Las significaciones mágicas e ilusiógenas del tabaco en los pueblos milenarios de América

INVESTIGACIÓN ACADÉMICA ELABORADA POR WILSON SÁNCHEZ JIMÉNEZ, FERNANDO PANESSO JIMÉNEZ, LIBIA ESPERANZA NIETO GÓMEZ, MARTHA ISABEL CABRERA OTÁLORA, REINALDO GIRALDO DÍAZ /

Introducción

El ombligo del cosmos

El Tewala Misael, del pueblo Nasa del Resguardo Kiwnas Cxhab, sobre las orillas del río Lorenzo, dice: donde brota la vida, sea vegetal, animal, mineral, humana; en los lados de lo visible y lo invisible; arriba y abajo; en lo resplandeciente y en la oscuridad; en el aire, el fuego, el agua y en tierra. Allí, precisamente, ──dice el Tewala── “está el ombligo del cosmos”. ──El ombligo o el brotesito del cosmos, está en todos los pueblos y en todo el espacio viviente.

──Nosotros, los Nasa, lo encontramos desde la Laguna de Juan Tama,  hasta donde caminemos y habitemos el mundo.

──Y lo vamos a seguir encontrando y lo vamos a seguir humeando y sembrando, hasta que el sol deje de brillar.

Ciudad del las Palmas, ciudad del delirio, 21 de agosto de 2018.

Este artículo resulta poco familiar al horizonte enunciador del mundo occidental. El método científico se arroga para sí el poder de considerar que sus formas de conocimiento son universales, irrefutables e imprescindibles para la vida de la humanidad. Occidente ha ocultado con un manto de desprecio el conocimiento de otros pueblos y otros modos distintos de comprender la vida y el cosmos. Los pueblos de América durante milenios forjaron un horizonte estructurado de conocimiento, articulado a la vida y penetrado por las plantas ilusinógenas. Este artículo tiene como objetivo mostrar las relaciones que establecen las comunidades amerindias con el tabaco desde una perspectiva que concibe tales relaciones más allá del conjunto de técnicas y prácticas de uso y manejo y, más bien, sugiere la expresión de una experiencia que compromete la cosmovisión y la espiritualidad a propósito del tabaco como planta ilusiógena.

Para Occidente ha sido difícil nombrar el tabaco, inscribirlo en sus lógicas hegemónicas de lo mismo y lo otro, del crecimiento económico, del desarrollo, del progreso, del mercado. Las palabras alucinógeno, enteógeno, fármaco, alcaloide, psicodélico, nicotina, tranquilizante, planta sagrada (Ott, 2010) han instituido una significación social que aleja, excluye e invisibiliza del pensamiento occidental a quienes han logrado milenariamente convertirse en sociedades del tabaco, aquellas en las que la multiplicidad de experiencias comunitarias están en íntima relación con esta planta.

En este artículo de investigación se consideran las expresiones de lo mágico e ilusiógeno del tabaco en los pueblos milenarios de América; se comprende la experiencia del tabaco en tanto expresión de saberes ancestrales asociados a las diversas formaciones sociales y culturales, como las indígenas, afro y campesinas en todo el continente americano. El texto pone en cuestión la idea mercantil que el mundo occidental otorgó a una planta ilusiógena; interpela el reduccionismo instrumental con arreglo a fines como Occidente aborda el corpus de saberes surgidos y elaborados por las comunidades (Reynales-Shigematsu et al., 2015).  Metodológicamente, se contrastan diferentes fuentes, tanto orales como históricas y científicas, en las que se ofrecen múltiples aristas que invitan a una reflexión sobre las formas y modos como el saber de los pueblos indígenas, afro y campesinos elaboraron sus prácticas de conocimiento a partir de su experiencia con  la planta ilusiógena del tabaco, también conocida como una de las plantas de poder.

