POR MARTÍN ARBOLEDA /
Las protestas estudiantiles contra el genocidio en Gaza han reavivado la clásica cuestión sobre la solidaridad internacional. El libro ‘La nación’ de Marcel Mauss es un hito fundamental en este debate, pues plantea la importancia del internacionalismo para defender las democracias tanto de la tiranía como de la guerra.
Las últimas semanas han traído consigo una oleada de manifestaciones estudiantiles de solidaridad con el pueblo palestino frente a la violencia genocida que ha sido desplegada de manera implacable por el gobierno israelí. Las imágenes de numerosos campus universitarios repletos de carpas y de protestas en Estados Unidos y Europa le han dado la vuelta al mundo. La valentía de estudiantes que han levantado su voz en contra de las atrocidades perpetradas contra la población civil en Gaza también ha inspirado a miles de estudiantes en Chile, donde se empiezan a activar lazos y prácticas de solidaridad internacional en los espacios universitarios de ese país. Desde el 15 de mayo —una fecha simbólica por coincidir con la conmemoración de la Nakba— un grupo de estudiantes ha estado acampando en la Casa Central de la Universidad de Chile para demandar el cese de convenios con universidades israelíes y la ruptura de relaciones diplomáticas con el Estado de Israel. El viernes 24 de mayo, la Confederación de Estudiantes de Chile (Confech) convocó una marcha que logró una gran participación.
¿Qué es lo que ha llevado a estudiantes a arriesgar sanciones, expulsiones e incluso arrestos, para defender la vida e integridad de personas que se encuentran al otro lado del planeta y que probablemente nunca conocerán? ¿Qué hay en el internacionalismo más ampliamente que ha impulsado muchas otras acciones de esta naturaleza a lo largo de la historia moderna? Para Michael Löwy, el internacionalismo no es una mera teoría sobre la solidaridad de las naciones; más concretamente, debe ser entendido como una forma de vida, una fe secular, un imperativo categórico y una patria espiritual de toda persona que se considere demócrata. Esto significa que el internacionalismo no solamente debe ser sentido sino fundamentalmente practicado. La práctica del internacionalismo, de acuerdo con Löwy, involucra la solidaridad real y activa con los pueblos que se defienden de la dominación, así como la ayuda económica y militar a naciones que han tomado el camino de su liberación.
Con la famosa consigna «proletarios de todos los países, uníos», Marx y Engels plantean por primera vez con su Manifiesto del Partido Comunista en 1848 el carácter internacional de la revolución proletaria y con ello dan cauce a una visión de mundo que serviría como el pilar sobre el cual se edificaron las principales internacionales obreras en el siglo XIX y principios del siglo XX. Durante la Guerra Fría, el internacionalismo también fue un poderoso ideal y práctica que orientó las luchas antimperialistas y anticoloniales por la liberación nacional en el entonces Tercer Mundo. Distintas redes y organizaciones de solidaridad internacional fueron creadas con el fin de establecer un nexo entre la autodeterminación nacional y el socialismo, siendo la OSPAAAL (Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina) quizás una de las más emblemáticas.
La reciente publicación de ‘La nación’ de Marcel Mauss es un importante hito en la historia intelectual y política del internacionalismo, entendido no solamente como un ideal, sino como una tarea concreta. Tras haberse mantenido inédito por casi un siglo, este libro se publicó de forma póstuma en Francia por primera vez en 2013, y su primera edición en castellano fue publicada en Argentina el año pasado. Si bien Mauss es conocido como una de las figuras canónicas de la antropología y la sociología, también tuvo una trayectoria como militante en la corriente libertaria y antimilitarista fundada por Jean Jaurès desde la Sección Francesa de la Internacional Obrera (organización precursora de los partidos Comunista y Socialista de ese país). Horrorizado por el nacionalismo reaccionario que llevó a la violencia fratricida de la Primera Guerra Mundial, Mauss escribió La nación con el fin de caracterizar las formas incipientes de solidaridad internacional que también veía a su alrededor, y que eventualmente podrían generar condiciones necesarias para asegurar la paz mundial en el futuro.
