POR RODRIGO BERNARDO ORTEGA
En este artículo no pretendemos hacer una auditoría de los estragos causados por el conflicto en Ucrania y la destrucción de innumerables vidas, no sólo de hombres jóvenes reclutados de ambos lados, sino también de los civiles, la cual es una característica típica de la guerra sin cuartel.
No cabe duda de que hay niveles incalculables de sufrimiento, sabemos que pasará mucho tiempo para que podamos contabilizar el costo humano y material de esta guerra. En esta ocasión, sin embargo, nos gustaría ocuparnos de una posibilidad todavía -si cabe- más aterradora, que incluye el futuro de toda la humanidad: un holocausto nuclear. Nos vemos avocados a hablar de esto debido a que, como han opinado múltiples observadores, estamos en el periodo de tiempo más peligroso desde la crisis de los misiles cubanos (1962), aunque esta vez con mucha menos visibilidad y sentido de urgencia por parte de los medios y el público en general.
La guerra en Ucrania era probablemente evitable si Putin hubiera optado por agachar la cabeza y aceptar el incumplimiento de las promesas por parte de la OTAN, pero también, lo que es más importante, si los Estados Unidos en particular y la OTAN en general, hubieran optado por buscar seriamente canales diplomáticos para detener la invasión antes de que comenzara en enero de 2022.
Exactamente un mes antes de la invasión rusa, Charles Maynes escribió un artículo explicativo para NPR detallando lo que Rusia quería de las negociaciones. La principal exigencia de Rusia es que la OTAN se comprometa a poner fin a su expansión hacia las antiguas repúblicas soviéticas, especialmente Ucrania, y cito textualmente: «Rusia quiere que la OTAN rescinda una promesa de 2008 de que Ucrania podría unirse algún día a la Alianza de Defensa, pero Estados Unidos se negó”, resumiendo: un mes antes del estallido de la guerra, varios historiadores, entre ellos Charles Maynes plantearon claramente que la única forma de evitar la guerra era que la OTAN desistiera de la promesa que Ucrania pudiese entrar a la OTAN.
Las casi tres décadas desde la caída de la Unión Soviética se han caracterizado por una larga serie de provocaciones fomentadas por Estados Unidos, concretamente, por la OTAN. Empezaron ya por 1990 cuando la Unión Soviética estaba al borde del colapso. Mientras los dirigentes occidentales y soviéticos negociaban la reunificación de Alemania, el ministro de Asuntos Exteriores de Alemania Occidental, Hans-Dietrich Genscher, declaró en un discurso público que la OTAN debía descartar una expansión de su territorio hacia el este. El discurso fue resumido en un cable escrito por la embajada de EEUU en Bonn, uno de los muchos documentos recogidos por el Archivo de Seguridad Nacional (NSA) de la Universidad George Washington. En dicho documento se menciona que en 3 ocasiones el secretario de Estado norteamericano, James Baker, aseguró a Gorbachov que la OTAN no se ampliaría “ni una pulgada hacia el este” y lo mismo hizo el Canciller de Alemania Occidental (Helmut Kohl) al día siguiente. En mayo de ese año, el secretario Baker aseguró nuevamente a Gorbachov la promesa de no expansión de la OTAN, misma promesa que reiteraría el primer ministro británico John Major. Incluso el secretario general de la OTAN de la época, Manfred Wörner, dijo a un equipo de diputados del Soviet Supremo que él, y la OTAN, estaban en contra de la expansión.
De este modo, cuando llegó el final de la Unión Soviética, Gorbachov tenía la seguridad que Occidente no amenazaría la seguridad rusa, la evidencia de ello era no ampliando la OTAN.
Con la caída de la Unión Soviética llegó una crisis para la industria de defensa. Fue un periodo inusual de relativa paz, entre la Guerra Fría y la Guerra contra el Terror. Los contratos de defensa cayeron a la mitad de lo que eran una década antes, el ejército disminuía su número de unidades de combate, la Marina reducía su número de buques, y la amenaza de la extinción nuclear parecía una pesadilla del pasado, ante esta situación, la industria militar no iba a quedarse de manos cruzadas.