Desarrollo

“El tabaco significa dinero”. Con esta frase lapidaria empieza el libro “Enfermedades del Tabaco” (Blanchard, 1965), texto escrito en el año de 1957 por George Blanchard Lucas, profesor de patología de las plantas de la Universidad de Carolina del Norte en Raleigh en los Estados Unidos. El profesor George Blanchard Lucas señala en ese mismo año, que el cultivo de Tabaco se ubicaba entre los cinco cultivos más importantes para los EE.UU. y el único cultivo no comestible más importante del mundo. Para el año de 1957 las ganancias del mercado del Tabaco alcanzaron anualmente un valor de más de mil millones de dólares, sin considerar que el valor reportado por impuestos federales, estatales y municipales superó los tres mil millones. Para ese mismo año, los gobiernos de Europa Occidental reportaron ganancias equivalentes a una sexta parte de sus ingresos brutos. El profesor Blanchard muestra que en 1964 se cultivó el tabaco en rama, en por los menos 69 países de todos los continentes, y las ganancias totales sumaron una cifra promedio de 9700 libras, sin hacer referencia a los reportes de contrabando mundial y las economías de consumo local que no circulaban en los canales comerciales del mercado mundial.

A finales de la década de los sesentas el reconocido investigador B.C Akehurst, quien fue director de investigaciones del Ministerio de Agricultura de Tanzania, África Oriental, escribió en el prefacio de su voluminoso libro: “El Tabaco”, que: “Esencialmente, el tabaco es un cultivo para ser vendido a un último consumidor” (Akerhust, 1968).

El tabaco es una planta que pertenece a la familia de las solanáceas y al género botánico Nicotiana, bautizada de facto por los nombradores de Occidente, los herederos de Carl Von Linneo. La palabra nicotina procede del nombre del embajador de Francia en Portugal Jean Nicot (1530-1600), quien se enteró en Lisboa de las propiedades curativas del tabaco, una rara planta procedente del Nuevo Mundo; de allí que Jean Liébault bautizó la planta del tabaco con el nombre de Nicotiana, en honor a Nicot.

Observar tanto la valoración comercial como la clasificación taxonómica del tabaco impuesta por Occidente, revela que, desde el periodo del descubrimiento de América, los europeos nombraron el mundo americano y le dieron una nueva significación desde la estructura enunciativa de Occidente. Los blancos se negaron a reconocer los nombres milenarios de los pueblos de América. El afán de apoderarse de todo cuanto existía, condujo a la invisibilización de las prácticas, los nombres y los saberes hallados en los nuevos pueblos. Bajo esa pretensión destruyeron la memoria de los nombres originarios de infinidad de especies animales y vegetales; el proceso de extinción de especies importantes de este continente se inició con la llegada del Occidente hegemónico. De los pueblos conquistados lejos estaba la idea devoradora del capitalismo, que sólo le asigna al tabaco un valor de uso y un valor de cambio.

Pero continuemos mostrando lo que Occidente ha impuesto en el nombre de la ciencia: los investigadores modernos señalan que existen alrededor de cincuenta especies de tabaco, pero las únicas que han sido domesticadas son las especies conocidas como Nicotiana tabacu y la Nicotiana rústica; la primera por los pueblos indígenas del norte del continente americano y la segunda por los indígenas de Mesoamérica y Suramérica. Casi ningún investigador referido en estas indagaciones, reconoce el arte minucioso de la domesticación del tabaco por parte del saber de los pueblos indígenas de toda América. El conocimiento indígena, afro y campesino que co-evolucionó en la experiencia del tabaco, ha sido silenciado y excluido por el saber hegemónico, ha sido arrebatado y apropiado para la economía mundial.   

La apropiación del tabaco para el mercado mundial no es un asunto contemporáneo. En 1570, el galeno Francisco Hernández de Bóncalo pisa tierras indígenas, es funcionario enviado por órdenes expresas de la corte de Felipe II, con el propósito de rastrear y sistematizar la planta del tabaco y los usos y manejos milenarios que de ésta hacían los pueblos indígenas. Para la corona española, el tabaco se constituyó en un producto estratégico en el ámbito del comercio en todo el mundo. Así como han habido científicos que favorecen el conocimiento sobre el tabaco para fines comerciales, han habido investigadores que han leído la experiencia del tabaco entre las comunidades (Porras, 2014; Marrero-Fente, 2017) que, sin embargo, resultan exóticos al discurso científico, por cuanto que no suman a los objetivos de mercantilización del tabaco.

