Camilo, el precursor de la teología de la liberación

Camilo Torres Restrepo (1929-1966).

POR ADOLFO GILLY /

N de la R. El destacado historiador argentino-mexicano e internacionalista revolucionario, Adolfo Gilly amablemente nos ha hecho llegar una sugerente semblanza del sacerdote colombiano Camilo Torres Restrepo, en la que narra su relación personal con él durante su visita a Bogotá en mayo 1965. El texto está acompañado por el Mensaje a los cristianos de autoría del padre Camilo, el cual tiene plena vigencia en la convulsionada Colombia del siglo XXI.

Aprovechando la gentil deferencia del profesor Gilly, La Rosa Roja ha considerado propicio hacer una entrega especial con textos de Camilo como el Mensaje a los Estudiantes, el Mensaje a los no alineados y la Plataforma del Frente Unido. Cerramos este especial con la nota periodística del profesor Ricardo Sánchez Ángel que lleva por título: Camilo Torres Restrepo y la Sociología publicada en marzo de 2016 por Cuadernos del Pensamiento Crítico Latinoamericano de CLACSO (Buenos Aires) y en versión resumida por el diario El Espectador de Bogotá.

Publicamos el texto original tal y como el profesor Gilly nos lo ha enviado, dado que han circulado otras versiones equivocadas.

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Adolfo Gilly

En su nota remitente, el profesor Gilly explica que el título de su relato se debe a que Camilo Torres fue el precursor de la teología de la liberación, que hoy alcanza hasta el papa Francisco”.

“Camilo fue uno de mis amigos y compañeros más queridos, y me atrevo a decir que fue recíproco, como me lo dijo la que era en su equipo su secretaria más cercana, Guitemie Olivieri, cuando años después alcanzó a llegar a visitarme a la cárcel de Lecumberri en México”, expresa el autor.

Puntual y a la vez entrañable, esta semblanza del colombiano Camilo Torres (1929-1966) elaborada por Gilly, honra la figura del sacerdote y luchador de gran energía y sólido pensamiento político y social. En 1966 se unió al Ejército de Liberación Nacional (ELN) y, en su primera incursión, con poco o nulo entrenamiento, fue ultimado por el Ejército colombiano; tenía treinta siete años de edad. Sin embargo, su figura es sin duda emblemática del compromiso con los desposeídos de su país y de una enorme congruencia con su fe cristiana.

Gilly es autor de la clásica historia de la revolución mexicana, La revolución interrumpida (descargar el libro aquí), y otros importantes estudios históricos y políticos. Figura estelar del pensamiento y la acción de Nuestra América, en esta amena crónica relata  su encuentro con Camilo Torres Restrepo y las dimensiones de la personalidad de este.

Una obra clásica de Adolfo Gilly.

Camilo Torres Restrepo, el cura colombiano que tomó partido por los pobres de la tierra y se la jugó con ellos hasta el último día de su vida, murió el 15 de febrero de 1966.

Conocí a Camilo en Bogotá en mayo de 1965. Iba yo hacia Montevideo, de regreso de un extenso reportaje al Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre en las montañas de Guatemala, publicado después en Monthly Review, revista de la izquierda socialista y marxista independiente en Nueva York y Buenos Aires. Hice escala en Bogotá. Allí, mensajero de una carta de la editora porteña de la revista dirigida a Camilo Torres Restrepo, decano de la Escuela de Administración Pública en Bogotá, apenas llegado fui a buscar al destinatario. Subí al piso 14 de un edificio donde estaba su despacho, pregunté por el doctor Camilo Torres y, para mi sorpresa de marxista irredento, salió un cura a quien le dije que traía un mensaje para el profesor Camilo Torres. El aparecido me dirigió una mirada divertida y me dijo: “Sí. Camilo Torres soy yo.” Quién sabe cuál haya sido mi rostro de sorpresa, pero Camilo hizo como si nada, sonrió, pasamos a su despacho y comenzamos a conversar.

