POR EMIR SADER /
Durante la dictadura militar brasileña de la década de los años 60 que se prolongó por más de 20 años, surgió la afirmación, atribuida a Richard Nixon, según la cual hacia dónde va Brasil, va América Latina. Declaración que convenía mucho a Estados Unidos, por la dirección hacia la cual se dirigía Brasil, de la mano de los militares.
Después del proceso de redemocratización, Brasil vivió junto con otros países latinoamericanos la adopción de políticas antineoliberales, a contramano de las políticas implementadas en Estados Unidos y recomendadas por Washington a los países del continente. Seis de los más importantes países del continente han seguido ese camino.
A Estados Unidos le han restado algunos aliados históricos. Entre ellos, se destacaban especialmente México, Colombia y Chile, países que mantenían políticas neoliberales.
Por primera vez Estados Unidos tenía que convivir con un bloque de países que tenían sus propias políticas económica e internacional. Ya no asumían tratados de libre comercio con Estados Unidos, sino que se abrían hacia alianzas con países del sur del mundo, especialmente de Asia y de África.
Brasil ya se destacaba, bajo el liderazgo de Luiz Inácio Lula da Silva, como el líder de ese bloque. Su encuentro con George W. Bush, en el que éste lo invitaba a sumarse a la guerra contra Irak, fue un marco decisivo en la nueva era de las relaciones de Estados Unidos con América Latina. Lula le contestó que su guerra era otra: era la guerra contra el hambre. No aceptó sumarse a la guerra contra Irak, no sólo por estar en contra de las guerras, sino también porque no aceptaba la acusación de que la nación árabe poseía armas de destrucción masiva, lo cual como se sabe, fue una vil mentira propalada por EE.UU. que contó con la maligna complicidad de Occidente, especialmente Europa.
Estados Unidos y América Latina –o un bloque de países latinoamericanos– se insertan de forma distinta en la geopolítica mundial. Los presidentes estadunidenses empezaron a venir bastante menos a los países del continente, así como los gobernantes latinoamericanos han visitado menos a Estados Unidos y más a China y a otras naciones asiáticas y africanas, es decir, a Estados del sur del mundo.
Este está siendo el siglo donde ha habido más desencuentros entre Estados Unidos y América Latina. Es en ese contexto en que Lula y Joe Biden recién se encontraron. Los mandatarios estadunidense y brasileño tienen ante todo en común, la pelea contra la ultraderecha en sus respectivos países, representada en los neofascistas Donald Trump y Jair Bolsonaro.
Es por ello que el tema de la democracia ha sido el primero en la agenda del encuentro entre ambos. Estrechamente vinculado a ese tema, estuvo, por preferencia de Lula, la lucha por la paz en el mundo. El mandatario brasileño desarrolló su discurso de que el mundo está sin dirección política y moral, de que temas como la protección del medio ambiente, de la paz, entre otros, no tienen quién asuma sus responsabilidades de resolución de la crisis planetaria en el siglo XXI. Una de las propuestas de Lula es la construcción de un Grupo de la Paz en que, significativamente, no incluye a Estados Unidos, sino a China, India, Brasil, Pakistán y Turquía.
Biden necesita aparecer como líder cercano a Lula, en un momento en que, internamente, su gobierno tiene una tendencia a la baja en términos de apoyo entre los estadunidenses. En que el Partido Republicano es el favorito para la elección presidencial de 2024 y los demócratas ni siquiera tienen claro quién será su candidato. Momento en que el fantasma de Trump ya no está en su auge, pero ya ha empezado prácticamente su campaña electoral.
Lula, a su vez, quiere, con ese encuentro, proyectarse no como un aliado, sino como un competidor que disputa el liderazgo no sólo latinoamericano, sino en el sur del mundo y, de alguna manera, en el plano mundial.
Por coincidencia, Lula se encontrará en pocos días con Xi Jinping, el superpoderoso presidente de China. Mientras, Estados Unidos se encuentra en el peor momento de las relaciones con China, al grado de que el secretario de Estado estadunidense, Antony Blinken, ha suspendido su viaje a Pekín.
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