POR OCTAVIO QUINTERO
Todos tenemos derechos fundamentales prescritos en las constituciones de todo el mundo, hasta en aquellos países de gobiernos y partidos autocráticos, en tanto pertenezcan a la ONU, cuya Declaración Universal de Derechos Humanos, su base fundacional, les obliga. Pero –siempre hay un pero— del dicho al hecho hay mucho trecho, dice el adagio; no todos podemos gozar de esos derechos, y es patético.
Tal vez, por ser proclamados en 1948 sobre los despojos aún humeantes de la Segunda Guerra Mundial, su énfasis político opacó los económicos, sin los cuales, todos los demás se vuelven nugatorios. Porque, también resulta cierto que sin autonomía económica, no hay libertad real, en el sentido más amplio del término.
Aquí está la clave: … “Toda persona tiene derecho a… obtener la satisfacción de los derechos económicos… indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad” (art. 22 de la Carta de la ONU). Los artículos siguientes, 23, 26 y 27, refuerzan el derecho a ciertos mínimos sociales, laborales, de salud, vivienda, alimentación y educativos, de los cuales estamos lejos, sobre todo las clases económicamente menos favorecidas, estén en Suecia o en Haití, guardando las proporciones.
La Renta Básica Universal (RBU), cuya propuesta está sobre la mesa de las corrientes progresistas, desarrollaría ese derecho fundamental económico y daría alcance más real a los demás derechos consagrados en la Carta de la ONU. La RBU es una asignación monetaria, individual, incondicional y universal, que no debe confundirse con los subsidios condicionados que todos los gobiernos, sobre todo los clientelares, dirigen a las poblaciones pobres y vulnerables; la RBU va más allá del puro sentido económico. Investigaciones en curso en países donde va camino a convertirse en realidad (Finlandia, Holanda, Canadá, Escocia y Francia), la asocian a la buena salud mental de las personas, al darles autonomía para gastar la plata sin tener que rendir cuentas a nadie. La vida familiar, en mi concepto, ofrece un ejemplo contundente de esta premisa: a todo hijo(a) que va generando ingresos propios le dan las llaves de la casa para que entre a la hora que quiera, y esa sola decisión de libertad, devenida de su nueva autonomía económica, los empodera y los vuelve más responsables de sus propios actos.
Pero el ejemplo patético de limitación a la libertad, de nuevo en su más amplia acepción, que causa la dependencia económica, se ofrece por estos días en Colombia: ante la inminencia de un cambio de régimen de derecha por uno con tendencia de izquierda, los trabajadores están siendo amenazados por los empresarios con despedirlos de los puestos si no apoyan la opción continuista de la derecha. Seguramente, si tuvieran el seguro de una renta básica, propuesta que tiene bloqueada el gobierno en el Congreso, tal chantaje no tendría cabida en su libertad de elegir y ser elegido. La extorsión electoral se replica también con la población subsidiada, y se hace medible, verificable y comprobable en las regiones más pobres donde el proselitismo se desarrolla a través de la compraventa de votos. Seguro se replica, en sus diversos matices, en todos los países donde las condiciones de pobreza imperan sobre la población.
Conclusión: no hay libertad real sin autonomía económica. “Amigo cuánto tienes, cuanto vales”, dice la canción Oropel, bien titulada, por cierto. Esa es la ley dominante de la vida, al menos, mientras el poderoso señor siga siendo don dinero. Todo lo demás es filosofía o teoría socioeconómica que, de vuelta, lo social subyace a lo económico… Y la Constitución de Colombia, que proclama un Estado Social de Derecho, vuelve como claro ejemplo del aserto, a tal punto, que muchas personas, que uno consideraría inteligentes, piensan y defienden que para arreglar las cargas bastaría con reformar la Constitución, como si el problema fuera de textos, no de interpretación y modelos y, sobre todo, de la condición humana, que hace que su codicia domine hasta su sentido común de supervivencia.
Fin de folio.- “El que tenga oídos, que oiga”: Mateo 13:9-15. “Los ladridos de la OTAN a las puertas de Rusia llevaron al presidente Vladimir Putin a reaccionar mal y desencadenar el conflicto”: Jorge Mario Bergoglio, papa Francisco.
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