POR IGNASI FRANCH /
Con una mirada aguda sobre las relaciones laborales o los mecanismos de acumulación del neoliberalismo, el doctor en Economía y profesor británico en la Universidad de Londres, Guy Standing, llama a propuestas radicales que ofrezcan a las personas un futuro mejor, frente a las fallidas fórmulas de la socialdemocracia.
Los libros de este veterano defensor de la renta básica tienen algo de mapa posible para las izquierdas políticas. Acuñó el concepto ‘precariado’ para englobar los fenómenos de temporalidad y fragilidad de unos trabajos marcados por la minimización (o negación) de vínculos laborales. Señaló la transformación del capitalismo contemporáneo hacia un modelo de extracción más basado en la propiedad que en la producción. Y ha alertado sobre la explotación de los mares y su suelo en The blue commons. Rescuing the Economy of the Sea (Los comunes azules.Rescatando la economía del mar). Le entrevistamos en ocasión de un acto organizado por la Oficina del Plan Piloto de Renta Básica de la Generalitat catalana. El economista se muestra muy afectado por los resultados de las últimas elecciones europeas.
El precariado se define por la pérdida de derechos de ciudadanía
Hace ya unos años que aportaste al debate público el concepto ‘precariado’, que refleja la incertidumbre social y existencial que provoca la extensión de unas relaciones laborales mínimas, temporales, frágiles.
El concepto de precariado venía de mi crítica del primer capitalismo neoliberal y del capitalismo rentista. En los años 90 vi que vivíamos en una era de capitalismo rentista, y la izquierda de todo el mundo no entendió el nuevo sistema de clases que estaba generando. Se producía una plutocracia de unos pocos que extraían rentas de la propiedad, propiedad intelectual, propiedad financiera y de todo tipo, mientras que la proporción de riqueza nacional que llegaba a las personas trabajadoras bajaba y bajaba. Eso pasaba en Estados Unidos, en China, en España, en todas partes. Y la nueva clase que emergía era el precariado.
¿Más allá de tu intento de descripción de la realidad, pensabas en el concepto de precariado como herramienta política útil porque apelaba a un gran número de personas?
Escribí sobre todo ello en los años noventa, pero nadie estaba escuchando. Trabajaba en la Organización Internacional del Trabajo, y estuve muchos años oponiéndome al neoliberalismo y a la tercera vía de Bill Clinton y Tony Blair, que para mí era una traición: que el capitalismo siga mientras das algo a los pobres para que se callen. Cuando escribí un libro, ‘El precariado’, en 2009, fue un poco diferente.
¿Crees que las fuerzas políticas, las fuerzas sindicales, han fallado desde entonces a la hora de trabajar políticamente por este colectivo variopinto?
Han fracasado, tristemente. No parece que hayan entendido que el precariado es peligroso porque hoy es la única clase que quiere transformar las condiciones que la definen y abolirse a sí mismo. Si eres marxista, o izquierdista, tienes que entender que eso es transformador. El precariado no se define solo por los trabajos inestables, también lo hace por la pérdida de derechos de ciudadanía. Son personas que se sienten suplicantes, sin control de su libertad, de la manera como desarrollan su personalidad, sus ocupaciones. Y no se sienten representados ni por los socialdemócratas ni por el antiguo comunismo, pero tampoco están cómodos con el neoliberalismo. Buscan unas nuevas políticas del paraíso. Y creo que lo peor es que los partidos socialdemócratas y los sindicatos ni siquiera han intentado cambiar. ¿Creas excusas de todo tipo para mantener un estado paternalista pero no pruebas nuevas maneras de proveer libertad y seguridad, de mejorar la salud mental? Para mí es un fallo de la imaginación de la vieja izquierda, que solo piensa en los empleos. Lo realmente emancipatorio sería reducir los trabajos para facilitar que las personas hiciesen su vida. Ahora la vieja izquierda es un muerto que anda. Que anda dificultosamente.