El diálogo, inesperado para ambos, duró los varios días de mi estancia en Bogotá: con Camilo, con monseñor Germán Guzmán, con Guitemie Olivieri y el equipo de ayudantes de Camilo en la Universidad y también, una tarde, con la madre de Camilo en su casa, dulce señora de quien hasta hoy, más de medio siglo y muchas peripecias después, guardo un recuerdo inolvidable.

Ilustración del padre Camilo Torres por Gabriela Pinilla.

Camilo me llevó en su carro a recorrer los barrios ricos de entonces, una especie de Polanco bogotano, de donde provenía su familia y cuyos domicilios me iba señalando; y después los barrios pobres de Bogotá. En largas conversaciones referí a él y a monseñor Germán Guzmán las experiencias de la guerrilla del Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre en Guatemala, dirigida por tres militares: el coronel Augusto Vicente Loarca y los tenientes Marco Antonio Yon Sosa y Luis Turcios Lima. El obispo escuchaba y tomaba afanosos apuntes, sólo después entendí por qué.

Meses después, ya en Montevideo, donde conversamos largamente con el director de Marcha, el inolvidable don Carlos Quijano, y con Eduardo Galeano, entonces joven y brillante secretario de redacción de veinticinco años de edad, publiqué un extenso reportaje sobre Camilo Torres. Era febrero de 1966. Para ese entonces Camilo ya se había ido a la montaña y el reportaje se titulaba “Camilo, guerrillero”. Estos son algunos de sus pasajes.

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Conversé en mayo último (1965) con Camilo en Bogotá. Camilo Torres es un hombre joven y tiene aspecto joven. Alto, habla con entusiasmo y también con pasión. Y si en las discusiones es capaz de tal pasión por las ideas, tiende al mismo tiempo a llevarlas a conclusiones prácticas y a medidas organizativas. No es un simple cura popular: tiene una formación política e intelectual, combinada con un interés por saber y entender lo que la gente piensa y siente. Estaba ansioso por conocer las experiencias de las guerrillas guatemaltecas. En su manera de aproximarse a los problemas y a los sentimientos del pueblo hay cierta similitud con la forma de análisis de Franz Fanon, aunque por entonces él no había leído los libros del teórico de la etapa insurreccional de la Revolución argelina. Esto es lo que escribía en esos días el cura colombiano, cuando era un sociólogo, en un estudio sobre la violencia:

Las guerrillas han impuesto la disciplina que los propios campesinos solicitaban; han hecho a la autoridad más democrática; y han otorgado confianza y seguridad a nuestras comunidades rurales. Mencionamos esto al discutir el sentimiento de inferioridad que ha desaparecido de las áreas campesinas donde el fenómeno de la violencia se ha manifestado. A pesar de todo, la violencia ha provocado un proceso social imprevisto para las clases dirigentes. Ha despertado la conciencia campesina; les ha dado solidaridad de grupo, un sentimiento de superioridad y seguridad en la acción que ha abierto posibilidades de progreso social y ha institucionalizado la agresividad, con el resultado de que el campesino colombiano comienza a preferir los intereses del campesinado a aquellos de los partidos tradicionales. Se constituirá, como efecto, un grupo de presión política socioeconómica capaz de producir los cambios estructurales en el sentido menos deseado y supuesto por las clases dirigentes. Podemos decir que “la violencia” ha sido para Colombia el cambio sociocultural más importante en las áreas campesinas desde la época de la conquista española.

Pregunté a Camilo si, en su opinión, toca a los cristianos tomar una decisión definida en estos temas. Me contestó:

–Pues claro. El cristiano, si quiere serlo realmente y no sólo de palabra, debe participar activamente en los cambios sociales. La fe pasiva no basta para acercarse a Dios. Es imprescindible la caridad. Y la caridad significa, concretamente, vivir el sentimiento de la fraternidad humana. Ese sentimiento se manifiesta hoy en los movimientos revolucionarios de los pueblos, en la necesidad de unir a los países débiles y oprimidos para acabar con la explotación. Los cristianos deben tomar partido con los oprimidos, no con los opresores.