Internacionalismo, nacionalización, libertad
En el Ensayo sobre el don, quizás su más conocido libro, Mauss tensiona las teorías del contrato social que postulan que el Estado es el principal garante de la paz social. Para este autor, la reciprocidad social que hace posible el intercambio de dones (circulación no mercantil de regalos, préstamos, donaciones y objetos) entre personas y grupos rivales no solamente es una forma de regulación social efectiva que precede cronológicamente al Estado, sino que coexiste con este último. En ‘La nación’, Mauss también plantea la pregunta sobre la paz social y los intercambios o dones, pero esta vez al nivel de las relaciones internacionales. Pese a que estas condiciones internacionales —,o en sus palabras, «intersociales»— son el entorno primigenio en el que se desenvuelven todas las otras relaciones de la vida, la sociología tendía a ignorarlas y era necesario que desplegara categorías y mecanismos para poder comprenderlas.
Si bien las relaciones entre grupos sociales —familias, tribus, clanes, pueblos— geográficamente remotos han sido una constante en la historia de la humanidad, Mauss considera que las relaciones entre naciones tienen una existencia mucho más reciente. Para Mauss, la nación es una forma particular de las comunidades políticas en la medida en que presuponen una relativa unidad mental, moral y cultural de sus habitantes, así como un poder central integrado y estable. Para plantear la diferencia entre las naciones y otro tipo de comunidades políticas de acuerdo con su rango de integración, Mauss emplea las categorías aristotélicas de ethné y poleis. La primera de estas categorías designa grupos sociales débilmente integrados cuyos elementos constitutivos pueden desaparecer sin que el organismo general sufra. La segunda, por el contrario, presupone una comunidad política consciente de sí misma y cuyos lazos de solidaridad nacional le otorgan un nivel de cohesión interna más sólida y duradera que la de los pueblos.
Si bien hay algunos ejemplos de naciones en la historia antigua, es con la Revolución Francesa en el siglo XVIII que para Mauss se inaugura un sistema de relaciones entre naciones que es históricamente novedoso. Uno de los rasgos característicos de las naciones es que aspiran al autogobierno tanto político como económico; esto, Mauss plantea, presupone a su vez una comunidad internacional tanto de rivalidades, como de intereses compartidos. Con esto, Mauss traza un potente nexo entre la solidaridad nacional y la solidaridad internacional. Dado que la guerra en la era de las naciones emerge como un mecanismo de gestión violenta de las rivalidades e intereses, es deber de la ciudadanía insertarse de manera intensa en la vida cívica y pública de sus naciones para asegurar la paz y la estabilidad en el plano internacional. Es destacable que Mauss escribía estas palabras al tiempo en que también participaba en acciones concretas de activismo antimilitarista, habiendo incluso trabajado como editor del semanario político L’Humanité, fundado por Jean Jaurès.
Debido al vínculo que existe entre el autogobierno nacional y la solidaridad internacional, Mauss consideraba que una nación sinceramente pacifista tiene un claro fundamento político y de clase. Esto por cuanto no debe dejar sus asuntos a la dirección de capitalistas rapaces o a la voluntad arbitraria de otras naciones. En consecuencia, Mauss argumenta que una nación solamente puede ser verdaderamente pacifista cuando los ciudadanos ejercen el control democrático de su política interior. En este sentido, una de las características del internacionalismo es el hecho de que ha ido acompañado del avivamiento de las contradicciones al interior de la política nacional, como sucedió por ejemplo en Estados Unidos con la guerra de Vietnam, en Francia con la guerra de liberación nacional de Argelia, y como está sucediendo en estos momentos en varias naciones occidentales ante la impugnación del sionismo y su bloque geopolítico.
En las guerras de Vietnam y Argelia, la movilización estudiantil desempeñó un rol decisivo dentro de sus propias esferas de influencia nacional. La oleada reciente de protestas estudiantiles en solidaridad con Palestina, por su parte, ha conllevado efectos importantes en el ámbito de la política doméstica; tanto en Estados Unidos como en Chile, estas movilizaciones han avanzado con audacia, poniendo en tela de juicio un sistema educativo neoliberal edificado sobre un aparato monopólico de deuda y lucro financiero que ha coartado la autonomía económica de millones de jóvenes. En el primero de estos países, la organización estudiantil no solamente ha tensionando la política interna de las universidades, sino que ha dejado en evidencia la crisis política que afecta al sistema de partidos, y especialmente al Partido Demócrata. En el segundo, las acciones de solidaridad le han dado un nuevo impulso al movimiento estudiantil, abriendo incluso un nuevo frente de disputa contra el neoliberalismo, específicamente a través del cuestionamiento del CAE (el sistema de financiamiento de la educación superior).