¿Y crees que puede haber también elementos de fallo ciudadano, de no querer reconocerse a sí mismos en una realidad difícil? El Centro de Investigaciones Sociológicas español publicó que el 60 % de los españoles se considera de clase media, a pesar de que el nivel de ingresos de muchos de ellos conlleva una fragilidad económica importante.
Para mí la terminología política debe cambiarse. ¿Qué es la clase media? ¿La que tiene ingresos medios? Si eres de la izquierda, la clase no se define por tus ingresos sino por tus relaciones con la producción. Si hablo con un grupo de personas sobre el precariado, muchos de ellos dicen: sí, pertenezco al precariado. Un periodista como tú pertenece seguramente al precariado. En cambio, si provees este tipo de opciones sin sentido, la gente te dará respuestas alrededor de ellas.
¿Y qué puede hacer el precariado por sí mismo, y qué deberían hacer los partidos políticos por el precariado?
Estamos en un momento importante en que debemos decidir si los viejos partidos de izquierda pueden transformarse a sí mismos, o si hay que crear otros. En España está Podemos, que pareció un movimiento del precariado, pero entró en contradicciones y se dividió. El partido laborista británico, por ejemplo, también entró en contradicciones. Yo proponía la renta básica, actuar contra la precariedad, implementar impuestos ecológicos, etcétera, pero otros querían el viejo paquete laborista. Tenemos la lección de los fallos de Podemos, de Syriza… Y los partidos verdes también deben aprender. Les fue mal en las elecciones europeas, quizá porque están demasiado cerca de los viejos socialdemócratas. ¡El green new deal no transforma nada! Pero necesitamos unos verdes de izquierdas, una izquierda verde, para el futuro. O una izquierda verde-azul, por lo que explico en mi libro The blue common. Creo que estamos en un momento gramsciano, cuando lo viejo está muriendo y lo nuevo todavía está por venir. Pero necesitamos movernos rápidamente, movilizar a los jóvenes y que los jóvenes se movilicen ellos mismos…
“Muchos jóvenes votan a la ultraderecha. Es chocante. Tenemos que ser valientes, visionarios, ofrecer una política transformadora, en lugar de políticas cautas y superresponsables”
De una manera no fascista…
Por supuesto, porque muchos jóvenes votan a la ultraderecha. Es chocante. Tenemos que ser valientes, visionarios, ofrecer una política transformadora, en lugar de políticas cautas y superresponsables. Decir que tenemos que cambiar el capitalismo, y ser suficientemente valientes como para decir cómo podemos hacerlo. Demasiados políticos han demostrado que tienen una columna vertebral hecha de espagueti y que solo impulsarán políticas progresistas si se les empuja a ello. Demasiados de ellos quieren ser respetables, cuando debemos ser más irrespetuosos.
¿Y el problema ecológico puede ser un acelerador de sensibilidades políticas?
Espero que sí. De no ser así, tendremos extinción tras extinción. Necesitamos una política eco-fiscal de la izquierda, que grave todo aquello que se extraiga de los comunes. Necesitamos un impuesto a las emisiones de carbono. Si no, seguiremos consumiendo fósiles. La izquierda teme perder votos con ello, pero lo que deben hacer es explicar por qué se debe hacer y también que podría financiar algo como una renta básica. Las personas pobres ganarían con un impuesto al carbono. Quizá si les explicas eso, lo apoyen.
¿En los últimos años se habla más de la renta básica, pero sin creérsela del todo?
Siempre puede haber un momento de cambio, como el que explica Karl Polanyi en su famoso libro La gran transformación [la adopción de la economía de mercado]. Y después de un periodo de capitalismo de dejar hacer, ese sistema se rompió y se hicieron nuevos políticas para reconectar la economía en la sociedad. El Estado social. Otra gran transformación. ¿Qué ha pasado en los últimos cincuenta años? Que hemos tenido otra gran transformación, en clave neoliberal, con una retórica irreal de libre mercado que ha generado una nueva crisis. Y aquí hay una nueva oportunidad para vivir otro cambio.
