POR RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL* /
La reedición de Aquí nadie es forastero (1986), de Mauricio Archila, para integrar la Biblioteca Diego Montaña Cuéllar, de la Unión Sindical Obrera (USO), recupera un libro cuya importancia se destaca en la ya prolija obra de su autor como en la historiografía social colombiana. Viene a ser una de esas investigaciones que son perennes en su pretensión educativa de formar historiadores sociales profesionales. Al igual que en rescatar, mostrar, en toda su fuerza heurística, el vigor y el valor de una cultura popular-radical, rebelde, en una región decisiva, en el siglo XX colombiano.
Barranca es epicentro de la industria petrolera como enclave del moderno imperialismo hasta la conformación de Ecopetrol, producto de una huelga de masas que logró hacer cumplir la reversión de la concesión de Mares, propiedad de la Tropical Oil Company. A la postre, un tribunal falló a favor de la exigencia de los trabajadores. Es un capítulo estelar del nacionalismo, con beneficios al Estado, maltrecho e interferido por distintos poderes, entre ellos, el de la violencia política y privada. Al igual que los embates de la transnacionalización del oro negro, que ha sido el signo dominante de la economía del mercado mundial.
Colombia ganó transitoriamente en soberanía, pero desaprovechó una oportunidad para crear una gran empresa estatal, minera y petrolera, que sirviera de herramienta, con un verdadero Plan Nacional, para generar valor agregado en beneficio del país. Prefirió el fácil y cómodo camino de subordinar la empresa al interés transnacional, debilitándola con el espejismo de la privatización paulatina, al mismo tiempo que operaba en buena parte como caja financiera del gobierno central.
De otro lado, Barranca fue el epicentro de la insurrección del 9 de abril que se vivió en Colombia, e inició en Bogotá, a raíz del crimen de Jorge Eliécer Gaitán. Acontecimiento multitudinario y variopinto en sus expresiones, profundamente dramático, donde el Centro Histórico de la capital fue, en gran parte, destruido, alcanzando una cifra de alrededor de mil muertos y varios desaparecidos. Un día del odio y la venganza que se prolongó unos días más. Pero, igual, un despliegue de energía, con el propósito de derrumbar el gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez para instaurar un gobierno liberal-popular, que restableciera el orden, la paz y propiciara justicia ante el asesinato de su líder, que tenía un profundo acatamiento y quien aparecía como el seguro ganador en las elecciones presidenciales que se avecinaban.
En Barranca fue distinta la experiencia de ese levantamiento, que tenía el mismo motivo y propósito. Fue organizada, fabricaron armas y hasta cañones, al igual, crearon batallones de milicianos. Pero fue abrumadoramente pacífica, ya que la violencia fue marginal, minoritaria, ante la magnitud de los acontecimientos y la propagación de las noticias sobre los trágicos y confusos sucesos en Bogotá y otros lugares del país.
En Barranca, se controló el Aeropuerto, los campos y la refinería. La ciudad entera construyó redes sociales para proveer los alimentos en forma colectiva, dándose la comunicación boca a boca. También propició una vigilancia comunitaria. Se constituyó una junta de gobierno que nombró un alcalde cívico, el líder gaitanista Rafael Rangel, que luego se convirtió en jefe guerrillero. En fin, acertó Gonzalo Buenahora al bautizar en un libro suyo tan extraordinaria experiencia como la Comuna de Barranca. Vino luego, a pesar de lo pactado, la militarización de la ciudad, el encarcelamiento y la persecución, con consejos de guerra contra varios de los luchadores. Comenzaba la contrarrevolución en Colombia. La cultura radical volvería a hacer presencia en los años 60 y 70, pero esta es otra historia.
De esto y mucho más se ocupa la investigación de Mauricio Archila, cuyo periodo está acotado entre los años 20 y el 9 de Abril de 1948, y se prolonga a la nacionalización y la violencia. El método de investigación que incorporó y ha enriquecido el autor en su saga intelectual es el de la historia oral combinada con la escrita, pero descansando principalmente en la primera, con la urgente búsqueda de la memoria de los de abajo.
Su perspectiva heurística utiliza el cruce de fuentes. El autor sale avante en el propósito de lograr un relato coherente en permanente tensión con los matices encontrados y las honduras de psicología social que se exploran en estas memorias colectivas.
El arte de esta historia de Mauricio Archila es hacer uso fidedigno de las voces consultadas, pero en una orquestación temática y de intensidades donde se logra armonizar la apuesta coral. En cada capítulo y tema, hay distintos actores, que a su vez son los mismos.
No se trata, entonces, solo de un libro testimonial, documental, que lo es, sino de un relato histórico en el que el autor va glosando sus apreciaciones, sus conceptos, sus conclusiones, al ritmo de los acontecimientos, logrando lo principal: que lo oral y lo escrito sean relato, narración histórica de calidad. En este tema de la memoria colectiva de la historia oral, el autor reconoce la compañía de Orlando Fals Borda, Alfredo Molano, Arturo Álape, y resalta la investigación-acción participativa, que enriquece entre nosotros el concepto de praxis.
Es una historia que acude al reconocimiento de los sin-reconocimiento, de las evocaciones, imaginarios y recuerdos de los del común, teniendo en cuenta la circularidad cultural hacia arriba. Es una historia que dice no solo lo que calla la historiografía elitista, oficial y académica, sino que relata la prosa de los rebeldes, quienes asumen vocería en el relato. Lo de la circularidad cultural viene de la influencia del clásico Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos, el formidable estudio sobre las vicisitudes de Domenico Scandella, llamado Menocchio, quien, a su vez, lo leyó en Mijaíl Bajtín.