En 1993 Clinton nombró a William J Perry Subsecretario de Defensa, quien convocó una reunión con ejecutivos de los mayores contratistas de defensa del país, a una cena secreta que ahora se conoce como The Last Supper, (Última Cena). Perry advirtió a los ejecutivos que los recortes presupuestarios de la posguerra fría, y la caída de la demanda de satélites, misiles y aviones de combate eran una sentencia de muerte para sus empresas, aterrorizados, los ejecutivos salieron corriendo de la reunión para desencadenar una de las transformaciones más rápidas de cualquier industria moderna estadounidense. Unos 12 contratistas se fusionaron en sólo cuatro. Una de ellas, la fusión de Lockheed y Martin Marietta, crearía la mayor empresa de armamento del planeta, dichas empresas iniciaron una carrera en busca de nuevos mercados. Así lo pone un artículo de la época el New York Times: “Los contratistas de defensa están actuando como diplomáticos que saltan por el mundo para fomentar la expansión de la OTAN, que creará un enorme mercado para sus mercancías”.
Lo que le vendían a las naciones centroeuropeas para que se unieran a la OTAN era un enorme prestigio político, al ponerse del lado de EE.UU., en su momento de máxima influencia, pero pagando un precio: jugar según las reglas de la OTAN que exige inversión en armas y equipos militares occidentales. Sin embargo, no pocos advirtieron lo que esta apuesta a corto plazo implicaría para la estabilidad de la región con el paso de los años, en particular George Kennan, el legendario diplomático e historiador, declaró en 1997 que la ampliación de la OTAN sería el error más funesto de la política estadounidense en toda la era posterior a la Guerra Fría. Ese mismo año, una legión de pesos pesados de la política exterior estadounidense redactaron una carta de 46 firmantes -entre ellos dos ex-embajadores en Moscú, el ex director de la CIA Stansfield Turner, Sam Nunn quien dirigió el Comité de Servicios Armados del Senado, Robert McNamara, etc- advirtiendo que la expansión de la OTAN sería un error político de proporciones históricas.
A pesar de estas súplicas, la expansión de la OTAN comenzó, y en 1999 se admitieron tres nuevos países: Polonia, la República Checa y Hungría. Al año siguiente, el ex director de la CIA Robert Gates criticó que se siguiera adelante con la expansión de la OTAN hacia el este “cuando a Gorbachov y a otros se les hizo creer que eso no ocurriría”. Un año después, Estados Unidos, ya con el liderazgo de Bush, se retiraría unilateralmente del Tratado sobre Misiles Antibalísticos (ABM) con la excusa de proteger al país del terrorismo internacional.
La respuesta de Rusia ante esto fue desarrollar, desde el 2004, una nueva colección de sistemas vectores de armas nucleares, incluyendo misiles y torpedos, ese mismo año la expansión de la OTAN alcanzó otro nivel con la admisión de siete países más.
Las ganancias de las grandes empresas armamentísticas no se hicieron esperar: por ejemplo, Lockheed ganó un contrato por 3.500 millones de USD para venderle F-16s a Polonia, y Rumania le compró 1.400 millones de dólares a Textron de helicópteros Cobra. El caso de Rumania es especialmente diciente ya que a pesar de ser un país pobre se le dijo que la compra haría más fácil su anexión a la fraternidad atlántica.
Para el 2008, la OTAN ya tenía una frontera con Rusia y había anexionado 10 países, pero esto no era suficiente para la organización, en el memorándum de Bucarest dejaba clara su intención de absorber 2 países en su órbita con una relación directa con Rusia: Ucrania y Georgia. En una comunicación desclasificada por Wikileaks, el actual director de la CIA William Burns anotó: “Las aspiraciones de Ucrania y Georgia a la OTAN no sólo tocan un nervio sensible en Rusia, sino que engendran serias preocupaciones sobre las consecuencias para la estabilidad de la región. Rusia no sólo percibe el cerco y los esfuerzos por socavar su influencia en la región, sino que también teme que se produzcan consecuencias impredecibles e incontroladas, consecuencias, que afectarían gravemente a los intereses de seguridad rusos”. En respuesta a esta provocación, Rusia invadió Georgia para evitar este país uniera a la OTAN. Ucrania no fue invadida entonces porque, decidió en ese momento prescindir de la petición de membresía.
