La mentira como proyecto político: la ultraderecha y su pacto con la impunidad

POR OMAR ROMERO DÍAZ /

Última hora: mientras la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) desnuda la complicidad de Álvaro Uribe Vélez y su gobernación con las masacres de El Aro e Ituango, el neofascista partido Centro Democrático y la ultraderecha salen desesperados a gritar cualquier cosa, a inventar cualquier escándalo, a montar cualquier circo para tapar lo evidente: el país ya conoce la verdad que ellos ocultaron por décadas.

¿Y cuál es esa verdad? Que la política represiva mal denominada de “seguridad democrática” no fue otra cosa que el camuflaje perfecto para consolidar un proyecto criminal de Estado. Ganaderos confesando que financiaron el paramilitarismo, brigadas militares actuando como cómplices de masacres, secretarios de Gobierno articulando la logística del horror. La JEP está diciendo lo que las víctimas gritaban desde hace 30 años: que en Colombia la ultraderecha gobernó con sangre, tierra despojada, politiquería, corrupción, saqueo y silencio impuesto a punta de fusil.

Pero claro, a la ultraderecha no le interesa hablar de muertos ni de víctimas. Prefiere hablar de un tratamiento capilar del presidente Gustavo Petro, como si el pueblo no tuviera memoria ni hambre de justicia. Esa es su estrategia: ocultar la historia con chismes, tapar la verdad con basura mediática.

El Centro Democrático y sus aliados no son oposición política, son una maquinaria de impunidad disfrazada de partido. No buscan el poder para gobernar, lo buscan para enterrar pruebas, callar jueces y blindar a sus jefes. Su campaña de mentiras no es un error táctico: es su proyecto histórico.

Y aquí viene el dato que quema como pólvora: Álvaro Uribe Vélez no solo aparece en los testimonios de la JEP. También aparece en un documento desclasificado de la Agencia de Inteligencia de Defensa de Estados Unidos (DIA), fechado en 1991. Allí, en una lista de los principales narcotraficantes de Colombia, figura en el puesto 82. Sí, leyó bien: el mismo hombre que luego sería Presidente de la República fue fichado por los servicios de inteligencia de Washington como colaborador del cartel de Medellín.

La descripción es un retrato brutal: senador con vínculos en el más alto nivel del Gobierno, trabajando para el cartel, amigo personal de Pablo Escobar, heredero de un linaje manchado por el narcotráfico. No lo dice un opositor político, no lo dice un columnista incendiario: lo dice la inteligencia militar de Estados Unidos.

Ese documento es dinamita en la historia reciente de Colombia, porque demuestra que la narrativa oficial fue una farsa cuidadosamente construida: el supuesto “héroe” contra el narcotráfico era señalado en los pasillos del poder internacional como uno de sus engranajes. Y, como si eso fuera poco, su carrera política se levantó sobre la sangre de miles de campesinos masacrados bajo el proyecto paramilitar que él mismo impulsó desde Antioquia.

¿Quién puede seguir sosteniendo la farsa de que Uribe representa la “seguridad” y la “democracia”? Lo que representan él y su partido de tintes fascistas es la continuidad de un Estado mafioso que se viste de institucionalidad mientras hunde al pueblo en la miseria, la guerra y el miedo.

La prensa internacional ya lo ha dicho sin rodeos: lo que vemos en Colombia es un manual de la derecha continental. Mentir, manipular, sembrar odio, destruir reputaciones, todo con tal de frenar procesos de cambio que les arrebatan privilegios. Lo hicieron en Brasil contra Lula, lo intentaron en Bolivia contra Evo, lo repiten hoy en Colombia contra Petro. Y lo harán mañana en cualquier rincón de América Latina donde un pueblo decida levantarse contra las cadenas del neoliberalismo.

El problema para ellos es que ya no engañan a nadie. La mentira perdió su poder cuando la verdad comenzó a hablar en los estrados de la JEP y en los archivos desclasificados de Estados Unidos. Y lo que viene es peor para ellos, porque la verdad no se puede frenar a punta de titulares amañados de los falaces medios corporativos ni de noticieros serviles.

El pueblo colombiano debe entenderlo: cada vez que la ultraderecha grite un escándalo ridículo, es porque la justicia está tocando a su puerta. Cada vez que intenten sembrar miedo con la palabra “comunismo”, es porque el miedo real lo tienen ellos, miedo a perder la impunidad que los protege.

Hoy la lucha es clara: o permitimos que el país vuelva a ser gobernado por criminales con corbata, o empujamos la historia hacia adelante con un Gobierno que, con todas sus limitaciones y errores, está intentando romper las cadenas de desigualdad y violencia. Petro y el proyecto progresista representan la posibilidad de reparación histórica; Uribe y el Centro Democrático representan la continuidad de la masacre y la mentira.

Que no nos confundan: no es una pelea entre izquierda y derecha, es una batalla entre la verdad y la mentira, entre la vida y la muerte, entre la justicia y la impunidad. Y esa batalla ya no se libra en el silencio de los noticieros vendidos, se libra en la conciencia popular.

Colombia ya decidió una vez en las urnas. Y tendrá que decidir de nuevo: o seguir avanzando hacia la verdad, o retroceder al pantano de la ultraderecha mafiosa.