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Camilo Torres tenía por entonces treinta y siete años de edad. Hijo de una familia aristocrática de Colombia, hasta mayo de 1965 fue el Decano de la Escuela de Administración Pública. En 1964 había sido separado de una cátedra en la Universidad Nacional de Bogotá por haber apoyado una huelga estudiantil. Profesor de sociología, junto con monseñor Germán Guzmán realizó investigaciones y estudios sobre la situación del campesinado colombiano. Hasta los dieciocho años de edad, cuando ingresó en el seminario, se había criado en las tierras de su familia, cabalgando con los orgullosos vaqueros de los llanos orientales de Colombia.

En la Universidad de Bogotá fue sacudido y arrastrado por los movimientos estudiantiles y fue no sólo un profesor sino también un dirigente para los estudiantes. Su renovado contacto con los campesinos vino después, cuando ya había vivido y participado en las luchas estudiantiles. Seguramente una y otra experiencia se unieron en su conciencia. Y Camilo, que hasta un tiempo antes trataba de explicar a las clases dirigentes que era necesario terminar con la situación de explotación, miseria y opresión del campesinado si querían evitar una violentísima explosión social, terminó por concluir que sólo una revolución que cambiara toda la estructura económica y social del país podía mejorar la situación del campesinado y que esa trasformación sería resistida por esas clases con todos los medios a su alcance. El sociólogo había dejado paso al revolucionario y el dirigente estudiantil se preparaba interiormente para convertirse en líder campesino.

Camilo Torres, para aquel mes de mayo de 1965, ya visitaba regularmente y contribuía a organizar pueblos campesinos en torno a sus necesidades y demandas comunitarias. En abril de 1965, la Curia colombiana decidió que Camilo debía ausentarse para estudiar en Bélgica. De este dilema crucial para su vida me habló en aquel mes de mayo. Si no se iba, lo pasaban al estado laical y debía abandonar la vestimenta sacerdotal, la sotana, me dijo. “¿Pero tú en verdad y en conciencia eres católico?”, le pregunté. “Por supuesto”, respondió. “Yo creo en Cristo y cuando en mi ruego converso con él lo llamo ‘Patrón’, porque es mi jefe, mi patrón.” “¿Y entonces, por qué te importa llevar o no la sotana?” “Mira”, me dijo, “yo creo en Cristo y mi relación con él no tiene que ver con la vestimenta que llevo. Pero para mis gentes, para los campesinos que en mí confían, la sotana es simbólica y es muy importante. Yo debo respetar ese sentimiento. La jerarquía lo sabe y por eso, si no me voy, quieren reducirme al estado laical.” “Pues me parece que no te queda de otra que explicar la situación y el dilema a las comunidades campesinas que te escuchan y confían en ti”.

En mis apuntes de entonces quedó así registrado. Camilo atravesó un conflicto interior: ¿irse, para mantener su posición en la Iglesia y luego regresar, o quedarse y afrontar una ruptura inmediata? Irse podía significar que los estudiantes y campesinos que lo apoyaban lo consideraran un desertor. Quedarse era romper con la Iglesia institucional de la cual se sentía parte integrante. Todo indica que la presión de su propia gente resolvió el conflicto. Camilo rehusó cumplir las órdenes de la Curia y pidió ser reducido al estado laico, sin por ello renunciar al sacerdocio.

A partir de entonces, toda su actividad se concentró en la campaña por el Frente Unido del Pueblo, mítines y sobre todo la publicación del semanario Frente Unido a partir de agosto de 1965, dirigido por el propio Camilo Torres. En su primer número, fechado en Bogotá el 26 de agosto de 1965, publicó un manifiesto titulado “Mensaje a los cristianos”. Allí definió sus creencias, sus ideas, sus compromisos y su vida.

