-1935).
4 Carta de Engels a Conrad Schmidt. Londres, 5 de agosto de 1890 (subrayados en el original).
5 Carta de Engels a Joseph Bloch. Londres, 21 de septiembre de 1890 (subrayados en el original).
6 Marx, Grundrisse, Volumen 1, pp.362-367.
7 Karl Marx, Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores. Documento publicado por Amaro del Rosal, en Los congresos obreros internacionales en el siglo XIX, Primera edición: México, Editorial Grijalbo, 1958.
8 Gramsci, “La revolución contra `El Capital´”, Il Grido del Popolo. 5 de enero de 1918.
9 Gramsci, “Democracia obrera”, L´Ordine Nuovo. 21 de junio de 1919.
10 Gramsci, “Nuestro Marx”, Il Grido del Popolo. 4 de mayo de 1918.
11 Gramsci, “La caída tendencial de la tasa de beneficio”, Cuaderno Il materialismo storico e la filosofía di Benedetto Croce (1932-1935).
12 Gramsci, “Optimismo y pesimismo”, Cuaderno Pasado y Presente (1932-1935).
13 Gramsci, “La caída tendencial de la tasa de beneficio”, Cuaderno Il materialismo storico e la filosofía di Benedetto Croce (1932-1935).
14 Gramsci, “Leninismo y marxismo de Rodolfo Mondolfo”, L´Ordine Nuovo. 15 de mayo de 1919.
15 Gramsci, “¡Utopía”, Avanti! 25 de julio de 1918.
16 Carta de Engels a Conrad Schimdt, Londres, 5 de agosto de 1890, en la que dice: “… ha habido una discusión acerca de la repartición de los productos en la sociedad futura, sobre si tendrá lugar conforme a la cantidad de trabajo realizado, o de otra manera. […] Pero es bastante extraño que nunca se le haya ocurrido a nadie que, después de todo, el método de distribución depende esencialmente de cuánto hay para distribuir, y que esto debe cambiar seguramente con el progreso de la producción y de la organización social, de manera que también el método de distribución puede cambiar. Pero para todos los que tomaron parte en la discusión, la `sociedad socialista´ no les parecía en continuo cambio y progreso, sino como una cosa estable fijada de una vez por todas y que, en consecuencia, debe tener fijado su método de distribución de una vez para siempre…”.
Revista Izquierda, Bogotá.
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