“La OTAN participa en el proyecto estadounidense de planificar una guerra con China”, advierte Chomsky

Noam Chosmky

POR C. J. POLYCHRONIOU /

La guerra en Ucrania cumplió un año sin que se atisbe el final de los combates, del sufrimiento y de la destrucción. De hecho, la próxima fase de la guerra podría convertirse en un baño de sangre y durar años, ya que Estados Unidos y Alemania han accedido a suministrar carros de combate y bombas de racimo a Ucrania y Volodímir Zelenski insta a Occidente a enviar misiles de largo alcance y aviones de combate.

Cada vez resulta más evidente que se trata de una guerra entre EE.UU./OTAN y Rusia, afirma Noam Chomsky en la entrevista concedida en exclusiva para Truthout que ofrecemos a continuación, en la cual reprueba la idea de que, frente a la invasión rusa de Ucrania, tiene que haber una OTAN más fuerte en lugar de una solución negociada al conflicto. “Aquellos que piden una OTAN más fuerte quizá deberían pensar en lo que la OTAN está haciendo en este momento, y también qué imagen está ofreciendo de sí misma”, dice Chomsky, advirtiendo de “la creciente amenaza de un aumento de la escalada hacia la guerra nuclear”.

Tras el primer aniversario de la guerra en Ucrania cabe preguntarse qué será lo próximo en la agenda de la OTAN/EE.UU.: ¿instar al Ejército ucraniano a responder atacando Moscú y otras ciudades rusas? ¿Cómo valora los últimos acontecimientos en el conflicto entre Rusia y Ucrania?

Podemos empezar preguntándonos qué es lo que no está en la agenda de la OTAN/EE.UU. La respuesta es fácil: los esfuerzos para poner fin al horror antes de que sea mucho peor. Lo de “mucho peor” empieza con la creciente devastación de Ucrania, que ya es espantosa, aunque no llega ni de lejos a la magnitud de la invasión de Irak por parte de Estados Unidos y el Reino Unido o, por supuesto, a la destrucción de Indochina por parte de Estados Unidos, un punto y aparte en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Y ahí no acaba, ni mucho menos, la lista de los casos más relevantes. Por poner algunos ejemplos menores, en febrero de 2023, la ONU calculaba que en Ucrania habían muerto unos 7.000 civiles. Sin duda es un cálculo muy a la baja. Si lo triplicamos, llegaremos a la cifra probable de muertos de la invasión israelí del Líbano en 1982, que fue respaldada por Estados Unidos. Si lo multiplicamos por 30, alcanzamos el número de víctimas de la masacre que perpetró Ronald Reagan en Centroamérica, una de las pequeñas correrías de Washington. Y así sucesivamente.

Pero se trata de un ejercicio inútil, de hecho despreciable según la doctrina occidental. ¡Cómo se atreve uno a sacar a colación los crímenes de Occidente cuando la tarea oficial es denunciar que las atrocidades son exclusividad de Rusia! Además, para cada uno de nuestros crímenes se dispone fácilmente de elaboradas apologías. Al investigarlos se desmoronan rápidamente, como se ha demostrado minuciosamente. Pero todo eso es irrelevante dentro de un sistema doctrinario eficaz en el que “las ideas impopulares se pueden silenciar y los hechos incómodos se pueden ocultar sin necesidad de ninguna prohibición oficial”, por tomar prestada la descripción de la Inglaterra libre de George Orwell en su introducción (inédita) a Rebelión en la granja.

Pero “mucho peor” va mucho más allá del desalentador balance de Ucrania. También incluye a los que se enfrentan a la hambruna por la reducción de grano y fertilizantes procedentes de la rica región del Mar Negro; la creciente amenaza de un aumento en la escalada hacia la guerra nuclear (que significa guerra terminal); y posiblemente lo peor de todo, el brusco retroceso de los limitados esfuerzos para evitar la inminente catástrofe del calentamiento global, que no debería ser necesario revisar.

