POR DARÍO HENAO RESTREPO*
El destino y reconocimiento de los libros abre infinitos e insospechados caminos, muchas veces llenos de paradojas. Sobre todo, cuando se trata de aquellos libros de gran factura poética en el seno de una tradición literaria, como sería el caso de la latinoamericana, y dentro de ésta la colombiana. Jaime Jaramillo Uribe, en la sabiduría de sus casi 90 años, aún activo en la Universidad de los Andes, me decía en las tres veces que lo visité en su oficina, que el mérito de la literatura colombiana en el continente fue el de la aparición de grandes novelas en diferentes épocas. María, la insuperable novela del romanticismo; La Vorágine, el punto más alto de las llamadas novelas de la selva; La marquesa de Yolombo, despiadado y mordaz fresco realista de la Antioquia de la minería y sus esclavos; Cien años de soledad, el mundo de Macondo y la saga de los Buendía que tan hondo metaforiza a colombianos y latinoamericanos; y Changó, el gran putas, la más ambiciosa novela escrita sobre la diáspora africana en las Américas. Cualquiera que lea estas cinco novelas, a fondo, entenderá mucho de la historia y la cultura de este país. Esa fue la lúcida reflexión del gran historiador.
¿Cuáles las paradojas a las que alude el título? Simple. No todas han rodado con la misma suerte ante lectores y críticos, y por tanto, no han tenido la merecida valoración dentro del llamado canon literario colombiano. Los ejemplos abundan, llenos de prejuicios e ideas congeladas que se repiten hasta el cansancio en los más diversos ámbitos.
A María se la sigue considerando una novela apenas romántica, para ser llorada antes que, leída, una idea muy poderosa y sugestiva, no por ello limitada y cargada de enorme distorsión, aupada por más de cien años en escuelas y colegios por nefastos manuales escolares. Esta lectura, que ya es leyenda, baste escuchar las visitas guiadas a la Hacienda El Paraíso, apaga la densidad histórica y cultural de la novela como elemento clave para la comprensión de la naciente nación colombiana; A La vorágine se la valora en los estrechos marcos de la novela de la selva, con más geografía que humanidad, y se opaca su denuncia social y el estremecedor llamado a las élites del momento por esos territorios abandonados de la nación, una clave de lectura que sigue siendo marginal; A La Marquesa de Yolombó se la sigue valorando como costumbrista, como una novela acerca del modo de ser de los antioqueños, y poco o nada como el más descarnado retrato de sus élites mineras y todas las tensiones con los negros que produjeron la riqueza para el desarrollo capitalista de esa región; A Cien años de soledad, la más reconocida, leída y aclamada de todas, con la ayuda de muchos críticos, se la encasilla en el etéreo mundo del realismo mágico, donde todo es posible y natural, manera perversa de obliterar la historia que metaforiza y la crítica que destapa las miserias de nuestras élites y su obsecuencia a los poderes imperiales; El caso de Changó, el gran putas, resulta quizás el más significativo de estas paradojas, pocos la han leído, inclusive quienes ponderan sobre la cultura colombiana como el poeta William Ospina; y este vacío se reemplaza con intolerables prejuicios racistas, “es una novela de negros”, lo que impide valorar nada menos que el aporte de África a través de la infame trata de esclavos a la construcción de las Américas, y por ende al mundo occidental.
El poderoso eurocentrismo afincado en las universidades colombianas, hace apenas algunas décadas cede algunos espacios en los departamentos de historia, antropología, sociología o literatura para estudiar este tronco fundamental de nuestra conformación como nación. No olvidemos que el reconocimiento del carácter pluriétnico y multicultural del país se consagró hace apenas 33 años, en la Constitución del 91.
La recepción de estas novelas debería superar las ideas congeladas, los lugares comunes, los encasillamientos superfluos, los prejuicios raciales y políticos, en fin, toda esa tradición de la pobreza intelectual que no puede campear más en nuestras universidades, tan acríticas con las corrientes académicas europeas y tan alejadas de una sociedad tan variopinta y compleja como la colombiana, y de quienes han realizado grandes contribuciones como el caso de los novelista cuyas obras he mencionado.
*Profesor Universidad del Valle.