Las sendas del tabaco

Los pueblos milenarios del continente americano nombraron el tabaco a la luz de un saber diverso que les permitió descubrir una gama amplia de usos y manejos. El tabaco estaba inscrito en la vida misma de las comunidades. En casi todas las dimensiones culturales de los pueblos amerindios, la planta mágica jugó y juega un papel fundamental como mediador y apropiador de conocimientos. El tabaco es una planta ritual ligada a ceremonias, peticiones y agradecimientos, forma parte de una especie de “complejo del humo”, que abarca plantas e inciensos mediante los cuales se establece la comunicación entre humanos y seres sobrenaturales entre este mundo y el mundo otro (Porras, 2014). Los registros etnográficos permiten asociar al tabaco con valores, símbolos y significaciones diversos. Sin embargo, es constante su capacidad como agente comunicativo entre diversos ámbitos o niveles de realidad, bien sea como intermediario o mediador entre las personas, o entre ellas y el mundo espiritual; incluso, entre elementos contrarios como el agua y el fuego (Porras, 2014). Estas consideraciones coinciden con lo que reporta Juan de Cárdenas, en 1591 (2000), sobre los usos mágicos del tabaco en la “Primera parte de los problemas y secretos maravillosos de las Indias” y que son analizados por Marrero-Fente (2017).

Las comunidades del Sayri, nombre quechua usado por los Incas para nombrar al tabaco, siempre han vinculado su uso a la realización material, espiritual y social, a la relación consigo mismo y con el mundo. Se trata de expresiones, más que significaciones, sobre la experiencia profunda del tabaco como una planta ilusiógena para habitar la vida y el cosmos. Para los pueblos milenarios de América, el tabaco cumple un papel central en la vida de la comunidad. El tabaco es una senda memorable que, para quien la sigue, constituye la experiencia misma de conocimiento. Tal experiencia pone en cuestión la discursividad científica que no es capaz de considerar el elemento mágico y espiritual de planta ilusiógena alguna, por estar subordinada a la comercialización y a la generación de recursos para unas cuantas minorías que han hecho del tabaco un elemento de acumulación de capital.      

Lago (2018), sabedor y curandero del pueblo Embera de la comunidad de Portachuelo, Resguardo Cañamomo, Riosucio, considera que la palabra tabaco en lengua Embera es Ivaca, en memoria de los ancestros:

  nuestros mayores siempre usaron el tabaco para invocar el pensamiento, para despojar maleficios, curar el mal de ojo. El zumo concentrado de Ivaca o tabaco, también lo usamos para adivinamientos, al igual que el yagé. Se utiliza para prevenir males, en las ceremonias y los rituales propios de la comunidad. Se emplea para la armonización de la comunidad y curar graves enfermedades y alejar malos espíritus. Nuestros mayores andaban con el tabaco dentro de las mochilas como una defensa contra el mal aire y otras dificultades, casi todos lo cultivaban y armaban sus propios tabacos para soplar y caminar (Lago, 2018).     

Banguero (comunicación personal, 17 de agosto de 2018), investigadora de las intimidades colectivas de los pueblos negros en América, afirma que el tabaco para estas comunidades no es más que la memoria de la abuela, “la abuela es la sabiduría, la mamita señora”. Según esta autora, el tabaco es también fuerza de la adivinación del universo mágico, es un enigma de todos y todas aquellas que tienen el don de la adivinación, del avisoramiento de lo venidero. El tabaco es una danza de saberes, una forma de hermenéutica popular que permite leer entre los dedos los azares del destino; el acto de tabaquear es una manera de rastrear y buscar el camino perdido -la memoria- de un vasto territorio que nos fue arrebatado; también es el saludo, a la vez, de un territorio en el que nos implantaron y aprendimos a forjarlo y a crearlo para un nuevo comienzo. El tabaco también es un agitador de los rituales de la vida y la muerte. Es soplar con fuerza y saber que la muerte es también una forma de vida. El tabaco es un cúmulo de memoria ancestral, una senda marcada por el legado de los ancestros. A través del tabaco invocamos la herencia legada. El tabaco como elemento ritualístico requiere detentar todo un saber: el arte de leer lo advenidero, de comprender los sueños, de descifrar los enredos de la vida, de diagnosticar la enfermedad y las malas influencias. El tabaco recuerda todo lo que somos, hemos sido y podremos llegar a ser. Los abuelos dejaron ese legado. Cuando los pueblos africanos llegaron a América, ya tenían en sus memorias colectivas las improntas del tabaco, sólo fue entrar en contacto con los pueblos milenarios de América y desencadenar su ancestral relación con la planta sagrada.

