POR JULIO CÉSAR CARRIÓN CASTRO
En Colombia, en todos los niveles de la educación, perviven las ideas y los mecanismos pedagógicos empleados en la época colonial, los cuales, en lugar de desaparecer, incluso se han fortalecido, muchas veces gracias a las supuestas “reformas” que históricamente se han emprendido.
La mentalidad cristiano-feudal, que caracterizó el período colonial, continúa vigente en el territorio colombiano hasta el presente, mostrando una gran solidez y permanencia a pesar de los tímidos y esporádicos embates de las modernas concepciones, que terminaron amoldándose a dicha mentalidad.
El proceso de independencia no llevó realmente a la descomposición del régimen colonial en materia educativa, pues el sistema de valores económicos y culturales hispano-coloniales persistiría en la estructura republicana, de la mano de los terratenientes, del clero y de los militares enriquecidos en el proceso. Tampoco los esfuerzos modernizantes y secularizadores emprendidos por los líderes radicales de mediados del siglo XIX, comprometidos con el desarrollo tecnológico e industrial, contra la supervivencia de las nociones teocéntricas, resultaron adecuados en un país tan sumido en la medievalidad educativa y, por el contrario, con su derrota, bajo la llamada “Regeneración”, se daría continuidad al anacrónico régimen señorial heredado de la colonia.
La modernización que se inició tardíamente en Colombia, con las exigencias de desarrollo científico y tecnológico que demandaba la naciente industria y los nuevos sistemas productivos, reclamaría igualmente unas políticas educativas adecuadas, capaces de adaptarse a los cambios dinámicos introducidos por la racionalidad instrumental y positivista que orientaba estos desarrollos. Ante este reto, provocado desde la economía, la élite empresarial se comprometió con la modernización pero sin llegar a chocar abiertamente con la mentalidad religiosa y tradicionalista que, como lo hemos establecido, ha mantenido enorme presencia en el pueblo colombiano, desde la colonia, incluso por la fuerza de las armas.
A pesar de que históricamente se obtuviesen algunos logros modernizadores (la mayoría de veces transitorios), especialmente desde el período de la independencia, tales como la creación de un Estado soberano regido por principios jurídicos y constitucionales, la supresión de algunas discriminaciones étnicas, la relativa ampliación de la cobertura escolar, una tímida vinculación a los procesos técnicos y científicos y a los modelos de desarrollo internacional, incluso la obtención de altas tasas de rendimiento productivo y comercial; a pesar de todas estas realizaciones modernizadoras, persistirían en Colombia prácticas políticas de corte tradicionalista como el gamonalismo y el clientelismo, sustentadas en la vigencia anacrónica del régimen hacendatario de la época hispano-colonial, una debilidad estructural de lo público frente a lo privado, una inequitativa distribución de la riqueza, gran inmovilidad social, carencia de participación política para las mayorías nacionales, ausencia de una ética civil y por lo mismo el sometimiento al confesionalismo, principalmente en materia educativa.
Los procesos de modernización y desarrollo capitalista, tendrían un carácter paradójico y ambiguo, pues si bien es cierto, se impulsó la expansión industrial y el crecimiento económico, simultáneamente se persistió en formas autoritarias de gobierno y se enfatizó en la defensa y promoción de los valores atávicos de la mentalidad cristiano-feudal, de herencia colonial; esto llevó a Jorge Orlando Melo a afirmar que la nuestra ha sido una “Modernización Tradicionalista”.
A partir del Concordato de 1887 se estableció que la educación en Colombia debía organizarse y realizarse de acuerdo con los dogmas y con la moral de la religión católica. La enseñanza de esta religión pasó a ser obligatoria y se dio a los obispos la potestad de ejercer la suprema vigilancia respecto al cumplimiento de estas normas, así como la supervisión de los docentes y la elección de los textos que habrían de ser utilizados por los educadores. El Estado se comprometió en la defensa de la religión, y por ello se retornó a las viejas nociones que identificaban al catolicismo con la nación misma.
La connivencia Estado-Iglesia -vigente desde la colonia- es responsable en Colombia no sólo del desmantelamiento y abandono de la educación pública, a favor de la privada, sino, incluso de algunas manifestaciones de la violencia partidista. Desde mediados del siglo XX, bajo el liderazgo del Estado, la sociedad colombiana ha padecido todo un proceso de contrarreforma y de aniquilamiento terrorista de las bases teóricas y conceptuales que se ensayaron en la República Liberal, mediante una especie de restauración retardataria, que emprendieron los gobiernos de Ospina Pérez y Laureano Gómez, con los patrones culturales y eclesiásticos de la colonia española y con la configuración de un modelo de educación tradicional, elitista y escolástico que ha tenido continuidad y permanencia en la Colombia de hoy.
La Iglesia ha diseñado, en gran medida, no sólo la mentalidad del pueblo colombiano, sino las propias instituciones que le rigen, en especial el sistema escolar. Escapar a su poder ha sido una tarea casi imposible, toda nueva corriente pedagógica que haya sido ensayada en Colombia, invariablemente ha terminado siendo ajustada y adecuada a las condiciones de esta mentalidad hispano-católica. Esta específica forma de enmascaramiento y de hibridación cultural, tendría como principal escenario el sistema escolar y, particularmente, a la universidad, en donde los paradigmas ideológicos del “progreso” y la “modernidad” enfrentados a los valores de la tradición y las costumbres que obstinadamente se niegan a desaparecer y que, por el contrario, instalándose en la vida contemporánea, han terminado por generar extrañas combinaciones ideológicas y anfibologías, manipuladas no sólo por las clases dominantes, sino también, por los conspicuos representantes de la administración académica y universitaria, subordinados y amparados en la íntima relación existente entre el saber y el poder.