Desgraciadamente, sí que es necesario. No podemos ignorar la euforia de la industria de los combustibles fósiles por el aumento vertiginoso de los beneficios y las tentadoras perspectivas de más décadas de destrucción de la vida humana en la Tierra mientras abandonan su insignificante compromiso con la energía sostenible a medida que se dispara la rentabilidad de los combustibles fósiles.

Y no podemos ignorar el éxito del sistema de propaganda a la hora de alejar estas preocupaciones de las mentes de las víctimas, la población en general. La última encuesta del Pew Research Center sobre opiniones de la población en temas urgentes ni siquiera preguntaba por la guerra nuclear. El cambio climático ocupaba el último lugar de la lista; entre los republicanos el 13 %.

Al fin y al cabo solo es el asunto más importante de la historia de la humanidad, otra idea impopular que ha sido eficazmente suprimida.

La encuesta coincidió con el último ajuste del Reloj del Juicio Final, que se situó a 90 segundos de la medianoche, otro récord motivado por las preocupaciones habituales: la guerra nuclear y la destrucción del medio ambiente. Podemos añadir una tercera preocupación: el silenciamiento de la concienciación de que nuestras instituciones nos están conduciendo a la catástrofe.

Volvamos al tema que nos ocupa: cómo se está diseñando la política para provocar algo “mucho peor” mediante la escalada del conflicto. La razón oficial que se esgrime sigue siendo la misma que antes: debilitar seriamente a Rusia. Los comentaristas liberales, sin embargo, ofrecen razones más humanas: debemos asegurarnos de que Ucrania esté en una posición más fuerte para posibles negociaciones. O en una posición más débil, una alternativa que no se tiene en cuenta, aunque sea bastante realista.

Ante argumentos tan contundentes como estos debemos concentrarnos en el envío de tanques estadounidenses y alemanes, probablemente pronto también reactores, y una participación más directa de EE.UU./OTAN en la guerra.

Lo que probablemente venga a continuación no se oculta. La prensa acaba de informar de que el Pentágono quiere que se emplee un programa de alto secreto para insertar “equipos de control” en Ucrania con el objetivo de vigilar los movimientos de las tropas. También ha revelado que Estados Unidos ha estado proporcionando información sobre objetivos para todos los ataques con armas avanzadas, “una práctica no revelada anteriormente que evidencia un papel del Pentágono en la guerra más activo desde el punto de vista operativo”. En algún momento podría haber represalias rusas, otro aumento de la escalada.

Si persiste en su rumbo actual, la guerra justificará la opinión de gran parte del mundo fuera de Occidente de que se trata de una guerra ruso-estadounidense con cadáveres ucranianos, cada vez más cadáveres. La opinión de que Estados Unidos parece estar luchando contra Rusia hasta que caiga el último ucraniano, por citar al embajador Chas Freeman, reitera la conclusión de Diego Cordovez y Selig Harrison de que en la década de 1980 Estados Unidos luchaba contra Rusia hasta que acabara con el último afgano.

La política oficial de debilitar seriamente a Rusia ha cosechado verdaderos éxitos. Como han analizado muchos comentaristas, por una mínima fracción de su descomunal presupuesto militar, Estados Unidos, a través de Ucrania, está degradando significativamente la capacidad militar de su único adversario en ese terreno, un logro nada desdeñable. Es un filón para los principales sectores de la economía estadounidense, incluidas la industria de combustibles fósiles y la militar. En el ámbito geopolítico resuelve –al menos temporalmente– lo que ha sido una gran preocupación durante todo el período posterior a la Segunda Guerra Mundial: garantizar que Europa permanezca bajo el control estadounidense dentro del sistema de la OTAN en lugar de tomar un rumbo independiente y establecer una relación más estrecha con su socio comercial del Este, rico en recursos naturales.

Temporalmente. No está claro durante cuánto tiempo estará dispuesto el complejo sistema industrial europeo, de base alemana, a afrontar el declive, incluso una cierta desindustrialización, al subordinarse a Estados Unidos y a su lacayo británico.