El 15 de febrero de 1966, hace cincuenta y cinco años, moría Camilo en un enfrentamiento militar. Hasta hoy el Ejército colombiano no ha dicho en dónde quedaron sus restos. El día ha de llegar…

Apenas incorporado a la guerrilla y sin instrucción militar, su primera misión asignada fue cruzar la línea de fuego e ir a rescatar un fusil abandonado por el ejército para conquistar su primer arma, según un ritual absurdo de cierta norma guerrillera: un “bautismo de fuego”, por así llamarlo. Camilo se aventuró, solitario, y el ejército lo mató. Debo pensar, también, que fue un alivio para la “jerarquía” de esa guerrilla en la cual la presencia de una figura como Camilo Torres echaba involuntaria sombra sobre sus jefes orgánicos. Fabio Vázquez Castaño se llamaba el comandante que permitió esa aventura. Murió mucho después, como exiliado y refugiado en Cuba.

Un hecho resulta diáfanamente claro: Camilo Torres nunca llegó a ser guerrillero. Lo mataron en su primer empeño. El mito de “Camilo, el cura guerrillero”, todavía hoy en circulación, es una falsa utilización de su figura para fines ajenos a sus ideas, sus luchas y su vida. No me propongo aquí juzgar a quienes lo usan. Nomás preciso que es una mentira.

Para mi inmensa sorpresa, un domingo de agosto o septiembre de 1971, a la crujía N de la Cárcel de Lecumberri, donde estaba preso desde 1966, vino a visitarme Guitemie Olivieri. Me habló largamente de Camilo y de nuestro encuentro de aquellos días en Bogotá. Pero esta es otra historia y no estoy yo ahora para contarla ni ustedes para saberla.

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A la mitad del año 1965, Camilo Torres lanzó en Bogotá el periódico Frente Unido, vocero de una nueva organización, el Frente Unido del Pueblo. Desde un principio, el Frente Unido se declaró ajeno a la participación electoral en el sistema político oligárquico existente en Colombia y anunció su propósito de organizar a los campesinos, los trabajadores y el pueblo pobre y oprimido. En la primera edición, el 26 de agosto de 1965, apareció un “Mensaje a los cristianos”de Camilo Torres, primero de una serie donde fue delineando y explicando sus ideas, sus razones y sus objetivos.

Entre agosto y noviembre de ese año, Frente Unido publicó otros ocho mensajes de Camilo dirigidos a distintos sectores de la nación colombiana: a los comunistas, a los militares, a los sindicalistas, a las mujeres, a los estudiantes, a los desempleados, a los presos políticos y a la oligarquía.

La serie se cerró cuando Camilo Torres decidió sumarse a la lucha guerrillera. En enero de 1966 lanzó una “Proclama al pueblo colombiano” donde explicaba sus razones para incorporarse al Ejército de Liberación Nacional encabezado por Fabio Vázquez Castaño. Un lector atento puede advertir un marcado cambio de estilo entre este documento y los ocho mensajes anteriores. Pero aquí se cierra la serie y más no sabemos.

Camilo Torres Restrepo murió hace cincuenta y cinco años en su primer enfrentamiento armado con el ejército. No estaba preparado, aún no sabía de fusiles ni emboscadas. Tal vez le urgía dar testimonio de su empeño ante sí mismo y ante sus compañeros que no supieron protegerlo. Era el 15 de febrero de 1966. Nacido el 3 de febrero de 1929, apenas había cumplido los treinta y siete años de su edad, que en ese entonces era también la mía.

Su “Mensaje a los cristianos” es tal vez el más revelador y el más sentido de la serie sucesiva. Hablaba a los suyos y, a su manera, a aquel que Camilo llamaba su Patrón. Aquí se reproduce su texto, homenaje y recuerdo.

Mensaje a los cristianos por Camilo Torres

Las convulsiones producidas por los acontecimientos políticos, religiosos y sociales de los últimos tiempos posiblemente han llevado a los cristianos de Colombia a mucha confusión. Es necesario que en este momento decisivo para nuestra historia los cristianos estemos firmes alrededor de las bases esenciales de nuestra
religión.

