POR REINALDO GIRALDO DÍAZ*, WILSON SÁNCHEZ JIMÉNEZ**, FERNANDO PANESSO JIMÉNEZ*** /
En primer lugar, el progresismo es una derivación estructural del liberalismo político y basamento del statu quo impuesto por el capitalismo. El progresismo no se ocupa de poner en cuestión el régimen social capitalista. Por el contrario, su papel ha sido el de maquillar y barnizar las lógicas de acumulación de capital. En síntesis, el progresismo es una técnica de gobierno del establecimiento capitalista y de Occidente hegemónico. En este sentido, el progresismo latinoamericano ha desechado de plano la vía socialista y, más aún, la considera una situación que no es viable y se opone con todas sus fuerzas. Por tanto, el progresismo latinoamericano está muy lejos de constituir gobiernos de transición hacia la emancipación de los pueblos del Abya Yala. La tarea central de un gobierno de transición en América Latina es generar las condiciones de posibilidad para la consolidación de una revolución agraria, es decir, la liquidación de la herencia feudal y la edificación de procesos de emancipación en todo el continente, por tanto, la separación de los dictámenes de la OTAN y su accionar capitalista.
Un gobierno de transición en Latinoamérica se caracterizaría por una desmarcación de los dictámenes de Occidente hegemónico, los cuales se encuentran enunciados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en las políticas de crecimiento económico, en los planes y programas de desarrollo, en la democracia liberal, en los medios masivos de comunicación, en los tratados de libre comercio y en el mercado. Un gobierno de transición no puede obedecer ciegamente a la democracia liberal vulgar que considera, que una victoria en las urnas, es una decisiva y definitiva victoria de los pueblos.
En el marco de la democracia no es posible romper con los lazos de opresión impuestos a sangre y fuego por Occidente hegemónico. En el contexto de la democracia y las instituciones que ha creado el Pentágono en América Latina las grandes masas del pueblo caen fácilmente engañadas por las vanas promesas de las minorías ambiciosas que controlan y regulan la vida.
Un gobierno de transición también se caracterizaría por reconocer en la deuda pública una forma de explotación. La deuda pública interesa y favorece directamente a la clase que gobierna y legisla. Cada nuevo empréstito pone a disposición de la banca una nueva ocasión de estafar al Estado, obligando a éste a mantener un déficit, con lo cual se perpetúa un círculo vicioso que no deja más salida que el endeudamiento crónico en condiciones oprobiosas para las clases trabajadoras.
En un gobierno de transición la República no se repartiría entre los elementos burgueses del Gobierno provisional. Los Ministerios y los cargos públicos no serían manejados por los mismos burócratas y tecnócratas que en los gobiernos fascistas neoliberales. El gobierno de transición se caracterizaría por la participación activa de las comunidades con un propósito, a saber, ir avanzando hacia la transformación radical de la sociedad.
Como la burguesía domina allí donde ha modelado a su medida todas las relaciones de propiedad, un gobierno de transición rompería con esas relaciones de propiedad y cerraría las puertas a las multinacionales, a los organismos multilaterales y a los mecanismos estatales de defensa del capitalismo.
Un gobierno de transición no reconocería las letras de cambio libradas contra el Estado por la vieja sociedad burguesa. No puede convertirse en deudor acosado de la sociedad burguesa, sino que tiene que enfrentarse con ella como un acreedor amenazante que cobra las deudas sociales, ambientales y revolucionarias de muchos años.
En América Latina son muy pocos los gobiernos de transición. Pueden contarse con los dedos de la mano, Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia. Estos gobiernos han sido bloqueados económicamente por la OTAN, por las instituciones de Occidente hegemónico. Para el mundo neoliberal y capitalista los gobiernos de transición están relacionados con la estabilidad democrática que garantiza seguridad para los inversionistas y sus inversiones, por lo que Cuba, Nicaragua y Venezuela no son considerados por el mundo occidental como gobiernos de transición.
No se puede confundir un gobierno de transición que busca la emancipación de los pueblos con la perspectiva que tiene EE.UU. y la OTAN sobre los gobiernos de transición como aquellos que se establecen después de un período de inestabilidad política o crisis, con el objetivo de garantizar el crecimiento económico y las inversiones de capital.