¿Hay alguna esperanza de que los esfuerzos diplomáticos eviten la constante deriva hacia el desastre de Ucrania y otros lugares? Teniendo en cuenta la falta de interés de Washington, los medios de comunicación apenas investigan, pero se ha filtrado suficiente información de fuentes ucranianas, estadounidenses y de otros países que ha dejado razonablemente claro que ha habido posibilidades, incluso en fecha tan reciente como el pasado mes de marzo. Ya hemos hablado de ellas en el pasado y siguen apareciendo indicios de diversa calidad.

¿Sigue habiendo oportunidades para la diplomacia? Como es de prever, a medida que continúan los combates, las posiciones se endurecen. En estos momentos, las posturas ucraniana y rusa parecen irreconciliables. No es una situación nueva en el ámbito internacional. A menudo resulta que “las conversaciones de paz son posibles si existe la voluntad política de entablarlas”, que es la situación en estos momentos, como sugieren dos analistas finlandeses. A continuación esbozan las medidas que pueden tomarse para facilitar el camino hacia un mayor entendimiento. Señalan con razón que en algunos círculos existe la voluntad política: entre otros, el jefe del Estado Mayor Conjunto y altos cargos del Consejo de Relaciones Exteriores. Hasta ahora, sin embargo, el vilipendio y la demonización son el método preferido para evitar ese alejamiento del compromiso de ir a “mucho peor”, a menudo acompañados de una elevada retórica sobre la lucha cósmica entre las fuerzas de la luz y la oscuridad.

La retórica es demasiado familiar para quienes han prestado atención a las hazañas de Estados Unidos en todo el mundo. Podríamos, por ejemplo, recordar el llamamiento de Richard Nixon al pueblo estadounidense para que se uniera a él en la pulverización de Camboya: “Si, a la hora de la verdad, la nación más poderosa del mundo, Estados Unidos de América, actúa como un gigante lamentable e indefenso, las fuerzas del totalitarismo y la anarquía amenazarán a las naciones libres y a las instituciones libres de todo el mundo”.

La misma cantinela de siempre.

La invasión de Ucrania por parte de Putin ha llegado claramente al límite pero, como ocurre en cualquier guerra, la deshonestidad, la propaganda y las mentiras planean a diestro y siniestro desde todos los bandos implicados. En algunas ocasiones, también las opiniones de algunos comentaristas denotan una locura absoluta que, por desgracia, hacen pasar por un discurso analítico digno de publicarse en las páginas de opinión consideradas más importantes del mundo. “Rusia debe perder esta guerra y desmilitarizarse”, argumentaban los autores de un reciente artículo publicado en Project Syndicate. Asimismo, afirman que Occidente no quiere ver a Rusia derrotada. Y le citan a usted como una de las personas que, de alguna manera, es tan ingenua como para creer en la idea de que Occidente es responsable de crear las condiciones que provocaron el ataque de Rusia a Ucrania. ¿Qué opina de este “análisis” de la guerra en Ucrania, que supongo que comparten no solo los ucranianos, sino muchas otras personas en Europa del Este y los países bálticos, por no hablar de Estados Unidos?

No tiene mucho sentido perder el tiempo con la “locura absoluta” que, en este caso, también supone la devastación de Ucrania y un perjuicio de una trascendencia enorme.

Pero no es una completa locura. Tienen razón sobre mí, aunque podrían añadir que comparten mi opinión casi todos los historiadores y un gran número de destacados intelectuales políticos desde los años noventa, entre ellos señalados halcones, así como la cúpula del cuerpo diplomático que lo sabe todo sobre Rusia, desde George Kennan y el embajador de Reagan en Rusia, Jack Matlock, al secretario de Defensa de Bush II Robert Gates, al actual jefe de la CIA y una impresionante lista de personas. De hecho, la lista incluye a cualquier persona instruida capaz de revisar los muy claros antecedentes históricos y diplomáticos con la mente abierta.

