POR SANTIAGO BARROS
Mis detractores critican porque no se debe hablar de política en un espacio de deliberación y lucha por los derechos gremiales. Como si pudiéramos en el falso paraíso de la cucaña en el cual queremos habitar no tomar partido y denunciar la política como un asunto transversal a todos los aspectos de nuestra existencia nacional. La política, señoras y señores, tiene que ver con nuestra pésima situación de precariedad profesional, con la frustración del día a día, con la vida y sobre todo con la muerte. Quienes nos madrugaron en el hambre del poder se han comido todo y por las sobras debemos dar las gracias. Desafortunadamente algunos sí agradecen y miran a los avarientos del poder como dioses, como ejemplos a seguir, como si, siguiendo la senda del éxito, no terminarían otros, las mayorías de todos modos, mendigando sobras, es decir, no cambiaría nada si en vez de ellos fuéramos nosotros los que ocupáramos su lugar si optamos por hacer lo mismo y vivir bajo estas mismas convicciones. Esto, señoras y señores, es la esencia de la política y claro que nos compete, demasiado.
Pero de lo que quiero hablar es de los extremos a los que hemos llegado con esta mórbida manera de entender la política. Esos hombres y mujeres “ejemplares”, que tanto admiran algunos, no han marcado ningún límite moral ni ético para obtener lo que pretenden. Esa actitud, que precisamente muchos le elogian (el fin justifica todos los medios), nos ha llevado a extremos jamás pensados, que de no decirles “PAREN”, seguirá configurando una pesadilla social y planetaria que dista mucho del mar de mermelada donde juguetea la libertad y el progreso donde dicen vivimos, como mediáticamente nos han querido convencer. Vamos a los hechos que expliquen la tesis.
¿De qué serias capaz por un pollo asado, un arroz chino, por 15 días de descanso en el trabajo?
Yo diría que podría trabajar horas extras, aguantarme el discurso del jefe tres días, o quizás desgastarme en una labor alterna hasta el desgaste. No sé qué más. Pero para la mayoría de la respuesta (eso espero) no estaría lejos de estas opciones como la fruta que no debería caer demasiado lejos del árbol. Obtener estos mismos premios por asesinar al bobo del pueblo, al vendedor de CD del centro, al combo de marihuaneros de la esquina, al desempleado desesperado; asesinarlos, disfrazarlos y mostrarlos como un trofeo. Litros de sangre derramados a cambio de nimiedades que para muchos de nosotros no son gran cosa; eso no puede ser calificado de forma distinta que de perversión. Perverso quien lo ejecuta, pero también quien lo permite, lo planea y perverso, muy perverso, quien lo justifica, al que le parece correcto.
Llegado a este punto de desconocimiento del valor de la vida humana no puedes decir que tienes algo bueno en tu corazón, no puedes argumentar más que vacuidades, dentro de ti no hay nada. Los alemanes de la Segunda Guerra Mundial al menos creyeron en su superioridad racial, los españoles contra los indígenas y negros también; creían firmemente que estaban salvando almas para el Dios cristiano, por eso asesinaron y esclavizaron millones. En este momento los justifico, porque hoy estamos ante una inmundicia mayor cuyo origen es una montaña de más de 6000 cadáveres que puede verse desde el otro lado del mar, montaña de colombianos muertos, hecha por colombianos del Ejército y la Policía, sostenida con nuestros impuestos y pagada a los subalternos con pollos asados, arroz chino y días de descanso también sacados de nuestros impuestos.
Y los números sí cuentan, no es, como dice la “W” que ya uno o dos que fueran los asesinados, sería inadmisible, reprochable y merecería un castigo. Dice la “W” que no importa el número de las víctimas en los llamados falsos positivos. Pero sí importa, porque el número es la magnitud del dolor y la ausencia causada por los que han venido actuando corruptamente en la guerra, es decir, presentando civiles como combatientes, ganando aplausos a través de falsas victorias, creando héroes de criminales sin alma, dando una idea de seguridad mientras asesinas, asesinas y asesinas inocentes, sabiendo que lo son.
Los números sí importan porque denuncian que lo sucedido con las ejecuciones extrajudiciales de la fuerza pública en Colombia no fue un hecho aislado, ni de “manzanas podridas”. Lo que la “W” no quiere aceptar es que no hay instituciones, si no asociaciones de delincuentes, el mundo de Jack Sparrow; piratas y corsarios de corbata y camuflado, por ende no hay leyes que cumplir, ni contratos por respetar. La anarquía se ha enraizado, no desde los anarquistas, la han impuesto quienes representan el orden. Quienes representan la ley han roto los mínimos acuerdos que una sociedad necesita para mantener su cohesión: el respeto a la vida y la libertad a los pobladores cumplidoras de las leyes acordadas. Si los representantes del orden han impuesto la anarquía, toca a los subversivos imponer el orden reestableciendo nuevos acuerdos de convivencia, como lo es el reconocimiento de los derechos básicos para todos (salud, educación, vivienda, servicios públicos) como el devolver a las distintas comunidades la posesión de ciertos recursos materiales que por miles, miles de años, han sido nuestros y que bajo estúpidas teorías neoliberales hoy están a la oferta del mejor postor (la tierra, el agua, aire limpio, el trabajo digno).
Muchachos buenos llegan al Ejército para ser convertidos en monstruos. “El juego del pollito”: Brigada 17. “tomen cada uno de ustedes este pollo, les dijo el sargento a los soldados en Carepa, Antioquia, imaginen que este es su ser más querido, su madre, su hijo, su mejor amigo; ahora pasarán todo el campo de obstáculos, subirán por las lianas, se arrastrarán, pasarán por los alambrados, esquivaran los proyectiles, se hundirán en el fango y deben llegar al final con el pollo vivo y sin que se les escape, el que no consiga el objetivo recibirá un gran castigo. Así lo hicieron los soldados, cruelmente fueron pasando los obstáculos mientras dejaban en los alambrados, sogas y golpes de proyectiles dolor, sangre y piel. Al llegar al final del campo el sargento los pone en fila y les muestra lo que tienen que hacer con el pollo: le arranca la cabeza con la boca”.
Una y otra vez, muchachos y muchachas son bombardeados con “ejercicios psicológicos” que van cambiando sin quererlo la escala ética y moral inculcados en su familia, devuelven gente “cambiada” verdaderos monstruos, muchos de ellos no se reponen y terminan en un fauno laberinto de pesadillas y repeticiones morbosas de prácticas y pensares que justifiquen en un marco de moral y ética promedio, al salir del “servicio”, las atrocidades en las que se vieron inmersos y participaron directa o indirectamente.
El daño de los asesinados en Soacha, la inmensa cantidad de paisas asesinados por orden de paisas, las miles de sonrisas caribeñas borradas a las víctimas como a sus victimarios, con un disparo o como resultado del entrenamiento no puede medirse; pero debería hacerse, porque los números SÍ importan, SÍ importa el número de masacres que hemos registrado, el número de líderes asesinados, el número de exfarianos, los millones de desplazados, decenas de miles de presos, torturados y últimamente, SÍ importa el número de enfermos y muertos por Covid, el número de vacunas, el número de billones robados por los corruptos, el número de presupuesto para la salud, el número de nuestro salario. El número importa porque es esencial medir que tan bajo hemos caído y cuánto hemos perdido como personas. No somos mejores que los aztecas, fascinados por los sacrificios humanos: gritamos emocionados ante el cuchillo que se hunde en el pecho y el espectáculo del corazón aun latiendo en manos del sumo sacerdote que en nuestro tiempo presenta las noticias.
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