Libertad de expresión: pido la palabra

POR OCTAVIO QUINTERO

La libertad de expresión es un derecho fundamental de todos que, en los medios de comunicación, se mide no solo por lo que se publica sino por lo que no se publica (libertad negativa), por considerarse necio o falso.

Un editorial de El Espectador de Bogotá (30.03.22), suscrito por su director, Fidel Cano Correa, “Estigmatizar al contrario no es democrático”, llama la atención porque, de entrada, contradice su enunciado al estigmatizar al candidato presidencial Gustavo Petro, acusándolo de “atacar la libertad de expresión”. Usar la libertad de expresión para calumniar no corresponde a Derecho. El ejercicio de los derechos y libertades constitucionales implica responsabilidades: “Respetar los derechos ajenos y no abusar de los propios”, reza el art. 95 de la Constitución colombiana.

En contexto

“Petro nos quiere atracar”, titula David Ghitis una columna en RCN (28.03.22). Atracar, según la RAE, es asaltar con propósito de robar. El candidato presidencial reaccionó, diciendo: “Neonazis en RCN”, lo que fue interpretado por el medio como “estigmatización”, pues, en su concepto, el término “pone inmediatamente en riesgo la vida de quienes trabajamos en este medio de comunicación”. Neonazismo, según WikipediA, es una ideología que busca promover el odio y atacar a las minorías. La Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) expidió un comunicado apoyando a RCN. Al día siguiente, 29.03.22, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), distingue a la FLIP con el Gran Premio Chapultepec 2022.

Adenda: ambas agremiaciones y los medios callan, o no hallan estigma, en la calificación de comunista, una ideología que llevó al genocidio entre 1984-2002, de 5.000 militantes de la Unión Patriótica (UP), incluyendo dos candidatos presidenciales (Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo); congresistas (Manuel Cepeda); alcaldes, diputados y concejales.

En el lugar equivocado

Deplorable, por demás, que El Espectador, que ha tributado hasta la vida de uno de sus directores, Guillermo Cano (1986), en aras de un periodismo riguroso (exacto, preciso y claro), abogue por un periodismo “laxo”, es decir, acomodado y poco estricto, ética y moralmente, según la connotación etimológica del vocablo. Lamentablemente el director de hoy está en la onda, pues, los medios de comunicación, universalmente, han desarrollado, en torno al derecho de libertad de expresión, una vía de un solo sentido que desemboca en laxos espacios de opinión a discreción de sus editores.

El editorial parece marcar el camino de la polarización ideológica, ya vista en varios países latinoamericanos, entre gobiernos de izquierda y la prensa. Bajo la sombrilla de la libertad de expresión se guarecen maquinarias políticas y grupos económicos que, tradicionalmente, han ostentado el poder. Y, estuvieran en todo su derecho si, en su accionar, se atuvieran a la única norma que universalmente debiera definir al periodismo bien hecho: la veracidad, pues, nadie adquiere o funda una empresa periodista para hacer apología del contrario.

Si el inmenso poder público concentrado en un presidente autócrata es un peligro para la libertad de expresión, análogamente, el inmenso poder de la prensa, precedida de una laxitud cercana al hostigamiento, discriminación y la estigmatización del contrario, pues, también resulta un peligro. La libertad de expresión se mide no solo por lo que se dice, sino por lo que no se dice (libertad negativa), por ser, o presumirse, falso o necio. Y el derecho de réplica no es excusa; es, más bien, una especie de embudo por cuya ancha boca entran, a discreción, las calumnias y quedan atascadas en el cuello de las redacciones o en los estrados judiciales, sin contar con que, con una simple disculpa pública, se extingue el proceso. Dentro de una laxa libertad de expresión resulta fácil calumniar con premeditación y alevosía, ya que “de la calumnia algo queda”. Y a eso le apuestan los audaces columnistas, mal calificados de periodistas, otra distorsión que se coló en la “profesión más bella del mundo”: Albert Camus.

El problema de los medios de comunicación es grave. Una encuesta hecha con motivo del Festival Gabo 2019, arrojó que el 83,9% desconfiaba de los medios de comunicación. Si el porcentaje se ha modificado a hoy, debe haber sido al alza. Otro huraco son las redes sociales (RS)… 4.200 millones de personas, 53,1% de la población mundial, se informa por las RS (Unesco/2021). Si la prensa está perdiendo su base de opinión pública (su interés general), ¿en qué está cimentada hoy, y para quién trabaja?

Fin de folio.- Según las informaciones difundidas por los medios occidentales en Europa, EE.UU. y América Latina, la guerra en Ucrania es sui géneris: solo están disparando y matando gente los rusos.

@oquinteroefe

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