En ambos casos, la movilización estudiantil internacionalista ha terminado por politizar también los intereses económicos nacionales en sus respectivos países. Para Mauss, el hecho de que la nacionalización de sectores económicos sea un fenómeno eminentemente moderno no es coincidencia y, en efecto, refleja el vínculo que existe entre el autogobierno nacional y la solidaridad entre naciones. Uno de los capítulos de La nación es dedicado al análisis de la nacionalización como la punta de lanza de una política socialista y de democracia económica. «La paz perpetua», Mauss afirma, solamente será posible «entre naciones buenas y serviciales, sino idealistas, y que sacrifiquen razonablemente una parte de sus intereses unas a las otras». Para llegar a ese punto, sin embargo, es necesario que las riquezas de la nación dejen de ser instrumentos de clases egoístas, imperialistas y conquistadoras y que sean apropiadas democráticamente por sus habitantes. La nacionalización entonces encarna el esfuerzo de las naciones para administrar, por ellas mismas, lo que es nacional en el dominio económico. «Internación, nacionalización, libertad de los ciudadanos», dice Mauss, «son los tres términos de la misma fase de desarrollo de nuestras naciones, grandes y pequeñas».
¿Cosmopolitismo o internacionalismo?
Uno de los aspectos más interesantes de La nación es que va a contrapelo de uno de los principales sentidos comunes que hoy guían la política tanto del liberalismo como del progresismo: el cosmopolitismo. El cosmopolitismo, de acuerdo con Mauss, es una corriente de ideas que tiende a la destrucción de las naciones para fundar una moral sobre la base de la igualdad entre «ciudadanos del mundo». El cosmopolitismo, es importante mencionar, no solamente es una sensibilidad propia del liberalismo (desde sus versiones más clásicas y sociales hasta las más paleoliberales y anarcocapitalistas) sino que también tiene un fuerte arraigo en las corrientes autonomistas posteriores a la década de 1990. Una de las intervenciones intelectuales más emblemáticas del cosmopolitismo de izquierda es sin duda la famosa e influyente trilogía de Michael Hardt y Antonio Negri sobre la idea de unas «multitudes» sin naciones y de un «imperio» sin Estado.
Para Mauss, el cosmopolitismo es a todas luces un ideal noble pues muchas veces se opone al chovinismo, al militarismo y a los nacionalismos reaccionarios. Sin embargo, es una corriente utópica que no opera sobre el terreno de la realidad. Es una teoría política que pasa por alto el hecho de que las personas están atravesadas por dimensiones étnicas, religiosas, raciales, de género y nacionalidad, y que desemboca en una idea etérea del individuo mónada que es en todas partes idéntico; en ese sentido, Mauss lo considera una versión secularizada del individualismo puro del cristianismo. En realidad, Mauss afirma que las clases obreras están invariablemente apegadas a sus naciones y son cada vez más conscientes de sus intereses económicos nacionales en materia de trabajo e industria. Pese a haber sido escritas hace más de un siglo, estas palabras permiten entender los impresionantes réditos políticos que ha conquistado la extrema derecha —tanto en Latinoamérica como en otras regiones— al instrumentalizar de manera tanto audaz como amañada este sentido de pertenencia nacional de las clases trabajadoras.
El cosmopolitismo, y sobre todo el de izquierda, ha venido acompañado de una fuerte renuncia a reconocer las relaciones reales y materiales de pertenencia y adhesión de los pueblos con sus naciones. Nuevamente, el impresionante fenómeno de solidaridad internacional que ha suscitado el ataque israelí al pueblo palestino es ilustrativo, pues refleja la tenaz persistencia de las identidades nacionales y de su interdependencia en el sistema mundial; el resultado más inmediato de esta gran catástrofe ha sido el de hacer visible nuevamente un sistema interestatal estructurado por relaciones que son eminentemente jerárquicas y asimétricas. A contracorriente de todas las teorías de la globalización que han venido pregonando la desaparición del Estado, el actual escenario de guerras imperialistas y de reacomodo de bloques geopolíticos ha traído de vuelta con fuerza la importancia del tipo de imaginación «intersocial» que Mauss propone en ‘La nación’.
