POR OCTAVIO QUINTERO
Una de las ministras de Gustavo Petro, Irene Vélez, de Minas y Energía, tocó el tema del decrecimiento en un foro de minería, y poco faltó para que los detractores del Gobierno colombiano la despellejaran.
Cincuenta años atrás (1972), el Club de Roma, fundado para estudiar y socializar las dificultades que surgían en torno al desarrollo humano, decía: “… Si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzarán los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos cien años” (2072).
El Club le ha seguido el rastro a su pronóstico inicial, conocido hoy como la huella ecológica. Veinte años después (1992), informó que la población de entonces (5.453 millones), ya había superado la capacidad de carga del planeta; en 2004 señalaba que no puede haber un crecimiento poblacional, económico e industrial ilimitado en un planeta de recursos limitados… Y hace 10 años (2012), advertía, macabramente, que el crecimiento económico de los últimos 40 años (modelo neoliberal) “es una danza en los bordes de un volcán”.
Con base en estos diagnósticos ambientales del Club de Roma, es que la ONU expide, en 2015, los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), idealmente alcanzables al 2030, que no son otra cosa que un decrecimiento del desarrollo humano en busca de regresar a un nivel acorde con la biocapacidad natural de regeneración ambiental.
En los albores del control natal (Malthus, 1798), se creía que solo aplicaba a los pobres porque no tenían con qué alimentar la descendencia que, en algún momento, superaría la capacidad de producción global de alimentos; hoy, frente al desperdicio de alimentos (1.300 millones de toneladas anualmente, FAO-2022), se considera un crimen social, frente a tantos millones de personas padeciendo hambre y mal nutrición en el mundo.
Sendas reflexiones encierran verdades a medias extraídas de una verdad total: La biocapacidad de la Tierra tiene límites, y no distingue entre ricos y pobres… Los excesos humanos, que hoy sintetizamos como ‘calentamiento global’, se transforman en veranos e inviernos prolongados; lluvia ácida; el mar subiendo de nivel; huracanes más potentes y devastadores y, en general, contaminación ambiental… Y, atención: una hambruna mundial tocando a la puerta.
El hecho no es de cuántos seamos, premisa del maltusianismo y primer punto del primer informe del Club de Roma, sino de cuánto necesitamos cada uno para vivir ‘sabroso’. En realidad, la bio en la Tierra es un juego de suma cero, en el que los excesos de unos pocos se compensan con las limitaciones de muchos otros. El consumismo de una familia rica puede significar –digamos–, la necesidad de 10 familias pobres en compensación.
En términos de huella ecológica, los expertos estiman la biocapacidad de la Tierra en 1,6 gha (hectáreas productivas por persona-año). Toda persona que sobrepase el gha global, otra(s) tendría que estar por debajo, para compensar.
Por ejemplo, los tres millones de habitantes de Qatar, tan en boga hoy por lo del mundial de fútbol, es la población más predadora de recursos naturales del mundo, con un índice per cápita de 11,7 gha. Si todos viviéramos como los cataríes, necesitaríamos 7,3 tierras para sostenernos. Suiza, país más referenciado a nosotros, tiene una huella ecológica de 4,3 gha… Entonces, si todos viviéramos como los suizos, necesitaríamos 2,7 mundos. Colombia, para cerrar ejemplos, tiene una huella ecológica por persona de 1,9 gha, lo que significa que, si todo el mundo viviera como los colombianos, se necesitaría un mundo del tamaño de 1,2 tierras de hoy.
¿Pero qué significa que la Tierra haya entrado en sobregiro ecológico desde el pasado 28 de julio, y que sigamos vivos? Simple: la humanidad de hoy le está robando vida a la humanidad de mañana… Cuando llegue al día cero –si llega–, la humanidad, tal como vivimos hoy, habrá colapsado, y el mundo, que solo es 1, ni más ni menos (±), diseñará otra forma de vida sostenible a su biocapacidad natural… Si no es que ya ha empezado.
Ante el presagio de una catástrofe alimentaria en camino (New York Times, 12.06.22), o la inseguridad alimentaria advertida por la ONU (15.09.22), ciertamente, los 1.300 millones de toneladas de alimentos desperdiciados son un gran escándalo. Pero el escándalo mayor, que hemos dejado armar, se encierra en la desigualdad humana que ha llevado a que el 1% más rico de la población acapare tanto patrimonio como el 99% restante…
Mucha gente, millones en el mundo, padecen hambre y desnutrición, no porque no haya alimentos, sino porque no tienen con qué comprarlos. Así, todo el asunto de la huella ecológica y la desigualdad se juntan para señalar al capitalismo, basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la asignación de sus recursos a través del libre mercado, como un modelo de desarrollo económico y social insostenible…
Urge una mejor distribución global de la riqueza, y esto solo se puede lograr a través de una tributación con equidad, eficiencia y progresividad, dentro de la cual, cada quien aporte según sus capacidades y cada cual reciba, según sus necesidades. Esto es lo que llaman, justicia social.
Desafortunadamente, la bien pensada reforma tributaria de Petro, en manos de José Antonio Ocampo (ministro de Hacienda), se ha ido diluyendo en negociaciones palaciegas que reducen su equidad, eficiencia y progresividad a la simple ilusión de que, otra vez será…
Fin de folio.- La mejor definición de consumismo la topé hace años en relación a las orgías que frecuentaban los emperadores romanos: “Bárbaros, comen para vomitar; vomitan para comer”.
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