Lo principal en el Catolicismo es el amor al prójimo. “El que ama a su prójimo cumple con su ley”. (San Pablo, Romanos xiii, 8). Este amor, para que sea verdadero, tiene que buscar eficacia. Si la beneficencia, la limosna, las pocas escuelas gratuitas, los pocos planes de vivienda, lo que se ha llamado “la caridad”, no alcanza a dar de comer a la mayoría de los hambrientos, ni a vestir a la mayoría de los desnudos, ni a enseñar a la mayoría de los que no saben, tenemos que buscar medios eficaces para el bienestar de las mayorías.

Esos medios no los van a buscar las minorías privilegiadas que tienen el poder, porque generalmente esos medios eficaces obligan a las minorías a sacrificar sus privilegios. Por ejemplo, para lograr que haya más trabajo en Colombia, sería mejor que no se sacaran los capitales en forma de dólares y que más bien se invirtieran en el país en fuentes de trabajo. Pero como el peso colombiano se desvaloriza todos los días, los que tienen el dinero y tienen el poder nunca van a prohibir la exportación del dinero, porque exportándolo se libran de la devaluación.

Es necesario entonces quitarles el poder a las minorías privilegiadas para dárselo a las mayorías pobres. Esto, si se hace rápidamente, es lo esencial de una revolución. La Revolución puede ser pacífica si las minorías no hacen resistencia violenta. La Revolución, por lo tanto, es la forma de lograr un gobierno que dé de comer al hambriento, que vista al desnudo, que enseñe al que no sabe, que cumpla con las obras de caridad, de amor al prójimo, no solamente en forma ocasional y transitoria, no solamente para unos pocos, sino para la mayoría de nuestros prójimos. Por eso la Revolución no solamente es permitida sino obligatoria para los cristianos que vean en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos. Es cierto que “no haya autoridad sino de parte de Dios” (San Pablo, Romanos XXI, 1). Pero Santo Tomás dice que la atribución concreta de la autoridad la hace el pueblo.

Cuando hay una autoridad en contra del pueblo, esa autoridad no es legítima y se llama tiranía. Los cristianos podemos y debemos luchar contra la tiranía. El gobierno actual es tiránico porque no lo respalda sino el 20 por ciento de los electores y porque sus decisiones salen de las minorías privilegiadas.

Los defectos temporales de la Iglesia no nos deben escandalizar. La Iglesia es humana. Lo importante es creer también que es divina y que si nosotros los cristianos cumplimos con nuestra obligación de amar al prójimo, estamos fortaleciendo a la Iglesia.

Yo he dejado los privilegios y deberes del clero, pero no he dejado de ser sacerdote. Creo que me he entregado a la Revolución por amor al prójimo. He dejado de decir misa para realizar ese amor al prójimo, en el terreno temporal, económico y social. Cuando mi prójimo no tenga nada contra mí, cuando haya realizado la Revolución, volveré a ofrecer misa si Dios me lo permite. Creo que así sigo el mandato de Cristo: “Si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (San Mateo V, 23-24).

Después de la Revolución los cristianos tendremos la conciencia de que establecimos un sistema que está orientado por el amor al prójimo.

La lucha es larga, comencemos ya…

Bogotá, 26 agosto 1965.

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Mensaje a los estudiantes

POR CAMILO TORRES RESTREPO /

Los estudiantes son un grupo privilegiado en todo país subdesarrollado. Las naciones pobres sostienen a costos muy altos a los pocos egresados de colegios y universidades. En Colombia, en particular, dada la gran cantidad de colegios y universidades privadas existentes, el factor económico se ha constituido en un factor determinante en la educación. En un país con un 60% de analfabetas funcionales, 8% de bachilleres y 1& de profesionales, los estudiantes son uno de los pocos grupos que tienen instrumentos de análisis sobre la situación colombiana, de comparación con otras situaciones y de información sobre las posibles soluciones.