Leer a Mauss en y desde América Latina.
En una entrevista publicada en la revista New Left Review en 1977, el filósofo Régis Debray reflexiona sobre la campaña militar del Che Guevara en Bolivia durante la década de 1960, y a partir de allí recalca en la importancia de la cuestión nacional para el marxismo. En línea con lo que plantea Mauss, Debray argumenta en esta entrevista que el cosmopolitismo revolucionario puro (en un sentido incluso químico de la palabra) de algunos líderes guerrilleros era ininteligible para comunidades campesinas cuyas identidades abigarradas estaban también atravesadas por sus propias historias y símbolos nacionales. En consecuencia, Debray argumenta, no es de extrañarse que los grandes revolucionarios del siglo XX —con Fidel Castro y Mao Tse Tung quizás entre los más emblemáticos de éstos— hayan sido patriotas antes que socialistas. En consecuencia, para Debray el marxismo cedía a sus adversarios algo muy importante cuando se desligaba de la cuestión nacional.
La publicación de ‘La nación’, en este sentido, no solamente abre una oportunidad para encontrarnos con un «Mauss desconocido», como sugerentemente lo proponen los coordinadores de la primera traducción al castellano de este importante libro. Más allá de la importancia de releer autores considerados canónicos para el estatuto de las ciencias sociales, ‘La nación’ también es una invitación a reconectar con la importante producción intelectual sobre la cuestión nacional en nuestra región, y sobre todo con la sensibilidad internacionalista que ha marcado hitos fundamentales de su historia política. El hecho de que la espada de Simón Bolívar se haya convertido en un emblema de solidaridad internacional y también de lucha contra el fascismo y el autoritarismo refleja el nexo íntimo que une la liberación nacional con el internacionalismo. En este sentido, no deja de ser sugerente que algunas de las figuras más emblemáticas del internacionalismo latinoamericano, como lo fueron Salvador Allende y el Che Guevara, se refirieran al socialismo en términos de una «segunda independencia nacional»; es decir, si la independencia frente a la corona española había significado una conquista de la libertad política, la independencia frente al imperialismo, la clase terrateniente y los monopolios permitiría una conquista efectiva de la libertad económica.
El carácter internacional de este proceso de independencia fue resaltado de manera elocuente por el Che Guevara, quien planteó que la principal contradicción del capitalismo de la posguerra no era uno de orden ideológico entre el capitalismo y el comunismo; por el contrario, era más bien una contradicción de clase, siendo una de sus manifestaciones globales el antagonismo entre los países desarrollados y los subdesarrollados. En esos momentos, Guevara consideró la guerra de Vietnam como un «evento revelador» de las contradicciones del sistema interestatal cuyo desenlace indudablemente traería consecuencias para América Latina. Posteriormente, Ruy Mauro Marini —uno de los autores más emblemáticos de la Teoría Marxista de la Dependencia— argumentaría que las guerras imperialistas de esa época (en Vietnam, pero también en el Congo y Argelia, entre otros) en efecto dieron origen a todo un repertorio de protocolos tácticos de contrainsurgencia que serían empleados por las dictaduras militares de América Latina, transformando así la naturaleza misma de los regímenes autoritarios en los países periféricos.
De manera similar a lo que sucedió con Vietnam, la situación en Palestina se erige como el evento revelador de nuestros propios tiempos, pues deja al descubierto la vigencia de las mismas relaciones de subordinación entre clases y naciones, y con ello nos alerta sobre sus inevitables ramificaciones globales. Por esta razón, la publicación de La nación aparece en momentos en que se hace imperativo retomar la pregunta por el internacionalismo. Para Mauss, «si los pueblos quieren vivir en paz, hará falta que se inserten todos en la República, y mostrar en qué condiciones y bajo qué condiciones realmente tendrán la dirección de los asuntos internacionales». Una de las primeras y más importantes expresiones de solidaridad internacionalista con la situación en Gaza vino desde el movimiento feminista latinoamericano, con diversas acciones de protesta organizadas en el marco de una Acción Global Feminista por Palestina. Hoy, son las y los estudiantes quienes se insertan con fuerza en la vida de la república con el fin de señalar el camino a través del cual la ciudadanía puede ejercer el autogobierno político y económico, y con ello sentar las bases para la paz.
Jacobin