Noam Chomsky

Sin duda merece la pena reflexionar seriamente sobre la historia de los últimos treinta años, desde que Bill Clinton iniciara una nueva Guerra Fría al incumplir la promesa firme e inequívoca que Estados Unidos hizo a Mijaíl Gorbachov al afirmar que “comprendemos la necesidad de ofrecer garantías a los países del Este. Si mantenemos la presencia en una Alemania que forma parte de la OTAN, no se ampliaría la jurisdicción de las fuerzas de la OTAN ni un centímetro hacia el este”.

Los que quieran ignorar la historia son libres de hacerlo en detrimento de no comprender lo que está ocurriendo ahora y cuáles son las expectativas de evitar algo “mucho peor”.

Otro capítulo desafortunado de la mentalidad humana en relación con el conflicto ruso-ucraniano es el grado de racismo manifestado por muchos comentaristas y responsables políticos del mundo occidental. Sí, afortunadamente, los ucranianos que huyen de su país han sido acogidos con los brazos abiertos por los países europeos que, por supuesto, no dispensan el mismo trato a quienes huyen de zonas de África y Asia (o de Centroamérica en el caso de Estados Unidos) a causa de la persecución, la inestabilidad política y los conflictos, y el deseo de escapar de la pobreza. De hecho, es difícil pasar por alto el racismo oculto tras el pensamiento de muchos que afirman que no se debe comparar la invasión de Irak por parte de Estados Unidos con la invasión de Ucrania por parte de Rusia porque ambos acontecimientos se encuentran en un nivel diferente. Esta es, por ejemplo, la postura adoptada por el intelectual neoliberal polaco Adam Michnik, el cual, por cierto, ¡también le cita a usted como una de las personas que cometen el pecado capital de no establecer distinciones entre ambas invasiones! ¿Cuál es su respuesta ante este tipo de “análisis intelectual”?

Fuera de la autoprotectora burbuja occidental, el racismo se percibe de un modo aún más crudo, como hace por ejemplo la distinguida escritora y activista política/ensayista india Arundhati Roy: “Sin duda, en este caso, Ucrania no se considera un modelo de enseñanza a seguir. Cuando las personas bombardeadas o atemorizadas son morenas o negras, no importa, pero cuando se trata de personas blancas, al parecer es diferente”.

Volveré directamente al “pecado capital”, un aspecto muy revelador de la cultura de élite contemporánea de Occidente, imitado por conservadores en otros lugares.

Sin embargo, debemos reconocer que Europa del Este es un caso un tanto especial. Por razones familiares y obvias, las élites de Europa del Este tienden a ser más susceptibles a la propaganda estadounidense de lo normal. En ello se basa la distinción de Donald Rumsfeld entre Vieja y Nueva Europa. La Vieja Europa son los malos, los que se negaron a unirse a la invasión estadounidense de Irak, lastrados por ideas anticuadas sobre el derecho internacional y la moral elemental. La Nueva Europa, principalmente los antiguos satélites rusos, son los buenos, libres de ese lastre.

Por último, hay incluso algunos intelectuales “de izquierdas” que han adoptado la postura de que el mundo, ante la invasión rusa de Ucrania, ahora necesita una OTAN más fuerte y que no debería haber ninguna solución negociada al conflicto. Me resulta difícil digerir la idea de que alguien que afirma formar parte de la tradición radical de izquierda defienda la expansión de la OTAN y esté a favor de la continuación de la guerra, de modo que ¿qué opinión le merece esta posición “izquierdista” particularmente extraña?

Cuando Estados Unidos invadió Irak y Afganistán al tiempo que atacaba Serbia y Libia, siempre con pretextos, por cierto, en cierto modo eché de menos los llamamientos de la izquierda a una reactivación del Pacto de Varsovia.

Aquellos que piden una OTAN más fuerte quizá deberían pensar en lo que la OTAN está haciendo en este momento, y también qué imagen está ofreciendo de sí misma. La última cumbre de la OTAN amplió el Atlántico Norte al Indo-Pacífico, es decir, a todo el mundo. El papel de la OTAN es participar en el proyecto estadounidense de planificar una guerra con China, que ya es una guerra económica, puesto que Estados Unidos (y por obligación, sus aliados) se dedica a impedir el desarrollo económico chino con medidas encaminadas a una posible confrontación militar acechando a distancia pero desde no muy lejos. De nuevo, guerra terminal.