Además el estudiante universitario (el de las universidades donde no hay delito de opinión) y el de los colegios donde hay libertad de expresión tiene, simultáneamente, dos privilegios: el de poder ascender en la escala social mediante el ascenso en los grados académicos, y el de poder ser inconforme y manifestar su rebeldía sin que esto impida este ascenso. Estas ventajas han hecho que los estudiantes sean un elemento decisivo en la revolución latinoamericana. En la fase agitacional de la revolución, la labor estudiantil ha sido de gran eficacia. En la fase organizativa su labor ha sido secundaria en Colombia. En la lucha directa, no obstante las honrosas excepciones que se han presentado en nuestra historia revolucionaria, el papel tampoco ha sido determinante.

Nosotros sabemos que la labor agitacional es importante pero que su efecto real se pierde si no va seguida de la organización y de la lucha por la toma del poder. Una de las causas principales para que la contribución del estudiante a la Revolución sea transitoria y superficial es la falta de compromiso del estudiante en la lucha económica, familiar y personal. Su inconformismo tiende a ser emocional (por sentimentalismo o por frustración) o puramente intelectual. Esto explica también el hecho de que al término de la carrera universitaria el inconformismo desaparezca o por lo menos se oculte y el estudiante rebelde deja de serlo para convertirse en un profesional burgués que para comprar los símbolos de prestigio de la burguesía tiene que vender su conciencia a cambio de una elevada remuneración.

Estas circunstancias pueden ocasionar graves peligros a una respuesta madura y responsable de los estudiantes al momento histórico que está viviendo Colombia. La crisis económica y política se está haciendo sentir con todo el rigor sobre los obreros y los campesinos. El estudiante, generalmente aislado de estos, puede creer que basta una actitud revolucionaria superficial o puramente especulativa. Esa misma falta de contacto puede hacer que el estudiante traicione su vocación histórica; que, cuando el país le exige una entrega total, el estudiante continúe con palabrería y buenas intenciones, nada más. Que cuando el movimiento de masas le exige un trabajo cotidiano y continuo, el estudiante se conforme con gritos, pedreas y manifestaciones esporádicas. Que cuando la clase popular les exige una presencia efectiva, disciplinada y responsable en sus filas, los estudiantes contesten con promesas vanas o disculpas. Es necesario que la convicción revolucionaria del estudiante lo lleve a un compromiso real, hasta las últimas consecuencias. La pobreza y la persecución no se deben buscar. Pero, en el actual sistema, son las consecuencias lógicas de una lucha sin cuartel contra las estructuras vigentes. En el actual sistema, son los signos que autentifican una vida revolucionaria. La misma convicción debe llevar al estudiante a participar de las penurias económicas y de la persecución social de que participan los obreros y campesinos. Entonces, el compromiso con la revolución pasa de la teoría a la práctica. Si es total, es irreversible; el profesional no podrá volverse atrás sin una flagrante traición a su conciencia, a su pueblo y a su vocación histórica.

No quiero dogmatizar sobre el momento de la coyuntura revolucionaria que estamos viviendo. Quiero solamente exhortar a los estudiantes a que ellos tomen contacto con las auténticas fuentes de información para determinar cuál es el momento, cuál su responsabilidad, y cuál tendrá que ser en consecuencia la respuesta necesaria. Personalmente, creo que estamos acercándonos aceleradamente a la hora cero de la revolución colombiana. Pero esto no se lo podrán decir con la debida autoridad, sino los obreros y campesinos. Si ellos «ascienden a la clase popular», sin ninguna clase de paternalismo, con el ánimo más de aprender que de enseñar, podrán juzgar objetivamente el momento histórico.

Sería sin embargo estéril y desgraciado que los estudiantes colombianos que han sido la chispa de la revolución permanecieran al margen de ésta por cualquier causa; por falta de información, por superficialidad, por irresponsabilidad o por miedo.

Esperamos que los estudiantes respondan a la llamada que les hace su Patria en este momento trascendental de su historia y que para eso dispongan su ánimo para oírla y seguirla con una generosidad sin límites.

Periódico Frente Unido, número 9, Bogotá, 1965.