El progresismo latinoamericano es un movimiento político y social que surgió en América Latina a partir de la década de 1990 y se caracterizó por su pretensión de establecer una visión crítica de la política económica neoliberal que se implementó en la región en las décadas de 1980 y 1990, y por la pretensión de encontrar alternativas más justas y equitativas para el desarrollo social y económico de los países latinoamericanos. El balance de estos últimos treinta años demuestra que sus banderas no pasaron de ser sólo pretensiones, pues, en todos los casos se profundizaron las políticas tradicionales del statu quo del capital internacional.
El progresismo latinoamericano ha sido impulsado por líderes políticos como Lula da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, y otros líderes que han llegado al poder en los últimos años con la pretensión de encontrar salidas justas y equitativas a los escollos generados por el capitalismo. Sin embargo, sus acciones han profundizado las recetas, programas y dictámenes de organismos multilaterales e instituciones creadas por el capitalismo. Igualmente, sus prácticas políticas concretadas en el gobierno no distan de las realizadas por las burguesías tradicionales. Aquellas prácticas de gobierno del progresismo se alejan de las banderas y las luchas históricas de los movimientos sociales en América Latina.
Estos son algunos ejemplos de gobiernos de transición en América Latina desde la perspectiva del poder hegemónico, el cual considera la transición como un momento para establecer la democracia liberal, modelo paradigmático del capitalismo. Cada uno de ellos tiene sus propias circunstancias y desafíos únicos, pero todos tienen el objetivo común de estabilizar la situación política y preparar el camino para un futuro alineado con las políticas de los organismos multilaterales y los dictámenes de la OTAN. Algunos de estos incluyen:
- El gobierno de transición en Chile después del régimen militar de Augusto Pinochet (1990-1994): liderado por Patricio Aylwin, tuvo la tarea de restaurar la democracia en Chile y promover la reconciliación nacional después de años de represión y violaciones a los derechos humanos.
- El gobierno de transición en Brasil después del impeachment de Dilma Rousseff (2016-2018): liderado por Michel Temer, tuvo el mandato de estabilizar la economía brasileña y preparar el país para las elecciones presidenciales de 2018. Desde luego que los presidentes Lula y Rousseff introdujeron reformas económicas y sociales importantes, pero no como para amenazar el capitalismo.
- El gobierno de transición en Bolivia después del golpe de Estado que obligó a través de la violencia a la renuncia de Evo Morales (2019-2020), el cual fue liderado por Jeanine Áñez, asumió el poder en medio de una represión militar contra la población mayoritariamente indígena. Bajo la tutela de Washington, el gobierno de Áñez tenía la tarea de organizar nuevas elecciones y restaurar la estabilidad política en favor del capitalismo en Bolivia.
- El gobierno de transición en Perú después del impeachment de Martín Vizcarra (2020-2021): liderado por Francisco Sagasti, tuvo la tarea de organizar elecciones presidenciales después de que Vizcarra fuera destituido por el Congreso peruano.
- El gobierno de Nayib Bukele en El Salvador comenzó en junio de 2019. Después de que Bukele ganara las elecciones presidenciales en febrero de ese mismo año con una mayoría aplastante, se presenta como el primer presidente en la historia de El Salvador que no pertenece a los partidos políticos tradicionales ARENA y FMLN, sin embargo, sus acciones y prácticas políticas están en sintonía con los dictámenes del capitalismo, por lo cual, es un gobierno de carácter fascista.
*Postdoctor en Filosofía de la Ciencia y Sustentabilidad en la metodología de la investigación Científica, Universidad Autónoma Chapingo. Doctor en Filosofía, Universidad de Antioquia. Doctor en Agroecología, Universidad Nacional de Colombia. Doctor en Educación, Universidad de Baja California. Magíster en Filosofía, Universidad del Valle. Ingeniero Agrónomo, Universidad Nacional de Colombia. Docente Universidad Nacional Abierta y a Distancia -UNAD, Palmira, Colombia.
**Magister en Filosofía Universidad del Valle. Ingeniero Agrónomo Universidad Nacional de Colombia sede Palmira. Docente Universidad Nacional Abierta y a Distancia. UNAD. Doctorante de Agroecología de la Universidad Nacional de Colombia.
***Magíster en Economía Agrícola, Universidad Nacional de Colombia. Docente Universidad de Nariño, Colombia.
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