La introducción a la obra es una guía al viaje a Barranca que puede ser utilizada como referente para otras investigaciones. Tiene la virtud de incluir unas comparaciones bien trabajadas, como las de los historiadores sociales británicos y las de investigadores latinoamericanos.
Aparecen, como apoyo a la investigación, los documentos y referentes bibliográficos, solo de manera indispensable, porque el autor no quiere opacar la fuerza de su narrativa directa, de la prosa que ha reelaborado. Sale también avante en este propósito. Ahora bien, sabemos que las imágenes, a la manera de las caricaturas, y el fotoperiodismo, acompañado de cuadros y mapas, son valiosos como documento y lenguaje. En esta edición de Aquí nadie es forastero hay un acierto con esta narrativa.
El escenario del trabajo de Mauricio Archila ha sido el CINEP, que le da una impronta dialogal con los equipos allí conformados, al igual que ser profesor en el Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Humanas, de la Universidad Nacional. El autor ha sabido sacar provecho de excelencia académica y de compromiso social de esta doble morada laboral.
El personaje de Gonzalo Buenahora está bien aprovechado en su múltiple condición: de actor importante, de testigo y de cronista de esta historia de Barranca, además de novelista de costumbres e impresiones sobre el demiurgo de toda esta historia de la cultura popular rebelde, que es el oro negro.
Aquí nadie es forastero es una microhistoria. Está centrada en el dilatado proceso de formación de una cultura popular radical, rebelde, que va teniendo, de manera decisiva en su conformación y múltiples experiencias, una decisiva presencia proletaria, hasta su ocaso en la derrota del 9 de abril y la violencia. Este aserto de Mauricio Archila es relevante:
A estas características hay que agregar otras con el objetivo de completar el cuadro de lo que era la cultura popular de Barranca. En primera instancia, el peso del elemento obrero en la población hizo que, por lo menos hasta los años cincuenta, la cultura popular del municipio fuese básicamente obrera. (p. 150)
Barranca no se agota en lo regional; se proyecta en lo nacional e internacional. Su dinámica es singular; está contextualizada con agencias socio-económicas y político-culturales, que están ancladas en su espacialidad. En estricto sentido, Barranca nació como aldea que evolucionó hacia un campamento de colonización, minera y proletaria, para dar paso a una ciudad industrial-petrolera, hasta ir conformando la ciudad moderna. Desde siempre, tuvo la dimensión cosmopolita de ciudad abierta, con apego a las libertades y tolerancia política que encontraron en los pliegos de peticiones de la Unión Sindical Obrera una exigencia radical. Esta organización ha cumplido un papel descollante en la personalidad histórica de la ciudad por sus aportes político-sociales, organizativos y por su protagonismo en los movimientos huelguísticos y en la rebelión popular.
La experiencia de los Saturnales, como grupo literario, y su despliegue activista en la promoción de la cultura, tal como es destacado aquí, viene a mostrar un arraigo por parte de intelectuales a lo popular-local, al igual que del país. La visita variopinta de personalidades del arte y la literatura refuerza el interés colectivo por la cultura y la consciencia de los Saturnales, por promoverla donde era inexistente esa actividad. Algo parecido ocurrió con la política como forma de socialización de lealtades, pasiones e ideas que le daban animación a la ciudad-puerto, porque esta es otra dimensión de Barranca, lo cual se ligaba a un periodismo local-popular.
La visita de personajes nacionales, como Guillermo Valencia, quien acuñó la acogida metáfora de Barranca como universidad del trabajo, refiriéndose a la disciplina laboral en la explotación petrolera, se suma a la de María Cano y Jorge Eliécer Gaitán. Eran acontecimientos que promovían diálogos y son recuerdos que se mantienen con orgullo. Otros personajes de primer orden son “El negro” Diego Luis Córdoba, Gilberto Vieira, Gerardo Molina, Jorge Zalamea, Diego Montaña Cuéllar, Antonio García y el gran personaje de leyenda, Raúl Eduardo Mahecha, organizador de la USO y de las huelgas obreras.
Las costumbres en común son expresiones que visualizan la cultura popular en formación y el encuentro con lo que viene desde arriba, de lo establecido, como la religión y sus agentes, en particular, los jesuitas. La diversión en las cantinas y prostíbulos. Las mujeres, subordinadas y minoritarias. La música. El centro social como único lugar para las reuniones de familias y los bailes convencionales. La educación, que era la principal actividad de los jóvenes. Los deportes. Las viviendas, que delatan el precario alcance redistributivo del salario proletario y del paternalismo de la compañía petrolera. En fin…
Aquí nadie es forastero es la historia de la vida cotidiana y de las luchas, en especial, de la Comuna de Barranca, constelación originaria de todos los colores, afrodescendientes, indígenas, mestizos de la Costa Atlántica, labriegos antioqueños, campesinos que proveían de alimentos, braceros y pescadores del Río Grande de la Magdalena, que fue también epicentro de grandes luchas proletarias, al constituir un cordón marinero de culturas anfibias, de la cual la ciudad-puerto de Barranca tuvo un papel importante que se resaltó en los tiempos de la FEDENAL. El trasegar de Barranca fue petrolero, de diásporas, de la magnificencia del Magdalena y de las culturas tradicionales supérstites de campesinos, artesanos y marineros, de la Rabona, pintada como un cocodrilo y asumida por el proletariado y el pueblo de Barranca como un símbolo suyo.
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- Archila, Mauricio. Aquí nadie es forastero, testimonios sobre la formación de una cultura radical: Barrancabermeja 1920-1950. CINEP, Bogotá. 1986.
- Profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor titular y director del Doctorado en Derecho de la Universidad Libre. Texto adscrito al grupo de investigación Filosofía y Teoría Jurídica Contemporánea, de la Universidad Libre.
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