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Mensaje a los no alineados

POR CAMILO TORRES RESTREPO /

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Plataforma del Frente Unido del pueblo colombiano (1965)

POR CAMILO TORRES RESTREPO /

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Camilo Torres Restrepo y la Sociología

POR RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL* /

En la formación temprana de Camilo está el haber ingresado a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional (1947). Entonces se relacionó con los dominicos Blanchet y Nielly quienes pregonaban un cristianismo social. Se ordenó sacerdote en 1954 y se matriculó en la Universidad Católica de Lovaina en la Escuela de Ciencias Sociales y Políticas donde obtuvo su licenciatura en sociología (1958). Se vinculó a las experiencias proletarias de los mineros belgas y a las corrientes renovadoras católicas pero también al fuerte ambiente tercer mundista, especialmente el de la liberación de Argelia y de Cuba, de la mano de su amiga Guitemie Oliviéri. Se especializó en la Facultad de Sociología de la Universidad de Minnesota en Sociología Urbana y del Trabajo en calidad de Honorary Fellow. Su tesis de grado en Lovaina sobre “La proletarización de Bogotá” (1961) introduce la combinación de análisis cuantitativos y cualitativos con un sorprendente acervo documental. Constituye el primer estudio moderno de sociología urbana.

Ricardo Sánchez Ángel

Camilo presentó este trabajo en varios eventos y la utilizo en sus cursos en la Universidad Nacional y en la Escuela Superior de Administración Publica (ESAP).

La generación de Camilo Torres le tocó inaugurar y sentar las bases de la sociología como campo de saber formalizado, delimitado y profesional, con autonomía académica.

En 1960 se fundó la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional bajo el liderato académico de Orlando Fals Borda. Camilo Torres se vinculó como cofundador docente y formó parte del consejo directivo de la Facultad. En su escrito de 1961 “La sociología en Colombia” Camilo la define como una “ciencia objetiva y positiva, sometida a la constatación empírica y susceptible de formular leyes respecto de la sociedad. Concebida así la sociología puede ser una ciencia  que establezca un piso en común, entre gentes de diversa ideología” buscando colaboración entre las ciencias sociales positivas. En su programa de sociología de 1960, establece como libro de texto, Max Weber Economía y Sociedad y libro de consulta T. Parsons Economy and Society.

Camilo explicita su concepción de la Facultad de frente a distintos ataques que distorsionaban su papel. Explica la oposición en razón de la situación de subdesarrollo cultural como producto del colonialismo que induce a la sumisión y al anacronismo de las mentalidades. Por ello se repasan propósitos misionales:

1. La búsqueda de lo empírico-positivo para la objetividad.

2. El trabajo en equipo para garantizar mayores aportes tanto en hechos, datos y cifras como en lo cualitativo, en la construcción conceptual y en la formulación de su tesis.

3. Jerarquizar los problemas enfatizando en los más urgentes, sin desconocer que: “Los estudios siempre serán un aporte a la ciencia, si son hechos seriamente”.

4. La importancia de la extensión como divulgación de los resultados investigativos, libros, revistas y conferencias para: “en una palabra, crear una mentalidad en el público en general”. Y agrega sabiamente: “Una institución universitaria depende de toda la sociedad que la rodea, tanto para su existencia, como para su actividad y para la absorción de sus egresados”.

Camilo al defender la trascendencia de la sociología no soslaya la importancia del marxismo en las ciencias sociales y humanas. Denomina con gracia a “Marx, genio aficionado a la sociología”.

No obstante escribe deliciosamente esta ironía: “…se ha tratado de copiar servilmente y he ahí el origen de nuestro comunismo criollo, que de criollo no tiene sino sus adherentes”. Su blanco burlesco no es solo el comunismo criollo, también la democracia cristiana, el liberalismo y el conservatismo que plantean jergas y estereotipos y no soluciones reales. En el campo intelectual-político Camilo tuvo relaciones con los comunistas, tanto estudiantes como profesores. Diego Montaña Cuellar fue su interlocutor y lo acompaño en el Frente Unido Del Pueblo. En su mensaje a los Comunistas (Frente Unido No. 2 de 1965) esclarece de manera contundente su postura declarando que no es comunista, ni nunca lo será pero que igualmente no es anticomunista y que hay que continuar con los acuerdos unitarios con este partido al igual que con todas las fuerzas políticas y sociales interesadas en la revolución.