En esto coincide Banguero con los expresado por Vanín y Urrea (1994), quienes mencionan al médico Monardes, que en su reconocido libro sobre medicina indiana sostiene que:

los negros indianos se habitúan tanto al uso de la planta que con ella se emborrachan y se incapacitan para el trabajo, lo que llevó a que les quemen las hojas y matas de tabaco que les encuentren, no obstante, los negros siguen plantándola en nuevos lugares, y cada vez más inaccesibles (Vanín y Urrea, 1994).  

Cultivo de tabaco.

Torres (2018), mujer sabedora del pueblo Murui en la Chorrera Amazonas (Colombia), territorio ubicado sobre las orillas del río Igaraparanay, indica que:  

D+ona es el tabaco. Es un espíritu para cuidar a nuestra gente, a nuestros hijos, es una fuerza para proteger y cuidar el mundo. También se usa para el concentramiento y buen uso de los pensamientos y la palabra. Con el tabaco se apaciguan fuerzas incontenibles que deben ser respetadas. Las palabras también se apaciguan. El tabaco sirve para todo lo que concierne a nuestras vidas. El uso de D+ona -el tabaco-, ha estado siempre presente en todas las etapas de la vida de la comunidad Murui, desde que nacen, hasta que mueren, desde antes y después (Torres, 2018).

En el mismo sentido que Torres (2018), Hernández (2018), autoridad indígena del pueblo Embera Chamí del Resguardo Indígena de Cañamomo y Lomaprieta, entre los municipios de Riosucio y Supía, departamento de Caldas (Colombia), se refiere al tabaco como un ser espiritual masculino, que procura limpieza, sanación; que sirve para sacar del cuerpo humano las enfermedades o espíritus que invaden a la comunidad y al individuo. El tabaco es revelador de plagas, de enfermedades y malas influencias. En el sincretismo indígena, afro y campesino, el tabaco sirve como un elemento embriagador para invocar y exorcizar malas energías y ejercer poder espiritual sobre el otro y los otros.    

Timaná (2018), autoridad indígena del Resguardo Kwet Wala del pueblo Nasa, en el municipio de Pradera, Valle del Cauca (Colombia), manifiesta que el tabaco para los Nasa hace parte de las plantas calientes, cuya importancia se basa en varios aspectos:

es una planta caliente que se utiliza para despertar el cuerpo, soplarlo y limpiarlo de los vestigios de las malas influencias, y así protegerlo y darle fuerza. Con el tabaco soplamos la tristeza y podemos enfrentar los peligros que se presenten en el camino; ahuyentamos y espantamos los malos aires. Con el tabaco leemos las señas de enfermedades, y así podemos encontrar las curas y los alivios. Soplando tabaco desviamos las intenciones de los malos vivientes. También es usado para armonizar los efectos de los espíritus fríos, y del agua. Para corregir las impurezas del pensamiento. Es nuestra herramienta que conecta el espacio con la mente del pueblo Nasa (Timaná, 2018).

El tabaco en las riberas del río Tapaje en el Charco Nariño, Pacífico colombiano, según Jacinto Castillo Cundumí, líder comunitario del litoral pacífico, dice que el tabaco siempre ha sido usado desde los ancestros que llegaron como cimarrones a estas comarcas, escapando de los vejámenes de los esclavizadores de las haciendas del Cauca.

Se acostumbra el uso y manejo del tabaco para el arduo trabajo en el monte y controlar la zancudiza, para apaciguar el hambre y tranquilizar la marea picada en la llenante en noches de luna, también para resistir las faenas de las pescas nocturnas en mar abierto. El tabaco es usado para tratar asuntos de malos espíritus, para mordedura de culebra, araña o cuanto animal ponzoñoso exista. Es usado para curar de mal de ojo a los niños recién nacidos y sanar del susto a los que ya caminan. Son innumerable los usos, pero son exclusivamente del manejo de los sabedores y las sabedoras. Algunos mayores, acostumbran hacer el curado de tabaco combinado con otras hierbas para soplar el mal aire, el chutun y cuanto espanto aparezca en los caminos.  (Castillo, 2018).

Desde tiempos milenarios, Abya Yala, lo que hoy conocemos como América, todo este vasto territorio, ha sido cuna de relaciones sociales basadas en la reciprocidad y la ayuda mutua. Las elaboraciones sociales, culturales y ancestrales, todas estas experiencias colectivas, descansan en diversos registros de una jovial relación sociedad-naturaleza; y el tabaco ha estado allí siempre, para ayudar a conjurar, sanar y curar enfermedades; siempre ha estado mediando en la gran mayoría de los hechos de la vida y del cosmos, de ahí su importancia para tejer las relaciones de comunicación entre las comunidades y de éstas con el Universo.

