Legalizar es domesticar

POR RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL* /

Desalentadoras las declaraciones del ministro de Justicia, Néstor Osuna, a Yamid Amat en El Tiempo, el 23 de octubre de 2022. Una afirmación lo confirma: “Ahora bien, este gobierno no legalizará la producción ni el tráfico de cocaína. Hoy no están dadas las condiciones ni los consensos internacionales necesarios para tomar este tipo de decisiones y Colombia no tomará una decisión unilateral en ese sentido”.

Ricardo Sánchez Ángel

Pues continuará la caldera del diablo hirviendo por razones estructurales al negocio, que son las que alimentan las violencias, los ilegalismos y la corrupción. Es, en cierto sentido, olímpico el Ministro cuando afirma que “Es interesante que se plantee ese debate político”. ¿Sólo interesante? Pero si hace rato que el tema está en la controversia nacional e internacional. El desmonte de la guerra contra la droga está articulado a la incorporación a la economía legal, a la siembra de coca, a la producción y a la comercialización de sustancias sicotrópicas. Legalizar no significa propiciar, inducir, promover el consumo de las flores del mal. Es la potencia que genera su consumo, la entrada a los paraísos artificiales, al escapismo del desagraciado mundo lo que hace invencible a la cocaína, el opio, la morfina y la heroína. Pero también al consumo de bebidas alcohólicas, entre los cuales está el bendito vino. Y el tabaco, el café, el té, los estimulantes y la marihuana.

Este es un asunto antropológico que debe ser abordado culturalmente, con políticas de salud pública, de derechos humanos, con educación sobre el tema, eliminando las maldiciones de los curas y los laicos curas. Para avanzar hacia el asunto peligroso, prohibido, maldito de las drogas, para domesticarlas es menester legalizarlas. Es la manera inevitable de lograrlo. Legalidad, aquí, significa domesticar esta furia que invade el mundo y que nos tiene acorralados como sociedad.

La economía de las drogas es una realidad internacional que alimenta una burguesía nacional e internacional dedicada a la producción y el comercio de estas mercancías que se nutren de un trimillonario negocio cuyo éxito descansa en la ilegalidad, la corrupción y la violencia. No solo la cocaína, sino el opio y la heroína.

En el orden interno se salió de madre el cultivo y la producción. Se sofisticó todo el andamiaje del crimen organizado y avanzó la corrupción en la destrucción de valores y el tejido social.

El ministro Osuna es un espíritu ilustrado, humanista, que se atreve a cuestionar la solución carcelaria y vengativa al delito, pero desaprovecha el contexto planteado por el presidente Gustavo Petro en las Naciones Unidas. El camino se hace al andar, en el bello verso de Antonio Machado, que resume emprender lo que ya se anunció: fin a la guerra contra las drogas, replantear la extradición, acogimiento a la justicia con narcos, reformar los tipos penales, avances en la justicia agraria y ambiental, en la estrategia de la “Paz total”.

Colombia bien puede avanzar en reafirmar su condición de víctima, es lo que acertadamente Gustavo Petro recalcó. Debe hacerse junto con los países de la región que están en la misma condición. Dejaremos de ser el llanero solitario, la llorona del vecindario para hacer presencia con propuestas viables, realistas. Realizar una conferencia de los Estados regionales con Estados Unidos como interlocutor principal hacia una cumbre mundial en Bogotá para sellar la salida a la debacle global de las drogas que tienen los correlatos contundentes de la pobreza, el ambiente, las violencias…

La Convención sobre Drogas de Viena de 1988, que fortalece y complementa la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes y el Convenio sobre sustancias psicoactivas de 1971 es, junto a un conjunto de acuerdos y medidas de cooperación, un corpus anacrónico que ha fracasado en la esencia represiva y cuyo balance provisional es el de extender la cultura y la sociedad ilegal paralela a lo existente, permeando e invadiendo con su telaraña de corrupción y poder destructivo. La herencia, el legado es, además desde la salud, una millonaria legión de drogadictos.

Colombia tiene que actuar en forma global en nuestra América frente a Estados Unidos y ante el mundo como parte no solo del problema en su condición de víctima y principal productor, sino de la solución. ¡El mundo está esperando que propongamos la legalización!

*Profesor emérito, Universidad Nacional; profesor titular, Universidad Libre.

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