Ya hemos hablado de todo esto anteriormente. Hay nuevos avances mientras Europa, Corea del Sur y Japón reflexionan sobre la forma de evitar un grave declive económico siguiendo las órdenes de Washington de retener la tecnología de China, su principal mercado.

Tampoco deja de ser interesante ver la imagen que la OTAN está construyendo orgullosa de sí misma. Un ejemplo instructivo es la última adquisición de la Marina estadounidense, el buque anfibio de asalto USS Fallujah, bautizado así para conmemorar los dos ataques de los marines a Faluya en 2004, uno de los crímenes más atroces de la invasión estadounidense de Irak. Es normal que los Estados imperiales ignoren o traten de explicar sus crímenes. Es algo más inusual ver cómo lo celebran.

A los de fuera no siempre les hace gracia, incluidos los iraquíes. Al reflexionar sobre la botadura del USS Fallujah, el periodista iraquí Nabil Salih describe un campo de fútbol conocido como el Cementerio de los Mártires. Es donde los residentes de la ciudad [de Faluya], antaño asediada, enterraron a las mujeres y niños masacrados en los repetidos ataques de Estados Unidos para reprimir una furibunda revuelta que tuvo lugar en los primeros años de ocupación. En Irak, incluso los parques infantiles son ahora lugares de duelo. La guerra supuso para Faluya un baño de uranio empobrecido y fósforo blanco.

“Pero el salvajismo estadounidense no terminó ahí”, continúa Salih:

“Veinte años de incalculables malformaciones congénitas después, la marina estadounidense bautiza a uno de sus buques de guerra con el nombre de USS Fallujah… Así es como el imperio estadounidense continúa su guerra contra los iraquíes. El nombre de Faluya, blanqueado por el fósforo blanco implantado en los vientres de las madres durante generaciones, es también un botín de guerra. “Contra todo pronóstico”, se lee en una declaración del imperio estadounidense en la que se explica la decisión de bautizar un buque de guerra con el nombre de Faluya, “los marines se impusieron a un enemigo resuelto que disfrutó de todas las ventajas de defenderse en una zona urbana”… Lo que queda es la estremecedora ausencia de los miembros de las familias, los hogares bombardeados hasta hacerlos desaparecer y las fotografías incineradas junto con los rostros sonrientes. En su lugar, los criminales de guerra impunes de Downing Street y el Beltway nos legaron un sistema letalmente corrupto de camaradería sectaria.

Salih cita al Walter Benjamin de Tesis sobre la Filosofía de la Historia: “Quien ha salido victorioso participa hasta el día de hoy en la procesión triunfal en la que los gobernantes actuales pasan por encima de los que yacen postrados”.

“A través de este revisionismo histórico”, concluye Salih, “Estados Unidos ha lanzado otro ataque contra nuestros muertos. Benjamin nos lo había advertido: ‘Ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo si este vence’. El enemigo ha ganado”.

Esa es la verdadera imagen de la OTAN, como pueden atestiguar muchas víctimas.

Pero ¿qué saben los iraquíes, u otras personas morenas y negras como ellos? Para “La Verdad” se puede recurrir a un escritor polaco que repite obedientemente la propaganda estadounidense más vulgar al hacerse eco de lo que dicen muchos de sus homólogos entre comisarios políticos de su país.

Sin embargo, seamos justos. En el momento de la masacre, los medios de comunicación estadounidenses sí informaron de lo que estaba ocurriendo. No puedo hacer más que citar detalladamente la recopilación condenatoria de gran parte de esa información que el periodista australiano John Menadue publicó en 2018:

El 16 de octubre de 2004, el Washington Post informó de que “la electricidad y el agua fueron cortadas en la ciudad justo cuando comenzó una nueva oleada de ataques [bombardeos] el jueves por la noche, una medida que también adoptaron las fuerzas estadounidenses al comienzo de los asaltos a Nayaf y Samarra”. También se negó el acceso a la Cruz Roja y a otras organizaciones humanitarias para suministrar la ayuda más básica: agua, alimentos y material médico de urgencia a la población civil.