¿Es posible técnicamente una renta básica? ¿No requeriría esa sacudida fuerte de la fiscalidad que la nueva izquierda europea prometía años atrás, junto con auditorías de deuda, y que no llegó a suceder?
A principios del siglo pasado, si hubieses hablado de un sistema de pensiones, la derecha te hubiese dicho que era imposible. Y se introdujeron. Las prestaciones de desempleo y los sistemas sanitarios públicos también eran imposibles, y se introdujeron. Lo que parecía imposible, puede tener apoyo en un momento de crisis. Se ha hecho una encuesta sobre la renta básica en seis países europeos: Alemania, España, Francia, Italia, Polonia y Portugal. En todos los países, la mayoría estaba a favor de aplicarla. Hace veinticinco años, eso no hubiese sucedido.
Parece que una parte importante de la sociedad ha optado por querer arrinconar o hacer desaparecer a quien es todavía más vulnerable, como las personas migrantes, quizá porque ven en ellas un objetivo más viable que un capitalismo rentista y unas corporaciones que parecen todopoderosas.
De nuevo, este es un fracaso de la izquierda que crea un vacío que ocupa la ultraderecha. Toda sociedad necesita migrantes, nuevos flujos de personas. Todos nos beneficiamos. La izquierda es tradicionalmente cosmopolita y entiende que una sociedad mezclada es bella. La derecha, en cambio, dice que los migrantes son la causa de tus problemas, de tu inseguridad. Y mucha izquierda reproduce políticas anti-inmigración parecidas, en lugar de preguntarse qué tendría que ofrecer para recabar apoyos para políticas progresistas. Como la renta básica.
¿Qué relación estableces entre el neoliberalismo representado por el Partido Popular Europeo y los fenómenos abiertamente neofascistas que han ido surgiendo en Europa?
Creo que es un continuo. Ambos tienen una mentalidad neoliberal, ambos creen en el capitalismo, solo les separan grados diferentes de populismo, maneras de presentarse un poco distintas. Y sus políticas acaban llegando al espectro de la socialdemocracia. La izquierda debe reinventarse o tendremos otro periodo fascista. De fondo, además, tenemos la pugna entre un estado del capitalismo rentista que está en decadencia, los Estados Unidos, y otro estado del capitalismo rentista que emerge, China.
“Cada vez que alguien pase una ronda en una selección de empleo, deberían pagarle, porque tiene que rellenar formularios, escribir cartas de motivación, ir a entrevistas…”
El escenario de escalada bélica generará violencia y muertes. ¿El aumento del gasto militar consiguiente también supondrá otra dificultad para aplicar políticas sociales transformadoras?
En este aspecto, la izquierda tampoco ha sido consistente y no ha criticado el Estado militar. Tenemos una guerra interminable en Ucrania, sin fin a la vista. En Oriente Medio, Europa sigue proveyendo a Israel de más y más armas, mientras que solo unos pocos países, con sus límites y contradicciones, han reconocido a Palestina. El tono general es: “Debería haber un alto el fuego, pero aquí tienes más armas”. Es de una hipocresía increíble. Estamos en un desafío multicrisis y la izquierda necesita una nueva agenda progresista europea para afrontarlo. He estado hablando con amigos de alrededor de Europa para construir juntos una nueva agenda progresista después de estas elecciones.
Hablábamos de la renta básica como una esperanza posible, pero el terreno de juego político y legislativo de naciones y de instituciones internacionales ha sido delimitado desde el neoliberalismo. ¿Podría adoptarse una renta básica en clave pro-mercado?
Hay personas de la izquierda que se han estado oponiendo a una renta básica porque creen que el neoliberalismo dirá: “Toma esta renta básica y te quitamos el estado del bienestar”. No creo que suceda. Si somos suficientemente fuertes como para conseguir una renta básica, seremos suficientemente fuertes para preservar la sanidad pública, la educación pública… Pero la gente solo apoyará este programa si dispone de seguridades básicas. Las personas que viven con miedo, votarán el miedo. No votarán un estado social fuerte. Votarán un estado autoritario y mínimo.
