PRENSA ALTERNATIVA / CAROL MURILLO RUIZ /
Lo que está pasando en Ecuador es digno de una película de Hollywood. Suspenso, drama, acción. La maldición neoliberal que azota al país sudamericano desde la llegada del cuestionado y deslegitimado banquero Guillermo Lasso Mendoza al poder, tiene un nuevo capítulo. Uno que podría cambiar por completo, el destino del mandatario neoliberal que ha sumido a la nación en un completo colapso institucional.
Juicio político y armas de fuego
Es bastante sintomático que el Ecuador desde 2018 hasta hoy, se haya hundido en una ola de violencia que parecería ocultar un guión procesado por centros de poder dentro y fuera de las fronteras. Un guión transnacional que sume a los territorios en una violencia funcional, podríamos decir, en consonancia con la necesidad de coerción social que todo gobierno despliega mientras ejerce la administración de los estados.
Cuando la olla de presión gubernamental está a punto de estallar, como en Ecuador verbigracia, asoma su Presidente y en un arranque de desesperación y abuso, facilita el uso de armas a los ciudadanos de más de veinticinco años. Una parte del país brama de júbilo en las redes virtuales; mientras la gran mayoría recuerda que el ojo por ojo y diente por diente fue una fábula del antiguo testamento; pero que hoy se la intenta aplicar para resguardar la torpeza de quienes mandan siempre pensando en la impunidad.
No sorprende, entonces, que en medio de la desolación y el miedo que sufre nuestro país se acuda a unas medidas para ralentizar lo que es competencia del Ejecutivo: practicar la política sin ambages. El mismo mandatario ha dicho, en una de sus alocuciones más vergonzosas, que la política no le preocupa al ciudadano común sino la violencia y los desastres naturales; además de sentirse herido por el “asesinato a su re-pu-ta-ción” por parte de una oposición sin freno. ¡Qué cinismo! ¿El dolor del pueblo o la re-pu-ta-ción, en tela de duda, por cierto, del comandante en jefe?
El actual Presidente está en Carondelet gracias a la política; o a la tergiversación de la política cuando se posee dinero -un banco, con la plata de otros- para casi obtener el cargo a través del triste operativo electoral en que ha devenido la democracia. Desde mayo de 2021 se sabe que su presidencia no responde ni a su capacidad de gobernar -que no la tiene y tampoco le importa- ni a las penurias de la población. Por el contrario, cada día vemos cómo se aprovecha del Estado para imponer intereses de grupo y de amigos por encima el bien común. (Ahora ya ni se disimula la avidez económica de las elites; porque, entre otras razones, la dictadura mediática legitima que un gobierno ignore la Constitución; o cuando una periodista, en una entrevista reciente, obvia indagar al Presidente por el crimen horrendo de un fulano muy próximo a su órbita familiar… e involucrado en un caso que reposa en la Fiscalía).
¿Por qué a la población no le incumbe la política señor Presidente? ¿Quizá porque no intuye que su holgazanería de clase le hace trampa, por ejemplo, con su aparición fantasmal en Alausí para fingir que gobierna luciendo gorras policiales o militares, cuando en verdad para usted gobernar es un acto de esporádica caridad?
¿Por qué a la gente no le concierne la política señor presidente? ¿Acaso no votó por usted? ¿Acaso la Constitución actual, aunque no le guste, lo obliga a aceptar que la Asamblea Nacional, cumpliendo los pasos procedimentales, le siga un juicio político justificado? Tal vez usted diga que la Asamblea está desprestigiada… Pero, ¿acaso el Ejecutivo es un templo de oraciones? ¿O de operaciones políticas non sanctas? ¿O tal vez le convenga a usted que la Asamblea, parcialmente non sancta, tenga muchos ‘discípulos’ del Ejecutivo que negocian precios por sus votos para salvarlo de la vergüenza de ser destituido por no hacer política limpiamente sino por comprar y vender silencios?
Facultar el uso de las armas a la población civil por el ambiente de violencia generalizada es falaz. (A pesar de la reforma del artículo 84 de su decreto). Primero: porque exhibe su soledad política interna, pero hace notar a los cerebros externos; y, segundo: porque las armas traen nuevos tipos de violencia y delitos no tipificados. Portar armas, en estricto rigor, no se convierte en un derecho civil sin más ni más. La dialéctica de la violencia es letal cuando solo tiene fines crematísticos, ergo, es una violencia funcional al poder, con crímenes misteriosos al más alto nivel como el mencionado anteriormente. ¿Quiere empujar una conmoción social en estos cuarenta y cinco días para, otra vez, hacer trampa y enganchar la muerte cruzada?
Bien lo sentenciaba un usuario de Twitter: lo suyo es “muerte cruzada (opción que le da la Constitución al Presidente para disolver la Asamblea. Y de igual forma, los legisladores también podrían convocarla para pedir la destitución del mandatario) o cruzada por la muerte”. ¿No es usted el que juega con la inestabilidad social?
Señor Presidente, la violencia de las armas, propagada por usted y en democracia, es un camino de sangre. No contempla los derechos humanos ni los derechos civiles. Eleva a sospecha a cualquier ciudadano que parezca lo que no es. Pero usted sí parece lo que es: un mandatario crispado que discrimina a todos en nombre de una supuesta defensa propia. ¿Usted sabe que en Estados Unidos el porte de armas no ha acabado con la violencia, el crimen organizado, las pandillas, las mafias o la incertidumbre económica doméstica que forja rencores y desazón moral en la gente más vulnerable? Ni la pena de muerte ha aplacado el crimen. ¡Vaya tautología! Pena de muerte y crimen. Creemos que usted es un fiel lector del antiguo testamento, a pesar de que alguien dijo por ahí que no le gusta leer cosas largas. Pero la lex talionis es corta. Se parece a sus armas y a las armas de los otros; o a ese lugar común espeluznante que surgió cuando en las penitenciarías suceden crímenes y mutilaciones transmitidos en directo, o sea, baños de sangre inenarrables: “que se maten entre ellos”, dicen sin rubor aquellos que están dominados por sus propias violencias psíquicas.
Esperamos, señor Presidente, que sus medidas no se conviertan en un iceberg. La indistinción entre violencia y violencia política trae confusiones en el sentido común colectivo. Debe entender que el juicio político no es violencia política sino un canal constitucional para proteger la institucionalidad que su régimen despedaza a día seguido.
Igualmente debe conocer que, en este país, a pesar del atraso mental de sus gobernantes, hay sectores que ya se han pronunciado en contra de sus armas y las armas de los otros. Universidades, especialmente.
No siga el guión dispuesto por tanques de pensamiento – ¿o armas? – que hipotéticamente cuidan su re-pu-ta-ción. El Ecuador requiere de tranquilidad para procesar el origen y los efectos de la violencia que lo azota casualmente durante su régimen. Su régimen es violento porque le gustan todas las armas. Las legítimas y las ilegítimas. ¿Un ejemplo? La relación podrida con sus ‘discípulos’ de la Asamblea. Eso no es democracia.
La gente no quiere armas. Quiere paz. No quiere a un presidente que avala la violencia del diente por diente. Quiere un resquicio lógico para salir de un régimen espantosamente violento. Quiere una oportunidad para recuperar la esperanza lejos de las armas de fuego y cerca del fuego de la esperanza.
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