El tabaco es una especie de ojo avisor que navega por los intersticios de la vida. Con la lectura del tabaco no hay hipocresías, es todo un desocultamiento al que se asiste, es una experiencia que le permite a quien lee, fustigar sus desmesuras y miserias. Los sabedores, indios, negros y campesinos, saben de estas prácticas de conocimiento. Occidente solo fuma y fuma compulsivamente para calmar el desespero que las sociedades consumistas han creado en la psiquis humana, y de paso obtener inmensas utilidades con un negocio que ha intentado desvirtuar la verdadera significación imaginaria de esta planta.

Estas reflexiones se atemperan a lo considerado en los estudios de Porras (2018), para quien existe desinformación, hipocresía y negocio en torno a esta planta sagrada; y con los estudios de Chávez (2000), quien encuentra en sus investigaciones que el tabaco es el mediador entre el mundo natural y el sobrenatural; transporta al hombre a donde habitan los espíritus, las entidades míticas, las formas arquetípicas de las cosas y de los seres. Los aprendices en el uso del tabaco deben subir a las estrellas, cabalgar un puente de humo de tabaco y en ellas encontrar su doble anímico celestial (su forma arquetípica) para reunirse con su doble, unificando así las dos mitades de su persona (Chávez, 2000).

Los traficantes del tabaco

El tabaco intenta ser despojado por Occidente de su significación cosmogónica. Para la cultura occidental, el tabaco es en un negocio que se sustenta en la idea de que es perjudicial para la salud humana (Lempert y Glantz, 2018; Thrasher et al., 2017; Batoro y Ekowati, 2017).  Sin decoro, los Estados declaran entre sus normas el cuidado o prevención que se debe  tener en el consumo del tabaco y, sin embargo, reciben sus mayores ingresos representados en impuestos recaudados bajo el concepto de su consumo.

Los traficantes del tabaco desestructuran la integralidad holística de la planta. El tabaco es simplificado, convertido en un ripio carente de significación y conexión con la vida comunitaria y cósmica. Los traficantes del tabaco generan graves enfermedades y adicciones dañinas y nefastas para la vida (Lempert y Glantz, 2018). El mundo occidental tiene un profundo desconocimiento del verdadero sentido mágico, espiritual y visionario del tabaco; desconoce el saber ancestral practicado por cientos de años, alrededor del tabaco, y que ha servido de medio para atemperar la vida comunitaria.

Se han presentado nuevos estudios occidentales que están en la perspectiva de reconocer los beneficios de la planta del tabajo; sin embargo, esta perspectiva es inscrita en la ruta de su inclusión a la economía de mercado. Así lo permite observar Shilpha et al. (2018), quienes consideran que se deben convertir el tabaco y otras plantas ancestrales en cultivos “respetables” cuyo valor está dado por su oportunidad de mercado y no por la convicción de un saber; es decir, considerarlas únicamente al servicio del crecimiento económico.

Los análisis de Shilpha et al. (2018), se hallan en la misma perspectiva limitada con la que los conquistadores observaron el tabaco en América. Esta perspectiva es apoyada en las notas del diario de viaje del Almirante Colón, las notas del cronista Fernández de Oviedo y las investigaciones de Patiño (1967), la cual es descrita por Pardo y López (1993) de la siguiente manera:

puede pensarse que las propiedades sedantes del tabaco fueron, en parte, las responsables iniciales de su uso entre la población europea de las Indias, aunque las noticias a este respecto son aún escasas y merecerían un estudio en profundidad. Conviene, sin embargo, insistir en que las formas de uso del tabaco fueron muy diversas y que la inhalación del humo de sus hojas secas fue sólo una entre muchas y, probablemente, no la más importante, desde el punto de vista médico, para los europeos de la época. Tampoco para los americanos precolombinos el uso del tabaco, que se hallaba muy extendido en todo el continente, se limitaba a la inhalación de su humo, fuera como fuente de fruición sensual o con cualquier otro objetivo. El tabaco se consumía como alimento mascando las raíces o las hojas, se preparaba en polvo para aspirar por la nariz con fines terapéuticos, se elaboraba en emplastos a partir de la decocción de las hojas para sanar heridas, o se aprovechaba de mil formas más, que pasaron prácticamente desapercibidas a los primeros viajeros y cronistas, centrados casi obsesivamente en deplorar lo que ellos concebían como un vicio nefasto del que se estaban contagiando muy rápidamente los propios conquistadores. José Pardo Tomás y María Luz López Terrada, dicen que Bartolomé de Las Casas escribió acerca del tabaco «… y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios, que son unas hierbas secas metidas en una cierta hoja, seca también (…) y encendido por una parte dél, por la otra chupan o sorben o reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi se emborracha… (Pardo y López, 1993).