¿Los debates sobre economía no están un poco deformados porque las estadísticas que manejamos, como el PIB, son miopes, y en algunos aspectos, casi monstruosos? Es como si estuviésemos viajando con un mapa deficiente, no podemos ir a buen puerto…
Sí, es una buena pregunta. Trato el tema en mi libro ‘Politics of time’, que se publicará en traducción castellana próximamente. Los gobiernos parecen obligados a hacer crecer el PIB, pero esta estadística fue inventada para medir los recursos movilizables para la guerra. Se daba un valor cero al trabajo de cuidados que llevaban a cabo las mujeres, que se continúa contabilizando así. ¡Si hubiese un incremento del tiempo que las personas dedicamos a cuidar de nuestros seres queridos, el PIB bajaría! Es una economía completamente equivocada. Al capital le gusta este indicador porque trata de acumulación, de consumo… La izquierda no debería aceptarlo. La respuesta de algunos ha sido hablar de decrecimiento, y me parece desafortunado porque sugiere que quieres recortar los ingresos de la gente. Creo que tenemos que recalibrar lo que consideramos crecimiento. Si medimos los cuidados, incrementarlos aumentaría el crecimiento. Empleo y trabajo no son lo mismo.
Criticas a menudo eso que consideras ‘el fetiche del empleo’…
Sí, claro. ¿Cuál es el problema con la automatización, por ejemplo? Me encantaría que no hiciese falta un empleo de una persona que limpie los lavabos públicos. Hay muchos empleos que deberían automatizarse. Aun así, oigo a la izquierda de muchos países, incluido el mío, diciendo que debería implantarse un impuesto a la robotización para detenerla. Yo creo que deberíamos darle la bienvenida, asegurándonos que la sociedad recibe una parte del dinero.
Tu nuevo libro, ‘The politics of time’, aborda algo crítico para varias generaciones: la pérdida de libertad en el empleo del tiempo.
Sí, una de las mayores desigualdades en la sociedad del capitalismo rentista tiene que ver con el control del tiempo. Los asalariados tienen vacaciones pagadas, bajas médicas pagadas, cursos de formación pagados, etcétera. Algunas corporaciones incluso ofrecen ocio pagado: van a retiros y a cursos de golf juntos, etcétera. El precariado no tiene nada de eso. Tiene que dedicar mucho tiempo a buscar el siguiente trabajo temporal. Y formarse constantemente, aprender nuevos trucos para cada empleo. Y esperar. Y venderse a uno mismo como empleado potencial: tienes que vestirte, entrenar tu sonrisa, tu manera de comportarte…
¿Planteas medidas concretas?
Cada vez que alguien pase una ronda en una selección de empleo, deberían pagarle, porque tiene que rellenar formularios, escribir cartas de motivación, ir a entrevistas… Si las empresas tuviesen que pagar, seguro que abrevian los procesos. Si pensamos en esta desigualdad en el control del tiempo, surgirán muchas medidas pequeñas y sencillas como esta. Y eso facilitaría que el precariado mirase de otra manera las políticas progresistas.
He leído que en tu nuevo libro dibujas una especie de futuro. ¿Es un futuro posible, un futuro por el que luchar? Cuéntanos, intenta animarnos un poco…
El último capítulo del libro es alegórico. Imagino que hay una realineación de fuerzas de la izquierda bajo una agenda progresista: dotar de seguridad, revivir la naturaleza y superar el antropoceno, y liberar tiempo a la gente y posibilitar que pueda implicarse en la política. La renta básica es uno de los elementos, pero no el único. Me centro también en dimensionar los cuidados, las actividades comunes que hacemos de manera cooperativa. Cuando más pienso en todo ello, más convencido estoy de que no es un sueño, sino una estrategia realista. El punto clave si formas parte de la izquierda, creo, es vencer la incertidumbre económica.
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