El autor concluye con esta valoración positiva: “Dado el retardo que Colombia siempre ha manifestado, respecto de la evolución mundial, es realmente admirable que hoy tenga la primera facultad de sociología de América Latina. Esto muestra un progreso real no solamente en el campo universitario sino en la mentalidad en general del país”.

En su escrito “El problema de la estructuración de una auténtica sociología latinoamericana” (1961), Camilo situó la encrucijada de la sociología latinoamericana en la combinación de anacronismo y colonialismo. El lento proceso de emancipación se dio situando a la sociología en nuestras realidades, profesionalizándola con una camada de sociólogos provenientes de Europa y Estados Unidos que investigaron en forma empírico-positiva y crítica al continente.

 Nuevos acentos de método reclama Camilo a la enseñanza de la sociología:

1. Insistir en “las prácticas sobre el terreno”, en las salidas de campo.

2. Combatir “el memorismo irracional en los alumnos.”

3. Superar el nominalismo que “hace más énfasis en la terminología que en la observación de la realidad”.

4. No confundir la objetividad con la cobardía.

5. Definir un marco científico de validez general internacional y la participación en las realidades de cada país y continente.

Camilo distingue lo empírico-objetivo de los juicios de valor, esta perspectiva le permite proponer que no se pueden rehuir temas como cambio y revolución, reforma agraria, la comunidad y el imperialismo. La sociología como todas las ciencias sociales y humanas no tiene temas prohibidos.

En su artículo “Un nuevo paso en la sociología latinoamericana” (1961) muestra con optimismo la llegada a la mayoría de edad de la disciplina. Allí formula la tesis de que el desarrollo social es imposible en Colombia sin un cambio en las estructuras socioeconómicas. El 10 de junio de 1962 los estudiantes conmemoraron sus aniversarios emblemáticos los cuales terminaron en desórdenes y con la cancelación de la matrícula a 10 estudiantes. El Consejo de la Facultad aprobó una declaración redactada por Camilo solicitando el debido proceso. El Cardenal le ordenó su retiro de la Universidad y de la Capellanía.

Otro estudio relevante es de la “Violencia y los cambios socioculturales en las áreas rurales colombianas” (1963). Camilo despliega su formación teórica (Redfield y otros) y su capacidad de síntesis, en tanto su reflexión gira en torno al aporte de Germán Guzmán en “La Violencia en Colombia”. Desde allí plantea la necesidad de reconocer lo que la violencia determina como cambio. En este estudio formula una circularidad entre los métodos, inductivos y deductivos: de lo general a lo particular y de lo particular a lo general, como complementarios.

El otro escrito importante va a ser “La revolución imperativo cristiano” (1964) en este precisa su postura teológica de amor al prójimo, la fe en Dios, la caridad y las obras como opción por los pobres: “El problema no es de exclusión sino de prioridades, de política en la acción apostólica; en una palabra, de pastoral”. Además, se vinculó a la fundación de la Acción Comunal del Incora y de la Esap. Camilo fue cristiano, sociólogo, universitario y revolucionario.

La saga de Camilo Torres continúo con la fundación del Frente Unido, una coalición de sectores diversos de la vida política con acentos de izquierda y un importante componente social. Venía a ser una expresión política de la clase popular que él había conceptualizado y cuyo componente básico lo definían como los No Alineados buscando destacar la independencia de las multitudes que lo acompañaron de otro tipo de agrupaciones. Luego se incorporó al Ejército de Liberación Nacional (ELN) para morir semanas después en un trágico combate finalizando así la parábola vital de un líder que alcanzo a suscitar una esperanza emancipadora de carácter nacional.

*Profesor emérito Universidad Nacional de Colombia y director del Doctorado en Derecho de la Universidad Libre.

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