Para el 2014, dos nuevos miembros, Albania y Croacia eran admitidos a la OTAN. Los 12 países postsoviéticos que ahora gozaban de su estatus de miembro de la OTAN, habían comprado armamento estadounidense por valor de 17.000 millones de dólares. Un verdadero torrente de armas y dinero iba y venía de Estados Unidos a Europa Central y Oriental. Con un nuevo gobierno prooccidental al frente de Ucrania, los mercaderes de armas pusieron sus ojos de nuevo en el país eslavo. Desde el 2014, cuando Rusia invadió Ucrania por primera vez hasta el inicio del actual conflicto, Estados Unidos había comprometido más de 42.000 millones de dólares en “ayuda a la Seguridad, ayudar a Ucrania a preservar su integridad territorial, asegurar sus fronteras y mejorar la interoperabilidad con la OTAN”.
Todo empezó a calentarse de nuevo en el 2017, cuando Trump dio marcha atrás en la política estadounidense de venta de armas letales a Ucrania. Era solo cuestión de tiempo que la situación comenzara a escalar, al comenzar la era Covid, EE.UU. y Rusia ya corrían hacia el borde del abismo. En 2020, los militares estadounidenses y estonios llevaron a cabo un ejercicio con fuego real utilizando sistemas de lanzamiento múltiple de cohetes M270 a sólo 70 millas de la frontera rusa. La Embajada rusa en Washington calificó el ejercicio de provocador y extremadamente peligroso para la estabilidad regional, preguntando: ¿cómo reaccionarían los estadounidenses en caso de que militares rusos disparasen en la frontera sur de Estados Unidos? El siguiente año el ejercicio continuó esta vez en el Mar Negro, hogar de la flota rusa. En noviembre de ese año la administración Biden redactó la llamada Carta sobre la Asociación Estratégica con Ucrania, en la que, guiándose por la Declaración de la Cumbre de Bucarest de 2008, Estados Unidos apoyaba las aspiraciones de Ucrania de ingresar en la OTAN: como en Georgia, una línea roja rusa fue cruzada.
Rusia había desplegado unos 100.000 soldados en la frontera de Ucrania, listos para invadir cuando se les ordenara. Finalmente, Putin decide invadir Ucrania en enero de 2022.
Dos meses después de la invasión, Reuters informó que el Pentágono había pedido a las ocho principales empresas armamentísticas que se reunieran para discutir la capacidad de la industria para satisfacer las necesidades de armamento de Ucrania si la guerra con Rusia duraba años. Como vimos con Rumanía, esto es normal, ya que comprar armas occidentales es la forma de acceder más fácilmente a la OTAN. El establishment de defensa está hoy inundado de nuevos contratos, no sólo en Ucrania, sino también con los miembros de la OTAN en Europa. Tras la invasión, las ventas de armas a la OTAN se duplicaron. Podemos sólo especular por qué estas compañías están ansiosas de unir a Ucrania en la OTAN, como dicen: follow the money.
¿Harán Ucrania y la OTAN que Europa sea más segura? ¿Un mundo más seguro? Toda la evidencia histórica nos demuestra lo contrario. No nos gusta pensar demasiado en lo que eso implicaría esto para la humanidad, recordemos que el elefante en el cuarto son los arsenales nucleares que aguardan una orden a lado y lado de la línea de guerra.
¿Sirve pues la OTAN para proteger a pueblos o para servir a los intereses de un estrecho sector que representa a una ínfima parte de la humanidad? ¿Vale la pena poner el destino de la humanidad en riesgo para que las acciones de empresas inescrupulosas suban su valor de manera importante?