El 7 de noviembre, un artículo de portada del New York Times detallaba cómo la campaña terrestre de la Coalición se inició con la toma del único hospital de Faluya: “Soldados armados sacaron a toda prisa a los pacientes y empleados del hospital de las habitaciones y les ordenaron sentarse o tumbarse en el suelo mientras las tropas les ataban las manos a la espalda”. El reportaje también revelaba el motivo del ataque al hospital: “La ofensiva también acabó con lo que, según los oficiales, era un arma de propaganda para los militantes: El Hospital General de Faluya con su circulación de informes de bajas civiles”. Las dos clínicas médicas de la ciudad también fueron bombardeadas y destruidas.

En un editorial de noviembre de 2005 en el que denunciaba su utilización, el New York Times describía el fósforo blanco: “Empaquetado en un proyectil de artillería, explota sobre un campo de batalla y forma un resplandor blanco que puede iluminar las posiciones del enemigo. También provoca una lluvia de bolas de sustancias químicas en llamas que se adhieren a todo lo que tocan y arden hasta que el suministro de oxígeno se detiene. Pueden arder durante horas dentro de un cuerpo humano”.

A principios de noviembre de 2004, junto a la información del New York Times de que el principal hospital de Faluya había sido atacado, la revista Nation se refirió a “informes de que las fuerzas armadas estadounidenses mataron a decenas de pacientes en un ataque a un centro de salud de Faluya y han privado a los civiles de atención médica, alimentos y agua”.

La BBC informó el 11 de noviembre de 2004: “Sin agua ni electricidad nos sentimos completamente aislados de los demás… hay mujeres y niños muertos tirados por las calles. La gente está cada vez más débil por el hambre. Muchos mueren a causa de sus heridas porque no queda ningún tipo de ayuda médica en la ciudad”.

El 14 de noviembre de 2004, The Guardian informaba: “Las terribles condiciones de los que se quedaron en la ciudad han empezado a salir a la luz en las últimas 24 horas a medida que se hace evidente que las afirmaciones del ejército estadounidense sobre la ‘precisión’ de los ataques contra posiciones insurgentes eran falsas… La ciudad lleva días sin electricidad ni agua”.

Eso es la OTAN, para aquellas personas dispuestas a saber cómo es el mundo.

Pero basta de este lamentable “y tú más”. Las órdenes de arriba son que es indignante comparar el asalto del nuevo Hitler a Ucrania con la equivocada pero benigna misión misericordiosa de Estados Unidos y el Reino Unido para ayudar a los iraquíes derrocando a un dictador malvado, al que Estados Unidos apoyó con entusiasmo hasta en sus peores crímenes, pero eso no es propio de la clase intelectual.

De nuevo, sin embargo, debemos ser justos. No todos están de acuerdo en que sea incorrecto hacer preguntas sobre la misión de Estados Unidos en Irak. Recientemente, hubo mucho alboroto porque Harvard rechazó al director de Human Rights Watch, Kenneth Roth, para un puesto en la Kennedy School, que rápidamente cambió de opinión por las protestas. Las credenciales de Roth fueron elogiadas. Incluso en un debate moderado por la conocida defensora de los derechos humanos Samantha Power, se posicionó en contra de que la invasión de Iraq se calificara de intervención humanitaria. (Michael Ignatieff, director del Centro Carr para los Derechos Humanos, argumentó que sí cumplía con los requisitos).

Qué suerte tenemos de que, en la cúspide del mundo intelectual, nuestra cultura sea tan libre y abierta que incluso podamos debatir si dicha operación fue un ejercicio de humanitarismo.

Los indisciplinados podrían preguntarse cómo reaccionaríamos ante un suceso análogo en la Universidad de Moscú.

Truthout

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