La respuesta de Irán y el principio del ocaso sionista (Israel)

POR OMAR ROMERO DÍAZ

La historia suele repetirse, pero no siempre como tragedia o comedia. A veces, lo hace como consecuencia inevitable. Lo que ha ocurrido en la ciudad portuaria de Haifa, corazón industrial y militar de Israel, es más que una respuesta militar de Irán: es un giro de la historia, un sacudón a la arrogancia de un régimen que ha hecho del victimismo una excusa para masacrar.

Durante décadas, Israel ha sostenido su poder sobre dos pilares: el apoyo incondicional de las potencias occidentales y la narrativa de ser el único bastión civilizatorio en medio de un “mundo salvaje”. Bajo esa lógica se justificó todo: la ocupación, la limpieza étnica, los asentamientos ilegales, el apartheid, los asesinatos selectivos y el más reciente y brutal de todos: el genocidio palestino.

Más de 16.000 niños y 70.000 civiles palestinos asesinados en menos de dos años, sin que la comunidad internacional detenga la masacre. Gaza, tierra sitiada, se convirtió en campo de exterminio al aire libre.

Pero el ataque de Israel a instalaciones científicas y militares iraníes, bajo el pretexto de frenar un supuesto programa nuclear (sin pruebas, como siempre), marcó un punto de quiebre. No fue Palestina. No fue un pueblo desarmado. Fue Irán. Y esta vez, la respuesta llegó.

Irán no solo reaccionó: lo hizo con precisión quirúrgica, con contundencia estratégica, y con una señal política clara: el tiempo de la impunidad israelí se acabó.

La respuesta sobre Haifa no fue simbólica, fue estructural. El sistema de defensa “Domo de Hierro”, orgullo tecnológico de Tel Aviv y vendido como infalible, se deshizo como papel mojado. Las instalaciones militares, portuarias e industriales fueron alcanzadas, y lo que quedó al descubierto no fue solo una infraestructura dañada, sino el mito mismo de la superioridad militar sionista.

Esa misma soberbia que les hizo creer que Irán reaccionaría como Gaza, o que se acobardaría ante las amenazas, ha terminado por volverse en su contra.

Benjamin Netanyahu

Benjamin Netanyahu, el bravucón primer ministro israelí que alimentó esta crisis, desapareció. Escondido, acorralado o autoexiliado, no ha dado la cara a sus propios colonos que hoy corren despavoridos a los refugios. ¿Dónde está su líder? ¿Dónde quedó su valentía de micrófono? Lo que queda es el eco de una derrota moral, política y militar.

Israel ha vivido bajo el espejismo del poder absoluto. Ha destruido la vida de millones de palestinos con la complicidad de Estados Unidos y Europa, silenciado voces, criminalizado la resistencia, manipulado el Holocausto como escudo moral. Pero la historia no se detiene, y hoy toca la puerta del régimen sionista con una verdad irrefutable: quien vive de la violencia, muere en la contradicción.

Este episodio deja varias lecciones. La primera: no hay poder eterno cuando se construye sobre sangre inocente. La segunda: el Sur Global observa, aprende, y también responde. Y la tercera: el colonialismo, por más moderno que se pinte, siempre terminará enfrentándose al límite de la dignidad humana.

Hoy Haifa en Israel arde. No por odio, sino por justicia histórica. Y esa justicia por más que la bombardeen siempre encuentra el camino para hablar.