POR JUAN J. PAZ Y MIÑO CEPEDA
Los análisis de tipo económico que predominan en el ambiente público por la influencia decisiva que han alcanzado los medios de comunicación conectados con los intereses de las élites empresariales latinoamericanas, se caracterizan por desligar los datos de las condiciones históricas y sociales de la región. No es un fenómeno nuevo. La CEPAL (1948) lo advirtió desde sus primeros estudios que, además, insistieron en la necesidad de distinguir la teoría económica proveniente de los países centrales y que se asume como de validez universal, frente a la que requieren las realidades de esta parte del mundo, que no se ajustan a las concepciones extranjeras y que, por lo tanto, exigen crear conceptos y teorías propias.
El esfuerzo latinoamericanista es amplio, aunque con distintos alcances en los diferentes países. Siempre destacaron Argentina, Brasil o México, cuyos teóricos hicieron formidables contribuciones al examen tanto de las estructuras internas como de las relaciones internacionales, como ocurrió con quienes formularon la famosa teoría de la dependencia en la década de los 60 del siglo XX. No quedaron atrás especialistas de otros países, aunque tuvieron más influencia interna que en el ámbito internacional. El argentino Raúl Prébisch, (1901-1986), quien destacó como Secretario Ejecutivo de la CEPAL, hizo reflexiones incapaces de ser formuladas por autores europeos o norteamericanos de la época, que desconocían las realidades latinoamericanas. Lo mismo podría decirse del brasileño Theotônio dos Santos (1936-2018) o de la recientemente fallecida Maria da Conceição Tavares (1930-2024).
El problema que enfrentaron los intelectuales que estudiaron la historia económica latinoamericana y que desarrollaron sus ideas en plena época de Guerra Fría fue la persecución y la descalificación, debido a que sus tesis eran, finalmente, críticas del capitalismo y muchos se definieron como marxistas. En contraste, la economía institucionalizada y oficial demostró análisis basados casi exclusivamente en la medición de variables macroeconómicas, que determinaban el tipo de políticas a decidir desde el control del Estado. Aun así, el desarrollismo de las décadas de los 60 y 70 se preocupó por el “cambio de estructuras” asumiendo la industrialización y el papel planificador e inversionista del Estado, que las oligarquías de la época atacaban de “comunismo”.
Las dos décadas finales del siglo XX y los inicios del XXI definieron el rumbo neoliberal de América Latina bajo la globalización hegemonizada por los Estados Unidos. Sin embargo, el surgimiento del progresismo social y de los gobiernos del primer ciclo que lo expresaron dieron un paso más avanzado frente a los procesos que en el pasado se habían orientado a la superación de los Estados oligárquicos. Impulsaron un nuevo marco histórico en el cual la derrota al neoliberalismo para edificar Estados de bienestar o buen vivir social y ambiental ha pasado a determinar la alineación de las élites propietarias y ricas, contando con el apoyo de sus fuerzas políticas, grandes medios de comunicación y derechas sociales, que ahora confrontan abierta y directamente con trabajadores, clases medias, sectores populares, indígenas, organizaciones y movimientos sociales.
El neoliberalismo latinoamericano ha pervertido las responsabilidades de los gobiernos para promover el desarrollo con bienestar humano y sostener los ideales de la democracia representativa. Los gobiernos empresariales no pueden comprender los orígenes del papel económico del Estado, la conquista de los derechos laborales, el surgimiento de los impuestos directos (patrimonios, herencias, rentas); no logran entender la expansión de las inversiones, bienes y servicios públicos; es imposible que admitan que la concentrada riqueza de las élites latinoamericanas tiene un origen histórico basado en la explotación humana, el saqueo al Estado, el incumplimiento de las responsabilidades económicas y de las leyes de carácter social y laboral.
El libertarianismo anarco-capitalista ha dado un paso adelante al crear la utopía del reino empresarial privado sin Estado. Entre sus grandes inspiradores se halla Friedrich Hayek (1899-1992), un radical antisocialista a su tiempo cuestionado por John Maynard Keynes (1883-1946) y cuyas ideas, si bien le merecieron el “Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel” en 1974, son ajenas a las realidades latinoamericanas y no han pasado de ser hipótesis abstractas que los países capitalista centrales no las han tomado para convertirlas en políticas nacionales definitivas. Aunque las economías sociales europeas han sido afectadas por ideas neoliberales, no han desmontado totalmente los Estados de bienestar; y servicios como la educación, salud, seguridad social y pensiones, siguen sustentados en fuertes impuestos, que, en cambio, son rechazados por el neoliberalismo latinoamericano.
El neoliberalismo y el libertarianismo anarco-capitalista, se han convertido en ideologías que, en pleno siglo XXI, frenan las posibilidades del desarrollo económico e impiden todo propósito de bienestar humano en América Latina. Y esta realidad histórica está perfectamente incrustada en la modificación de las relaciones internacionales, en las que EE.UU. va perdiendo su anterior hegemonía ante la conformación de un mundo multipolar, en el cual destacan China, Rusia, los BRICS y un Sur Global que no está dispuesto a que sean avasalladas sus soberanías.
En este contexto, Ecuador y Argentina se han convertido en “paradigmas” de las tensiones que vive América Latina. En Argentina se instauró el primer régimen libertario anarco-capitalista, guiado por las utopías de la “libertad económica” sin Estado. Desde 2017 Ecuador restauró la utopía de la “empresa privada” con Estado mínimo, convirtiéndose en un país históricamente estancado, que revivió el cuadro del subdesarrollo y un modelo de economía primario-exportadora bajo dominio oligárquico e inédita inseguridad ciudadana. En ambos países solo se privilegian los negocios privados de las élites concentradoras de riquezas que acumulan a costa del Estado y de la sociedad. La contraparte es el acelerado deterioro de las condiciones de vida y trabajo de la población nacional. Los estudios que dan cuenta de estos procesos provienen no solo de académicos, sino de la CEPAL y otros importantes organismos internacionales, que contradicen las ideologías levantadas por los seguidores de Hayek.
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