La vanidad de los intelectuales en los tiempos del peligro

POR LUCERO MARTÍNEZ KASAB

Jean-Paul Sartre, escritor y pensador francés, de los más grandes del siglo XX es altamente admirado dentro de la mayoría de los intelectuales del mundo y, por supuesto, de Colombia, por su genial obra y también por su compromiso con la política, por su pasión por la libertad y el apoyo a los rebeldes, a los perseguidos, a los disidentes tanto, que fundó junto con Simone de Beauvoir, gran filósofa y escritora también, una de las revistas más famosas del mundo literario e intelectual, Los tiempos modernos; fue todo un centro de pensamiento que, como lo advirtieron los mismos Sartre y Beauvoir, tomó partido. La pareja francesa influyó en generaciones enteras por la creatividad, la altura intelectual y el compromiso con su tiempo político.

En Colombia la mayoría del selecto grupo de artistas e intelectuales admiran a esta pareja, la citan en sus escritos y conferencias, es tema de conversación en sus reuniones con humo bohemio, copas de vino, bufandas al cuello y, algunas y algunos, imitan hasta su liberal relación amorosa, pero cuando de compromiso político se trata, ahí sí no les siguen los pasos a sus admirados escritores. Cada cierto tiempo aparece entrevistado algún connotado intelectual colombiano que admite haber sentido simpatía por Gustavo Petro, el primer presidente progresista de Colombia, pero, pasados unos minutos, el o la entrevistada se centra en los puntos débiles olvidándose de las realizaciones históricas de este gobierno desmarcándose así ideológicamente, es decir, sin tomar partido como sí lo hacían sus admirados literatos.

Estos intelectuales criollos, con sus honrosas excepciones, que en algún momento de sus historias dijeron estar del lado de un mundo más justo, anteponen su concepción burguesa de la vida al criticar las superficialidades de un presidente que, precisamente, tiene como eje central de sus propuestas la justicia social. Entonces, uno ve que sus poemas, novelas, cuentos, cátedras universitarias, doctorados son estantes vacíos de solidaridad política. Mantienen un pacto íntimo con la derecha mientras leen poesía de José Martí, sueñan con ser invitados a los festivales de escritores de La Habana, tienen copia del Guernica de Picasso en sus bibliotecas y son fervientes admiradores de la pintora mexicana Frida Kahlo.  Y no es que se les esté exigiendo que sus obras sean políticas, no, como lo fueron las de Bertolt Brecht, es, hacerles caer en la cuenta de la incoherencia al posar de rebeldes y contestatarios para así proyectar una imagen ética y ganar público cuando, llegado el momento de la política real evaden, por decir lo menos, la defensa de quien lidera unos ideales en pro de un país más justo. La sociedad admite al artista o al intelectual que hace de su obra un manifiesto político, eso es asunto de cada quién; pero, la sociedad rechaza al intelectual o al artista que instrumenta la política para su vida personal porque, eso es oportunismo a costa de los desposeídos.

Estos intelectuales, artistas y también los deportistas, no asumen la responsabilidad política de defender la vida de todos de la barbarie, viven sus mundos individuales de confort en Colombia o en sus mansiones alrededor del mundo. Permanecen encerrados en su intelectualidad, no sienten el palpitar de la nación que se debate entre un gobierno decente y el hampa que se está volviendo fundamento del Estado. Demuestran un afán por lucir “críticos”, una vanidad despreciable en momentos de peligro político donde la oposición, que ha demostrado que puede llegar hasta el exterminio,  está encarnizada con un presidente que trata de cumplir con su plan de gobierno donde dejó establecido que sería un mandato para los menos favorecidos lo que incluye reforma a la salud, entrega de tierras, subsidio a las madres cabezas de hogar, preservación del agua, de los ecosistemas en general, reforma laboral, principalmente.

Temen, entre otras cosas, ser catalogados de fanáticos al defender a este gobierno progresista que, incluso, está recibiendo el beneplácito de la élite política y económica mundial por la manera tan argumentada con cifras, con conocimiento económico y humano del presidente de Colombia al clamar por el paso de la energía fósil a la energía limpia; por el cambio de la deuda externa por inversión en el cuidado de las selvas del mundo; por el fin del genocidio en Palestina porque, además, sería el principio de otros genocidios –¿podría decirse, entonces, que hay también un fanatismo mundial por Petro? – . Todos sabemos lo que ha pasado, lo que pasa y lo que pasará en Colombia con esta oposición tomada por la delincuencia en sus múltiples facetas. La crueldad que vino desde los más altos puestos del poder del Estado desde hace treinta años ha contado con la indiferencia de los de abajo, la distancia política ante la barbarie no es una opción, es complicidad como lo dijera Walter Benjamin, todos somos responsables.

El pueblo colombiano está apoyando vivamente al gobierno de Gustavo Petro, quien es un sobreviviente de la violencia política, como hubiera apoyado a Jaime Pardo Leal o Bernardo Jaramillo, líderes populares capaces y altruistas, a los que hubiéramos querido como hoy queremos a Petro, pero, los asesinaron, precisamente, porque, iban a desmontar, igual que lo está haciendo Petro, el crimen institucionalizado.

Observando cómo estos intelectuales y estos artistas ya con ciertos años encima son incapaces de sumarse al apoyo que el pueblo le brinda no a Gustavo Petro en sí sino a lo que él defiende, sobresale la valentía de la juventud en las calles, en los medios y, también, en el arte pues, son conscientes del tiempo del peligro y luchan no sólo por una revolución de la política sino también por la de un nuevo tipo de humanidad, sensible, empática, altruista, que es la verdadera revolución.

@lucerokmartinez

La Nueva Prensa, Bogotá.