Por su parte, Patiño (1967) documenta los distintos usos del tabaco, ampliando la perspectiva limitada y economicista del mundo occidental. Entre los usos encontrados por este investigador están: la crema de tabaco, usada para emprender largos caminos riesgosos, para ir a la caza o a tropelías con pueblos hostiles; también como protección contra las letales enfermedades que traían los invasores españoles; sahumar en la boca al moribundo para que tenga un bonito viaje; igualmente, se usa como alimento para posibilitar que otros alimentos no hagan daño (los achaguas especialmente).

Los Piaches, de Iquitos del Amazonas, usan el tabaco para matar a distancia, soplando fuerte en dirección a su objetivo; lo usan también, soplando fuerte al espacio, donde están los espíritus de los mayores, para curar a distancia. Los tupinambas del norte del Brasil, lo utilizan para ahuyentar la melancolía. La Hosca, polvo preparado a base de hoja de tabaco, es usada por los Musos y muiscas, como antibiótico y como analgésico para apaciguar el dolor de cabeza y el asma. Sirve para enfrentar las enfermedades frías. En el bajo Magdalena las hojas de tabaco son usadas en infusión para someter el aguijón de mosquitos. También como alexitérico, para diezmar el veneno de flechas enemigas o mordeduras ponzoñosas y de serpiente.

Igualmente, Patiño (1967) observa que, para los europeos de la época de la conquista y la colonia, se dio un uso médico al tabaco debido a sus propiedades sedantes; sin embargo, las formas de uso del tabaco son muy diversas y la inhalación del humo de sus hojas secas es sólo una entre muchas y, probablemente, no la más importante. Para los americanos precolombinos, el uso del tabaco, que se hallaba muy extendido en todo el continente, se limitaba a la inhalación de su humo, fuera como fuente de fruición sensual o con cualquier otro objetivo. El tabaco se consumía como alimento mascando las raíces o las hojas, se preparaba en polvo para aspirar por la nariz con fines terapéuticos, se elaboraba en emplastos a partir de la decocción de las hojas para sanar heridas, o se aprovechaba de mil formas, que pasaron prácticamente desapercibidas a los primeros viajeros y cronistas, centrados casi obsesivamente en deplorar lo que ellos concebían como un vicio nefasto del que se estaban contagiando muy rápidamente los propios conquistadores.

Continúa Patiño (1967) afirmando ahora con respecto a las denominaciones del tabaco que: los chibchas lo llaman Hosca; los Nahuatl, Piciete; los Quechua Sayri; los coreguaje, Moito; los siona, yehemueto; los omagua, petyma; los caribe, iuli; los arawak, suma; los mayas; Kutz.

Las propiedades identificadas por Patiño (1967) en el tabaco, y que superan el lindero economicista occidental, lo llevaron a nombrarlo como “ilusiógeno del neotrópico”, destacando su valor medicinal-mágico. Ya sea, en las acciones de comerlo (comestible), untarlo (emplasto y crema), masticarlo (mambe), aspirarlo (hosca), fumarlo o soplarlo, se logra una experiencia espiritual en la que lo mágico, terapéutico y medicinal se conjugan como sanación del alma-cuerpo.     

El tabaco, en tanto ilusiógeno, es usado para inducir los sueños y revelaciones, para lograr conocer el espíritu de la planta; también como protector de males o fuerzas hostiles, como analgésico o insecticida; en los chibchas del altiplano cundiboyacense, los encargados de lo mágico con el tabaco eran los hechiceros y los Mohanes, ellos adivinaban a los demás indígenas los acontecimientos fuera de la percepción directa.

En la comprensión y, diríase que en la ruta de la experiencia del tabaco como ilusiógeno, Patiño (1967) refiere el tema de las ceremonias, donde precisamente se puede observar el aspecto místico de tal experiencia, pero que además, constituye la cotidianidad de las comunidades ancestrales. Entre las ceremonias se encuentran las meteoromágicas, en las que se promueven las lluvias, las buenas cosechas, la buena caza y el buen querer. En la vida cotidiana de muchos pueblos en América, se observa que aún adelantan sus prácticas culturales en la experiencia del tabaco.

Investigadores y sabedores orales muestran la integralidad y diversidad de la experiencia del tabaco en toda América (Gabriel, 2007; Nunez, 2007; Echeverry, 2001; Micheli, 2015; Moreno-Coutiño y Coutiño-Bello, 2015; Groark, 2017). Pueblos indígenas, comunidades negras, mestizos campesinos de toda América han forjado un conocimiento que da cuenta de procesos ancestrales donde los saberes colectivos se inscriben fundamentalmente en prácticas culturales.

Las distintas indagaciones académicas y las expresiones significativas de la tradición oral señalan que el tabaco sigue siendo para los pueblos latinoamericanos mucho más que un valor de uso, que un valor de cambio, que una planta psicotrópica, psicodélica, enteógena. La instrumentalidad con fines de lucro y ganancia, ejercidas sobre las relaciones y las prácticas sociales de los pueblos con las poblaciones vegetales del tabaco, sólo han propiciado menguar la posibilidad de los contemporáneos de comprender a profundidad la forma como el tabaco cumple un papel fundamental en la existencia colectiva de la sociedad.

La manera tangencial como Occidente se ha acercado al tabaco no le permite comprender este acontecimiento cultural propio de los diversos pueblos de América. Occidente aún está muy distante de llegar a comprender la complejidad de las relaciones y conexiones vitales, místicas y cósmicas de los pueblos con el tabaco y demás plantas sagradas de todo el continente (Paredes, 2017).

Todo esto pone de manifiesto un amplio saber milenario que aún pervive basado en las relaciones con la vida, frente a un corpus científico-técnico que ha sido y es, el soporte de una formación social economicista que desprecia la vida y exalta la acumulación y la fría ganancia. Los saberes ancestrales relacionados al uso y manejo del tabaco han sido marginados, excluidos, vilipendiados y condenados por la racionalidad del mundo occidental. Los pueblos ancestrales herederos del tabaco, aún mantienen vivo ese saber, expresado no sólo en la tradición oral sino en sus prácticas sociales, generando dominios de saber en beneficio de sus propias comunidades.   

En diversas comunidades de todo el continente americano encontramos los pueblos del tabaco, pueblos que son tabaco, comunidades y sociedades locales que no pueden ser pensadas sin la experiencia viviente del tabaco (Arias, Galán y Ortega, 2016; Diniz, 2016). El tabaco es y será por mucho tiempo su inmediato territorio material y espiritual.

Conclusiones

Indagar por el uso del tabaco sin la presencia viva de las comunidades que han cohabitado con sus poblaciones vegetales es una empresa incompleta y equivocada. La comprensión aislada del tabaco desde la botánica, desde la etnobotánica, desde la etnobiología, desde la biología, desde la farmacopea, desde la sociología, incluso la misma antropología, sólo han fragmentado la compleja integralidad del tabaco como una planta ligada a la vida de las comunidades.

La documentación escrita sobre el uso y manejo integral de la planta del tabaco, no agota el saber y el conjunto de prácticas que han perdurado durante milenios en el continente indígena a partir de conocimiento oral.

El pensamiento colonial ha menospreciado y ha tratado de mantener estas cosmovisiones por fuera de la institucionalidad y sólo las presenta como algo folclórico, para los días de fiesta, pero no tiene el interés de defender, cuidar y apoyar a nuestros pueblos ancestrales.   

La experiencia del tabaco como forma de vida, aún se mantiene en los territorios de los pueblos y ha perdurado por fuera de los horizontes mercantilistas de la formación social capitalista.

Los saberes vivos y la oralidad, son referentes para comprender otras formas de ser y habitar este mundo y, por tanto, fuentes de consulta para investigaciones que tengan como objetivo ampliar los horizontes epistémicos impuestos por occidente a la hora de acercarnos a las experiencias milenarias de las culturas americanas.

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